América Latina
Las mujeres queremos el poder
¿Cómo puede nacer y desarrollarse un liderazgo femenino?
¿Qué obstáculos enfrenta? ¿Qué caracteriza a las lideresas?
¿Y qué le pueden aportar a la democracia
los liderazgos, diferentes y entrañables, de las mujeres?
Marcela Lagarde
Hasta el siglo XIX, las mujeres participaban en los procesos sociales siendo parte de comunidades, de pueblos o de grupos. No había una participación específica de las mujeres separadas ni de sus comunidades ni de los hombres. Es en el siglo XX cuando los liderazgos de las mujeres van emergiendo en los grupos sociales y en los movimientos sociales con un perfil y un papel propios. Hoy, en toda América Latina existe ya una gran cantidad de mujeres lideresas, y se puede hablar de una tradición importante de liderazgos de mujeres.
Aunque la sociedad se impacta profundamente con los liderazgos de las mujeres y con los movimientos lidereados por mujeres, todavía son muchas las personas que se asombran de que las mujeres participen en los procesos políticos, quienes consideran a las mujeres ajenas a la política, y quienes valoran equivocadamente la presencia de las mujeres en los movimientos sociales y políticos considerando que con su sola presencia ya existe igualdad.
Para reflexionar sobre el perfil de las lideresas hay que partir de una contradicción: la dificultad que existe aún para encontrar semejanzas entre mujeres diferentes. A través de la cultura, la sociedad refuerza las diferencias entre las mujeres y las coloca como obstáculos para que las mujeres no se identifiquen como entre ellas como semejantes. Esta contradicción marca toda nuestra acción y nuestra participación. Cada una es la que debe ser, pero ese ser le es presentado como un obstáculo para mirar a las otras. Para trabajar los liderazgos de las mujeres tenemos que trabajar profundamente la identidad de cada una de ellas. Cada mujer que pretende liderear un proceso necesita re-elaborar su propia experiencia subjetiva. La clave feminista es: todas, sin excepción, comenzando por nosotras mismas, necesitamos enfrentar quiénes somos, qué queremos y hacia dónde vamos, porque quien no se ha mirado a sí misma tampoco puede mirar a las otras. Esta es una clave fundamental. Las mujeres que no provienen de una cultura feminista han aprendido a la inversa: sin mirarse tratan de mirar a las otras. Esto no funciona. No puede haber liderazgos femeninos entrañables y de nuevo tipo si primero no hay autoconciencia.
Semejantes por sexo y por género La semejanza fundamental entre todas las mujeres del mundo es la semejanza sexual. Y es sobre esa semejanza que la cultura y la sociedad han montado un conjunto de deberes, responsabilidades y prohibiciones atribuidas a las mujeres como si emanaran de su sexo. Esto es el género: el conjunto de atribuciones simbólicas asignadas al sexo. En la teoría y en la perspectiva de género sabemos que esas atribuciones son construcciones sociales, que todo eso lo aprendimos, que ha sido normado y formado social y culturalmente. Por eso, no sólo nos hace semejantes nuestro sexo sino también nuestro género. Y el género es la clave política para las mujeres de todo el mundo.
La semejanza política está en la historia de opresión contra las mujeres. Nos hace semejantes compartir una historia compleja, en la cual, por el simple hecho de ser mujeres, vivimos formas de opresión económica, social, cultural, jurídica, política, sexual. Es esto lo que hace semejantes a las mujeres de todo el mundo, aunque todas lo hayamos vivido de distintas formas, con especificidades nacionales, regionales, locales, grupales. A todas se nos ha considerado seres inferiores y se nos ha colocado en un rango de inferioridad social, no solamente ideológica. No se trata sólo de creencias o de mitos, se trata de condiciones sociales, económicas y políticas realmente inferiores.
También somos semejantes por padecer formas de discriminación específicas. Discriminación quiere decir trato desigual e implica haber recibido maltrato por ser mujer, aunque haya sido un maltrato cortés y galante. Porque el maltrato se expresa de muchas formas. Y al maltratarnos como seres inferiores, nos han excluido de muchos espacios, especialmente de aquellos que socialmente colocan a las personas en condiciones para acceder a recursos y hasta de los espacios donde se toman las decisiones sobre nuestras vidas. En la semejanza de género política uno de los elementos más importantes es la pobreza de género, una condición económica de las mujeres en todo el mundo, aun de aquellas que pertenecen a clases sociales altas. Cuando analizamos la sociedad sin una perspectiva de género sólo vemos la pobreza de clase, solamente relacionamos la pobreza económica con la clase social, pero no relacionamos la pobreza con el género. Y necesitamos identificar el rasgo económico de pobreza de género que afecta a las mujeres de todas las clases sociales. Por género, hasta las ricas son pobres.
Igualdad legal y desigualdad real Existe otra gran contradicción. Somos mujeres del siglo XX y, por esto, estamos enmarcadas en la cultura de la modernidad. Y esa cultura tiene un supuesto político: la igualdad. Pero la igualdad enunciada o normada no se corresponde necesariamente con los procesos de igualdad social ni con los procesos personales. En la modernidad, la sociedad ha cabalgado entre la norma de la igualdad y la desigualdad legitimada. En América Latina la desigualdad entre los géneros es parte de la identidad nacional de nuestras culturas políticas. Por esto, la contradicción que marca y define la participación social y política de las mujeres del siglo XX -y también de las del siglo XIX y de las de la segunda mitad del siglo XVIII en los países de la modernidad-, es esa contradicción entre la igualdad supuesta y la desigualdad real. No hay igualdad, pero suponemos que la hay, como si fuera un principio vigente, consignado incluso jurídicamente en las Constituciones de algunos países.
