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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 284 | Noviembre 2005

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Centroamérica

R=A x V y R=A : C Las fórmulas que Sísifo debe aprender

Desde Guatemala, devastada por la tormenta “Stan”, una reflexión para los Sísifos centroamericanos, eternamente damnificados. Y dos fórmulas que nos ayudarían a cambiar nuestra comprensión de los desastres y nuestras formas de enfrentarnos eficazmente a ellos.

Juan Hernández Pico, SJ

Miremos el último tercio del siglo XX y estos cinco años que llevamos del siglo XXI: terremoto de 1972 en Managua, huracán Fifí en 1974 en Honduras, terremoto de 1976 en Guatemala, terremoto de 1986 en El Salvador, huracán Juana de 1988 en Nicaragua, huracán Mitch de 1998 en Honduras y Nicaragua principalmente, terremotos de 2001 en El Salvador. Y ahora el huracán Stan de 2005 en Guatemala y El Salvador principalmente, junto con la erupción del volcán Santa Ana en El Salvador. Y días después, el huracán Beta en Nicaragua.

UN MITO QUE ES MEDIA VERDAD

Diez destructores fenómenos, llamados “naturales”, en 33 años. 10 catástrofes a las que siguen otros tantos laboriosos períodos de reconstrucción en países que vuelven a ser golpeados una y otra vez, casi sin tiempo para respirar. Es como si el mito de Sísifo se hubiera hecho historia entre nosotros. Es como si subiéramos arduamente la pendiente del desarrollo para ser derribados a media ladera una y otra vez por catástrofes que nos hacen retroceder para volver a empezar.

Pero esto es sólo una media verdad. Porque a Sísifo fueron los dioses los que lo condenaron a la imposible tarea de acarrear una descomunal roca pendiente arriba de un escarpado cerro, para, cuando ya no la podía retener y se le escapaba rodando con estrépito hasta el abismo, volver a intentar la ascensión, una y otra vez, sin ningún final a la vista. Por el contrario, a nuestros países es el contubernio entre la falta de políticas de reducción de vulnerabilidades contra las amenazas que se ciernen sobre nosotros, el lucro que brota de la corrupción en la construcción defectuosa de las obras públicas y la deficiente tecnología que se emplea, más la asignación de lugares enormemente peligrosos para las viviendas de los pobres, lo que nos condena a una ascensión hacia el desarrollo siempre frustrada por desastres a los que cada vez somos más vulnerables.

LA TRAMA Y EL DRAMA DE LOS DESASTRES

Leyendo el importante estudio de Gisela Gellert y Luis Gamarra, La trama y el drama de los riesgos de desastres, publicado hace dos años por FLACSO-Guatemala, nos damos cuenta de que lo más tremendo del Sísifo centroamericano no son los grandes desastres que encandilan nuestra imaginación y hacen noticia, aun cuando nos golpeen cada cinco o siete años. Lo más grave son los desastres cotidianos, los de casi todos los días. Su diferencia con los grandes desastres es obvia: uno por uno sus impactos son menores y su área de impacto menos extensa, no suelen afectar la infraestructura estratégica ni causan miles de muertos, pero causan pérdidas y daños significativos y acumulativos en poblaciones vulnerables.

La Universidad de Lovaina mantiene una base de datos sobre desastres en América Latina, producida por el Centro de Investigaciones para la Epidemiología de los Desastres (CRED) y utilizada también por la Cruz Roja para sus informes decenales. Consideran “desastres” aquellos eventos que reúnen al menos una de estas cuatro características: diez o más personas muertas, cien o más personas afectadas, un llamado de asistencia internacional o la declaración de un estado de emergencia. Existe otra base de datos, llamada DesInventar: Inventario de Desastres. Es producto de la colaboración de cientistas sociales en esta rama especializada de la Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina, o simplemente LA RED. Han investigado desastres ocurridos en América Latina desde 1988 hasta 2000. Aquí, desastres son todo tipo de efectos adversos sobre las vidas, bienes e infraestructura, procedentes de diversos fenómenos destructivos, considerados habitualmente como naturales -aunque no todos lo sean exclusivamente- desde la discapacidad o muerte de un ser humano y la pérdida de una vivienda, pasando por el apagón en un pueblo (con los efectos colaterales que haya inducido), hasta un terremoto o sequía, con gran cantidad de muertes o hambrunas asociadas.

Es importante comparar algunos de los resultados de estas dos diferentes bases de datos. Según el Informe Mundial sobre Desastres de la Cruz Roja, en diez años, entre 1991 y 2000, el número de desastres en toda América Latina fue de 1,057, mientras que, en ese mismo período, DesInventar registró 1,954 desastres sólo en Guatemala. En el período 1988-98, el CRED -y la Cruz Roja registran sólo 19 desastres para Guatemala mientras que DesInventar documenta 1,666 desastres.



En la tabla, el desastre Mitch aparece desmenuzado en 552 desastres locales. En la columna de la derecha, Gisella Gellert, en la obra citada, compara: tanto las personas muertas como las heridas y las afectadas suman un número mayor en los 752 desastres locales de los dos años siguientes al Mitch. Sin embargo, cada uno de estos pequeños desastres no mereció la atención debida y la gran mayoría de ellos pasó desapercibido. A pesar de su anonimato, estos “pequeños desastres” afectan en forma recurrente, en pequeña o mediana escala, a innumerables lugares, se pueden atribuir a las mismas causas y efectos propios de los grandes eventos destructivos, y contribuyen permanentemente a la erosión de los beneficios del desarrollo y a la construcción de nuevas vulnerabilidades en la población golpeada.

