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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 342 | Septiembre 2010

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Internacional

La química del desarrollo

Cuántas frustraciones, incomprensiones, inestabilidades, se plantean en el equipo de trabajo de una oficina donde diseñamos un proyecto de desarrollo… ¿Por qué no le va a suceder lo mismo a los futuros beneficiarios de ese proyecto? Quienes trabajamos en la cooperación al desarrollo tenemos que tener en cuenta los sentimientos, las sensaciones, las creencias religiosas, las actitudes de aquellos y aquellas con quienes trabajamos. Si no lo hacemos, nos faltará claridad en el qué hacer y en el cómo hacer.

Carmelo Gallardo

Tengo un hermano, mellizo, muy diferente a mí. Hasta la adolescencia, recibimos los mismos estímulos y crecimos en el mismo entorno, en un pueblo pequeño de Castilla en España. Pero yo soy más extrovertido, él más sensible. Mi hermano es doctor en química, investiga con polímeros, contribuye al desarrollo de la ciencia, es decir, al desarrollo de todos. Yo vivo desde hace años en Centroamérica, trabajando en distintos proyectos de cooperación al desarrollo, dos palabras cada vez más difusas y complejas.

¿Por qué somos tan diferentes mi hermano y yo? ¿Por qué Costa Rica no siguió el mismo curso económico y social que sus vecinos? Quizás la química humana, que es la base de algunas de las diferencias en el comportamiento y las actitudes de las personas, también tiene algo que decirnos en la forma y el grado en que los países avanzan o retroceden en sus objetivos de desarrollo.

UNA REALIDAD QUE CAMBIA MUY DE PRISA

El importe de la ayuda al desarrollo se ha incrementado en los últimos veinte años, al igual que la pobreza que intenta combatir. Y algunas crisis humanitarias siguen teniendo dimensiones bíblicas, sin que se haya logrado prevenirlas.

¿Por qué es tan difícil avanzar hacia metas de desarrollo y estabilidad económica y social?

Las ideas evolucionan, las teorías se superponen y se superan a sí mismas. Las “verdades únicas” desaparecen. Hace tiempo que sabemos que la Tierra es redonda, pese a la infalibilidad de la Iglesia Católica de la Edad Media. Los intelectuales defensores del sistema neoclásico, comenzando por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, admiten ya que el reparto desigual, empeorado por la globalización, está causando conflictos que afectan al propio sistema. Los científicos han demostrado que la testosterona, que es una hormona con una estructura química compleja, es una de las causas de las diferencias de carácter entre hombres y mujeres.

Las nociones sobre el desarrollo no son una excepción, y también han evolucionado. El sentido que se otorga al desarrollo, cuando se le vincula a la Ayuda Internacional, surgió con el discurso sobre “el Estado de la Nación” pronunciado por el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, el 20 de enero de 1949. Se basaba en la visión occidental de modernidad y avance tecnológico: Una mayor producción es la clave para la prosperidad y la paz. Y la clave para una mayor producción es una aplicación más extensa y más vigorosa del conocimiento técnico y de la ciencia moderna.

En ese momento surgió también la idea de subde-sarrollo, como un concepto negativo, un estado que tiene que evolucionar hacia el desarrollo. Ese día, dos mil millones de personas se convirtieron en subdesarrollados. En estos cuarenta años, los adjetivos sobre el desarrollo (sostenible, integral, etnodesarrollo, autogestionado, incluso antide­ sarrollo desde Porto Alegre…) han evolucionado tanto como las propias teorías del subdesarrollo (las etapas del crecimiento económico, el intercambio desigual, la dependencia…). Y lo seguirán haciendo según aumenten los estudios económicos, sociales y políticos de una realidad que cambia cada vez más deprisa.

¿CÓMO PIENSAN Y SIENTEN
LAS PERSONAS “SUBDESARROLLADAS”?

¿Y si todas las teorías del desarrollo estuvieran incompletas, y resultara que la química humana también incide en el avance socioeconómico y cultural de los pueblos? A fin de cuentas, el desarrollo se basa en el comportamiento y en la actitud de las personas.