Existe una permanente confusión ideológica entre desigualdad y diferencia. En las visiones hegemónicas que prevalecen en nuestras sociedades existe un juego cultural e ideológico -a veces perverso- que busca hacer creer que la diferencia es positiva por sí misma. Conectan este ideograma con la creencia de que la desigualdad está asociada a la diferencia. Y concluyen que hacer desaparecer las desigualdades sería arrasar con una diferencia valiosísima. En la cultura se ha asentado el supuesto de que diferencia y desigualdad son connaturales, conceptos articulados e imprescindibles uno con el otro. Este supuesto ha marcado la participación política de las mujeres en la modernidad.
Democracia genérica: aporte del feminismo Los conceptos democracia y desarrollo forman parte de la modernidad. Sin embargo, en la mayoría de los países, aunque las mujeres hayan participado social y políticamente, la democracia y el desarrollo no han sido pensados ni formulados para abarcarlas como sujetas de la historia. Las democracias han sido concebidas por los hombres, aunque las mujeres hayamos luchado por ellas. Y el desarrollo ha sido una clave de horizonte y de futuro pensado por los hombres para categorías sociales que no contemplan a las mujeres. La democracia y el desarrollo son pensados para categorías como el pueblo, la clase social, la nación, la sociedad, los grupos. Y es hasta muy recientemente que las mujeres nos hemos apropiado de ambos conceptos y los planteamos desde el género formulando propuestas de democracia genérica.
La democracia genérica es una revisión crítica de las concepciones modernas sobre la democracia. Se basa en el planteamiento de que la democracia moderna no contempla la inclusión de las mujeres como protagonistas. Y por eso, propone construir otro tipo de relaciones democráticas y otro modelo democrático, que no solamente incluya a las mujeres, sino que -más complejo aún-, modifique el posicionamiento de los hombres para que se establezcan relaciones democráticas entre los géneros.
Este es el paradigma desde el cual podemos analizar la participación social y política de las mujeres. Y si desde él lo analizamos, reconoceremos que las mujeres hemos participado siempre desde la marginalidad democrática, desde la periferia de la democracia, o desde los no lugares, como diría el antropólogo Mark Auge. Las mujeres y cualquier otro grupo excluido sabemos lo que es estar en un no lugar, pretendiendo participar, lo que es participar como si estuviésemos dentro pero en realidad estando fuera. La democracia genérica es un aporte del feminismo, es una crítica a la democracia patriarcal y al mismo tiempo, es la construcción de una alternativa paradigmática que se articula con ese concepto de la modernidad que es el desarrollo.
Creadoras de vida y de culturaEl concepto de desarrollo, además de haber sido pensado sobre la base de criterios discriminatorios de género, también ha sido pensado con criterios racistas, con criterios de exclusión. Desde la perspectiva feminista, las mujeres que estamos tratando de cambiar el mundo queremos hacer del desarrollo un conjunto de mecanismos de inclusión de las mujeres a condiciones de vida favorables, que no atenten contra la vida de las personas ni contra el medio ambiente ni contra el patrimonio cultural. Queremos un tipo de desarrollo diferente al que está en marcha, que destruye de manera beligerante, radical y voraz a la gente, a la Naturaleza y al patrimonio cultural e histórico. Queremos un tipo de desarrollo con una clave que ha estado invisible para todos los desarrollistas patriarcales: el desarrollo personal de cada mujer y de cada hombre como una prioridad inmediata y práctica y no como un resultado lejano y utópico.
Esta visión va adquiriendo una aceptación cada vez mayor entre las mujeres de todo el mundo. Nunca antes en la historia de la humanidad ha habido una coincidencia cultural de horizontes tan importante entre mujeres de culturas diferentes que tienen una plataforma similar con sentido de presente y de futuro. Nunca como hoy habían coincidido tanto mujeres africanas y latinoamericanas, nórdicas y australianas. Por primera vez estamos construyendo categorías de género intragenéricas, de identidad, de conexión. Y como ahora somos internautas, la conexión es más fuerte. Esta coincidencia se debe sobre todo a que hay una conexión paradigmática, de sentido, de filosofía, de propuesta, de práctica de vida, de acciones concretas.
Por primera vez estamos construyendo una semejanza a voluntad. Las mujeres tenemos voluntad de construir hilos de semejanza filosófica y política entre nosotras. Esto es realmente asombroso porque se ha creído que nuestro género estaba especializado y limitado a la creación de la vida humana. Ahora somos creadoras de cultura y no sólo reproductoras de la cultura patriarcal.