¿REDUCCIÓN Y MITIGACIÓN DE LO “INEVITABLE”?

Desde dentro, los megadesastres y los minidesastres están unificados profundamente. Hay que comprenderlos y afrontarlos desde una misma perspectiva. Como lo indica el mismo nombre de CONRED, que es la Comisión Nacional para la Reducción de los Desastres de Guatemala, la manera habitual en enfrentar los desastres es reduciendo su impacto, tras comprenderlos como acontecimientos naturales - previsibles o imprevisibles-, pero fundamentalmente inevitables porque responden a fuerzas de la Naturaleza cuyo ímpetu no puede la humanidad contrarrestar en forma eficaz.



Previsibles son, los huracanes, los deslizamientos, las sequías o las lluvias copiosas que corresponden al fenómeno de El Niño. Imprevisbles son los terremotos y las erupciones. Desde la perspectiva tradicional, se unifican porque ocurren inevitablemente y porque es imposible, por esto, evadir totalmente sus efectos. Esta manera de comprender los grandes eventos destructivos -o igualmente, los de menor envergadura- conduce a un modo de afrontarlos cuyo horizonte es la reducción o la mitigación de sus efectos dañinos, una mejor organización y una mayor rapidez de la respuesta, el levantamiento de la mayor solidaridad internacional posible, y -a veces- las mejores técnicas y tecnologías empleadas para la reconstrucción. En nuestros países se añade, además, la necesidad de evitar la corrupción en el uso de las ayudas enviadas por la solidaridad internacional. El mayor problema de este enfoque es su pereza intelectual ante los desastres y su derrotismo frente a las posibilidades de enfrentar las causas que están en su raíz.

UNA NUEVA COMPRENSIÓN
DEL PROBLEMA: R=A x V

Una importante corriente de pensamiento científico social desde los pioneros estadounidenses Blaikie, Cannon, Davis y Wisner, y seguidos por el alemán Ulrich Beck y el inglés Anthony Giddens, pasando por Alan Lavell, Kenneth Hewitt, Elizabeth Mansilla, Andrew Maskrey, Alpher Rojas Carvajal, Gustavo Wilches-Chaux, que han escrito para LA RED, y en Centroamérica Haris Sanahuja, Gisella Gellert, Luis Gamarra, etc. ha contribuido a dar un importante giro a la comprensión y, en consecuencia, también al manejo de estos fenómenos. Desde el ángulo de la impotencia con que hoy los enfrentamos, estos desastres son el equivalente actual de lo que en el pasado fueron las grandes enfermedades epidémicas, cuyo espantoso prototipo fue la peste.

El riesgo de que ocurra -en el hogar, en la comunidad, en el país o en el planeta- una catástrofe o un desastre, es el resultado de las amenazas que existen multiplicadas por la vulnerabilidad frente a ellas. Una ecuación sencilla: R=A x V.

En este nuevo enfoque, son amenazas de carácter impredecible e inevitable, al menos por ahora, los terremotos, los maremotos, las erupciones volcánicas. Son también previsibles, y probablemente evitables, al menos en el grado de su intensidad dañina, los huracanes, los deslizamientos, las inundaciones, las sequías, los incendios forestales... Que son previsibles es demasiado obvio para quienes vivimos en una región del mundo donde, durante la temporada lluviosa, se suceden las tormentas tropicales y los huracanes, previstos por los centros avanzados de meteorología, incluso con un rumbo bastante aproximado. Previsibles son también sus efectos, según el grado de deforestación y la altura de las sedimentaciones o asolvamientos de los ríos o de las barras. Hay otras amenazas que son totalmente previsibles a corto, mediano o largo plazo: las contaminaciones del agua, de la tierra y del aire, y las que provienen del uso de tecnologías peligrosas para la vida humana -la nuclear, algunas químicas, el escape de dióxido de carbono, la lluvia ácida- o en tan mal estado que pueden producir accidentes graves y aun mortales para quienes no tienen otro remedio que utilizarlas: instalaciones eléctricas vetustas, llantas lisas, buques petroleros viejos, etc.

Hoy existen también las amenazas biológicas, provenientes del uso prematuro, apresurado e imprudente de la biotecnología o de la propagación de plagas y epidemias. Existen también amenazas económicas, ocasionadas por la manipulación especulativa de los mercados, tanto de productos (dumping) como de dinero (fuga de capitales), que resultan en ingentes aumentos o artificiales bajas de precios o en el desplome de los mercados financieros. Y amenazas sociopolíticas provenientes de múltiples conflictos que se envenenan social, étnica, racial y culturalmente y desembocan en conflictos armados internos o en guerras. Y hay amenazas delincuenciales, provenientes del capital que se pone en juego en los tráficos prohibidos, hoy simbolizados por el de armas y el de drogas. Hay amenazas en la corrupción y en la falta de transparencia. Y amenazas terroristas con blancos a veces previsibles y a veces imprevisibles.

SON DIEZ LAS VULNERABILIDADES:
LA VULNERABILIDAD FÍSICA, LA ECONÓMICA

Las amenazas se multiplican por las vulnerabilidades mayores o menores frente a ellas. Se han tipificado diez clases de vulnerabilidad.