Escribo en base a experiencias personales. Me alejo de las acusaciones simplistas de los detractores de la ayuda al desarrollo (una nueva colonización enmascarada, un estilo de vida desmesurado, una ayuda de emergencia que lava conciencias…) y de las crisis de fe de los escépticos (proyectos mal diseñados, falta de coordinación en la ayuda, corrupción en los países receptores...).

Aunque todas estas críticas tienen bastante de cierto, este artículo pretendo solamente señalar ciertas lagunas de la Ayuda Internacional que a mi juicio son tan importantes como poco estudiadas y consideradas. Trabajar con hombres y mujeres que intentan superar un desastre o un conflicto reciente, o con comunidades que buscan su propio desarrollo, requiere conocer, en la medida de lo posible, no solamente el contexto político y los aspectos socioeconómicos de la sociedad en que se integran, sino también su forma de pensar y sentir, su escala de valores, su percepción del mundo, conceptos todos ellos ligados a disciplinas tan poco valoradas en el desarrollo como la psicología, la antropología, la religión y la ética.

TENER EN CUENTA LOS SENTIMIENTOS:
EL MIEDO, LA INSEGURIDAD, LA DESCONFIANZA...

Miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a lo que puede ser, miedo de morir, miedo de vivir.

(Eduardo Galeano: “Patas arriba. Escuela del mundo al revés”)
No hay duda de que los sentimientos influyen en nuestros actos. ¿Cuántas veces frustramos nuestros deseos por miedo al cambio o a lo desconocido? ¿Cuántos episodios y cambios importantes en la sociedad, la economía o la política tuvieron su origen en la pasión, el amor, o la venganza que sintieron algunos personajes claves de la Historia?

Recuerdo que en Bujumbura, la capital de Burundi, cuando en 1995 los hutus de las colinas descendían a la ciudad despavoridos porque el ejército tutsi iniciaba una acometida más contra la población civil, para intentar controlar a la guerrilla hutu, se cruzaban en su loca y multitudinaria carrera con militares aislados que caminaban tranquilamente en dirección contraria. Ninguno de los hutus se enfrentaba a aquellos impasibles militares, ni siquiera les dirigían amenazas. ¿Es que no los odiaban? En mi opinión, es obvio que el resorte de la violencia civil en Burundi y Ruanda es más el miedo que el odio. Se trata de matar antes de que le maten a uno.

Matar antes de ser asesinado. En el contexto actual de violencia generalizada, cualquiera de las capitales de Centroamérica podría obligarnos, casi sin darnos cuenta, a tener que entrar en ese mismo dilema. Si la Policía y la Justicia no funcionan bien, siendo como son instituciones básicas en un Estado de Derecho, puede ocurrir que los ciudadanos se tomen la justicia por su mano. Ya está sucediendo, y los ciudadanos optan, lógicamente, por no dejarse matar.

En Guatemala, donde la desintegración social, la desconfianza y el miedo heredados de un conflicto atroz y represivo son enormes, los linchamientos que se producen en el altiplano indígena causan tanto pavor como descon-cierto. Esta violencia “popular” está vinculada al miedo. Y la violencia global, medida en homicidios per cápita, no está más presente, como se cree, en las zonas más pobres. Los departamentos con mayoría de población indígena tienen los menores índices de homicidios. Y Nicaragua, el país más pobre de Centroamérica, es también el menos violento.

En Europa, el 60% de los individuos confían en el prójimo, mientras que en América Latina, según una reciente encuesta sociológica, solamente el 20% de las personas cree y espera algo positivo de un desconocido. ¿La inseguridad nos hace enclaustrarnos y alimenta así nuestra desconfianza? O es la desconfianza la que provoca inseguridad?

Las dos caras del razonamiento son válidas. Y las dos caras, desconfianza e inseguridad, minan nuestra calidad de vida, nuestro desarrollo y… ¿también influyen en la felicidad, que yo entiendo como un estado de ánimo, una impresión, un sentimiento?