En la construcción de la democracia y de un desarrollo humano sustentable con perspectiva de género coincidimos con hombres paradigmáticos. Aunque no resulta sencillo armonizar coincidencias, este paradigma también ha sido pensado por hombres de diferentes categorías sociales y movimientos políticos. Somos mujeres y hombres que no nos creemos el final de la historia con el que nos amenazaron los filósofos de la postmodernidad. No nos creímos ni nos creemos que se haya acabado la opción de compromiso social en la historia porque terminaron determinados procesos históricos y sociales, por la caída del muro de Berlín o por el cambio de régimen social y político en los países de la esfera socialista. No nos creemos que el neoliberalismo carece de alternativa, que la dominación depredadora del capital es un destino inexorable, que la desigualdad es parte de la naturaleza humana. Con las experiencias de la vida hemos remontado las crisis, hemos observado la caída de unos muros y el levantamiento de otros tal vez peores, y hemos mantenido nuestra visión crítica de compromiso social, sin dogmatismos y tratando de construir alternativas.
No queremos igualarnos con los hombresHoy sabemos que es preciso construir democracias más complejas, más incluyentes, más abarcadoras, hoy vemos el desarrollo como un progreso incluyente y con rostro humano. Esta clave nos acerca mucho a las pequeñas minorías de mujeres que en el siglo XVIII lucharon por la igualdad de las mujeres en relación con los hombres. Las revolucionarias de la revolución francesa lucharon por la democracia y lucharon por la igualdad, pero cuando los revolucionarios dieron por concluido el proceso decidieron que las mujeres se fueran a sus casas. Entonces, ellas decidieron que querían ser ciudadanas. Entonces, Olimpia de Gouges, nuestra maravillosa predecesora, planteó uno de los aspectos históricos del feminismo: los derechos de las mujeres y de las ciudadanas. Aquella clave del siglo XVIII está presente hoy en el marco de la participación social y política de las mujeres, pues ésta tiene que ver con la construcción de la ciudadanía de las mujeres.
Desde la perspectiva de nuestro género, la democracia consiste en crear las condiciones para que las mujeres seamos ciudadanas. Actualmente no lo somos. Aún no hay ciudadanas plenas en ninguna parte del mundo. Existe una ciudadanía mutilada, incompleta, inadecuada, a la que le falta igualdad. La diferencia es que ya en el siglo XXI no pensamos la igualdad de las mujeres en relación con los hombres como lo hacían Olimpia de Gouges y sus congéneres revolucionarias. La igualdad de las revolucionarias del siglo XVIII era androcéntrica: los hombres eran la referencia. La igualdad consistía en igualarse a los hombres. Las radicales del siglo XXI decimos que la igualdad entre los géneros, y dentro de los géneros, es muy compleja y complicada. No nos planteamos ya el tema desde el androcentrismo, lo que queremos es eliminar el centrismo.
Queremos eliminar el centro político como lugar privilegiado de la dominación. Nos proponemos la igualdad como una relación entre y no como una igualación con. Buscamos la igualdad en la relación entre mujeres y hombres, y entre hombres y mujeres. Y al mismo tiempo, entre mujeres y mujeres y entre hombres y hombres. Y luego, entre todas las categorías sociales a las que pertenecemos.
Ciudadanas mutiladas, ciudadanos con sobrepoderLa ciudadanía de las mujeres está enmarcada en la más grande construcción filosófica que hemos elaborado las mujeres en el siglo XX: los derechos humanos de las mujeres. Aunque todavía no forman parte de la cultura política social y no existe una conciencia colectiva suficiente que los respalde, los derechos de las humanas son la verdadera armazón de la ciudadanía de las mujeres. La ciudadanía, como forma de estar en la democracia, es la construcción de la humanidad de las mujeres.
Estamos haciendo algo extraordinario, un cambio civilizatorio: estamos construyendo la humanidad de las mujeres. Antes ya la habíamos imaginado a través de muchas ideologías -algunas muy antiguas-, a través de mitos, creencias religiosas y filosofías. Pero un día, a lo largo de estos largos siglos, muchas mujeres dejamos de creer que la igualdad ya existía, y por descreídas hicimos esta innovación: asumirnos como autoras protagónicas de la humanidad de las mujeres, de los derechos de las humanas. También estamos empeñadas en la construcción de otra ciudadanía para los hombres -y ésa es otra clave política de género-. Porque si decimos que nos proponemos transformar las relaciones entre mujeres y hombres, también nos proponemos construir otras claves de ciudadanía para los hombres. La propuesta implica también una reforma profunda y contundente de la condición masculina. Un aspecto fundamental de la construcción de otra clave de ciudadanía para los hombres es eliminar su autoreferencia, su autodesignación, su autorepresentación de todos los seres humanos. Porque si la mayoría de nosotras ni siquiera hemos sido ciudadanas y algunas hemos sido ciudadanas mutiladas, millones de hombres tampoco han sido ciudadanos. Muchos sí lo han sido y con un sobrepoder de ciudadanía. Ese plus de poder es el poder de género patriarcal. Nuestra propuesta consiste en eliminar el plus de poder patriarcal de los hombres, imprescindible en una distinta concepción de democracia y de convivencia entre mujeres y hombres.
