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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 194 | Mayo 1998

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Guatemala

La piedra asesina, cimiento de la paz

El brutal asesinato del obispo Juan Gerardi representa un atentado de impredecibles consecuencias contra la incipiente de paz que comienza a construirse en Guatemala. Revela hasta qué punto la violencia de los poderes tradicionales sigue presente en el país. Y constituye un colosal desafío para el gobierno de Alvaro Arzú.

Juan Hernández Pico, SJ

Cuando el lunes 27 de abril despertamos en Guatemala con el repicar de los teléfonos emisarios de la nefasta noticia, se nos impuso una certeza: sabíamos lo que ya habíamos intuido intermitentemente, que las estructuras de la muerte habían sobrevivido a la guerra y a la firma de la paz en este país, quebrantado durante el último siglo por los más horrendos crímenes contra la humanidad.

Regresan los fantasmas de la muerte

El asesinato del obispo Juan Gerardi, aplastada su cabeza y desfigurado su rostro por una piedra, un trozo triangular de concreto, ripio de la construcción de una acera pública, nos mostraba una vez más la fuerza latente de matar de los escuadrones de la muerte, de los comandos de acción anticomunista, de todas las máscaras y seudónimos de ese terrorismo de ultraderecha que hunde sus raíces en el poder militar enquistado por décadas en la sociedad y fortalecido por los negocios sucios del capital mal habido.

Cuarenta y ocho horas antes, Juan Gerardi, como coordinador general de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG), había asumido en la Catedral de Guatemala la responsabilidad de entregarle a su pueblo, multitudinariamente presente allí, el informe en cuatro volúmenes que recogía los resultados del proyecto interdiocesano titulado Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), que ha buscado reconstruir la verdad de lo ocurrido durante el conflicto armado. El informe REMHI llevaba por título Nunca más.

Como hace casi ocho años, en el asesinato de la antropóloga Myrna Mack, el 11 de septiembre de 1990, el arma asesina no dejaba posibilidades para seguir un rastro hacia su dueño. Una bala puede ser rastreada en dirección al tipo de arma que la disparó y de ahí a un círculo relativamente circunscrito de sus posibles poseedores. Un crimen disfrazado de accidente de carretera puede ser investigado para dar con el grosor de las llantas y su diámetro y de ahí al tipo de vehículo asesino y a su conductor. En cambio, un puñal como en el caso de Myrna no deja huellas. Menos las deja una piedra. La brutalidad y la barbarie se alían con la inteligencia para encubrir el anonimato. Lo que parece y es desmedidamente sanguinario es, al mismo tiempo, bastante astuto.

Myrna Mack, con sus investigaciones sobre la suerte de millares de desplazados internos en los departamentos de El Quiché y Chimaltenango, y Juan Gerardi, con este ingente proyecto destinado a recuperar la memoria histórica de las víctimas y de los victimarios, cumplían con el mismo deber sagrado de ahondar en la verdadera historia para reivindicar así la dignidad de los despreciados y de los vencidos. Sin cumplir con este deber no puede ir naciendo la reconciliación en Guatemala. Sin embargo, gente anquilosada en la esclerosis de su intolerancia y carcomida por la mentira que enmascara su bienestar material y su prepotencia, acabaron cobardemente con estas dos vidas preciosas.

El poder de las tinieblas

El domingo 26 de abril, el obispo Gerardi había desayunado con sus familiares. Había celebrado la Eucaristía y había pasado horas de la tarde conversando con gran ánimo y gran humor era su estilo sobre cómo dar continuidad al proyecto REMHI devolviéndolo en versión popular a la gente. Soñaba ya con otro proyecto para la defensa de los derechos humanos y la construcción de la paz.

Cenó de nuevo con sus familiares, y algo pasadas las diez de la noche llegó a la puerta del garage de su casa en la parroquia de San Sebastián, en el parque del mismo nombre, en el centro de la ciudad, a escasas tres cuadras de la Casa Presidencial, el Palacio Nacional, la Catedral y el Arzobispado, donde estaba la ODHAG. El parque estaba sembrado de "charamileros" mendigos alcoholizados con charamila, alcohol de farmacia de más de 90 grados que dormían. Dicen que alguien les había traído esa noche una cena especial: enchiladas y atole. Algunos lavacarros y otras gente también sin techo deambulaban en las cercanías a la vista de la puerta del garage.

