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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 319 | Octubre 2008

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Centroamérica

María: madre, esposa, indígena, emigrante, retornada voluntaria

La migración masiva está cambiando a Centroamérica. ¿Y a su gente? ¿Hasta dónde las mujeres indígenas, emigrantes en Estados Unidos y retornadas voluntarias en Guatemala, se liberan o no, gracias a esa importante experiencia, de su opresión milenaria dentro de la cultura occidental y dentro de la cultura maya? La migración y el retorno, ¿son o no factores de transformación personal y social? El proceso de varias identidades vivido por María nos da pistas para hallar algunas respuestas.

Ricardo Falla

Visitamos a María en Xicalcal, una aldea rural casi urbana, cercana a la ciudad de Zacualpa, situada en una planicie al pie de la cadena montañosa de Chuacús, donde estuvo acantonada la guerrilla durante los años 80. María nos hizo pasar a su casa de bloques bien repellada, construida con dinero ganado en Estados Unidos. Al lado, vimos la pila llena de agua cristalina, traída desde la montaña, algo maravilloso, pues en la ciudad de Zacualpa el agua entubada llega enlodada. Nos enseñó su gallinero, el huerto de plantas medicinales y de hierbas de sabor y los árboles frutales.

Su esposo -con quien se comunica casi a diario- lleva más de cinco años en el Norte. Ella también estuvo dos años allá, una estancia demasiado corta para los estándares locales, pues otras cinco mujeres de la aldea se fueron antes que ella y ninguna ha regresado. María volvió hace un año.

MIGRANTE DESDE NIÑA

María tiene 30 años y es madre de dos niñas de doce y diez años y de un niño de unos nueve años. Desde niña fue una migrante perpetua, como muchas mujeres de Zacualpa. Por la guerra, la pobreza extrema y las ganas de ganar su propio dinero. Cuando tenía unos seis años, la familia tuvo que desplazarse a la costa por las masacres que se dieron en Zacualpa (1982) y sólo volvió allí después de unos cuatro años, cuando se tranquilizó la situación. Durante esos años siguió a su padre de finca en finca de café.

Cuando se sintió ya joven, decidió ya no seguir detrás de su padre. Se veía a sí misma desarrollada y tenía temor de los hombres, que son muy abusivos, porque a veces a uno de muchacha se animan a agarrarla. Entonces, comenzó a pensar en comprar ella misma su corte y toda su ropa y buscó trabajo en la ciudad de Zacualpa. Luego salió de su casa a buscar trabajo doméstico en casas de la cabecera departamental y hasta en la ciudad de Guatemala. Nunca se quedaba mucho tiempo en cada casa.

Siempre encontraba dónde a través de redes de mujeres que hacían ese mismo trabajo. En uno de esos trabajos -al verse obligada a hacer cuentas en una tienda -tomó conciencia de la importancia de la educación formal que ella no había recibido de niña en la costa, por “andar arriba y abajo”. Esa conciencia le duraría como una insistencia aún después de volver de Estados Unidos.

Como regresaba de vez en cuando a su casa, su futuro esposo, también de Xicalcal, la comenzó a enamorar por cartas. Después de mucho pensarlo, ella se decidió a iniciar el noviazgo, porque estaba ya cansada de tanto trabajar. Si se casaba -más si era con un muchacho que había regresado de Estados Unidos, como su novio- tendría una vida más tranquila. Se casaron cuando ella tenía 17 años y medio. Siguieron todos los pasos normales de las pedidas y los regalos, el matrimonio por la municipalidad y el matrimonio por la iglesia católica, y pasaron a vivir a una casa, todavía de adobe, donde viven actualmente.

No pasó a vivir con la suegra, como es la costumbre, sino que desde un principio tuvo su casa propia en un hogar aparte con su marido, quien tenía ya las posibilidades de ser independiente por haber trabajado en el Norte. A los 18 años tuvo la primera niña. A los dos años, la segunda y a los dos al más pequeño. Por esos años estudió dos años en alfabetización, único curso de educación formal de toda su vida. Entonces, su esposo se fue por segunda vez a los Estados Unidos. A los tres años, en 2003, ella decidió irse también, dejando a sus tres hijos al cuidado de su mamá.

Ésta es María. Una mujer migrante desde su niñez. Una mujer independiente. Una mujer que conocía diversos ambientes de Guatemala -pobres y ricos, rurales y urbanos- antes de viajar al Norte. Una mujer que gustaba de los oficios del hogar, pero que también estaba acostumbrada al trabajo doméstico asalariado. Sin educación formal, pero consciente de su necesidad.

LA DECISIÓN Y EL TRATO CON EL COYOTE

¿Por qué decidió María emigrar? La principal razón que ella resaltó fue la de colaborar con su esposo en el pago de una deuda en la que habían incurrido ambos al levantar la casa y comprar dos chorros de agua dentro de un proyecto de agua potable y de mini-riego, después que él regresó de Estados Unidos. Para pagar esa deuda él regresó, pero con tres años allá, no lograba reunir el dinero. Es entonces que, siempre hablando por teléfono, María decidió viajar.

No es él quien le impone el viaje, es ella la que toma la iniciativa. Probablemente, por debajo existiría la razón de que él no lograba pagar la deuda porque no ahorraba, lo que ella garantizaría estando junto a él. Fue como una estrategia para estabilizar al marido con su presencia. María decide dejar a sus tres hijos, todavía pequeños, con su madre, pero no opta por trasladarlos al hogar de los abuelos, sino que le pide a su mamá que se traslade a la casa recién construida, donde también será su guardiana. También debió animarla a emprender el viaje -visto en la aldea casi como una empresa de varones- el que cinco mujeres de Xicalcal ya estaban en Estados Unidos y le demostraban que la mujer también puede aguantar el paso por el desierto.

Ya decidida, se puso en contacto con la red del coyotaje a través de una mujer, una especie de representante de la red en Zacualpa. Esa mujer la llevó hasta Quetzaltenango con el coyote principal, quien recibió el pago y se comprometió a poner a María hasta su lugar de destino: Me llevó con el coyote e hicimos el trato con él. María hace las cuentas de que el viaje le costó 50 mil quetzales, contando también los intereses, mientras que a su esposo, tres o cuatro años antes, le había salido en 35 mil. Una parte pequeña de ese dinero lo puso su esposo desde Estados Unidos y la mayor parte la consiguió María con un prestamista ladino de Zacualpa al 5% mensual.

POR EL DESIERTO ENTRE PUROS HOMBRES

El grupo de migrantes en el que se integró María para viajar al Norte era de 14 personas, ella la única mujer. Para protegerse de una posible violación durante el trayecto planificó su ida junto con dos hombres que le daban seguridad por el parentesco religioso. Ninguno era hermano o tío o primo, ninguno era pariente de carne y sangre, pero se trataba de relaciones supuestamente bastante sagradas: De esta aldea salieron dos hombres, mis vecinos. Uno era mi padrino y el otro es hermano de la iglesia. Se fueron ellos, me fui yo. Con confianza, porque hay dos casi familiares. Por eso, en el camino no me violaron, no sufrí en ese grupo.

El viaje fue relativamente rápido y sin mayores contratiempos. María no se detiene a explicar esta etapa de su historia. Después de doce días, llegó cerca de donde se encontraba su esposo: Providence, Rhode Island. Su trayecto fue: La Mesilla (frontera de Guatemala con México) - Puebla y Altar Sonora (México) - el desierto de Arizona - Phoenix - Los Angeles (en automóvil) - Boston (en avión) - Providence (por tierra).