LA PARADOJA DE LA FELICIDAD

Algunas encuestas contradicen el sentido común. Nadie diría que Colombia, que aún mantiene importantes dosis de violencia a raíz del conflicto interno, es el tercer país más feliz del mundo y el primero en América Latina. Éste fue el resultado de la encuesta anual que elabora el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan en el año 2007. En ella se intenta medir el grado de “bienestar subjetivo”. En el mismo año, los países que continúan en la lista no son precisamente oasis de paz en la región. Por este orden, después de los colombianos, en América Latina los más felices son los guatemaltecos, los mexicanos, los venezolanos, los brasileños y los argentinos.

Y ya que hemos saltado de la violencia a la felicidad, saltemos de la felicidad al desarrollo. También el sentido común nos dice que más desarrollo equivaldría a más felicidad. Pero también algunas encuestas lo contradicen, al menos si medimos el desarrollo como el crecimiento del ingreso por habitante.

Esta “paradoja de la felicidad” ha sido muy bien explicada en varios artículos por un excelente economista, Jürgen Schuldt, de quien tomo prestados los párrafos que siguen. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los 90, el ingreso per cápita en Estados Unidos y Japón aumentó tres y siete veces, respectivamente, pero el índice de bienestar autopercibido, que se recoge a través de sofisticadas encuestas, se mantuvo estable en todo el período, incluso con pequeños cortes de tendencia descendente.

Si hay una “paradoja de la felicidad”, cómo no, hay también una “economía de la felicidad”, pues los econo-mistas, que ya se apropiaron de las áreas sociales, parece que también quieren liderar esferas del conocimiento vinculadas a la psicología y a la cultura. Estos economistas tienen, según Schuldt, varias explicaciones. La primera se refiere al “ingreso relativo”, y explica que las personas no se fijan tanto en su ingreso (o consumo) absoluto, sino en el que tienen respecto a sus “grupos de referencia”, con lo que su bienestar puede disminuir si alguno de ellos (compañeros de trabajo, vecinos…) tiene un nivel de vida económico cada vez más alto respecto al suyo propio. Otra explicación puede ser que, a medida que aumenta el ingreso de las personas, se expanden también sus aspiraciones. Un tercer argumento tiene que ver con las “externalidades negativas”, ese eufemismo con el que los economistas maquillan todo aquello que nos molesta del desarrollo: aglomeración urbana, polución, soledad y desamparo, menos tiempo para los amigos…

TENER EN CUENTA LAS CREENCIAS:
EL PESO DE LO RELIGIOSO

Todo aquel que sigue una doctrina y se abisma en un credo o en un sectarismo, se libera de un peso agobiador, desme-surado: el de su libertad. (Margarita Carrera: “Del placer de ser rebaño”).

¿Por qué se discrimina el enfoque religioso en el análisis de los orígenes de los conflictos o del subdesarrollo? Si tantos historiadores argumentan la superioridad de Norteamérica frente al resto del continente, o la del norte de Europa con respecto a los países mediterráneos, basándose en las diferencias conceptuales que las Iglesias Protestantes tenían frente a la Iglesia Católica en asuntos como el trabajo y el enriquecimiento, ¿por qué, insisto, lo religioso está mar-ginado en la mayoría de los informes de análisis multi-disciplinar, empezando por los del Desarrollo Humano del PNUD?

Volviendo al complicado Burundi, tras muchas lecturas para entender el conflicto étnico, un pequeño libro marginal, editado por ciertos frailes salesianos africanos, apuntaba a unas causas sencillas, añadiendo una explicación más al problema de la violencia: la colonización administrativa belga eliminó al rey tutsi, respetado por todos debido a una descendencia tan antigua como desconocida, y la evangelización católica destruyó el único motivo de respeto que los comerciantes y ganaderos tutsis sentían por los pobres campesinos hutus: su poder espiritual hacia los dioses, representado por los famosos tambores burundeses, que ahora sólo interesan a algunos turistas despistados.

¿Qué consigue un proyecto diseñado para aumentar los ingresos de los pequeños campesinos de Centroamérica si, al mismo tiempo, la agresividad de algunas sectas evangélicas los introduce en un rebaño que fomenta la resignación y el conformismo? Conviene recordar que los neo-pentecostales, que tanto están creciendo en América Latina y que surgieron a finales de los años 70 influidos por la corriente cívico-religiosa norteamericana denominada “mayoría moral”, enseñan que los pobres y los enfermos sufren por su falta de fe o porque viven en pecado.