Una vez que Gerardi entró el carro, la puerta del garage se cerró desde dentro. El crimen sucedió inmediatamente. Según los forenses, entre 10 y 11 de la noche. El cadáver presentaba varios dedos de las manos quebrados y escoriaciones en el cuello, señales de que Gerardi tal vez trató de defenderse del ataque. La piedra ensangrentada quedó en el suelo. El cadáver fue arrastrado por el piso del garage unos cinco metros en dirección a la vivienda, como para que el obispo quedara muerto dentro de su casa. Gerardi había estacionado su carro tras el que usaba Mario Orantes, el sacerdote con el que compartía techo, mesa y responsabilidades parroquiales.

Monseñor Gerardi era obispo auxiliar de la arquidiócesis de Guatemala y también párroco de San Sebastián. Toda la vida, además de un agudo intelectual y empedernido lector, había sido un pastor. Alrededor de la medianoche, el padre Orantes despertó en su habitación de la planta alta de la casa y se dio cuenta de que estaban aún sin apagar las luces que, al acostarse, había dejado prendidas en la planta baja para alumbrar a Monseñor cuando regresara de su cena familiar. Salió de la habitación, bajó las gradas y se encontró con el cuerpo desfigurado y muerto del obispo.

Llamó a la Policía y al Ministerio Público. Informó al Arzobispado y a los familiares del asesinado. Dio la noticia a los colaboradores de Gerardi en la ODHAG y en el proyecto REMHI. Todos los que llegaron, además de los funcionarios de la Misión de Naciones Unidas (MINUGUA), encontraron una escena del crimen que evidenciaba que el o los asesinos habían accedido a la biblioteca, a la capilla, a la cocina y al salón dependencias ubicadas a ambos lados del garage , pero sin robar ni documentos ni otras pertenencias de valor. Sólo del cuerpo de Monseñor se supo días más tarde robaron su barato reloj Casio y una de las dos billeteras que siempre usaba, la que contenía algún dinero, no la de sus documentos personales.

Las primeras diligencias

Alrededor de las dos de la mañana se realizaron las primeras diligencias y a las seis el cadáver fue transportado a la morgue para la necropsia. Rápidamente se supo que algunas de las gentes que duermen en el parque San Sebastián alegaban haber sido testigos, poco después de la presunta hora del crimen, de la salida del garage de un hombre sin camisa ¿habría quedado la suya empapada en la sangre de la víctima? que poco después reapareció en el parque abotonándose una camisa limpia para después perderse de vista.

El drama se había consumado. En los medios y en las calles de Guatemala y del mundo estallaban el estupor, el dolor y la indignación. Una vez más era la hora del poder de las tinieblas. ¿Se perpetuará esta hora como tiempo de la impunidad?

Una gloria para la Iglesia

Para los familiares de Juan Gerardi el golpe fue dolorosamente increíble. Para el anciano y ya frágil arzobispo de Guatemala, Próspero Penados del Barrio, el asesinato significaba la repentina pérdida de su más inmediato y cercano consejero y colaborador. Para los miembros de la ODHAG y para los que trabajaron con él en el proyecto REMHI, la desaparición de su inspirador, animador, amigo y máximo respaldo.

Para la Iglesia de Guatemala el asesinato era, a la vez, un bárbaro ataque, un burdo aviso, pero también una prenda de gloria. Una señal intimidante, pero a la vez culminante, pues el martirio de uno de sus pastores más notables ponía broche de oro a una labor pastoral cercana al pueblo y valiente, sobre todo desde los tiempos posteriores al terremoto de 1976.

Las cartas pastorales de la Conferencia Episcopal Unidos en la esperanza (1976), Crisis profunda de humanismo (1980), La dignidad del hombre, su misión en la Iglesia y en la sociedad (1981), los Comunicados de junio y julio de 1981, el Mensaje de condena de las masacres de campesinos (1982), las Cartas pastorales Confirmados en la fe (1983), Apertura democrática y elecciones (1985), el Comunicado La responsabilidad en el sostenimiento y perfeccionamiento de la vida democrática en Guatemala (1988), las Cartas pastorales El clamor de la Tierra (1988), 500 años de evangelización (1992), Urge la paz (1995) y muchas otras, atestiguan una preocupación de alta calidad pastoral y muchas veces de atinado y audaz señalamiento de los problemas reales de la Iglesia y del país. Una labor eclesial refrendada con la sangre de centenares y tal vez millares de cristianas y cristianos comprometidos y con la sangre de más de veinte religiosas, religiosos y sacerdotes, sangre calificada de martirial por los obispos ante el Papa Juan Pablo II en 1996, en ocasión de su segunda visita al país, y que ya había sido calificada así por ellos en 1981, tal vez los obispos latinoamericanos que, unidos como Conferencia, hablaron por primera vez de persecución y de martirio.