Tanto los hombres que son ciudadanos como los que no lo son, sin ninguna excepción, tienen el referente político del plus de poder patriarcal. Esto quiere decir que, aunque para tener poder de género los hombres no han requerido de la ciudadanía, sí han incrementado su poder con los derechos y los poderes adquiridos a través de la ciudadanía. El hombre más prángana de los pránganas, el más desarrapado, el más pobre, tiene poderes masculinos patriarcales y no ha necesitado de la ciudadanía para ingresar al nivel de género que lo legitima como patriarca. Nuestra propuesta implica humanizar a los hombres desde una perspectiva feminista. El paradigma feminista es incluyente. Ésa es su clave ética: la inclusión. Por eso en nuestras consignas se repite siempre: ampliemos los espacios, distribuyamos los recursos.
Protagonistas en la sociedad civil La ciudadanía es un espacio en el que nos movemos, un espacio simbólico en el que actuamos para transformarlo y para construir las bases mínimas de la democracia genérica. Para poder hacer los cambios que queremos las mujeres actuamos en diversos espacios, y especialmente en uno que es importante, simbólico y político, de acogida, que no es natural, que es histórico: el espacio de la sociedad civil.
El espacio de la sociedad civil ha adquirido una importancia ideológica enorme en los últimos tiempos, sobre todo en las sociedades que habían adquirido una gran conciencia de Estado. Parte de la democracia contemporánea ha consistido en buscar una relación distinta entre el Estado y la sociedad civil. La sociedad civil y el Estado son dos espacios fundamentales en la participación social y política para pensar y articular los liderazgos de las mujeres. Y cuando planteamos cambios radicales y profundos, estamos planteando la transformación del Estado y de la sociedad civil.
En la sociedad civil las mujeres surgimos como protagonistas sociales y políticas, y también surgimos por las cosas que nos pasan: situaciones históricas, desastres climáticos, problemas personales con dimensión social... La participación de las mujeres en el espacio de la sociedad civil es muy diversa, muy rica, casi inclasificable. Tiene ciertas características, que se corresponden con la fragmentación de la sociedad civil contemporánea, donde cada actor está articulando proyectos desde su protagonismo, donde cada sujeto, cada actor social y político, articula el mundo desde su propia dimensión. Y así como nosotras las mujeres estamos emergiendo con protagonismo en la sociedad civil, otros sujetos también lo están haciendo, adquiriendo un perfil y una identidad que se plasman en la construcción de instituciones u organismos específicos.
La sociedad civil es todavía un gran océano de particularidades. Están, por ejemplo, organizaciones o instituciones que reivindican, representan o articulan no sólo ya a las personas discapacitadas, sino a las discapacitadas de la tercera edad, y otras a las de la tercera edad que son analfabetas... Hace 20 años sólo se articulaba "la discapacidad", hoy estamos definiendo particularidades en cada sujeto social. Hemos pasado de una invisibilidad enorme a una visibilidad muy específica. En el caso de las mujeres, de la visibilidad genérica, que nos abarca a todas, a una identificación cada vez más clara de las particularidades.
La sociedad civil también padece de una fragmentación temática. Entre quienes trabajan temas de salud, hay quienes trabajan la salud de las mujeres, y aun más adentro, las que se dedican a los derechos sexuales y reproductivos, y quienes sólo trabajan los derechos reproductivos y no los sexuales. Adicionalmente, en la sociedad civil cada quien busca su propio beneficio. En la sociedad civil se producen luchas políticas y tensiones impresionantes por la autodefinición. Ampliar afirmativamente las colectividades que la integran genera tensiones y a veces no hay posibilidades de articular visiones complejas en las que encontremos intereses comunes. Este proceso de fragmentaciones ha durado unos cuarenta años. Pensar los liderazgos de las mujeres es ubicarlos en este océano de la sociedad civil donde emergemos y tratamos de nombrarnos, y donde, al mismo tiempo, estamos fragmentadas y particularizadas.
Mujeres feministas en los gobiernos Otro ámbito muy importante para los liderazgos de las mujeres es el gubernamental. Siempre ha habido mujeres en los gobiernos latinoamericanos, pero no siempre con un perfil específico de identidad de género. En la actualidad, lo interesante es el surgimiento, en los gobiernos, de mujeres con identidad de género y con perspectiva de género. Esto representa una innovación política para la gobernabilidad. No significa más que la capacidad de las instituciones gubernamentales de relacionarse políticamente con la ciudadanía, con las instituciones de la sociedad civil y con el conjunto de la sociedad.
En el siglo XX se dio el gran salto: desde la exclusión total de las mujeres en el gobierno hasta la inclusión a cuenta gotas en ciertos niveles de gobierno. Pero, de una en una las mujeres no reivindicaban específicamente su género ni tampoco trataban de modificar las relaciones de poder entre mujeres y hombres. Participaban asumiendo las políticas tradicionales que ya se hacían y haciendo políticas de gobierno muy mimetizadas a las de los hombres. Ésta es una de las características que asumen las mujeres políticas.
Sin embargo, a medida que en la sociedad civil las mujeres luchábamos con una perspectiva e identidad de género, logramos crear condiciones para que hubiese más mujeres en el nivel gubernamental y después, para que llegaran al gobierno mujeres feministas. Hemos construido este proceso de cambios y ahora tenemos en los gobiernos de casi todos los países a mujeres en los organismos ejecutivos, legislativos, judiciales, en todas las instituciones del gobierno y, además, tenemos en el Estado instituciones ligadas al género. Estas instituciones, que buscan lograr el avance de las mujeres y modificar las relaciones de poder entre los gé-neros, significan un cambio político radical.