Vulnerabilidad física. La ubicación de la población en lugares propicios para el desastre, bien por pobreza -los asentamientos en barrancos no urbanizados en la capital de Guatemala -o bien en tierras de alta productividad -las poblaciones ubicadas en las riberas del Bajo Lempa en El Salvador- multiplican las amenazas.

Vulnerabilidad económica. Existe una relación inversa entre ingresos per cápita a nivel nacional, regional, local, y el impacto de los fenómenos físicos extremos. Es decir, la pobreza aumenta el riesgo de desastre. No sólo la pobreza personal o grupal, sino también la pobreza del Estado, su debilidad fiscal traducida en presupuestos nacionales y municipales insuficientes o inadecuados.

Probablemente, el departamento guatemalteco más golpeado por Stan fue el de San Marcos. 24 de sus 29 municipios fueron impactados. En la comunidad de Cuá, del municipio de Tacaná -en las faldas del volcán del mismo nombre- ocurrió uno de los deslizamientos más notables, que enterró muchas de las casas y dejó un saldo de más de 40 muertos o desaparecidos. Con algunos de los volcanes más elevados de Guatemala, en muchos de los municipios sanmarquenses hubo comunidades que quedaron incomunicadas e inaccesibles a la ayuda solidaria por la debilidad de su red de caminos rurales. Se trata de un departamento densamente poblado, muy dependiente del trabajo en las fincas de café y muy golpeado por la baja de los precios del café. Ha vivido despidos masivos y su población se ha vuelto carne de minería, de narcotráfico y de migración. Fue uno de los escenarios del desastre a los que más tardó en llegar el gobierno.

LA VULNERABILIDAD SOCIAL,
LA POLÍTICA Y LA TÉCNICA

Vulnerabilidad social. Se produce cuando la población amenazada carece de organización para responder a la amenaza. No fue igual la población nicaragüense en 1988, que respondió al huracán Juana con un grado notable de organización, propio del período revolucionario sandinista -lo que redujo las víctimas- o la población de La Habana, cuyos hábitos de organización de casi medio siglo revolucionario hicieron que no se perdiera una sola vida durante las inundaciones causadas por las lluvias y marejadas del huracán Wilma, que la población de los barrios predominantemente pobres y negros de New Orleans durante el huracán Katrina, donde la falta de medios de transporte individuales unida a la falta de organización causaron un caos que provocó la pérdida de muchas vidas.

Vulnerabilidad política. Poblaciones acostumbradas a sistemas centralizados de decisión, y no balanceados por la costumbre de participación ciudadana, se sienten perdidas, y en cierto modo abandonadas, ante el desastre. Mucho peor si el Estado centralista es a la vez un estado débil, sin recursos suficientes, y casi exclusivamente dependiente de las iniciativas de caridad y solidaridad de la población no afectada por el desastre o de la comunidad internacional. Es eso precisamente lo que ocurrió en Guatemala durante la tormenta Stan. Evidentemente, Cuba es un estado más centralizado que Guatemala, pero sus escasos recursos han sido orientados desde hace mucho hacia la educación y la salud públicas y su población tiene más historia de participación ciudadana. Cuando se visitan albergues o refugios en Guatemala, uno no puede menos que experimentar el golpe de la pasividad: la gente acostada es mucha más que la gente activa. Es el síndrome del refugio.

Vulnerabilidad técnica. Ocurre sobre todo cuando se enfrenta la amenaza sin viviendas sólidamente construidas, sin carreteras vertebrales, sin puentes estratégicos y sin caminos rurales construidos con materiales adecuados y suficientes, sin ríos y cauces conveniente y frecuentemente dragados, sin diques mantenidos permanentemente.

En Guatemala, las laderas con cortes casi verticales, por entre las cuales fue trazada la Carretera Interamericana, carecen de mallas o contrafuertes de sustentación. Esas misma laderas tampoco han sido preservadas de la erosión manteniendo bosques frondosos. Ni se han canalizado los riachuelos subterráneos que corren debajo de algunos trechos. No es de extrañar que varios tramos se hundieran y se multiplicaran con el paso del Stan los deslizamientos. Tanto más cuanto que ésa y otras carreteras no fueron construidas para sostener el tráfico vehicular actual y la debilidad de recursos del Estado impide su ampliación y el refuerzo de su pavimentación en los tramos que más lo necesitan. Con Stan, se escuchó que ninguno de los puentes construidos por el dictador Ubico (1930-44) sufrieron daños. Lo que hay tras esta observación -quién sabe si tan exacta- es la añoranza de una época sin corrupción estatal crasa, aunque estuviera sustentada sobre el trabajo forzado indígena.

LA VULNERABILIDAD IDEOLÓGICA
LA CULTURAL Y LA EDUCATIVA

Vulnerabilidad ideológica. El fatalismo, la pasividad, el imaginario mítico, contribuyen a multiplicar las amenazas. Explicaciones religiosas inadecuadas como “es la voluntad de Dios” o “ha sido castigo de Dios” entran en este costal. También entran en él el desprecio, el racismo y la discriminación inconscientes que mira como lo más natural del mundo que haya gente que viva en los barrancos o en aldeas remontadas y fácilmente incomunicables, mientras considera como un daño tremendo que en su casa del mar las moto-playas no tengan combustible por causa del desastre. Se escuchan aún explicaciones de este tipo: “Son haraganes”, “Están acostumbrados a vivir así”, “En el cielo también habrá desigualdades y jerarquías”...