Los asesinos de Monseñor Juan Gerardi respondieron con una brutal intimidación a la publicación y a la entrega del informe Nunca más, un texto no sometido a las limitaciones en las que puede quedar encerrado el próximo informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH) creada por los acuerdos de paz con el mismo objetivo de rastrear el pasado para descubrir la verdad si los Comisionados que la integran valoran más la letra que el espíritu del Acuerdo sobre Derechos Humanos.

Si querían intimidar, mostraron ciertamente poca inteligencia al matar a Gerardi. A él mismo, a sus ya avanzados 75 años, le proporcionaron un fin glorioso con el que coronar su servicio humano y cristiano en este mundo y en la Iglesia y le dieron renombre universal. Y si ya antes del asesinato el informe Nunca más iba a ser ampliamente conocido en Guatemala también iba a interesar en el exterior , ahora será comprado en Guatemala como buñuelos en feria, y pronto dará la vuelta al mundo en traducciones en numerosas lenguas. Si ya antes del asesinato, la Comisión de Esclarecimiento Histórico se habría visto espoleada por el informe REMHI para no limitarse a un informe lleno de generalidades sobre las violaciones a los derechos humanos y sobre el derecho humanitario durante las décadas del conflicto, después de este crimen difícilmente podrá abstenerse de entrar al fondo de la cuestión. Los dos Comisionados guatemaltecos ya expresaron que no se dejarán intimidar y que su informe prevista su publicación para agosto será "un homenaje a Monseñor Gerardi".

Un atentado revelador

A pesar de todas las ganancias, el asesinato de Gerardi ha sido un atentado contra el proceso de paz y contra la gobernabilidad de Guatemala. Revela en qué medida la violencia postbélica se ha apoderado de nuestras sociedades centroamericanas. Después de los acuerdos de paz, la violencia se ha quedado enquistada en la cultura y ha seguido siendo propiciada continuamente por la reconversión de las estructuras y las organizaciones militares o paramilitares que antes mataban con fines políticos, en organizaciones y estructuras al servicio del crimen organizado y del capital delincuencial dedicado a secuestros, narcotráfico, fraudes fiscales y aduaneros, contrabandos masivos, tráfico ilegal transfronterizo de armas, de vehículos, de niños, de emigrantes.

La omnipresente violencia

La violencia es omnipresente y golpea a todas las capas sociales. Y aunque algunos de los delitos sean esclarecidos y algunos delincuentes llevados a juicio y sentenciados, la mayoría de las veces la investigación y los procesos judiciales no llegan hasta los centros intelectuales que planifican el delito. Esto ahonda la sensación de que nuestros países viven dominados por la impunidad y chantajeados por los que fueron señores de la guerra y hoy se han convertido en empresarios de toda una gama de negocios sucios.

Son esas estructuras criminales nunca investigadas a fondo por los gobiernos democráticos de la postguerra y por las instituciones estatales de justicia las que pueden volver a ser activadas por sus "jerarquías" para cometer crímenes políticos como el que acabó con la vida del obispo Gerardi. Son esas las estructuras criminales que el Informe de la Verdad de El Salvador recomendaba en 1993 fueran investigados a fondo, porque sin esto sería improbable fundamentar un auténtico Estado de Derecho.

La verdad es que estas estructuras no han sido investigadas a fondo. La verdad es que las amnistías del tipo "perdón y olvido" han favorecido su carácter clandestino y probablemente han mantenido intactos sus liderazgos y sus instrumentales para la acción violenta. Las amnistías de "borrón y cuenta nueva" encubren una realidad que, eliminada de la memoria, podría volver de nuevo a activarse fatídicamente. No es improbable que esas estructuras criminales sin investigar y sin desmantelar mantengan complicidades y lealtades en las actuales instituciones de los Estados.

Es también patente que las instituciones de seguridad de los Estados Unidos no están dispuestas a proporcionar a los gobiernos de Centroamérica la documentación que daría fe de las atrocidades y delitos de todo tipo cometidos con impunidad por civiles y militares de los regímenes autoritarios de las décadas pasadas. Tan intrincada ha de haber sido tal vez la corresponsabilidad de "la Embajada" en estas ilegalidades, o al menos en su encubrimiento.