Para el viaje tuvo que cambiarse de ropa: Me fui con pantalón y con blusa. Dejó su traje indígena para siempre. No sólo hacía ese cambio para caminar y moverse con más facilidad, sino para encubrir su identidad de indígena gua¬temalteca. En las casas en donde había trabajado en casas de familia y en las fincas de la costa nunca había tenido que quitarse su traje para esconder lo que era. Ésta fue una nueva experiencia, por la que los varones migrantes no pasan. Le tocó andar a pie varios trechos. Donde más sufrió fue en el desierto. Allí caminó una noche, un día y otra noche, y por ir sola en un gru¬po de hombres, tuvo que caminar al paso de ellos, ajustándose ella a ellos y no ellos al paso de ella. Pero ni los capturaron ni vieron animales feroces, como había oído que les sucedía a otros migrantes. Tampoco pasó durante el trayecto por una crisis de desesperación y arrepentimiento, como experimentan otros.

Para ella, el desengaño mayor le vino estando ya en Estados Unidos, cuando la red de coyotes le robó una buena suma de dinero. Por más que había hecho el trato con un coyote de Quetzaltenango -que se supondría era de más rango y honorabilidad que uno de Zacualpa-, allá en Los Ángeles a mí me robaron dos mil dólares. Su esposo giró el dinero desde Boston para cubrir el precio del boleto de avión, pero lo giró a nombre de una persona que el coyote decía que no era él. Entonces el coyote exigió que le girara otra vez el dinero, porque si no, ella no saldría de donde estaba.

Eso es lo que hacen los coyotes de la gente que llevan… No sólo que uno tenía necesidad de sacar aquí la deuda. Y más, llegando allá nos robaron ese dinero. Yo le dije a mi esposo: “¿Por qué no pensaste un poco?” “Bueno, ya se perdió, ya se perdió y por lo menos uno llegó vivo, llegó sin ni una novedad”, decía él. Como migrante indefenso y consciente de su indefensión, ¿a quién le iba a reclamar él? ¿Desde Boston por teléfono al coyote de Los Ángeles? ¿Desde Boston al coyote de Xela o a aquella mujer contacto de Zacualpa?

CRISIS DEL “ARREPENTIMIENTO”: NO ESTAR CON ÉL

María no llegó a quedarse en Boston, donde su esposo trabajaba, sino que se fue a Providence, ciudad de Rhode Island, cercana a Boston, donde se encuentran muchos migrantes de Zacualpa, indígenas y ladinos, algunos ya con papeles de residencia. El esposo la acomodó allí con su hermano, el cuñado de ella. La razón: Había mucha gente donde él estaba, era una casita apenas puro estrecho. No podía tenerla entre un montón de hombres, durmiendo varios en un cuarto y tampoco tenía el dinero suficiente para pagar por un lugar distinto, porque paga mucho el apartamento, porque el apartamento es de mil ochocientos dólares, de mil dólares, dice María.

Fue allí y entonces donde María experimentó la crisis del arrepentimiento y se dijo: No hubiera venido. A la molestia del engaño de los coyotes, se le sumaba la imposibilidad de estar con su esposo y la actitud agresiva de la concuña, quien se sintió molesta por tener una más en su casa, aunque fuera de su propio pueblo. Mi concuña, donde estaba, era muy enojada. “¿Por qué yo llegué?, ¿por qué yo gastaba?” Entre mismos familiares hay discriminación. Hasta a veces a uno le da pena de estar allí, porque como no está ganando mucho. Entonces, ya me desesperaba otra vez. ¿Qué voy a hacer? No hubiera venido, no hubiera dejado a mi familia. Y casi dos meses estuve que ya quería regresar, pero como teníamos una deuda pendiente con mi esposo… “¿Qué vamos a hacer?” “Bueno, ya estás aquí, pues ¡paciencia!”, me dice él.

No le fue difícil encontrar trabajo en Providence, pero las condiciones eran muy nuevas y muy duras para ella, pues todo el día estaba encerrada en un cuarto refrigerado y el salario, de seis dólares la hora, era muy bajo, según ella. Aunque estuviera acompañada de muchas mujeres que hacían el mismo trabajo en escala, como si fuera en una maquila, eso no le dio ánimos. Yo trabajé en calamares. Todas las mujeres están allí en filas, trabajando con la mano, haciendo bandejas de calamares. Pero todo el día está uno allí parada, en una casa frízer que es puro congelado. Estás allí cubrida con tu suéter y con tenis y con dos calcetas.

No estuvo allí más de un mes. La desesperación que sentía en donde vivía se le contagiaba al estado de ánimo en el trabajo. El esposo se apresuró entonces a buscar acomodamiento para ella en Boston y se la llevó con él a los dos meses de haber llegado a Estados Unidos. Esto mejoró su estado de ánimo y se le calmó el deseo de regresar cuanto antes a Guatemala con sus hijos.

¿LA MUJER PARA LA PATRIA
Y EL VARÓN PARA EL NORTE?

Es iluminadora la perspectiva de género de esta mujer. No porque ella migrara a Estados Unidos para probarse a sí misma que una mujer también puede atravesar el desierto o que la migración internacional no es exclusiva de ellos. No, su motivación fue el pago de la deuda familiar. Pero, por esa motivación ella arrostra las dificultades de “un esfuerzo masculinizado” como es la migración y comprueba que ella, como mujer, también es capaz de esa hazaña.

La migración internacional es un esfuerzo masculi¬nizado porque los grupos llevados por los coyotes están mayoritariamente compuestos por varones y no sólo representan un peligro de violación para las mujeres que vayan con ellos, sino que todas las circunstancias del viaje están diseñadas para ellos: el ritmo del paso que llevan, el lugar donde duermen, las pausas de descanso que hacen, los lugares que buscan para defecar en el camino…

Cuando, animada por el ejemplo de otras mujeres de su aldea que han viajado al Norte, María decide irse, está comprobando, aunque ésta no sea su motivación, que la migración no es un esfuerzo exclusivo de los varones. Y aunque en su motivación no se encuentra la comprobación de esa capacidad de la mujer, sí existe un elemento de lucha femenina, disfrazado con el pago de la deuda, que es estar junto a su esposo, no perderlo, estabilizarlo. Esa lucha lleva a María a dejar a sus hijos y a romper el estereotipo de que la madre es para la casa y el varón es para el trabajo, estereotipo que en este caso se traduce así: la mujer es para la patria y el varón es para el Norte. Además, no es él quien tiene la iniciativa del viaje de ella, aunque ella siempre todo lo consulte con él, sino que es ella la que lo decide, mostrándose siempre como la más rápida y creativa de la pareja.

En la historia de María hay una constante autoestima femenina. Muchos prejuicios de lo que es una mujer, una mujer indígena, una mujer madre, una mujer esposa tuvo ella que quebrar para cumplir con la meta de pagar la deuda familiar. María no es la única mujer que lo ha hecho, y eso la fortalece, pero siempre mujeres como ella serán una minoría y, por eso, puede ser reprendida como mala madre (deja a sus hijos), como indígena que ha renunciado a su cultura (deja su traje), como esposa no sumisa (sale a buscarlo), como mujer demasiado liberada que se arriesga a viajar entre hombres.

Sin embargo, cuando regresa a Zacualpa y en la iglesia de su aldea le piden que les cuente cómo le fue, María no acentúa ese aspecto de autoestima femenina, sino que se fija en lo que todos, hombres y mujeres migrantes, narran: el sufrimiento del viaje y el sufrimiento de los trabajos en los que hay que ganarse la vida. Coincide con otros hombres enfatizando que dice la verdad y no se quiere vanagloriar de haber tenido magníficos empleos en Estados Unidos. Lo que yo les contaba a ellos era cómo llegué, cómo pasé un desierto, cómo sufrí hambre, en qué espacio estuvimos caminando, cuántas horas y si me costó y el trabajo que fui hacer.