En un editorial de Prensa Libre, un mes después de que Stan golpeara a Guatemala se leía: Considerar que es el sistema, como tal, el culpable de los efectos negativos de hechos tan trágicos como el que haya habido necesidad de declarar camposantos algunas aldeas, no resiste un análisis muy profundo. La pobreza no es sólo resultado de un sistema específico socioeconómico, sino de factores adicionales muy variados, que incluyen también la realidad económico-política internacional. Como si “la realidad económico-política internacional” no fuera parte de “un sistema específico socioeconómico”, especialmente en estos tiempos de globalización.

Lo ideológico está en querer volver tan complejas las raíces de la pobreza que la pobreza parezca inevitable. Esta actitud lleva a no pensar en serio en formas de superarla.

Vulnerabilidad cultural. Tiene que ver con la forma como la población de un país se ve a sí misma y ve a su propio país. Y hoy, tiene que ver también con la forma cómo los medios masivos presentan imaginarios del país y de sus habitantes.

Guatemala es el país de la eterna primavera: este eslogan turístico esconde que “Guatemala es también el país de la eterna violencia” y “el país del eterno riesgo”, así como uno de los países más desiguales del mundo. La forma como alguno de los más modernos medios de comunicación -Guatevisión- vio al país durante la primera semana de la tormenta tropical Stan fue significativa: el énfasis de sus periodistas y presentadores estrella estuvo puesto en el servicio a la relación humana: el encuentro y la comunicación entre personas desaparecidas y sus parientes, los mensajes para la búsqueda de personas damnificadas y para la identificación de personas fallecidas. También se invirtió mucho coraje periodístico en hacerse presente en lugares terriblemente dañados. Pero apenas hubo análisis estructurales sobre las raíces del desastre. Ni un solo reportaje que investigara cómo estaban construidos los puentes que colapsaron o los tramos carreteros que se hundieron.

Vulnerabilidad educativa. Pocos programas educativos insisten en el modo de acercarse a los problemas ecológicos y a todos los factores de vulnerabilidad para desarrollar un cambio de conciencia respecto a las raíces de la sociedad del riesgo en que vivimos (Beck) o del mundo desbocado por los efectos negativos de la globalización (Giddens). En los programas educativos hay muy poco entrenamiento para responder a situaciones de desastre o para aprender a gestionar el riesgo. Como hay muy poco entrenamiento para disponer de la basura en formas eficientes y saludables.

LA VULNERABILIDAD ECOLÓGICA Y LA INSTITUCIONAL

Vulnerabilidad ecológica. Proviene de la puesta en práctica de modelos de desarrollo que no son sostenibles. Gisela Gellert concibe el desarrollo sostenible comoesa forma de interacción entre la comunidad humana y el planeta Tierra, que permite que ni la dinámica de la naturaleza se convierta en una amenaza para los seres humanos, ni la dinámica de la comunidad se convierta en una amenaza para la Naturaleza. La vulnerabilidad ecológica se relaciona con modelos de desarrollo que destruyen las reservas del medio ambiente en lugar de usarlas ahorrativamente y conviviendo en armonía con las que el planeta nos brinda. La deforestación es una de las peores prácticas de desarrollo. Se basa en una industria maderera, de aserraderos y de mueblerías, que trabaja con la perspectiva del lucro de corto plazo. La deforestación campesina, tanto por sobrevivencia como por comercio, es también un pesado lastre sobre el equilibrio de los ecosistemas. La contaminación por los basureros al aire libre -cada vez más monstruosos tanto en las ciudades como en las zonas rurales- es otra inyección de vulnerabilidad ecológica.

Vulnerabilidad institucional. Atañe sobre todo al envejecimiento de las instituciones, asfixiadas por la misma burocracia ineficiente e ineficaz, y no pocas veces corrupta, que generan. En un verdadero círculo vicioso, la burocracia, que tendría que ser el brazo ordenado de los políticos, especialmente de los gobernantes, se vuelve un bastón inútil que genera gobernantes paralizados, mientras que la parálisis imaginativa y la corrupción favoritista de los gobernantes genera burócratas ineficientes e ineficaces.

El escenario guatemalteco post-Stan es macabro: el plan de reconstrucción se discute entre los gobernantes y los dirigentes de los partidos de oposición. La preocupación mayor no es enriquecer imaginativamente el plan, pidiendo la ayuda de los mejores expertos nacionales e internacionales, de manera que sirva mejor al país, sino impedir que el gobierno se aproveche del plan para convertirlo en dividendos electorales. La contienda electoral y no el servicio al pueblo damnificado es el horizonte de esta discusión entre funcionarios que, ni por un momento, piensan en comenzar su trabajo con gestos simbólicos y entregar al financiamiento del plan un mes de su salario, rebajar su salario por lo que queda de la legislatura, o siquiera aumentar su eficiencia renunciando a viajes e imprimiéndole un ritmo de urgencia a su trabajo.