Desde el primer día de su gestión, el gobierno de Alvaro Arzú ha intentado con el concurso de militares y de responsables de los cuerpos de seguridad apartar de las instituciones del Estado a los funcionarios civiles y militares sospechosos de vivir aún con una mentalidad de Guerra Fría y de estar envueltos en actividades de corrupción, favorecidas por el poder institucional que en algún momento poseyeron.

Estos esfuerzos eran indispensables para poder avanzar en las negociaciones con la guerrilla hasta desembocar en los acuerdos de paz. Y sobre todo, para establecer condiciones para una paz que superara la exclusión y la intolerancia políticas y el injusto subdesarrollo y la discriminación cultural y marginación social en las que ha vivido durante siglos la mayoría de la población guatemalteca.

Un colosal desafío

El Presidente Arzú dio cabida en su gobierno a algunas personalidades de mentalidad progresista y con un historial de preocupación por la justicia y el desarrollo y aceleró las negociaciones de paz hasta conducirlas a la firma de los acuerdos. Sin embargo, la corrupción y las deficiencias profesionales que caracterizan a las instituciones estatales especialmente a las que se ocupan de la seguridad pública y de impartir justicia le han quitado capacidad al Estado para enfrentar la impunidad y para garantizar suficientemente la seguridad ciudadana, mientras que la oposición ultraderechista y la politiquería han arrastrado a las masas populares, presionando para que el gobierno retrocediera en medidas fiscales que por primera vez estaban encaminadas a hacer justicia en la recaudación de impuestos. Ahora, el asesinato de Monseñor Gerardi grava a las autoridades con la responsabilidad por su esclarecimiento. Si éste no se logra con eficacia y relativa prontitud, si en este caso no se llega hasta el fondo, se podría destruir la credibilidad y la capacidad operativa del gobierno de Arzú y de las instituciones de seguridad y de justicia del Estado guatemalteco.

Si esto sucediera, resultarían favorecidas las instancias que han invertido en el fracaso de los procesos de paz y en la persistencia de las tendencias oscurantistas de la sociedad guatemalteca. Aquí reside la importancia del asesinato de Monseñor Gerardi, que desafía a todas las fuerzas interesadas en que avance el proceso de paz. Se trata de un atentado que va más allá de la persona del obispo asesinado y apunta directo al corazón del proyecto de nación que está contenido en los acuerdos de paz.

"Nunca más": 48 horas después

La respuesta de la sociedad guatemalteca y del mundo ante el asesinato de Juan Gerardi ha sido extraordinaria y es un signo de que los tiempos han cambiado, de que la gente es más consciente de su fuerza social y cívica y de que, aunque las estructuras de la muerte aún pueden golpear tan contundentemente, ya no provocan el terror amedrentante que en otro tiempo producían sus actos brutales.

Todas las instituciones nacionales e internacionales respetables apuntaron, desde el primer momento, a la conexión difícil de evitar del asesinato de Gerardi con la publicación, 48 horas antes, del informe Nunca más que el obispo había entregado en la Catedral de Guatemala a familiares de las innumerables víctimas del conflicto guatemalteco. Así se expresaron Juan Pablo II y el Secretario General de Naciones Unidas, Koffi Annan. Así también la Unión Europea, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Americas Watch, y muchísimas agencias religiosas de ayuda al desarrollo. En Guatemala, lo hicieron del mismo modo la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado,la Alianza contra la Impunidad y numerosas organizaciones de la sociedad civil.

Con notable prudencia, la Conferencia de Obispos Católicos de Guatemala habló en estos términos: "Tememos que este asesinato pueda estar vinculado a la entrega de los resultados obtenidos por el Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), el pasado viernes 24 de abril. Monseñor Gerardi fue el Coordinador General de dicho proyecto, que investigó las masacres y asesinatos cometidos contra el pueblo de Guatemala durante los años del conflicto armado interno, y que también puso en evidencia responsabilidades institucionales implicadas en el conflicto".

La Conferencia de Religiosas y Religiosos de Guatemala añadió otra sospecha: el asesinato buscaría "amedrentar a los miembros de la Comisión de Esclarecimiento Histórico cuyo informe sobre la verdad de lo sucedido en el conflicto armado durante los 36 años de historia de Guatemala es ya inminente".

Lo más importante fue la reacción popular. Tal vez por tratarse del primer obispo asesinado en la historia de Guatemala. Tal vez por la forma tan bárbara como lo mataron. Tal vez también porque como dice el informe Nunca más ya es para mucha gente "tiempo de hablar" y no de callar y el terror está comenzando a ser superado.