UNA CRISIS DE SENTIDO QUE ES FEMENINA

En relatos de migrantes varones hay momentos en que, cuando el coyote abandona al grupo, se preguntan los migrantes por el sentido de haber salido de su casa: ¿Tuve razón al migrar? ¿Me equivoqué? Describen ese momento con la palabra “arrepentirse”. Arrepentirse significa que la decisión de migrar fue incorrecta, fue una locura, fue mala. En el caso de María también llegó ese momento, en que dice: No hubiera venido, no hubiera dejado a mi familia, pero no sucede durante el trayecto, sino al comenzar la estancia en Estados Unidos.

El cuestionamiento al sentido de su decisión de migrar no le viene del sufrimiento por el desierto ni por el engaño y el robo de los coyotes. No le viene tampoco por otras circunstancias externas propias de la manera de ser de los norteamericanos, pues ella se encuentra entre mujeres hispanas, guatemaltecas y hasta zacualpenses en el trabajo y en la casa. ¿Dónde está entonces la razón de su crisis? La primera razón es que al llegar a su destino no pasa a vivir con su esposo en la misma ciudad y tiene que vivir apartada de él, como de prestada, con la concuña y el cuñado.

La segunda fuente de su “arrepentimiento” es el pensamiento de los hijos. María es una mujer ya hecha. Aunque joven, es una mujer con responsabilidades, no como otros migrantes varones: adolescentes y sin hijos. María tiene tres hijos. Por ellos se alejó de ellos, pero ahora no soporta la se¬paración y amarlos en la distancia. Si había quebrado el estereotipo de lo que debe ser una madre, siempre junto a sus hijos en la casa, descubrimos que ella no lo rompió completamente.

Estos dos factores, el deseo de cercanía con el esposo y la lejanía de los hijos luchan entre sí y hacen de la crisis de arrepentimiento una crisis femenina, muy distinta de la de otros migrantes varones. La crisis la superó cambiando de lugar de residencia y de trabajo, pero no la superó completamente. Si al sólo llegar era prácticamente imposible pensar en un regreso, la adaptación a la vida en Estados Unidos no llegó a ser completa nunca. Por esta razón, más pronto que las otras mujeres de su aldea, volvió a Zacualpa. Se dio en ella un proceso distinto al de otros migrantes más jóvenes. Porque los dos polos de su identidad chocan fuertemente porque ambos tienen raíces.

CÓMO EVOLUCIONAN LAS REDES DE COYOTAJE

De la entrevista con María sacamos algunos datos que muestran la evolución de la migración internacional en Zacualpa, que transforma lentamente el rol de las mujeres. En 1993 la migración estaba despegando en el municipio. María se fue diez años después, cuando ya estaba en pleno auge, lo que probablemente ya hacía más frecuente, no sólo en términos absolutos, sino también relativos, la participación femenina en este esfuerzo transnacional. Los coyotes charlatanes de 1993 eran ya una red de coyotaje bien montada, hasta con una mujer como contacto para atender las solicitudes de las mujeres, lo que indica una creciente complejidad en la intermediación, que ya tiene en cuenta a las mujeres como migrantes.

Tanto en 1993 como en 2003, el coyotaje es desventajoso y engañoso para los migrantes, hombres y mujeres. A muchos los han dejado abandonados en la frontera de Estados Unidos, a María le robaron “limpiamente”, sin tocarle el bolso. Sin embargo, en la treta usada por los coyotes hay una diferencia doble. La del abandono es aplicable a hombres y mujeres, mientras que la del robo “limpio” tiene que ver con la diferencia de género. La primera diferencia es sobre la cantidad robada. A María le robaron dos mil dólares, bastante más que lo que otros migrantes pagan por el viaje. Esto demuestra que cada año se mueve más dinero en el negocio del coyotaje y las pérdidas por el engaño que sufren las personas migrantes, hombres y mujeres, son mayores.

La segunda diferencia se encuentra en la forma del robo que le hicieron a María, más fácil de hacérsela a una mujer que a un hombre. Si a un migrante le hubieran exigido en Los Ángeles dos mil dólares más, probablemente se hubiera independizado del coyote y hubiera buscado por su cuenta a otro hombre que lo sacara del atolladero. Para María, como mujer, eso resultaba más difícil y más arriesgado. Por eso, su esposo se siente forzado a sacarla de la cárcel en que la tienen los coyotes y les manda otro cheque.

CÓMO EVOLUCIONA LA ALDEA

En diez años el negocio del viaje al Norte mueve cada vez más dinero. Si se comparan los precios que se les paga a los coyotes, ha aumentado en 4.5 veces más en dólares. Ante la creciente demanda, y ante las dificultades mayores del viaje, el precio ha subido en diez años de 1 mil 400 dólares a
6 mil 300 (de 8 mil a 50 mil quetzales al cambio en esas dos fechas). Hay más dinero para pagar esas sumas por el aumento de migrantes en Estados Unidos, que pueden pagar el viaje de su familiar y por el incremento de la riqueza en Zacualpa, por la misma migración. Entonces, si el caso de María es paradigmático, mientras más esposos estén en el Norte, más mujeres podrán ser llevadas al Norte por ellos.

A la vez que la migración internacional va cambiando de formas, también la realidad de Zacualpa se ha ido transformando. Cuando María emigra, ya el pueblo ha salido de la oscuridad de la guerra y la huella del terror se ha ido borrando. En su testimonio no aparece ya ese fondo de miedo ante personas desconocidas que aparece en el testimonio de otros migrantes, los que salieron en 1993.

La gradual apertura de Zacualpa a otros influjos de instituciones de afuera, impensables en tiempos de guerra, ha provocado un cambio en la agricultura: el mini-riego. Diez años atrás la agricultura se reducía a las cosechas tradicionales de maíz y frijol. En esos cambios de la agricultura también influyen las remesas de Estados Unidos. Este cambio en la agricultura involucra también a las mujeres.

Otro cambio de la realidad de Zacualpa se ha dado en la educación. Cuando los migrantes que salieron de la aldea en 1993 eran niños no había primaria completa. Cuando crecen los hijos de María ya la hay. El Estado en tiempos de paz ha extendido sus servicios al área rural. Pero esta realidad supone también una demanda de remesas para pagar por la educación de las hijas y los hijos. La educación de las hijas de María la financian en buena parte los ahorros de la migración y las remesas mensuales.

Se está criando así una generación de niños y jóvenes con más educación que la generación anterior, que no pudo estudiar por andar de finca en finca en las costas o por no haber escuela completa de primaria en las aldeas o por el desprestigio que la educación tenía ante los padres, pues se concebía que sólo formaba haraganes, como le dijera varias veces María a su hermano, quizás para desquitarse de los privilegios que se le daban en las familias a los hijos varones. La apertura de oportunidades de educación va rompiendo la idea de que sólo el hombre debe estudiar, como sintió María en su niñez. La necesidad del estudio, vivamente sentida por ella después, incide en la promoción de la educación para sus hijas y su hijo pequeño.

Finalmente, toda la apertura que la migración en los tiempos de paz ha provocado se corresponde con la multiplicación de los medios de comunicación. El teléfono es un ejemplo. Hace diez años sólo lo había en un lugar público adonde se llamaba a los parientes, respondiendo a sus llamadas desde el Norte. Hoy, prácticamente en todo hogar con parientes en Estados Unidos, hay un celular.