Para que en los gobiernos hubiese mujeres con perspectiva de género tuvieron que existir antes tres pre-requisitos: movimientos sociales y políticos de mujeres y organizaciones civiles que hicieran avanzar políticas específicas de género, modificación de las reglas de acceso al gobierno, instituciones específicas de gobierno para impulsar políticas de género.
Hombres vs. mujeres y mujeres vs. hombresEn América Latina, y a causa de la ruptura permanente entre gobierno y sociedad, los procesos feministas se han caracterizado, en la mayoría de las ocasiones, por ser procesos políticos de oposición. Esto vinculó durante muchos años la identidad de las feministas con las posiciones de oposición, lo que no siempre se correspondía con lo que queríamos las mujeres. Por esto, aun cuando hay mujeres gobernantes que impulsan políticas a favor de las mujeres, existe un extrañamiento entre las mujeres de la sociedad civil y las mujeres de la sociedad política. Y esto ocurre también porque, a veces, las mujeres en el gobierno no se reconocen en las mujeres de la sociedad civil, y las mujeres que estamos en la sociedad civil no nos reconocemos en las que están en el gobierno.
Esto nos remite a otro aspecto clave en este siglo: la lucha política entre las mujeres. Al surgir de la marginalidad, las mujeres nos encontramos frecuentemente con la oposición de los hombres. Además, al participar con enfoques, visiones de cambio y propuestas distintas de las tradicionales, nos encontramos también frecuentemente con la oposición de mujeres potenciadas que defienden el orden establecido. Se produce entonces la lucha entre las mujeres, entre la que emergen con rostro de mujer reivindicando nuestros derechos y las que participan no ya como sombras de sus aguerridos machos sino como activas defensoras del orden patriarcal.
Este es otro tipo de liderazgo entre las mujeres: no el de las que buscan alternativas sino el de las que defienden el estatus quo. En el proceso de la Conferencia de Beijing participaron mujeres con liderazgos conservadores y patriarcales, defensoras del orden establecido. En Estados Unidos y en Europa existen desde hace años liderazgos de mujeres reconocidas como antifeministas con gran peso político. Debemos debatir cómo relacionarnos con estas mujeres, que ocupan espacios importantes y que luchan por sus derechos, pero con una visión distinta a la de las feministas.
Prioridades: pobreza, violencia y saludHemos asistido al surgimiento gradual de políticas públicas con perspectiva de género. Resulta contradictorio que gobiernos que se basan en estrategias neoliberales impulsen al mismo tiempo políticas públicas con perspectiva de género, que por un lado creen exclusión y por otro apliquen paliativos en favor de las mujeres. Pero esto tiene lógica: siempre en la política coexisten alternativas antagónicas y las instituciones del Estado son también espacios de la lucha política.
La confluencia de varios factores mundiales ha hecho que algunos gobiernos neoliberales apliquen políticas con perspectiva de género, especialmente en el tema de la pobreza, en el de la violencia y en el de la salud, las tres prioridades gubernamentales respecto al género. En estos tres ejes confluyen recursos públicos para programas que responden a políticas mundiales de enfrentamiento a la pobreza y la exclusión. Al mismo tiempo, en los movimientos sociales luchamos con los grupos más desfavorecidos de mujeres. Se da así una confluencia entre políticas internacionales, políticas gubernamentales y orientaciones ideológicas de las mujeres de la sociedad civil, privilegiando todas a las mujeres pobres.
Esta triple confluencia multiplica los esfuerzos orientados a favorecer a las mujeres más desfavorecidas, quedando todavía en el desamparo otras mujeres que no son casi nunca contempladas en las políticas públicas, y por las cuales nadie hace una lucha abierta por la construcción de su ciudadanía.
Las políticas de género no sólo están avanzando por la fuerza real de las mujeres. También avanzan por la globalización. Desde una perspectiva, la globalización resulta nefasta. Pero desde la perspectiva de género, la globalización ha multiplicado nuestros recursos políticos. Las redes intergubernamentales e intragubernamentales, las agencias internacionales, los organismos regionales, son fuerzas políticas activas que forman ya parte de la geografía política de las mujeres. Ya no podemos pensarnos aisladas y fuera de la cooperación internacional.
Las políticas de género de las agencias internacionales son un reflejo de lo que han alcanzado las mujeres en los países desarrollados, considerado ya como parámetro para todas. Las agendas políticas de las mujeres ya no se cocinan solamente en la propia casa. Hoy, cualquier agenda política, investigación, enunciado de problemas o definición de alternativas es global. Y eso es algo que debemos tener en cuenta como parte de nuestra identidad. A menudo, las mujeres tenemos identidades muy locales y queremos que nuestra raigambre esté siempre en el terruño, pero las mujeres contemporáneas debemos aprender a tener una raigambre global.
La globalización nos ha favorecido mucho La agenda política global de las mujeres se sustenta en el reconocimiento de nuestra semejanza de género. Antes de la globalización, la agenda política de las mujeres había sido construida en procesos históricos aislados, en las trayectorias locales, nacionales y regionales que vienen haciendo los movimientos de mujeres desde hace dos siglos. Hoy, terminado el siglo XX, las mujeres nos encontramos en la globalización.