El viernes 24 de abril, la Catedral de Guatemala registró uno de los llenos más completos de su historia. Presentes en el acontecimiento que significaba la entrega del informe Nunca más estaba una vasta representación del pueblo guatemalteco, multicultural, multiétnico y plurilingüe. Destacaban centenares de Animadores de la Reconciliación, personas que se capacitaron para entrevistar a las víctimas cuyos testimonios recoge el informe. También estaban en la Catedral numerosos grupos de la sociedad civil, especialmente de los barrios periféricos de la capital. Detrás de cada una de estas personas se articula una red de familias, organizaciones y asociaciones que hunden sus raíces en muchas capas de la población guatemalteca. La presencia de representantes de las Iglesias evangélicas históricas daba al acto un valioso carácter ecuménico.

"Mártir de la paz"

Desde el lunes se organizó una vela permanente en la Catedral para acompañar los restos mortales de Juan Gerardi. Desde las 3.30 de la tarde del lunes 27 hasta las 10 de la mañana del miércoles 29, las colas de quienes deseaban expresar su gratitud y respeto al obispo a quienes muchos llamaban ya "mártir de la paz daban permanentemente la vuelta a la manzana que ocupa la Catedral. La gente abarrotó el templo día y noche. El martes 28, desde las 6 hasta las 8.30 de la noche, una peregrinación de varios miles de personas, en respetuoso silencio y con candelas en las manos, recorrió lentamente las cinco cuadras que separan la Catedral de la iglesia parroquial de San Sebastián, lugar del crimen.

En el parque San Sebastián tuvo lugar una liturgia, encomendada especialmente a los laicos y laicas que fueron colaboradores cercanos de Gerardi. Tomaron la palabra Ronalth Ochaeta, coordinador ejecutivo de la ODHAG; Carlos Aldana, de la oficina de proyectos sociales del arzobispado; Edgar Gutiérrez, coordinador general del proyecto REMHI; y Helen Mack, Premio Nobel Alternativo 1992 de la Paz y Presidenta de la Fundación Myrna Mack.

Camino de riesgos y de luz

Edgar Gutiérrez citó partes del discurso de Gerardi el día 24 en Catedral. Conmovedora especialmente esta frase: "Queremos contribuir a la construcción de un país distinto. Por eso recuperamos la memoria del pueblo. Este camino estuvo y sigue estando lleno de riesgos, pero la construcción del reino de Dios tiene riesgos y sólo son sus constructores aquellos que tienen fuerza para enfrentarlos".

El poema Resurrección, de la poeta guatemalteca presbiteriana Julia Esquivel, exiliada durante muchos años del país, fue leído por Yolanda Aguilar Urízar, una de las víctimas de la represión del gobierno de Lucas García en los años 70 y cuyo testimonio es uno de los más impresionantes de los que se recoge en el informe Nunca más. Después se cantó la canción del compositor guatemalteco Pablo Alvarado Los fusiles no cantan, las guitarras no matan. La homilía un sentido diálogo con Gerardi correspondió al sacerdote carmelita Cirilo Santamaría, del Vicariato Apostólico del Petén. Todas las moniciones adaptaban el texto evangélico de las Bienaventuranzas.

Al final de la homilía, los Animadores de la Reconciliación que participaron en el proyecto REMHI prendieron sus candelas en el cirio pascual la luz de Jesucristo, la luz de Juan Gerardi y la luz de los innumerables mártires guatemaltecos y la fueron pasando a la multitud que iluminó el parque en donde habían asesinado a Gerardi en una noche tenebrosa. A las 9 de la mañana del 29 de abril, más de 400 sacerdotes de Guatemala y de otros países se reunieron en el Arzobispado. Además de casi todos los arzobispos y obispos de Guatemala, estaban presentes el nuncio apostólico, seis obispos salvadoreños incluido el arzobispo de San Salvador , el arzobispo de Panamá, el obispo de Choluteca y presidente del Consejo Episcopal de América Central quien representaba también al arzobispo de Tegucigalpa y presidente del CELAM , y varios representantes de las Conferencias de Obispos de México, Colombia, Canadá y los Estados Unidos, casi todos obispos. En total, 28 prelados. Fue notoria la ausencia de representantes de las Conferencias Episcopales de Nicaragua y Costa Rica. La presencia de tantos obispos salvadoreños testimoniaba la solidaridad y gratitud que despertó en aquel país hermano la inmolación de Monseñor Gerardi, evocadora de la de Monseñor Romero y tantos otros mártires salvadoreños.