LIMPIANDO SUCIEDADES AJENAS

¿Cómo fue la estancia de María en Estados Unidos? ¿Se diferencia su proceso con el de los jóvenes varones migrantes?

La crisis del choque cultural con los Estados Unidos se fue calmando cuando María pasó a vivir en un mismo cuarto con su esposo, aunque la convivencia, que le consoló el corazón, no les salió nada barata, pues el marido comenzó a pagar 800 dólares al mes por el alquiler. Ya en Boston con él, buscó trabajo en lo que cayera, porque la gente que migra no puede escoger: Me fui a pedir trabajo a una compañía de limpieza. Porque allí en Boston sólo de limpieza hay…Una suciedad que uno no ha agarrado en su propia casa, agarra entre las casas de los americanos, que no han limpiado por no sé cuánto tiempo.

En esa búsqueda, María se fue dando cuenta de una nueva identidad: era una migrante, una identidad social aplicada a la población que hacía los trabajos más despreciados y que carecía de papeles legales para trabajar: Nos migramos allá sin ni un pedacito de papel que nos sirva para que nos defienda. No sola yo, sino que todas las personas que están trabajando, siempre compran unos papeles chuecos, porque si no tienen eso, no consiguen trabajo. Yo tuve que comprar ese papel. Me costó 125 dólares.

María notó enseguida que los trabajos que hacían las mujeres allá eran más pesados que los que hacen en Guatemala, porque tenían que hacer los mismos trabajos pesados que hacen los varones. Su esposo trabajaba también en una compañía de limpieza: Allá el trabajo que hace un hombre hace la mujer. Si el hombre hace limpieza o carga unas cosas como una aspiradora -le dicen así a un jalador de basura en el suelo-, también la mujer la carga. Y si el hombre recoge basura o hace fuerza con esas cosas o limpia la estufa, esas estufas bien chorreadas que ya no les sale el sucio, años que están allí que no las han limpiado, también hace la mujer. Así, en esa aparente igualdad de hombres y mujeres, ellas salen desfavorecidas.

DESCUIDO, CANSANCIO, PREOCUPACIONES...

El trabajo que María hacía erosionaba, de alguna manera, su identidad femenina porque le afectaba la presentación y la belleza. Lo compara con su trabajo en Guatemala: Tal vez aquí yo todavía logro pintar mis uñas, pero allá no. Allá las uñas de uno le sirven como raspador de cosas, para raspar grasas o cocinas sucias... Allá, digo yo, gana uno su dinero, pero se sufre, se enferma uno.

También le afectaba la falta de descanso y como quería ganar más dinero trabajaba más horas. Resultado: más descuido de su presentación y falta de interés por entablar relaciones sociales. La preocupación suya no era integrarse en la sociedad de los migrantes sino la familia que quedó en Zacualpa. Allí se concentraban sus pensamientos: Allí se tiene que trabajar por horas. Si uno es capaz de trabajar doce horas o dieciséis horas, pues puede trabajar, pero se siente uno cansado. ¡Todos los días! Allá en Boston limpiando esos edificios que a veces no tienen elevador. Uno se tiene que subir cinco pisos a pura pie. ¡Ay, Dios! Yo ya no aguantaba los pies de tanto cansancio, todos los días.

Al inicio, al aceptar el trabajo de limpieza, ella se engañó. Lo vio como un trabajo propio de ama de casa. Le impactó la diferencia porque en su casa lo hacía por sus hijos y allá no, porque en su casa no tenía tantos aparatos que limpiar y porque en su casa no utilizaba químicos tóxicos que la empresa le obligaba a usar para limpiar las grasas de las cocinas. No era trabajo de ama de casa, era inhumano, estaba acabando con su salud: Allá se ve calidad, pero hay suciedad… Lo que más me afectaba son los químicos que usamos, ¿cómo se llama eso? Esos esprey arrancagrasas, que si uno lo jala (inhala), se siente mal, se siente todo bien ado¬lorida la cabeza. Para curarse la empresa no le daba medicinas. Tenía que ir al hospital donde le pedían papeles de residente, que no tenía, y entonces sólo la atendían para chequeo. Había traductora del español al inglés, pero no del inglés al kiché. Ella sabía español, así que no tenía problema, pero había mujeres indígenas monolingües que no sabían español: Yo me fui a aplicar, así le dicen, a un hospital… Me examinaron, me sacaron prueba de sangre. No tenía nada, sólo era cansancio. Lo que necesitaba eran vitaminas. Y también tenía preocupaciones.

DISCRIMINAN: YA NO SON LOS MISMOS CHAPINES

En las relaciones de trabajo existía una discriminación múltiple. María menciona la discriminación de parte de migrantes, hombres o mujeres, que por saber inglés se encontraban ya dentro de la estructura de mando de la compañía donde ella estaba. Su trato discriminatorio se sentía en las exigencias y en las amenazas de despido.

¿Cómo era eso posible, si eran de gente misma de Zacualpa? Eso desconcertaba a María: Los propios latinos, los propios de nuestras familias que han salido de aquí, a veces lo discriminan a uno sólo porque ellos han aprendido ya el inglés. Ya son supervisores, ya pueden chequear el trabajo. Por un poquito de polvo, ya dicen: “Ella no puede trabajar, mejor que se vaya”. Los supervisores varones de Zacualpa ejercían otra forma de discriminación: preferencias en el trabajo a cambio de favores sexuales: A mí no me pasó, pero a una muchacha que no podía limpiar ni un vidrio ni una mesa, sí. Como es bonita, dijeron: “Ella es bonita, puede acostarse conmigo. Entonces sí le doy trabajo”.

María usa la palabra “discriminación” para situaciones laborales que son expresión del patriarcado, pero también la aplica a la relación laboral entre mujeres, cuando por el poder que les da la legalidad, unas maltrataban a otras en el trabajo, aunque ambas fueran guatemaltecas. Se admira María de cómo, proviniendo de la misma necesidad y de la misma patria, puedan darse cambios tan profundos. Esta transformación identitaria la experimentan todos, hombres y mujeres: Lo discriminan a uno. Me imagino que ellos al llegar también pasaron por eso, pero ya no quieren agarrar la experiencia y lo tratan a uno como que no sabe nada. Como que ya no son los mismos chapines, ya no son guatemaltecos.

En la relación con las dueñas de las casas americanas la discriminación es más drástica. No hay discusión, no hay maltrato de palabras. Sólo hay despido. Y despido no porque se resista la empleada a una orden. Aunque sea una migrante muy dócil y muy trabajadora, si no entiende lo que se le dice es como si se resistiera a los mandatos: Casi en tres trabajos tuve que salir porque allí el idioma es inglés. Uno tiene que hablar inglés, tiene que entender lo que le dicen, y si uno no entiende, lo sacan.

LA RELACIÓN DE PAREJA

¿Cómo afectaba el trabajo la relación de pareja? Por un lado, había una coordinación estrecha y una igualdad entre ambos para el pago, tanto de los gastos propios de la estancia en Estados Unidos como del envío de remesas, turnándose un mes cada uno. Juntos pagaban la deuda familiar.

Eso no excluía roces. Así lo cuenta María: Allí ganaba a 9 dólares la hora. Pero sólo tres horas me daban. Empezaba a las 6 para las 9 y regresaba ya tarde en la casa. A veces tuvimos unos problemitas con él, porque como yo salgo del trabajo… Porque trabajo de 7 a 4, descanso una hora y salgo a las 5 para entrar al otro trabajo. A veces llego en la casa y él no está, está en la calle. A veces me llega a encontrar. Así, como que lo veía algo molesto, porque estuve trabajando yo todas las veces. Y ganaba un poco más que él, pero siempre compartimos las necesidades. Hay que pagar el teléfono, hay que pagar recibos de luz, gas y el apartamento. Un mes él, un mes me toca a mí. A veces él manda para la familia, a veces yo mando para mi familia.