Los insumos para la agenda política global ya los teníamos antes. Fueron las mujeres quienes lucharon en México, dentro del proceso ilustrado liberal que se vivió hace más de un siglo, por la igualdad educativa entre mujeres y hombres. De ese recorrido vengo yo. Lo que pasa es que hoy ésa mi experiencia local confluye con la de Australia, porque también allí otras mujeres lucharon por lo mismo aunque en otra época.
Hoy, las mujeres nos vamos encontrando en ítems políticos que tienen tradiciones históricas diferentes, pero que son similares. De esa forma lo local se ha convertido en global para nosotras. La globalización nos ha favorecido enormemente a las mujeres. Vista desde el género, la globalización nos ha intercomunicado, nos ha encontrado, nos ha permitido desarrollar lenguajes compartidos que hoy son agendas políticas de mujeres con procesos de vida diferentes que hemos identificado una causa común.
La dialéctica entre lo local y lo global es muy compleja, pero a nosotras nos ha posibilitado desarrollar una importante clave política: la tolerancia entre las mujeres. Si hoy existe entre nosotras un paradigma posible, un proyecto y un conjunto de acciones hacia un lugar, en un sentido, es porque hoy existe la globalización. Y este logro es ya en sí mismo una alternativa a la globalización neoliberal, porque contiene posiciones políticas, ideológicas y estructurales alternativas.
Lideresas en todos los espacios Queramos o no, pensamos en parámetros transnacionales y hoy tenemos creencias, valores y formulaciones elaboradas por mujeres en espacios que no son los nuestros, los locales. Antes de ahora ninguna generación de mujeres había vivido esto: mujeres creando cultura, aculturadas por una cultura global de género. La cultura, como espacio de reproducción de la concepción del mundo y de la vida, ha experimentado cambios de oro para las mujeres, tanto en los espacios educativos como en los medios de comunicación.
Liderazgos de mujeres hay por todos los espacios que se nos ocurran -académicas, investigadoras, escritoras, pintoras, músicas, rockeras, monjas, teólogas, pastoras, radialistas, periodistas de prensa y televisión-. Hace algunos años esos liderazgos eran muy pocos y estaban muy acotados, muy limitados a ciertos espacios. Hoy, en cualquier espacio que se abra, surgirán liderazgos femeninos con visión de género, porque aunque la perspectiva de género sea minoritaria, ya forma parte de la cultura universal.
El liderazgo más difícil de todos La otra dimensión de la cultura y del cambio de las mentalidades está exactamente en todas nosotras y en nuestra vida de cada día. Cada una de nosotras somos mujeres concretas cambiando mentalidades, en la primera línea de confrontación, que es la casa, la familia, el espacio más duro del orden social como entidad de relaciones y como institución social. A veces, tratar de cambiar tan sólo una costumbre familiar, o modificar una jerarquía mínima entre hermanos y hermanas, o luchar por cambios en la distribución de los recursos concretos de la familia, hasta establecer quién lava los platos, le puede costar la vida a una mujer. Y si no es tan grave la cosa, ese empeño la puede llevar a una comisaría de policía.
Lo más duro y difícil es el liderazgo cotidiano de cada mujer en su entorno personal. El liderazgo en la familia, en la casa, en la pareja y en el trabajo. En esos espacios es donde está más en cuestión la capacidad de liderazgo de cada mujer. También en el espacio de la casa está en cuestión si las mujeres podemos liderar a los demás más cercanos, si una mujer puede liderar a su pareja hacia cambios de género. En la casa, cada mujer se juega el liderazgo sobre su propia vida. Y eso es precisamente lo que el entorno político no quiere ceder, el liderazgo sobre la propia vida. Es eso lo que no se quiere cambiar: de quién es el liderazgo sobre las mujeres.
Por eso, todas estamos en la primera línea de fuego, todas somos vistas como emblemáticas y a todas se nos coloca en la posición simbólica de las que están cambiando. Todas somos vistas con estereotipos, aunque no lo queramos, aunque seamos de las que se defienden diciendo: Yo no soy de esas radicales, ésas son otras. A todas nos colocan en el mismo lugar simbólico, que es la identidad feminista. Y aunque yo no me considere feminista, la gente me coloca en ese lugar. Si intenta algún cambio, por pequeño que sea, la mujer más tranquila y conservadora es vista como la feminista del lugar, como la rara.
Caritativas, asistencialistas, salvadoras...Las mujeres participamos de muchas formas: con participación personal directa, lidereando, como activistas, como profesionales, en procesos que tienen que ver con la causa de las mujeres, en procesos que no tienen un claro perfil político feminista sino un perfil más complejo y diverso... A veces participamos con conciencia de género. A veces en procesos que socialmente no están ligados a los procesos políticos de género. Hay una gama muy grande de formas de participar, de conciencias y de formas de nombrarnos.