La ausencia de Arzú

Guatemala estaba en duelo de tres días, decretado por el gobierno. El Presidente Arzú con su gabinete visitó en su sede por primera vez durante su gestión a la Conferencia Episcopal para transmitirle las condolencias del gobierno. En la peregrinación del día 28 se hicieron presentes el Secretario Privado de la Presidencia, Gustavo Porras, y la Presidenta de la Secretaria de la Paz, Raquel Zelaya. En la Catedral, durante el funeral, el gobierno estuvo representado por el Canciller, Eduardo Stein; el Ministro de Gobernación, Rodolfo Mendoza; y el Fiscal General de la República, Héctor Hugo Pérez Aguilera, miembros de la Comisión de Alto Nivel nombrada por el Presidente para dar seguimiento a la investigación del crimen.

No faltó gente que reclamó a gritos por la ausencia del Presidente de la República en el funeral y entierro el Vicepresidente, Luis Flores sí asistió al sepelio . La ausencia de Arzú en el funeral y en el entierro reveló insuficiente sensibilidad con el sentir de gran parte de la población, ausencia tanto más chocante cuanto que son conocidos sus vínculos personales con la Iglesia católica. Una gran cantidad de religiosas y religiosos y una multitud de laicas y laicos, de ciudadanas y ciudadanos de Guatemala desbordaban la Catedral, desparramándose por toda la Plaza de la Constitución y sus aledaños.

"Juanito, no ha sido en vano"

El obispo de Verapaces, Gerardo Flores, se expresó así en la homilía:

"En la dialéctica fatal entre el bien y el mal, entre la verdad y el engaño, entre la justicia y la explotación inmisericorde del hombre, entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas, se inscribe la inmolación de Monseñor Juan Gerardi. Porque él optó por la vida y la defendió cuando vio caer en las horribles masacres del Quiché a sus hijos. Porque él hizo salir de la oscuridad y del silencio doloroso la palabra a tantas viudas, huérfanos, víctimas humildes de la irracional violencia que ha ensangrentado a nuestra patria, para hacer una patria distinta... Porque su verdad hirió a los que sólo viven de la mentira y el engaño, porque su lucha por la vida no pudo satisfacer a los que no les importa matar para mantener posiciones injustas y mal habidas, por eso lo mataron. Le destruyeron su rostro, pero ahora ve el rostro radiante de Dios. Quisieron apagarle su luz, pero ahora brilla mucho más en nuestra patria Guatemala. Su sangre no será estéril, unida a tanta sangre de mártires en nuestra Guatemala durante estos años... Juan, Juanito, como te llamábamos nosotros, tu sacrificio no ha sido en vano. Gracias a él, un buen día ojalá más pronto que tarde todos nosotros vamos a poder trinar, a poder cantar, a poder gritar: Guatemala, Guatemala ¡nunca más!".

Un aplauso unánime, de varios minutos, resonó en la Catedral. A las doce del mediodía, una procesión acompañó el féretro con los restos de Gerardi, que dieron la vuelta a la Plaza de la Constitución, bordeada por alumnos de las escuelas uniformados y por pobladores. Los aplausos se sucedían al paso del féretro, mientras se rezaba el rosario. En el cambio de coyuntura histórica, resultaba inevitable la comparación con el sangriento drama con el que terminó hace dieciocho años en la Catedral de San Salvador el funeral de Monseñor Romero.

52 años de servicio

Juan Gerardi, nieto de un emigrante italiano, nacido en la capital guatemalteca, sacerdote por cincuenta y dos años, obispo de Verapaces de 1967 a 1974 y de El Quiché de 1974 a 1980 hasta que tuvo que cerrar su diócesis, con el consenso de su clero, y salir al exilio, después del asesinato de tres de sus sacerdotes y de un atentado fallido contra su propia vida , obispo auxiliar de Guatemala y Vicario General de la Arquidiócesis desde 1984 hasta su muerte, y Coordinador General de la ODHAG desde 1989, fue sepultado en las criptas de la Catedral de Guatemala a la 1.30 de la tarde del miércoles 29 de abril, próximo ya a sus 76 años. Había nacido en 1922. Estaba, al morir, en plenitud de facultades y lleno de sueños por la vida de su pueblo y por la reconciliación de Guatemala.