La religión es un referente para explicar la vida y el mundo. Influye, por tanto, en la identidad del individuo y en su pensamiento. Si la mayoría de los actos -excepto los instintivos, los repetitivos o algunos mecanismos automá-ticos de defensa- se basan en un pensamiento previo, está claro que los individuos con una fuerte convicción espiritual -mayor cuanto más sufrimiento y pobreza sufren- toman decisiones basadas en sus concepciones religiosas. El miedo como resorte de actuación en los linchamientos guate­ maltecos se basa muchas veces en unas convicciones religiosas manejadas por los pastores evangélicos.

Cometería un error si centrara toda la crítica en algunas de las Iglesias evangélicas. En el año 2005, habiendo sido aprobada por el Congreso de Guatemala una ley de planificación familiar, muy importante para la salud y el control de la pobreza en el país, la ley no fue sancionada por el Presidente Óscar Berger, muy presionado por una activa Iglesia Católica, liderada por el arzobispo Rodolfo Quezada Toruño.

¿CONVIVIR CON LA MAGIA?
CULTIVAR LA ESPIRITUALIDAD

Pero no todas las creencias necesitan de un Dios o, peor, de una religión. En las culturas animistas, que no hay porqué identificar exclusivamente con los pueblos indígenas, el componente mágico es muy importante para explicar lo inexplicable. Cuando en los masters de desarrollo nos enseñan las maldades del capitalismo y de la colonización, sin dejar de ser ciertas, profundizan sin embargo poco en los aspectos culturales, como en las “creencias mágicas” de los africanos.

En Costa de Marfil, en Danané, recuerdo que Yapi, un apreciado e inteligente colega nacional, abogado, creía que una persona con poderes puede causar daños físicos a otra, por muy alejados que se encuentren el uno del otro. De hecho, él “observó” en una estación de autobuses cómo una botella golpeaba sola, sin una mano detrás que la dirigiera, a un individuo que sacaba su ticket en la ventanilla. ¿Es posible eliminar estas creencias? O mejor: ¿Tenemos el derecho a eliminarlas, incluso aunque puedan incidir en el desarrollo de quienes se ven “afectados” por ellas?

Con desarrollo o sin él, con mayor o menor poder de las Iglesias, todos vamos cada vez con más prisa en el camino de la vida. Se va perdiendo la esencia de las cosas, el valor de los pequeños momentos de placer, lo que algunos llaman el lado poético de la vida, y otros espiritualidad. En este sentido, apoyo las ideas que el teólogo Leonardo Boff expresara en un maravilloso artículo que leí en Envío en agosto de 2007. Decía Boff que no basta con adaptarse a las nuevas realidades, a los nuevos desafíos globales, sino que hay que ir a algo más profundo. Hay que refundar el sentido de la vida, hay que descubrir las razones para seguir viviendo, hay que recrear una nueva espiritualidad.

Una visión espiritual del mundo no equivale a una visión religiosa del mundo. Las religiones no tienen el monopolio de la espiritualidad. La espiritualidad es la dimensión de lo humano, la conciencia por la cual “nos sentimos parte de un todo, que nos desborda por todas partes”. Y esto lo pienso como católico bautizado, pero encauzado hacia una actitud agnóstica, en un punto límite con el ateísmo, siguiendo aquella famosa frase de la escritora francesa George Sand: Prefiero creer que Dios no existe a pensar que es indiferente.

TENER EN CUENTA LAS ACTITUDES:
DEL ASISTENCIALISMO A LA VOLUNTAD POLÍTICA


El Hombre es un fin, y no un medio. (Miguel de Unamuno).El racismo en Guatemala, la intriga desesperante de los somalíes, el misterio y brujería en Costa de Marfil. No son conceptos abstractos, son realidades vividas que, de una u otra manera, han influido en mi trabajo en el ámbito de la cooperación para el desarrollo en diferentes contextos.