Hay un aspecto de la relación de pareja que no aparece en la entrevista. Si ella había ido a trabajar, no había que tener hijos durante el tiempo que estuvieran en Estados Unidos. En Guatemala, cuando convivieron, tuvieron tres hijos seguidos. El viaje al Norte implicaba la planificación, y por eso un cambio en su imagen de mujer, que no necesariamente debía ser madre para realizarse. Esto seguramente creó tensiones y preocupaciones en ella.

POR QUÉ VOLVÍ: EL PROCESO DE LA DECISIÓN

A veces se oye decir que la mujer, cuando regresa de los Estados Unidos, cae de nuevo atrapada en la cárcel del patriarcado. ¿Es cierta esta afirmación? ¿Por qué decidió regresar María?

Yo dije: Ya veo yo que he podido pagar esas deudas, ya pude pagar mi deuda del pasaje que me fui. Ya pensé: Ya no voy a querer estar más aquí. Porque ya sentía que empezaba a enfermar, empezaba el dolor de cuerpo, me daba dolor de cabeza y más pensaba a mi familia…También, como nosotros somos pareja, no tenemos que convivir con otras personas. Tenemos que vivir en un cuarto y ese cuarto nos cuesta 800 dólares. Bueno, y esos 800 dólares a veces mi esposo puede ganar en una quincena. Bueno, paga él la renta y yo a veces le mando a mi familia. A veces, pago yo la renta y él manda para nuestra familia y a su mamá también. Siempre se divide el dinero. Cuando miramos, igual estamos. Ya va a hacer como tres años que no estamos ahorrando nada... Mejor ya no quería estar allí. Ya todas las noches ya no dormía yo por tanta preocupación de mi familia. Y ya casi me sentía ya enferma de estar allí. Mejor me vine, porque estando con mi familia no tengo yo tanto dinero, pero estoy más feliz.

María fue a trabajar a Estados Unidos y, aunque no tenía una identidad de migrante permanente, no pensaba regresarse inmediatamente. Pero la duda empezó a quebrarle la decisión de estar más tiempo, que partió de ella, no del esposo, aunque todo lo consultaba con él.

La economía no tuvo un peso en la decisión. Por un lado, ya pagó la deuda del viaje y esto no la obliga a permanecer más tiempo, ya está libre de esa atadura, pero con el costo de la vida en Estados Unidos ya casi no están ahorrando. Por otro lado, la enfermedad es otro elemento objetivo con efectos económicos, porque cuando tiene dolor de cuerpo o de cabeza trabaja menos. Además de estos aspectos materiales, está el elemento identitario, que es el que hace ver felicidad donde otra persona no la ve. Guatemala es un país pobre, pero es allí donde están sus hijos y ella es ante todo madre. Ésa es su principal identidad de mujer. No soporta estar más tiempo en el Norte. Se enfermará más si se queda. De ahí que el elemento identitario refluye también en el económico y la decisión se consolida.

El caso de María nos deja con una pregunta que, a la vez, es una hipótesis general: ¿Será que una mujer madre se integra más difícilmente en la sociedad de migrantes de allá si tiene sus hijos aquí y su esposo allá? Su caso propone una respuesta afirmativa.

EN LA ALDEA DE NUEVO

¿Cómo reasume María su identidad local al regresar a Zacualpa? ¿Cómo se ve ella? ¿Cómo la ven? ¿Ha cambiado?

María regresó por avión. Viajó sola. En el aeropuerto la esperaban su papá, su hermano y la hijita grande. De ahí a su aldea. En doce horas había volado desde Boston hasta Zacualpa: Saludé a mi familia y me acosté ya con mi conciencia más o menos tranquila, porque ya estoy con mi familia. Bueno, mi esposo se quedó, pero no es tanta la tristeza como con los hijos. No es tanta la preocupación, porque él ya es adulto, ya se sabe cuidar. Si se descuida, ya es su problema. Tres sentimientos muy parecidos -preocupación, culpabilidad y tristeza-, que se reforzaban cuando estaba en Estados Unidos, se distinguen ya al llegar a su aldea. La culpabilidad desaparece y los otros dos disminuyen. Es una retornada con paz, aunque sienta la separación de su pareja.

En la aldea se enteraron que había llegado y la comunidad católica la invitó para darle la bienvenida. Pero ella tenía vergüenza de presentarse en público porque se había ido al norte sin decirles nada y porque su apariencia era ya diferente a la de la gente del lugar. En su aldea vuelve a enfocarse en su aspecto, pero no busca adornarse, sino lo contrario: ruralizarse. Tardó un mes en lograrlo hasta presentarse en el oratorio.

Al explicarlo se ríe: Me daba pena ¡viera! porque cuando me fui no les dejé dicho a los hermanos. Me daba pena porque al venir de allá uno aquí estaba todo cambiada de la cara, del cuerpo. me miraba en el espejo y me miraba diferente, porque me miraba aquí de los cachetes, como ver una muchacha de 15 años, bien gorda, bien maciza. Todo, de los ojos y de las manos también, algo clara. Como allá me aclaré un poco… Me daba pena… ¿Qué voy a hacer ahora? Me puse a trabajar allí en la casa, me puse a asear la casa, a ir a dar las comidas a los pollos. Y como hacía mis mandados aquí en el pueblo me dejé que me quemara un poco. Y así, hasta el mes. Entonces ya se me fue un poco la vista de allá… Hasta ese tiempo me dieron la bienvenida, porque como hasta ese tiempo llegué.

La identidad de María con la comunidad se fracturó de alguna manera cuando ella no les comunicó de su viaje al Norte: no les tuvo confianza para exponerles un propósito que podría llevarla a no ser ya de aquí, como otras mujeres que se quedaron allá. La apariencia externa podría también confirmar un cambio de identidad, pues ya no parecía una zacualpense de aldea, sino una ladina o una migrante agringada, bien alimentada y de tez aclarada. La vergüenza que siente es el reconocimiento traducido en sentimiento de que en esa fractura de identidad existió algo que de acuerdo al juicio de la comunidad fue indebido. Como una niña que sabe que ha hecho una cosa mala ante gente a quien estima y le da vergüenza pararse en medio y que los ojos de la comunidad se fijen en ella. Esta vergüenza es mayor en las mujeres que en los varones, porque ellas no están acostumbradas a pararse en público.

Se trata de un sentimiento de transición. Es como si con los ojos la comunidad la desvistiera y ella se sintiera muy avergonzada al sentirse desnuda y luego la vistiera de nuevo con la identidad de la comunidad y la identidad fracturada se vuelve a restablecer.

“NO TENGO EN MI MENTE REGRESAR ALLÁ”

Ya presentada y bien mirada, comienzan las preguntas. María había viajado después de cinco mujeres de la aldea y ellas no habían vuelto aún: Siempre me preguntaron que por qué yo me vine. Yo les dije la verdad: Porque yo no podía más estar allá, porque ese lugar es muy duro. Yo ya fui a ver y es muy duro. Y tal vez si me preguntan si voy a regresar otra vez... A saber…Tal vez algún día de repente o quién sabe. No sé, no tengo en mi mente eso. No hubo reclamos de por qué se había ido sin avisar. Y así como no se avergüenza de narrar su debilidad ante el sufrimiento, no tiene tampoco sentimientos de inferioridad o de fracaso ante la demás gente de la comunidad. Ella asienta su palabra sobre la experiencia y no la pueden rebatir, porque conoce lo que es la migración, el viaje, la estancia y el regreso.