El plazo de las 72 horas

En la madrugada del 27 de abril alcanzó los titulares de los medios una declaración de funcionarios del Arzobispado, hecha en horas de máxima congoja: "Si el Gobierno de Guatemala no esclarece este crimen en 72 horas, la responsabilidad de él caerá sobre el mismo Gobierno". En la redacción más calmada de horas posteriores, la ODHAG matizó así el comunicado que leyó en conferencia de prensa: "Demandamos de las autoridades competentes el esclarecimiento de esta tragedia en un plazo que no debe exceder las 72 horas, pues si el patrón de impunidad se extiende a este caso sobre el Gobierno de la República caerá un grave costo".Los obispos guatemaltecos se expresaron así: "Los miembros de la Conferencia Episcopal condenan este vil asesinato y exigen a las autoridades competentes su inmediato esclarecimiento".

El Presidente reunió de emergencia a su gabinete, decretó tres días de duelo nacional, manifestó que todos los recursos del Estado trabajarían en el esclarecimiento del crimen, y propuso la constitución de una Comisión de Alto Nivel, integrada por representantes del gobierno, de la Conferencia Episcopal y de la ODHAG, para que supervisaran la investigación del crimen y garantizaran su transparencia. Desde el primer momento, Arzú estuvo consciente de la amenaza que para la gobernabilidad del país y para el resto de su gestión representaban unos resultados poco creíbles o limpios a medias. Puede intuirse que sobre el Presidente y sus colaboradores más comprometidos con el proceso de paz se cerniera el espectro de que una eventual ingobernabilidad aumentaría las probabilidades de un triunfo electoral en 1999 del FRG del General Efraín Ríos Montt, uno de los ex militares más cuestionados por el informe Nunca más como Jefe de Estado durante el período en que ocurrieron la mayoría de las horrendas masacres con que se castigó a las zonas rurales. Un gobierno del FRG significaría si no el fin del proceso de paz, sí su obstaculización, su freno, o su postergación sine die.

Los dos primeros testigos

Para la Comisión de Alto Nivel el Presidente Arzú nombró al Canciller Eduardo Stein, al Ministro de Gobernación Rodolfo Mendoza, al Secretario Privado de la Presidencia Gustavo Porras, a la Coordinadora de la Secretaría de la Paz Raquel Zelaya, a la Directora de la Comisión Presidencial de Derechos Humanos Marta Altolaguirre y al Fiscal General de la República Héctor Hugo Pérez Aguilera. La Conferencia Episcopal y la ODHAG no accedieron a que sus representantes participaran en la Comisión. La sombra de inútil y frustrante esterilidad que en otras ocasiones ha acompañado el trabajo de comisiones similares, por ser las herramientas institucionales del Estado inadecuadas o por carecer del poder necesario para operar, justifica su decisión.

Una hora después que en la madrugada del día 27 de abril el cadáver de Gerardi fuera encontrado por el padre Orantes, las investigaciones fueron dirigidas in situ y en persona por el Juez del distrito, por el Fiscal General de la República y por el Director de la Policía Nacional Civil. Estuvieron también presentes miembros de MINUGUA, de la ODHAG, de REMHI y de la Fundación Myrna Mack.

Desde el primer momento se constató que la mayoría de los mendigos charamileros del parque San Sebastian se mantenían extrañamente dormidos. Y se contactó a un testigo presencial, un lavacarros sin techo pero sin costumbre de tomar alcohol , quien afirmó haber visto de frente y de cerca a una persona que salía del garage con el torso desnudo, después de que Gerardi parqueara su carro. Horas más tarde, por la noche del día 27, otro testigo presencial, también deambulante consuetudinario del parque tampoco bebedor , se entregó a MINUGUA, acompañado por su padre, atemorizado por la vigilancia que sintió sobre él de personas desconocidas. También él había visto de frente, aunque desde una distancia algo mayor, al hombre que había salido del garage, abotonándose una camisa limpia. Ambos testigos reconocieron por separado a la misteriosa persona que salió del lugar del crimen y se perdió en la oscuridad de la noche en los albums de fotos de delincuentes que maneja la Policía.

El jueves 30 de abril, el Ministro de Gobernación, acompañado del Director de la Policía Nacional Civil, anunció en conferencia de prensa que en la terminal de autobuses de la zona 4 de la capital también mercado y zona de asaltantes y pandilleros había sido capturado Carlos Enrique Vielman "por ser el principal sospechoso de la autoría material de la muerte del obispo Juan Gerardi", aunque añadió: "No tenemos certeza de que efectivamente sea el autor del asesinato". Vielman vive en una zona marginal y es conocida su vinculación a las maras. Ha estado preso por violación, ebriedad y escándalos, delitos que habría cometido en las proximidades del parque San Sebastián. La última de sus fechorías sería este crimen que, mientras no quede fehacientemente probado, presenta todas las características y circunstancias de haber sido un asesinato político. Podríamos estar ante un drogadicto delincuente, comprado por una escasa cantidad de dinero para hacer este "trabajo", lo que encajaría perfectamente con el robo que hizo después del barato reloj del obispo y de su billetera.