No hace falta salir de nuestro entorno cotidiano para ver las relaciones entre egoísmo y desarrollo. Un sujeto egoísta suele reducir a su propia persona toda la realidad, considera a los demás meras máscaras y, generalmente, no se sentirá partícipe del destino de los otros. Por su lado, la prima hermana del egoísmo, la ambición, no tiene por qué ser material: las élites intelectuales de las ex-guerrillas centroamericanas no creo que aspiren sólo a ganancias o al confort materialista. Su posición de referencia en la política nacional, o su ego satisfecho al tenerse en cuenta sus ideas y opiniones en la construcción de la paz y en el fomento del desarrollo, pueden ser resortes tan fuertes como el dinero.

La concepción de la ayuda pasó de un asistencialismo pasivo, ligado en sus inicios a la caridad cristiana de las grandes instituciones católicas europeas y de las protes-tantes norteamericanas, a una ayuda participativa, que buscaba y sigue buscando las causas estructurales de los problemas. Pero no solamente hay que modificar la estruc-tura vigente, hay que modificar también el pensamiento de los sectores sociales que la representan. No es suficiente el debate público de ideas y el diálogo de diversos sectores, si a la hora de las decisiones trascendentales son los intereses de las minorías los que siguen prevaleciendo.

Marta Casaus Arzú, basándose en entrevistas realizadas a finales de los años 70, demuestra en el libro “Guatemala: linaje y racismo” dos cosas sobre las grandes familias guatemaltecas: su táctica deliberada de “cruces familiares” para mantener las alianzas de poder, y la mentalidad racista y de clase de la mayoría de ellas. Mientras esto no cambie, a los indígenas guatemaltecos y a la mayoría de los ladinos
-término que implica mestizaje- se les permitirá una mejoría para que no haya un estallido social o revolucionario, pero hasta un límite razonable para que su pobreza les siga obligando a emigrar a las grandes plantaciones de café y azúcar y tengan que seguir alquilando su esfuerzo a cambio de sueldos miserables.

¿CÓMO PASAR DEL DISCURSO A LA ACCIÓN?

La oligarquía establecida en muchos países “democráticos” no quiere cambiar las relaciones de poder. Su egoísmo y ambición se lo impide. Y al mismo tiempo, algunos pobres todavía no resignados ambicionan una mejoría en sus condiciones de vida. En teoría, la ciencia política trata de encontrar un equilibrio. Y los actores del desarrollo, aunque son conscientes de esta lucha, poco o nada pueden hacer si no hay una voluntad real de cambio en toda la sociedad.

Y esta voluntad de cambio de quienes detentan aún el poder en Centroamérica sigue siendo una incógnita. Es cierto que hay avances en forma de políticas y leyes impensables hace sólo cinco años, sobre todo relacionadas al desarrollo rural y a la soberanía y seguridad alimentaria en la región. Pero el tema de la reforma fiscal, entendida como una mayor recaudación para lograr también un gasto más eficiente, que debería ser inherente a todas esas políticas, sigue siendo un tema tabú entre las élites políticas y económicas de la región.

Muchos empresarios jóvenes con los que he hablado en los últimos años en Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador admiten que ya no es rentable mantener tanta pobreza, que hay que mejorar el nivel de vida de los pobres para aumentar el consumo interno. Incluso a veces esgrimen argumentos vinculados a la moral y a la ética. Pero todo sigue igual cuando se intenta pasar del discurso a la acción, de la idea al hecho de “poner la plata”. Centroamérica, con un promedio del 14% respecto al PIB, sigue teniendo una carga tributaria muy baja si tenemos en cuenta sus necesidades.

TENER EN CUENTA LAS SENSACIONES:
¿SE SIENTEN SUBDESARROLLADOS LOS POBRES?

La vida, por lo general, no es otra cosa que una serie de esperanzas frustradas, proyectos desbaratados y errores tardíamente reconocidos. (Arthur Schopenhauer).

Si la sensación de tener hambre o sed o cansancio influye en la toma de decisiones para calmarlas, ¿por qué no va a actuar también como resorte la soledad, la inestabilidad, la incomprensión, la sensación de inferioridad, el dolor, el placer…? ¿Cuántos problemas se plantean en un equipo de trabajo debido a nuestras propias frustraciones, a la mutua incomprensión o a erróneas percepciones? Pues si esto nos pasa a nosotros en una oficina donde se está diseñando un proyecto de desarrollo, ¿por qué no le va a suceder lo mismo a los futuros beneficiarios de ese proyecto, hasta tal punto que pueda afectar sus resultados?