CON CAPACIDADES SE HALLAN
SALIDAS: R=A : C

Las vulnerabilidades que multiplican las amenazas y aumentan el riesgo de desastre tienen sus correspondientes contrapartes en las capacidades de un hogar, de una comunidad, de una población o de un país que, dividiendo las amenazas, disminuyen el riesgo de desastre. Aquí la ecuación sería R=A : C.

Se trata, en primer lugar, de reducir la exposición a los efectos dañinos de un desastre modificando la ubicación de la vivienda, ordenando el uso del territorio y mejorando el cuidado del medio ambiente. En segundo lugar, se trata de la capacidad de resistir el impacto de las amenazas con un ataque frontal a las causas de la pobreza y con mejor preparación medioambiental, organizativa, educativa, ideológica y cultural. En tercer lugar, interviene la capacidad para recuperarse después del impacto, para levantarse rápidamente de la primera postración, para unir fuerzas y poner manos a la obra.

También es importante la capacidad para reconstruir. Esta capacidad fue admirable en El Salvador, después de los terremotos de 2001. En dos años ya no se notaba que había habido terremoto.

Muy importante es la capacidad de aprender de los desastres ocurridos, para convertir la calamidad en una oportunidad de cambio. Así como la desmoralización -la pérdida de los valores más característicos de una comunidad o de un país- después de un desastre es un verdadero peligro que hay que combatir, ninguna comunidad o país sale de un desastre sin lacapacidad de cambiar patrones de conducta y, en particular, sin cambiar la manera de comprender los desastres y de gestionar el riesgo que implican, comenzando a afrontar sus causas en un proceso que necesariamente será de largo plazo.

LA IDEA QUE TENEMOS QUE CAMBIAR:
NO SON INEVITABLES

Lo primero que hay que cambiar es la idea de que las catástrofes son inevitables y que sólo se pueden mitigar sus efectos. Esa idea es una media verdad que conduce a errores fundamentales. Hay que cambiar de idea.

Ciertamente hay catástrofes inevitables, pero muchos de los riesgos que entrañan son riesgos construidos por la actividad humana. Y, en ese sentido, son evitables. En nuestra zona del planeta son inevitables los terremotos. Pero si se construyen edificios ubicados fuera de las peores fallas y con rigurosos códigos de seguridad, los efectos desastrosos de los terremotos pueden controlarse mejor. También son inevitables entre nosotros los huracanes. Pero si se comienza un programa de reforestación a largo plazo y se dragan los ríos permanentemente, se trasladan las viviendas de los pobres a lugares planos o se urbanizan sus barrancos, si se persigue penalmente la corrupción en la construcción de puentes y carreteras y se comienza un programa de organización y participación ciudadana, sus efectos desastrosos serán más controlables.

Si se ataca la pobreza en sus causas, la vulnerabilidad de un país frente a las amenazas de desastre disminuirá radicalmente, aunque la vulnerabilidad tenga otras causas además de la pobreza. Todo esto quiere decir que la vulnerabilidad disminuirá sólo cuando no la afronten principalmente los miembros de los comités de emergencia, sino cuando sea tarea fundamental de los diseñadores de los modelos de desarrollo de un país y de sus ejecutores desde el nivel nacional hasta el nivel local.

LA FORMA QUE TOMÓ EL DESASTRE:
CORRENTADAS DE LODO Y DESLAVES

Viajé a Colomba, municipio de la bocacosta del departamento de Quetzaltenango diez días después del impacto de Stan. La carretera que lleva a Colomba desde Quetzaltenango asciende hasta 2,200 metros de altura en San Juan Ostuncalco. En la mitad del camino había un hundimiento a la entrada de San Martín Sacatepéquez. Pero se podía pasar por un paso provisional de un solo carril que obligaba a largas esperas. En todo el trayecto, deslizamientos aún no completamente limpiados, que también imponían esperas y huellas del lodo. Milpas dobladas antes de tiempo por la fuerza del viento y condenadas a podrirse. Arboles caídos en muchas laderas. Y huellas de los deslizamientos en enormes zanjones pardos sobre las mismas laderas.

El casco municipal de San Martín Sacatepéquez está ubicado en el tajo de un cañón. Por eso, las correntadas desde las pendientes hendieron e inundaron bastantes casas del pueblo. Según el equipo parroquial, 94 viviendas quedaron destruidas, 195 dañadas y 2,669 en riesgo. Fallecieron 5 personas y 25 desaparecieron. El número de desaparecidos aquí y en todo el país es significativo de la forma que tomó el desastre: muchas personas quedaron enterradas por las correntadas de lodo y los deslizamientos y muchas no pudieron ser desenterradas. En San Martín, resultaron dañadas 4,615 cuerdas de terreno agrícola, 38 sistemas de agua potable, 46 puentes y 7 escuelas. El sistema eléctrico quedó totalmente descompuesto. En total, 21,575 personas de los 29 mil habitantes del municipio -la mayoría de lengua mam- quedaron afectadas por el desastre.

EN COLOMBA: AL BORDE DEL ABISMO

Ya en Colomba, las Mercedarias Misioneras de Bérriz y las dos directoras de la escuela primaria y del instituto de básicos me guiaron para entender lo que había pasado. La gran mayoría de las víctimas y sobrevivientes del desastre eran familias de antiguos colonos de fincas de café. Como consecuencia de la drástica baja de los precios del café, muchos fueron despedidos masivamente y algunas fincas dedicadas a la ganadería o a otros cultivos. Gran cantidad de colonos y sus familias intentaron hacerse vecinos del casco del municipio de Colomba, que ya conocían, porque Colomba fue anteriormente un centro importante de reclutamiento de mano de obra estacional para la recolección del café. Parte importante de esta población desempleada se dedicó al comercio informal ambulante. Otros aprendieron albañilería y viajaban al Altiplano frío a buscar trabajo en la construcción. Bastantes realquilaban algún espacio dentro de sus covachas para ayudarse a salir adelante.