El abanico es muy amplio. Entre las que estamos en los espacios donde se aborda la temática de las mujeres hay muchas diferencias. Hay mujeres que están en eso porque fue el único trabajo que consiguieron, porque las recomendó alguien, porque no había más oferta de trabajo y les tocó trabajar con mujeres sin tener apenas conciencia sobre la problemática de las mujeres, y se sienten incómodas y hasta les cuesta explicar lo que hacen. También entran en estos procesos mujeres con una actitud caritativa. También hay mujeres especialistas en la causa de las mujeres, que llevan años de su vida comprometidas con eso. No les tocó estar ahí, lo eligieron.
En nuestras sociedades existe una tradición muy extendida y arraigada de ver a las mujeres liderando procesos de caridad promovidos por instituciones religiosas, donde la afectividad es compasiva y donde se emprenden acciones para que las mujeres pobres mejoren su calidad de vida, salgan de la miseria y enfrenten desastres naturales que son su pan de cada día. En estos proyectos se suelen promover actitudes caritativas sin empatía. Es una caridad de quien se siente ajena, de quien no se siente implicada. Puede sentirse consternada y conmovida, pero esa problemática no la toca y la razón es muy simple: no se identifica.
Otra actitud muy típica es el asistencialismo propio de muchas mujeres que trabajan en ONGs, que se relacionan con personas de grupos sociales diferentes a los de ellas. Su tendencia es brindarles asistencia, y aunque pueden implicarse en procesos muy interesantes, el asistencialismo impide que desarrollen ciudadanía. Ni la caridad ni el asistencialismo desarrollan ciudadanía, porque impiden el protagonismo de la gente, que se acostumbra a necesitar apoyos tutelares permanentes para vivir. Ocurre lo mismo con el paternalismo, que es el nombre del asistencialismo gubernamental. Las funcionarias y las instituciones de gobierno se sienten a menudo ajenas a la situación de las mujeres. Su estatus jerárquico y los recursos que manejan -muchos o pocos- las hacen doblemente distantes y ajenas.
Debemos reconocer que todas, en todos los espacios, experimentamos alguna actitud salvadora. Dentro de los muy variados procesos de participación, son muchas las mujeres que los viven desde una experiencia subjetiva en la que se sienten salvando a las mujeres, al mundo, al cosmos. Se trata de una actitud mítica presente en la cultura tradicional, sea religiosa, laica o revolucionaria. La gama de los liderazgos las abarca a todas, es muy amplia: desde las que son caritativas hasta las que han hecho una opción de género por las mujeres.
De la conciencia de ser mujer a la conciencia feministaEn cualquiera de estas experiencias, con cualquiera de estas actitudes, comenzamos a adquirir conciencia de que también a nosotras nos pasan cosas. Hay quienes trabajan con mujeres violentadas y lloran con ellas, y es hasta diez años después que descubren que ellas también están siendo violentadas, pero no lo podían ver. No lo llamaban así, para ellas lo que les ocurría tenía otro nombre y otra explicación, y violencia era lo que le pasaba a las otras. Hay mujeres que experimentan procesos de dominación muy severos, pero sienten que son otras las que están dominadas. Y hay mujeres "salvadoras" que sólo ven la marginación en otras y no en ellas mismas.
Todo esto es lo que se llama ceguera de género en la propia existencia y, a la inversa, magnificación de la problemática de género en las otras. Estamos medio ciegas respecto a lo que nos pasa o disminuimos nuestra problemática. En la universidad, estudiando desde la perspectiva de género, cuando hablamos de las mujeres musulmanas, muchas dicen: Pobres mujeres, nosotras estamos a años luz de distancia. Pero, un semestre después, esos años luz se reducen bastante...
El tránsito de tener conciencia de ser mujer a tener conciencia de que a las mujeres nos pasan cosas por ser mujeres, y después a desarrollar a partir de ahí una conciencia política para luego asumirla como causa de una colectividad, es un proceso muy complejo y complicado. Asumirnos como feministas es más complicado todavía. A veces tardamos 20 años en adquirir la conciencia de que a las mujeres nos pasan cosas por ser mujeres, en entender que es preciso intervenir y en decidirnos a participar. Pasan 20 años hasta que un día decimos a trancazos, un poco con la lengua engarrotada, que somos feministas. Ese paso que puede parecer de poca importancia, es un paso clave porque tiene que ver con la construcción de nuestra identidad.
La gran coartadaAlgunas mujeres hemos participado en procesos de elaboración de políticas que han tenido como objetivo incorporar a las mujeres a ciertas áreas tecnológicas o a ciertos campos del conocimiento. Son políticas que buscan incorporar a las mujeres y nada más. No se elabora la política desde una propuesta articulada y destinada a modificar la desigualdad de género. Ésa es la gran coartada del trabajo con mujeres. Por eso, estas acciones son positivas, pero no tienen un sentido transformador. Mucho peor si la incorporación de las mujeres se queda sólo en el papel para conseguir fondos. Cuando la incorporación de las mujeres no forma parte de estrategias de ciudadanía, de acciones más complejas, la incorporación se produce con enormes desventajas y sólo contribuye a sobrecargar a las mujeres con nuevas responsabilidades y con más trabajos.
Igual sucede con la incorporación de las mujeres a la vida política. En la historia moderna de América Latina tenemos casos impresionantes. La participación política de millones de mujeres latinoamericanas en los procesos políticos de las últimas décadas ha sido notable. Participamos, pero el objetivo implícito, el que no se ha dicho, es que "no modifiquemos nada".