El otro tipo de preguntas que le hacen tiene que ver con su identidad de retornada: ¿Va a regresarse a Estados Unidos? La comunidad quiere indagar cómo está su identidad respecto a la comunidad. ¿Es retornada permanente o sólo viene de paseo? Ella responde que no piensa viajar de nuevo. Se define como retornada voluntaria y permanente. ¿Y la gente le cree cuando dice eso? ¿No podrá suceder que de nuevo se escape de repente sin decir nada?

Ella deja abierto el futuro. Y compara lo que ella narra ante la gente con lo que narraban hace casi diez años, antes de que su esposo se fuera por primera vez. Ya no se pueden inventar las “mentiras” de antes: ¡Ay Dios! Muchos inventan, muchas cosas decían las gentes antes, porque decían que en los carros viejos dejaban tirados los dólares y si uno buscaba en los carros viejos allí encontraban dólares. Y si uno quería un carro sólo iba a donde dejaban los carros viejos y allí ya pide uno permiso y ya tiene uno su carro viejo. Muchas cosas inventa la gente. Mi esposo, como ya fue una vez, al regresar dijo: “Mentira, ¡cómo cuesta!” Yo, cuando fui, sólo pescados estuve trabajando, sólo pescados…

“AHORA YA CASI NO ESTOY PREOCUPADA”

¿Cómo se entiende María ahora? ¿No choca con las costumbres y la mentalidad de la comunidad? ¿Cómo siente el cambio al retornar? ¿Deconstruye lo que aprendió a ser en el Norte?

Lo explica así: Ahora estoy viendo cómo es una ama de casa. Una ama de casa hace sus oficios rápido, hace su limpieza, limpiando la casa, cuidar los hijos, sembrar sus animales, comer uno tranquilo sin ni una preocupación. No como estando uno allá. Y yo veo que aunque a uno no le están pagando por hora, pero la está pasando uno bien. Eso es lo que he agarrado yo de experiencias, estando uno en su casita, sembrando sus gallinitas, alimentando uno bien. En cambio, allá, ¡ay Dios!, comiendo a la carrera. Porque si se atrasa más de la hora que empieza a trabajar, ya le dicen que no tiene necesidad de trabajar, mejor que se vaya, que buscan a otro que sí tenga necesidad. Aquí si uno tiene sus animales y va a la plaza y los vende, pues tiene sus centavitos. Y si uno tiene sus cultivos, sus hortalizas y también uno los cuida, va a la plaza y tiene sus centavitos… Así vamos pasando. Tengo esas dos mis limas que tienen mucha fruta. Las he sembrado yo. Y ese surco de caña lo ha sembrado mi esposo. Y ésos que están allá los he sembrado yo…Y he sembrado una mi mata de guayabas. También hemos comido guayabas este tiempo que pasó. Y ese mi aguacate también dio aguacate este tiempo. Y así siempre estoy contenta. No, casi no estoy preocupada.

DE TRABAJADORA ASALARIADA
A MUJER INDEPENDIENTE

María ya no tiene a un supervisor encima. Ahora es independiente y dueña de su propio trabajo. No hay quien le esté exigiendo o la esté correteando para que se atragante la comida, nadie que la corrija y amenace con despedirla. Sin embargo, en ese trabajo independiente quedan rasgos de su experiencia de trabajo en el Norte.

Uno, la conciencia de que los trabajos que ella desempeña, aunque en Zacualpa no son pagados y no se valoran como trabajo, sí tienen ese valor y podrían ser medidos en tiempo de horas y minutos. Otro es relacionar la rapidez con la que se hace el trabajo con la medida de su valor. Y un tercer rasgo, relacionado con los anteriores, es el poco aprecio a los “oficios” del hogar frente a otros trabajos más relacionados con la producción agrícola.

María se siente orgullosa de lo que ha sembrado y cosechado y lo muestra. Así se construye su identidad agrícola, no directamente por el trabajo mismo, sino por la presentación ante los demás de su propia valía por ese trabajo. El árbol o las frutas se cargan de ese sentimiento de identidad, como si María estuviera en ellos, de una forma como no se carga de sentimiento el dinero. Una herida a esos árboles o una violación de esas frutas por el robo las sentirá como hechas a ella misma.

María paga a los mozos que la ayudan cuando hay que reparar los chorros de agua con la remesa que envía el marido. Ella tiene dos clases de dinero, la remesa y “los dineritos” que gana por vender “las gallinitas”, todo en diminutivo. El dinero siempre es dinero, pero para ella “los dineritos” corresponden a un sistema de vida más modesto, más lento y más monótono, pero tranquilo y suficiente para la vida.

Al retornar, María se convierte, de una asalariada que ganaba en dólares, pero que sufría por la presión de los supervisores, en una mujer independiente que recupera el trabajo agrícola propio y que paga a otros para trabajos que ella considera no son propios de la mujer en su aldea. El gusto por los árboles y las frutas indica la recuperación de una identidad agrícola femenina de la mujer que es responsable de su casa. ¿Cambiará esta identidad cuando el marido regrese?

“¡HASTA DÓNDE HE LLEGADO YO!”

¿Cómo se siente María frente a sus dos hijas y el hijo pequeño? Fueron su preocupación en Estados Unidos. Al retornar, ¿cómo los ve? ¿Cómo se ve a sí misma, en cuanto madre?

María tiene una imagen de lo que debería ser una mujer que no se corresponde con lo que ella ha sido. Al ver que ya no es posible retroceder la historia, proyecta esa imagen en el futuro de sus hijas, especialmente en la que está entrando en la adolescencia. Piensa que ya puede decidir entre los dos modelos de mujer: el que siguió su madre y el que ella le propone. María tiene 30 años y la hija 12. María se casó de 17 años y el casamiento a esa edad temprana quiere evitarlo a sus hijas.

¿Cómo ve su pasado y cómo sueña el futuro de sus hijas? A veces me siento aquí y al ver allá a las montañas digo yo: ¡Hasta dónde he llegado yo! Ir a los Estados Unidos y regresar. Y antes, a la capital solita, a las costas primero, al Quiché solita. Y yo era una niña todavía, como la edad de mi hija, digo yo. Eso a veces le cuento a ella: “Yo antes a tu edad, yo estaba trabajando allá porque yo ya conocía el dinero. Así como haces ahora: ‘Dame un mi quetzal, dame tal, dame esto, porque esto quiero’. Antes yo no podía decir así a mis papás. Yo tenía que ganarlo, porque ellos también no ganaban también”.

María es parca y poco poética, pero en estas palabras aletea cierta poesía. Se le pierden los ojos en las montañas que cuidan el valle de Xicalcal, donde ella nació y ahora vive. ¿Qué tienen esas montañas que le despiertan el recuerdo de su pasado? Para la gente de Zacualpa son señales de un pasado muy antiguo, puro, auténtico. Son símbolo de la identidad y la tradición de Zacualpa, aunque también son señales de pobreza, y también, en cierta forma, de atraso. En sus cumbres se encuentran algunos de los altares mayas que aún hoy congregan a mucha gente, de sus pliegues sale el agua limpia que irriga los valles, de sus bosques sale la leña… pero de allí bajan también los campesinos más pobres a vender sus productos en los mercados.

Para María son también símbolo del aquí y ahora desde donde las contempla. Después de tanto viaje, está delante de ellas, que la vieron nacer. ¡Ha retornado! Y se maravilla, porque no se perdió, a pesar de haber andado siempre sola.