Por la carestía del precio del terreno urbano, sólo pudieron crear “asentamientos”, barrios marginales, auténticamente periféricos, en las laderas del cerro del cementerio, al occidente del pueblo, casi en los bordes o en el fondo de dos barrancos. El panorama repetía el de los asentamientos en los barrancos de la capital. La mayoría de las covachas tenían agua potable y algunas luz eléctrica, pero no había drenajes ni tampoco alumbrado público.

Algo macabro y deprimente: la niñez organizaba sus juegos entre las tumbas. Algunas de las covachas que quedaron en pie muestran piso de cemento y algunas paredes de block y láminas de zinc, pero con grietas profundas y quedaron, ahora sí, al borde del abismo que devoró a bastantes. Hubo muy pocos muertos por el enorme esfuerzo que hicieron las religiosas y las maestras para convencer a la gente que abandonara sus viviendas antes de que se las llevaran las correntadas.

Cuando visité esta población a mediados de octubre, la escuela primaria y el instituto de básicos hacían las veces de albergue y hospedaban a más de 70 familias damnificadas para un total de 350 personas. La gran mayoría contribuía a esa atmósfera típica de albergues y refugios: muy poca actividad, gente tumbada en colchonetas a la espera de que les distribuyeran el almuerzo. Incluso entre los niños y niñas había poca bulla y pocos juegos.

En el albergue habían llegado a estar 85 familias, 425 personas. 15 familias habían regresado ya a su asentamiento y cuando visité a algunas de ellas me di cuenta de la amenaza que pendía sobre sus covachas, dañadas la mayoría estructuralmente, y de cómo, sin embargo, se apegaban a ellas, incluso en el caso de una mujer joven a la que le faltaban tal vez horas, para que empezara su trabajo de parto, pero que no había querido quedarse en el albergue, más cerca del hospital.

EL SUEÑO DE LA RECONSTRUCCIÓN
Y LOS TEMORES DE SÍSIFO

Las directoras de los establecimientos educativos y las Mercedarias habían concebido ya un proyecto que contemplaba, como primer paso, la compra de 100 cuerdas de tierra en terreno plano para reubicar a 111 familias, pues otras 26 -pobladoras de otro barrio marginado que no visité- vivían también en condiciones de gran riesgo y, aunque no se habían refugiado en el albergue, querían incluirlas en él. Pretendían crear también una organización de vecinos que se encargaría de ejercer presión sobre la corporación municipal de Colomba, la gobernación del departamento de Quetzaltenango y el gobierno nacional, para obtener los materiales de construcción, la urbanización de las tierras, el sistema de agua potable, la conducción de luz eléctrica y el alumbrado público. Algunas de las familias damnificadas habían hablado ya con el dueño de un terreno plano que les había dado promesa de venta a 12 mil quetzales la cuerda, de modo que el proyecto de compra de terreno les costaría 1 millón 200 mil quetzales (160 mil dólares). Pensaban contribuir con un aporte de trabajo en la construcción y con una módica cuota mensual para no endeudarse eternamente, como nuestros países.

No cabe duda de que el proyecto planeaba sobre la base de un aprendizaje sencillo a partir del desastre. En lugar de reconstruir en el mismo lugar, tan vulnerable físicamente, en la pendiente del cerro del cementerio, la gente trataría de reconstruir sus viviendas sobre terreno plano. Intentaba también atacar la vulnerabilidad social, construyendo una organización de vecinos. Pretendía afrontar la vulnerabilidad política exigiendo de las autoridades a todos los niveles la contribución a la reconstrucción, pero aportando la participación ciudadana. Y también se proponía disminuir la vulnerabilidad económica de la pobreza, urbanizando su futuro barrio, saliendo así de la situación de marginación periférica, atrayendo la solidaridad económica y dando empleo durante algún tiempo en su mismo pueblo a algunos de los muchos albañiles que ya habían aprendido este oficio a raíz de su expulsión de las fincas de café. Si se realizara el proyecto, este empleo sería sólo temporal, quedando aún sin resolver el problema más grave, el del trabajo permanente cerca de sus hogares.

El desastre desnudó una vez más un modelo de desarrollo desequilibrado y falto de equidad. Porque para estos ex-colonos de las fincas de café los tiempos malos del café habían supuesto su expulsión y el descenso en la escala de un relativo bienestar, marcado por la seguridad de la vivienda y la pequeña milpa. Pero los muchos tiempos de bonanza anteriores de los cafetaleros no habían contribuido a darles ninguna base sólida para un cierto bienestar duradero. Por muy productivos que hubieran sido en las fincas, su esfuerzo no se tradujo en salarios capaces de garantizarles un mejor futuro.