No solamente nuestras percepciones sobre el otro son importantes. También influye en nuestros actos la idea que tenemos sobre las percepciones que los demás tendrán hacia nosotros. ¿Cuántas actividades se harán en contra de la voluntad de muchos para evitar el “qué dirán”?

Relacionando el origen conceptual del subdesarrollo en los años 40 y las percepciones, para que alguien pueda concebir la posibilidad de escaparse de una condición dada, es necesario primero que sienta que ha caído en tal condición. Pero, ¿se sienten subdesarrollados los pobres? En el primer libro autobiográfico de Rigoberta Menchú, la indígena guatemalteca Premio Nobel de la Paz, se lee claramente que la prioridad de su pueblo -al menos la de los quichés, uno de los 23 grupos mayas- no es salir de un estado que perciben más como un olvido que como un subdesarrollo, sino mantener la tradición heredada de sus padres, como un instinto de supervivencia, forzado por los años de opresión, hasta llegar al extremo de rechazar a los maestros para evitar una “ladinización” de su cultura.

Es en este campo de las percepciones donde la antropología ha dinamizado la visión del desarrollo. Según el mexicano Gustavo Esteva, al equiparar la educación con los diplomas, a los países subdesarrollados les han faltado maestros y escuelas; al equiparar la salud con la dependencia de los servicios médicos, les han faltado doctores, centros de salud, hospitales y medicamentos; al equiparar el comer con las actividades técnicas de la producción y del consumo, asociadas a la mediación del mercado o del Estado, les han faltado ingresos y han padecido escasez de comida.

AHORA MENOS QUE NUNCA

Concluyo con la penúltima pregunta: ¿Conseguirá la ayuda al desarrollo y de emergencia vencer la pobreza y prevenir las crisis humanitarias? No, porque ambas ayudas solamente se dirigen hacia las consecuencias, intermedias o finales, de unos fenómenos que no pueden controlar desde sus inicios, tales como la precariedad y el riesgo de perder la vida durante o después de un conflicto armado o de un desastre natural, o la pobreza y la desintegración social consecuencias de un reparto desigual de la inversión y del gasto público.

Ni la ayuda al desarrollo ni la de emergencias pueden alcanzar plenamente los objetivos últimos que pretenden o si los logran, mantenerlos a largo plazo, porque además de los sentimientos, las creencias, las actitudes y las sensaciones que inciden sobre esos objetivos, también debe de nacer una auténtica voluntad política, de ámbito internacional, que quiera modificar el actual sistema de relaciones interna-cionales, basado en un modelo económico que parece no tener rival.

¿Quiere esto decir que hay que eliminar esta ayuda? Ahora menos que nunca. No sólo es una cuestión monetaria. Es una cuestión de volver a vernos y sentirnos como pertenecientes al mismo grupo de personas en la Tierra. Citando de nuevo a Leonardo Boff, el primer gesto que nos distinguió del resto de animales fue el de cazar y comer en grupo, en un gesto de cooperación que es fundador de la humanidad. “Por eso -dice- es que la cooperación, la solidaridad, la interdependencia de unos y otros no es una ley entre otras. Es la ley fundamental del Universo y de la vida humana. Por eso es tan perverso el capitalismo, que pone todo el acento en el individuo, en la competencia y no en la cooperación”.

Este capitalismo actual es insostenible a largo plazo por las tensiones, conflictos y deterioro medioambiental que genera. La globalización está aumentando las desigualdades. Como no existen suficientes mecanismos correctores, hay que aumentar la ayuda al desarrollo, y sobre todo su calidad, porque sin ella, por muy ineficaz e interesada que pueda llegar a ser, el mundo ya hace tiempo que habría estallado en mil pedazos, arrastrándonos a todos y volviendo al origen de lo que un día fue: pura química.

COORDINADOR DEL PROGRAMA DE SEGURIDAD ALIMENTARIA DE LA FAO EN CENTROAMÉRICA.

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