La tónica de esa historia es propia de alguien que cuenta grandes hazañas. Casi el hilo conductor de la misma es el valor que la ha acompañado. Ella considera que tuvo valor por viajar sola a Estados Unidos. Y si ha habido limitantes que ella desearía que no se repitieran en la vida de su hija, no los asume con culpabilidad y derrotismo. La gran diferencia entre la vida suya y la de su hija es la pobreza. María tuvo que trabajar de niña, mientras que la hija está liberada de tareas sólo para estudiar. María estuvo en constante movimiento en busca de un trabajo mejor pagado, mientras la hija no ha salido de Xicalcal en toda su vida. Y la mayor diferencia: María nunca estudió y se casó temprano, mientras que la hija está estudiando, puede seguir estudiando y ojalá siga estudiando, para no ser como la mamá.

ANTE DOS MODELOS DE MUJER

María convierte su historia en consejos para ambas hijas en el futuro: Yo les digo a ellas dos que ya están grandes: “¿Para qué me fui a arriesgar yo? Porque me fui a ganar un poco dinero y lo tengo ahorrado para que ustedes estudien más después...” El dinero es lo más importante para el estudio. Si no hay dinero, uno no puede estudiar. Así le estaba diciendo yo a mis hijas: Ojalá que no se queden a medias, porque si piensan ellas casarse, mejor no estudien, porque si uno está estudiando y después se casa, quedan como yo: estando en la casa, cuidando los hijos… Yo ya he visto que el estudio es necesario. Pero yo veo que hay muchachas que han estudiado y se van a los Estados. ¿Y qué llegan a hacer allá? A lavar sanitarios sucios…Yo veo que si hubiera estudiado yo, yo pensaría en un trabajo en la capital o aquí mismo…

Para María hay dos modelos de mujer entre los que su hija debe escoger: el del casamiento temprano y el de los estudios. Los estudios son para María una inversión. Hay que ser consecuente y terminarlos hasta el fin, porque si no esa inversión se pierde. Esa inversión supone ahorros que María obtuvo con el viaje al Norte. Los guarda en una cuenta en el Banrural de Zacualpa. Pero estima que no le alcanzarán para la educación de los tres hijos. Ellos, con el tiempo tendrán que ayudar a pagar su propia educación. María, que no ha estudiado, ve la educación casi únicamente como un bien económico. No le da un significado de vocación y de gusto. Vive esa inversión con incertidumbre y con inseguridad. ¿Será que yo voy a perder el capital invertido en ellas? Otra forma de perder la inversión es a través de la migración. Si gastó en los estudios y la hija sacó su título, pero después se va a limpiar inodoros…

Como migrante retornada, María juzga que no hubiera tenido que emigrar para ahorrar dinero para el estudio de sus hijas si hubiera seguido el modelo que ahora desea para ellas: el de la mujer estudiada. Así, negativamente, el viaje al Norte ha influido en su idea de mujer.

PAREJA A DISTANCIA: ÉL GANANDO ALLÁ
Y ELLA HACIENDO PLANES AQUÍ

¿Y cómo se ve María, como retornada, frente a su compañero de vida? ¿Qué ha cambiado en la manera como se siente frente a él? ¿Tiene su identidad fuerza transformadora frente a él como frente a sus hijas y a su hijo?

María no es como muchas mujeres guatemaltecas, cuyos esposos han viajado al Norte, pero no conocen cómo es la vida allá. Dependen de la información del esposo, quien en el regateo continuo sobre el monto de la remesa, suele inventar cosas que no son ciertas. No es su caso. Así explica ella la comunicación telefónica con él y el envío de remesas cada quincena, por Banrural o Western Union: Siempre me habla todos los días, a veces cada dos días me llama. Pregunta cómo estamos. Me dice: “Me canso de estar aquí de tanto trabajar todos los días, me canso mucho”. “Se cansa uno, pero teníamos un compromiso y todavía no se ha terminado”. Y así le estoy animando un poco, porque veo que todavía no podemos que él venga, porque todavía hay cosas que él desea y yo deseo también. Y aquí no se puede. Se puede, pero no más pasando un poco la vida. Allá cuesta mucho ganar dinero, pero siempre se junta poco a poco.

María es muy parca para expresar las palabras de amor que se dicen por teléfono. Sólo sabemos que es una relación muy frecuente, casi diaria y que él pregunta cómo estamos. Pide detalles del día a día y del estado de ánimo y de salud de todos. La remesa es el centro de la plática. Ella quiere, y a veces, hasta le exige que él mande más dinero, porque la situación aquí es muy duro, y él se defiende, porque los gastos han subido. Debido a este continuo regateo, cada uno acentúa en la conversación la dureza de la vida donde está. Ya no se refiere a la deuda, sino a “deseos” que los dos tienen de superación: que no estemos no más pasando un poco la vida. Ella quiere dar un brinco de mejoría que rompa con la monotonía cíclica de la vida que se conforma con la sobrevivencia tranquila. Ella tiene una motivación más fuerte que la de él para dar ese salto, tal vez no espectacular, pero sí cualitativo.

Por eso, a diferencia del estereotipo de mujer que está clamando al cielo para que el esposo regrese, ella le dice que siga allá, que aguante, que tenga paciencia hasta ahorrar el dinero que tienen presupuestado entre ambos. Ella es la de la iniciativa en esta especie de empresa familiar del esposo que gana allá y de la mujer que planifica aquí. Sin embargo, sus palabras no son una imposición o un mandato. Sólo lo estoy animando, pero una animación con el recuerdo claro de su obligación: tienes que trabajar un poco más.

Parece cruel la posición de ella queriendo mantener al esposo más tiempo allá, pero lo que ella teme es que vuelva pronto sin lo suficiente para superarse y de nuevo regrese a Estados Unidos y otra vez retorne a Guatemala antes de tiempo y así se esté sin parar en ese penduleo, convertido en costumbre que consume los ahorros por los gastos de los viajes de ida y vuelta.

INICIATIVAS FEMENINAS CON EL VETO MASCULINO

Por ser retornada voluntaria permanente, ella tiene planes económicos. En las pláticas telefónicas han surgido de parte de María varios pequeños proyectos, pero para algunos ella está a la espera de que él vuelva para comenzarlos, porque o no puede hacerlos sola o porque, aunque pueda, debe caminar con prudencia con él para no despertar celos.

De los dos proyectos previsibles, uno requiere de la presencia del marido, otro no. Para poner un horno de pan junto al camino, donde pasa la gente, necesita que él haga la casita, pues su casa está metida entre el frijolar donde está el sitio con árboles. El otro proyecto, el de someterse a coser -parece que blusas- tiene la ventaja de que es un trabajo dentro de la casa. Lo puede hacer sola, sin que él la ayude. María es la de la inventiva, es la que está en el lugar. El está fuera y no sigue el movimiento económico de la aldea y no tiene las ocurrencias de la que está inserta. Sin embargo, él le puede poner el veto: Ya van como dos o tres veces que le digo y no me acepta. Y ella acepta: Yo no quiero pelear.

¿Por qué no quiere pelear? Por los hijos, dentro de una concepción religiosa, según la cual el pleito puede enfer¬marlos. Su identidad femenina como esposa se encuentra en tensión. Por sus ocurrencias sobre pequeños nichos de oportunidad económica, ella saldría y se movería, pero por la paz en el hogar, por sus hijos, María contiene esos impulsos. Lo que puede molestar al marido no es sólo que salga de la casa, sino que genere ingresos propios. Aunque hay un regateo por el tamaño de la remesa entre ambos, la remesa es un lazo de dependencia para la mujer. La herida que puede nacer de los pasos que da ella hacia la independencia es fuente de imaginaciones sobre sus intenciones de parte de él: De repente me inventa cosas.