Regreso de Colomba. ¿Quién asegura que este proyecto se realizará y que los marginados y damnificados de Colomba no seguirán perteneciendo a la estirpe de Sísifo y tendrán que reconstruir sus covachas en las laderas del cementerio, y las tumbas seguirán siendo el parque de juegos de sus hijos y una futura correntada proveniente de la enésima tormenta tropical Zita u Omega los mandará de nuevo al albergue comunitario para empezar una y otra vez el ciclo de la tragedia? Sin un cambio de modelo de desarrollo aquí, en Guatemala, y en el mundo, el Sísifo centroamericano tiene asegurada una larga vida.

PANABAJ:
TRÁGICO EMBLEMA DEL DESASTRE

Junto con el cantón Cuá, del municipio de Tacaná, en San Marcos, el Cantón Panabaj, del municipio de Santiago Atitlán, a orillas del famoso lago del mismo nombre, en el departamento de Sololá, se convirtió en el símbolo del drama provocado por Stan en Guatemala. Allí, un enorme deslizamiento de lodo, piedras y árboles, enterró la casi totalidad del cantón.

Durante los tres o cuatro primeros días (6, 7 y 8 de octubre) se hicieron numerosos intentos por desenterrar los cadáveres, pero, a medida que el lodo se fue endureciendo y la faena se hacía más dura, creció la conciencia de que los que se lograran desenterrar, cada vez con un mayor esfuerzo y tiempo, estarían ya en avanzado proceso de descomposición y se convertirían en amenaza de epidemias. Finalmente, se dio la orden de abandonar el trabajo y de convertir todo el lugar en un camposanto. Alrededor de 75 cadáveres fueron recuperados. Nueve o diez veces más quedaron enterrados. No estuve en ese lugar, pero leí este impresionante testimonio en el sitio web de la BBC en castellano el domingo, 9 de octubre:

Muchas comunidades han sido enterradas bajo el lodo y los sobrevivientes empiezan a medir la dimensión de las pérdidas y el desastre. Manuel Sosof Ratzan, un indígena maya de 58 años, es agricultor de lunes a viernes y el fin de semana cuida una clínica. Él es oriundo de Santiago Atitlán, en el departamento de Sololá, de las zonas más afectadas por Stan y desde allí dio su testimonio a BBC Mundo.

HABLA MANUEL SOSOF RATZAN,
INDÍGENA SUTUIL

Aquí en Santiago Atitlán nuestros paisanos están sufriendo mucho. En cantón Panabaj y Tzanchaj muchos paisanos quedaron enterrados y aquí en Pachichaj y Panul muchas familias están sufriendo, no tienen comida, no tiene casa, no tienen ropa, perdieron sus hijos, esposos y esposas. La gente está preocupada por cómo va a alimentar la comida a la familia. Una parte es un castigo de Dios. Nuestra cultura está perdiendo mucho. Estamos equivocados. Ya no se respeta a los seres humanos y el hombre no respeta a la naturaleza.

Muchas casas desaparecieron. Hay muchos heridos y no tienen comida. Los niños, quedaron enterrados y no los han sacado todavía. Ahora estamos sufriendo, yo quiero dar educación a los niños, pero es escaso los recursos económicos, perdí la cosecha. Aquí en la comunidad de Santiago Atitlán algunos están refugiados en la parroquia. En la radio están pidiendo ayuda a otras comunidades, al país. Mi casa, gracias a Dios está bien y también mi familia, pero mis amigos y parientes están sufriendo. ¿Por qué? Yo digo que es la voluntad de Dios, es una demostración del Señor con nosotros. Mucha gente lleva mal la vida, roba, y hace daño aquí en el pueblo. Una parte es un castigo de Dios.

Nuestra cultura está perdiendo mucho. Estamos equivocados. Ya no se respeta a los seres humanos y el hombre no respeta a la naturaleza. Algunos botan los árboles. Matan a otros seres humanos. Indígenas en Panabaj se unen a la búsqueda de sobrevivientes. Uno aprovecha el hermano que sufre, el pobre sigue más pobre, el que explota a su pueblo sigue siendo rico. Aquí en Santiago Atitlán y en Guatemala, así está pasando.

Ningún gobierno está preocupado por su país, por la educación, por la salud del pueblo. Niños desnutridos, niños sin papás, descalzos, no usan buena ropa, solo usan ropas remendadas. Yo digo así porque ésa es mi única experiencia, yo no tengo más que decir. Yo no estuve ningún año en la escuela. Apenas hablo un poco en castellano. Sólo hablo en mi dialecto sutuil, mi idioma. Yo explico así lo que está pasando en mi pueblo.

LA ARCAICA CONCIENCIA MÍTICO-RELIGIOSA:
“ES LA VOLUNTAD DE DIOS”

En las palabras de Don Manuel la arcaica conciencia mítico-religiosa se mezcla con una moderna conciencia de la cultura. Don Manuel da gracias a Dios porque su casa está en pie pero sus amigos y parientes, ¿tendrán que darle gracias porque la suya se derrumbó y su sufrimiento es grande? La conciencia mítico-religiosa, milenaria, le dicta que Dios es responsable de todo lo que sucede sobre la tierra, sea bueno o malo. No divide con claridad entre el Dios creador de todas las cosas buenas y la humanidad responsable del mal. Cierta evangelización católica, no milenaria pero sí centenaria, de siglos, le ha robustecido su conciencia mítica. Don Manuel reproduce un arcaico convencimiento de que los males y sufrimientos causados por los desastres “naturales” son castigo de Dios.