¿Dónde está el otro?

La ODHAG manifestó sentirse satisfecha por la captura, pero subrayó lo incierto de este primer resultado. Edgard Gutiérrez, en declaraciones al diario Siglo XXI, señaló su sorpresa ante el hecho de que algunos de los mendigos habituales del parque San Sebastián continuaran dormidos en la mañana posterior al crimen, a pesar del movimiento y de las luces que había desde horas tempranas y recordó que "las pruebas forenses en la escena del crimen lo que nos dicen es que no fue sólo uno el asesino, sino que, por lo menos, fueron dos. ¿Dónde está el segundo? ¿Por qué no se mostró como el primero?", se preguntó, recordando la desfachatez segura del que se mostró, lo que pudo deberse tanto a su conciencia de segura impunidad como a que estaba bajo los efectos estimulantes de alguna droga.

La falta de profesionalidad queremos suponer que no de buena fe de los primeros investigadores del crimen el Fiscal, por ejemplo, no pidió al Juez sellar la escena del crimen, en la que, por el paso de tanta gente, se perdieron probablemente indicios importantes añade dificultad al acopio de pruebas materiales, muy necesarias para el proceso judicial. En este escenario continuó las investigaciones un equipo de agentes del FBI estadounidense.

¿Un callejón sin salida?

El crimen del obispo Juan Gerardi declaró Edgard Gutiérrez es, "en síntesis, un caso complejo que pone a prueba el sistema de investigación criminal del país". A su juicio, el plazo perentorio para su esclarecimiento que el Arzobispado dio a las autoridades en los primeros momentos de consternación y que fue rechazado por el Gobierno conserva sentido: es justo el reclamo por resultados rápidos. "Las 72 horas se están cumpliendo hoy dijo Gutiérrez el jueves 30 y vemos, por lo menos en el Canciller, en el Ministro de Gobernación, en la SEPAZ, la COPREDEH y en el Presidente, señales de interés por aclarar el asunto. Hasta dónde llegarán lo observaremos después. Lo que esperamos es que se llegará hasta las últimas consecuencias y que nos se cerrará el caso presentando a un presunto responsable, sino que estarán dispuestos a seguir manejando hipótesis".

No se puede descartar que la rápida captura de Vielman conduzca a un callejón sin salida y dé paso a otros resultados, distintos a los de la investigación en curso. De cualquier forma, la cuestión va más allá. El tono del Presidente en el mensaje que hizo público en cadena nacional decretando el duelo y comprometiendo los recursos del Estado para el esclarecimiento del crimen fue apesarado y humilde, aunque firme. El tono de sus declaraciones en Catedral fue similar. Y sus palabras "todo acto de violencia va directamente contra la paz" fueron atinadas, aunque tal vez demasiado prudentes. Es importante señalar que no hubo señas de anteriores arrogancias. Del gobierno de Arzú se espera mucho en esta ocasión. Edgard Gutiérrez dijo: "Del Gobierno esperamos también mensajes de apoyo al trabajo que Gerardi estaba impulsando, como útil para el país y la reconciliación nacional, de apoyo a la labor a la que dedicó los tres últimos años de su vida".

El precio de la esperanza

Son tantos los riesgos de esta dramática hora que vive Guatemala para el desarrollo de las instituciones de la democracia, para la confianza de la gente en la capacidad del gobierno, para el avance del proceso de paz, que sólo la concertación de muchos esfuerzos ciudadanos y un firme y solidario apoyo internacional podrán mantener con vida el proyecto de nación que inauguraron los acuerdos de paz. Aún para emprender este camino hace falta una sobredosis de esperanza. Esa misma esperanza que permitió a Juan Gerardi soñar y contribuir, junto a tanta gente, a la realización del proyecto REMHI.

Con su martirio, nuestro obispo vive ya para siempre como escribió CAFOD, agencia católica inglesa de ayuda al Tercer Mundo en The Independent de Londres "liberado de cualquier sentimiento por no haber pagado él mismo con su propia sangre el precio definitivo que su fe le demandaba", ese precio de sangre que pagaron tantos otros guatemaltecos de los que fue buen pastor. A los sobrevivientes del drama guatemalteco nos tocará seguir pagando con esperanza el precio que nos exige la diaria construcción de un nuevo país.

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