Así, los celos a distancia de él condicionan las realizaciones económicas de ella. No sabemos, si al revés también, las de él. Y a su vez, las relaciones económicas entre ambos mantienen a la pareja unida y conteniendo la imaginación económica de ella por la paz del hogar.

SIN MIEDO FRENTE AL RACISMO Y AL MACHISMO

¿Cómo se siente María en ambientes públicos que suelen ser una amenaza para la mujer, y para la mujer indígena? ¿Mantiene una identidad temerosa?

Ella suele platicar de muchas cosas con su hija. Una, su postura ante el racismo y el machismo de la sociedad. Al tocar estos temas en sus conversaciones, no pretende que su hija intente algo que ella no ha logrado, sino que se pone como ejemplo de valentía ante ella: Si yo no hubiera salido, le digo a ella, también ahora tal vez hubiera tenido miedo de ir al Quiché o ir a Guatemala. Donde quiera que yo vaya, yo no tengo miedo. Yo antes entraba en un banco con miedo y ahora no. Hasta en los Estados Unidos me entraba a un banco, cambiaba mi cheque, hasta sacaba dinero en caja automática… No tengo miedo ni porque están un montón de muchachos allí. Si yo tengo que comprar algo donde ellos están, yo no les tengo vergüenza, porque yo no les estoy diciendo nada. Y si ellos dicen algo, pues que digan, pero yo, como tengo que comprar, lo que quiero compro. No tengo miedo, no tengo vergüenza, donde quiera que vaya.

Señala María dos situaciones donde las mujeres ordinariamente se sienten excluidas. Sin que haya una prohibición expresa, sienten que hay una onda que les impide pasar, entrar, caminar… por varios espacios. El de los bancos, generalizable a instituciones de poder, restaurantes de lujo, tiendas lujosas…En ellos, las mujeres indígenas, por su traje, sienten miedo, por lo que les puedan decir al entrar, por lo que no puedan responder, porque las puedan regañar. Este racismo es más fuerte con ellas que frente a los varones, por su clara identificación como indígenas por el traje.

Otra situación es la del montón de muchachos, jóvenes varones, que ocupan un lugar cercano a un mostrador o un puesto de ventas y que están hablando y burlándose del que pasa. Tampoco en este espacio, distinto del de paredes cerradas del banco, hay una prohibición formal, pero las mujeres sienten ondas que les dicen que si pasan por allí les pueden decir algo que las avergüence. No es un ambiente explícitamente racista, aunque puede serlo, sino machista. La reacción de una mujer que no tiene conciencia es el miedo y la vergüenza que la inhibe para pasar.

Ante estas dos situaciones, María no tiene miedo. Y eso se lo debe a su experiencia de migrante: Si yo no hubiera salido tal vez hubiera tenido miedo. Se siente con derecho de entrar a cualquier parte y de comprar cualquier cosa. Es un derecho del que ella se hace consciente en Guatemala, no en Estados Unidos, donde lo aprendió, porque allá el único espectro era ser “ilegal”.

La valentía ha sido una constante en ella. Cuando retornó a Guatemala sola en los aviones dice: Tuve un gran valor de no tener miedo porque Dios me ha cuidado. Cuando resume su vida con los ojos perdidos en las montañas se maravilla de sí misma: ¡Hasta dónde he llegado yo! Ir a los Estados Unidos y regresar! Ahora le dice a su hija: “Sé como yo, no temas”. Ésta es una característica propia de la identidad de esta mujer migrante retornada. Es la que cruza transversalmente a todas. Tal vez la fundamental.

QUIÉN ES HOY MARÍA

Al retornar, María pasó a ser una agricultora independiente, con trabajos que ella misma hace para ganar “dinerito” y con trabajos que paga a mozos, pero a la vez forma parte de una microempresa transnacional con su esposo, porque mientras él gana ahora los dólares, ella los administra con iniciativas propias, aunque sea consultándole por teléfono. En las inversiones que ella hace siente su limitación por falta de educación. Lo que ella no pudo ser, lo invierte en la educación para que las hijas y el hijo puedan serlo. Su mente de mujer está puesta en el futuro de sus hijas para quienes quiere un modelo de mujer que no esté atado a los oficios domésticos, sino que goce de la comodidad y los salarios propios del trabajo de oficina. Igual en el futuro de su hijo.

A pesar de todo esto, María no deja de ser una mujer campesina que sigue simbolizando en las siembras -caña, árboles- y en los productos agrícolas -jocotes, mangos- el sudor de su frente y la habilidad de sus manos, mientras despacha los oficios domésticos con la celeridad de quien ha aprendido a medirlos por el tiempo. Aunque pareciera que al retornar ha retrocedido en la conciencia del valor de su trabajo, lo que sucede es que su identidad proyectiva en sus hijos ha dado un salto adelante.

CUATRO ETAPAS EN LA FAMILIA DE MARÍA

La familia de María ha pasado por cuatro etapas. La primera, ella y su esposo en Zacualpa procreando tres hijos en un modelo de familia nuclear moderna. Moderna porque ya no se trata de una familia extensa con los abuelos paternos. La segunda, ella en Zacualpa con los tres hijos a una edad en que la limitan mucho y el esposo allá, ella añorándolo y muy dependiente de él. La típica familia transnacional. La tercera, ambos conviviendo allá, pero sin procrear hijos, y los hijos con la abuela materna en Zacualpa. Es otro tipo, también frecuente de familia transnacional: la abuela cuidando a los nietos. Ella no resiste esta estructura y se vuelve. La cuarta etapa, ella con los hijos en Zacualpa y él allá, con la diferencia de que ahora ella ya ha tenido la experiencia de la migración.

ELLA SOCAVÓ LOS CIMIENTOS DEL PATRIARCADO

En la identidad de María se ve una nueva imagen de madre. No es mejor madre por tener más y más hijos, sino por educarlos mejor. Un enfoque más educativo que biológico. Y una nueva imagen de esposa: al mismo nivel que él, aunque dependa de las remesas, porque el marido depende de la administración de ellas y de la atención que ella da a los hijos. Esta nueva relación ha sido posible por dos grandes avances tecnológicos: el teléfono en casa -no sólo comunitario- y los métodos anticonceptivos.

Aunque María no es líder de ningún movimiento que defienda los derechos de las mujeres, al ingresar en espacios de la calle o de instituciones que ordinariamente percibe como amenazantes, su yo se posesiona de lo público, consciente de su derecho para ocuparlos. Aunque antes de migrar participó en grupos de mujeres, la fuerza de su conciencia como mujer a nivel público procede más de su experiencia migratoria, comenzando por la aventura de irse con un grupo de hombres a los Estados Unidos.

Guiados por la hipótesis de que la identidad se construye por las relaciones de experiencia y de que en el caso de la identidad femenina tenemos que ir a las relaciones dentro de la familia para encontrar cómo se ha reforzado, podemos concluir que María es una más de las que, como dice Castells, contribuye con su vida a “socavar a diario los cimientos del patriarcado”. De estas pequeñas experiencias y luchas se nutre el tejido de las voces de mujeres del planeta que son la base del feminismo en los países del Tercer Mundo.

ANTROPÓLOGO. COLABORADOR DE ENVÍO EN GUATEMALA. EXTRACTOS DE SU ÚLTIMO LIBRO
“MIGRACIÓN TRANSNACIONAL RETORNADA” EDITORIAL AVANCSO. GUATEMALA, 2008.

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