Y luego lo formula en una frase, igualmente mítica, pero cuidada y pulida en su formulación: ¿Por qué suceden estas cosas? Y contesta: Yo digo que es la voluntad de Dios, es una demostración del Señor con nosotros. Mucha gente lleva mala vida, y hace daño aquí en el pueblo. Difícilmente se encontrará una más nítida correspondencia entre la conducta extraviada de mucha gente y el castigo de Dios, que, además, es demostración de Dios con nosotros, es decir, es un aviso que Dios envía a todos. A los extraviados, por supuesto y en primer lugar, pero también a los bien encaminados. No cabe, pues, queja, en esta conciencia mítica, frente a esta sabiduría divina.

ATISBOS DE CONCIENCIA MODERNA

Don Manuel, sin embargo, dice también otras cosas que revelan que está ya en una transición entre la conciencia mítica milenaria y la conciencia moderna: Nuestra cultura está perdiendo mucho. Estamos equivocados. Ya no se respeta a los seres humanos y el hombre no respeta a la naturaleza. Él ve otras explicaciones: no se está respetando su cultura, la cultura de los pueblos mayas, que cuidan la tierra como a su propia madre. Se trata también de una cultura arcaica, ancestral, pero que coincide perfectamente con lo más moderno de la conciencia ecológica.

En Don Manuel hay una clara conciencia del predominio de la violencia en Guatemala. Se refiere a la violencia de todos los días, que golpea incluso la belleza de las comunidades en las orillas de este lago único: Mucha gente lleva mal la vida, roba, y hace daño aquí en el pueblo. Y ve también una vinculación entre la violencia que no respeta la vida humana y la que no respeta la naturaleza. Lo reitera Don Manuel, bajando a la realidad concreta de la deforestación, que estuvo en la raíz de la intensidad destructora de la avalancha que enterró al cantón Panabaj: Algunos botan los árboles. Matan a otros seres humanos.

LA CONCIENCIA POLÍTICA

Don Manuel tiene también clara conciencia de la contraposición entre dos patrones humanos de conducta, dos hábitos del corazón contrapuestos: la solidaridad con los demás y la explotación de los demás. Indígenas en Panabaj se unen a la búsqueda de sobrevivientes. Y por otro lado: Uno se aprovecha del hermano que sufre, el pobre sigue más pobre, el que explota a su pueblo sigue siendo rico. Aquí en Santiago Atitlán y en Guatemala así está pasando. Contrasta Don Manuel la solidaridad de los que trabajan en medio del desastre para rescatar vidas y la codicia de algunos comerciantes que elevan el precio de lo básico para la vida ya al día siguiente de la catástrofe.

También da un salto de análisis para hundirse en las raíces que hacen más duro el desastre: la estructura de la desigualdad económica en Santiago Atitlán y en toda Guatemala, para finalmente llegar a la conciencia política: Ningún gobierno está preocupado por su país, por la educación, por la salud del pueblo. Don Manuel sabe que no hay políticas públicas que combatan verdaderamente la miseria y sabe que la deficiente educación y el enorme agujero negro de la salud del pueblo -ambos responsabilidad del Estado- son el condicionamiento propicio para esa miseria.

CONCIENCIA PARA HOY
Y PARA EL FUTURO

Don Manuel es muy consciente de que en el momento actual, cuando el desastre ha producido sus efectos más dramáticos, hay que clavar los ojos en las necesidades inmediatas: Muchas familias están sufriendo, no tienen comida, no tiene casa, no tienen ropa. La gente está preocupada por cómo va a alimentar la comida a la familia.... Muchas casas desaparecieron. Hay muchos heridos y no tienen comida. Falta de techo, traumatismos, hambre... Y terminar el duelo. Son necesidades impostergables. ¿Se podrán mantener para siempre Panabaj, Tzanchaj y Cuá como camposantos bajo el lodo endurecido, o, después de la postergación necesaria por preocupación de los vivos, habrá que pensar en la exhumación y en la consiguiente inhumación que permita terminar el duelo?

Las necesidades inmediatas no impiden a Don Manuel pensar en el futuro: Ahora estamos sufriendo, yo quiero dar educación a los niños pero es escaso los recursos económicos, perdí la cosecha. Las consecuencias del desastre reclaman una perspectiva distinta para el futuro. Don Manuel sabe también que todos dependemos de que la solidaridad sea la nueva actitud que triunfe sobre el egoísmo: Aquí en la comunidad de Santiago Atitlán algunos están refugiados en la parroquia. En la radio están pidiendo ayuda a otras comunidades, al país.

“YO DIGO ASÍ, YO EXPLICO ASÍ”

Y termina Don Manuel lapidariamente con la clara conciencia de que está profundizando en el nivel explicativo del drama: Yo digo así por que ésa es mi única experiencia, yo no tengo más que decir. Yo no estuve ningún año en la escuela. Apenas hablo un poco en castellano. Sólo hablo en mi dialecto sutuil, mi idioma. Yo explico así lo que está pasando en mi pueblo.

Nosotros también decimos así porque es sólo escuchando estas voces profundas que vienen de nuestras comunidades como estaremos bien encaminados y Stan no será sólo el llanto y el sufrimiento de hoy sino también la ocasión para un país más solidario y feliz.


CORRESPONSAL DE ENVÍO EN GUATEMALA.

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