Podemos participar, pero para que, en estos temas, todo quede igual. En otros procesos se incluye a las mujeres porque si no se ve muy mal. En otros, se las incluye porque de otra forma no hay financiamiento de las agencias internacionales que así lo exigen, pero no existe una convicción profunda, una necesidad sentida, una interioridad transformada. Cuando las mujeres participan así, muchas veces hablan del género descalificándolo como si fuera una moda. No alcanzan a comprender la magnitud política de integrar las necesidades de las mujeres al universo mental. Ellas mismas desmerecen el tema y dicen: Como ahora hay que incorporar el género en todo... Y trabajan y actúan con poco o ningún convencimiento.
Este tipo de participación política conduce a la creencia de que se realiza en condiciones de igualdad. Y cuando creemos que estamos en condiciones de igualdad, nuestra participación política tiende a mimetizarse con la participación de los hombres. Se vuelve casi una imitación de la participación política de los hombres.
La enajenación consiste en no luchar por la igualdad, sino por participar sea como sea, incluso haciendo insignificantes las necesidades de las mujeres para aparentar igualdad. Cuando las mujeres que hacen política actúan así, tienen liderazgos entre las mujeres, pero sólo simulan que tienen muchas capacidades y mucho poder. Pero esto no es más que un simulacro muy ligado al mimetismo de género con los hombres.
La conciencia de la propia historiaOtras muchas mujeres participan comprometidas con su género. Participan porque necesitan resolver su problemática como mujeres y porque, desde su propia problemática, han podido identificarse con otras mujeres. En ellas se da una doble conciencia: se reconocen mujeres y al mismo tiempo se identifican con otras mujeres. Se trata de dos experiencias subjetivas diferentes. Esta doble conciencia no conduce a hacer caridad o paternalismo, sino a tratar de construir colectivamente procesos de transformación. A esta convicción se puede llegar desde muchos procesos, desde el asistencialismo, el salvacionismo, la caridad o la política sin perspectiva de género.
Todas las formas de participación y todos los liderazgos son resultado de la acción social, del espacio social y de la cultura, y también de la experiencia individual de cada una. Por eso cada quien le pone su propia marca a su forma de ejercer su liderazgo. Cuando las mujeres rompemos las barreras de la formalidad institucional, política y participativa, y conocemos quiénes somos, entonces podemos empezar a construir la identificación positiva de género. De otra forma es imposible hacerlo. Por esto, el primer recurso formativo para las lideresas es desarrollar la conciencia de su propia historia y la conciencia de que las otras tienen historia, y la convicción de que todas esas historias son diferentes y todas son valiosas.
Queremos empoderarnos y también queremos el poderY en definitiva, ¿qué es lo que nos proponemos como lideresas? No sólo el empoderamiento, un concepto vigente, reconocido y aceptado ya por las políticas públicas y por las instituciones. Queremos también el poder. No nos proponemos liderazgos femeninos para sentirnos bien, sino porque nos urgen, porque las mujeres de todo el mundo estamos en situación de emergencia y nos urge construir individual y colectivamente el poderío de las mujeres. Prefiero utilizar el concepto de poderío porque permite diferenciarlo de otras formas de poder y explicar qué tipo de poder no queremos las mujeres y qué tipo de poder queremos.
Los movimientos sociales y políticos de mujeres han ido elaborando como una verdadera alternativa un tipo de poder que permita eliminar el poder de dominio en la sociedad, particularmente el dominio de género. Se trata de eliminar el poder autoritario, el poder como abuso, el poder de lastimar a otros, el poder de expropiar las posibilidades de vida de las personas. Las mujeres queremos formas de poder que nos permitan desarticular los poderes enajenantes, destructivos y opresivos que están vigentes en nuestras sociedades.
El poderío es un conjunto de poderes para el desarrollo personal y colectivo basado en la cooperación solidaria entre las personas, las instituciones, las estructuras, las organizaciones. Este poderío es el cimiento de la democracia y el desarrollo humano sustentable. Se trata de eliminar la opresión y de construir la ciudadanía de las mujeres: son los dos polos de ese poderío.
Cuando decimos que queremos el poder, muchas personas piensan que lo queremos tal como es, y eso les provoca miedo porque creen que vamos a vengarnos. Existe un miedo colectivo a la venganza de las mujeres. Les da miedo que las mujeres usemos los poderes de la misma forma en que los usan contra nosotras, piensan que vamos a violentar, a abusar, a excluir, a maltratar, a quitar. Piensan el mundo al revés. Por eso una de las claves de los liderazgos femeninos es transmitir de forma clara y puntual lo que en realidad queremos y lo que no queremos. Por eso, para que las mujeres no usen el poder así, de la forma tradicional, tenemos que desarrollar una conciencia política diferente entre nosotras.
El poderío vital de las mujeres sólo puede desarrollarse junto con la democracia. Las sociedades donde las mujeres tienen mejores condiciones de vida, mayores oportunidades y más derechos coinciden con las sociedades en las que se han desarrollado procesos democratizadores más profundos, que han abarcado a las mujeres. La democracia ha pasado por ellas y las ha incluido. Y al incluir a las mujeres se ha potenciado la democracia.
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