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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 349 | Abril 2011

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Internacional

Caso Kadhafi: una reflexión necesaria

Ríos de sangre corren en Libia por la guerra civil que encendió en esa nación la represión desatada por su gobernante. Y ríos de tinta -y de textos sin tinta- corren en los medios del mundo analizando el pasado, el presente y el futuro de ese país. Desde Nicaragua, donde el gobierno ha insistido en una ciega e incondicional solidaridad con Gadafi con discursos, manifestaciones en las calles y hasta en colegios, estas líneas, sencillas, acertadas y necesarias.

Denis Torres

El régimen de Kadhafi, en su momento, representó un importante bastión de respaldo a la revolución mundial, fuese a movimientos genuinamente revolucionarios que luchaban contra brutales dictaduras militares por la democracia y el cambio social, como el FSLN, como a organizaciones que optaron por el terrorismo como método de lucha. El terrorismo, venga de regímenes que lo implementaron como política de Estado contra los pueblos, o de organizaciones que reclamaban actuar en nombre de las masas, es igualmente abominable, ya no digamos ilegal e ilegítimo.

EL GRAVÍSIMO ERROR
DE “EL LEÓN DE TODAS LAS ÁFRICAS”

Tras el derrumbe del socialismo y los cambios que se venían operando en el mundo, unipolaridad estratégica y multipolaridad económica, Kadhafi convocó a muchos líderes revolucionarios a pensar o a repensar la revolución mundial a la luz de un nuevo mundo que emergía y de una nueva correlación de fuerzas.

Fue un tiempo también de reflexión íntima, personal, sobre la impronta que dejaría como líder en la historia del pueblo libio. Con el tiempo, también vimos un Kadhafi haciendo, o intentando hacer, las paces con Occidente, con las potencias coloniales y neocoloniales. Abjuró del terrorismo, entregó a ciudadanos libios que habían volado aviones civiles bajo los cielos de Escocia y fue moderando su confrontación directa contra el poder hegemónico mundial. Y se sumó a la aplicación de medidas restrictivas de la migración del Magreb a Europa.

Occidente, no sin recelo, fue tomando nota de esa hoja de nueva conducta, fijándose siempre en los recursos que encierra Libia, hoy más importantes que nunca ante la multiplicidad de factores que agudizan la crisis energética. Pero la historia da sorpresas y los errores políticos cobran un elevado y, a veces, trágico precio. La sublevación del mundo árabe, que ha tenido como característica lo generacional, lo tecnológico, contenidos de valores y socioeconómicos, su corto tiempo, pero fundamentalmente su carácter pacífico, alcanzó al León de todas las Áfricas, como lo llaman sus simpatizantes en Occidente. Es en su reacción ante todo esto donde se ubica su gravísimo error, que sin lugar a dudas, le está costando el poder. Libia no será más la de entonces.

Al cuestionamiento masivo y pacífico a su régimen, Kadhafi respondió con la más brutal de las represiones. Nadie puede decir que ese cuestionamiento masivo y pacífico era obra del imperialismo, a riesgo de caer en el más despreciable irrespeto a un sentimiento y movimiento de carácter y envergadura nacional. O que ese movimiento exista sólo en un imaginario mundo virtual. Kadhafi contrató mercenarios (2 mil dólares diarios) para que no tuvieran el mínimo escrúpulo de asesinar a mansalva a la gente que transitaba por las calles.

FALLÓ A UNA ELEMENTAL REGLA DE ORO

El cuestionamiento era, y es, a un régimen de 42 años, con pretensiones dinásticas, que ciertamente había logrado importantes avances en el desarrollo de Libia, pero también con los signos de todo poder que pretende entronizarse: la corrupción creciente (se calculan en 22 mil millones de dólares los depósitos libios en el exterior y de ellos es difícil diferenciar los que corresponden a la propia familia gobernante); y un proceso progresivo de restricción de los derechos y libertades democráticas.

La represión brutal y cobarde empezó a cimbrar al régimen, a tener sus costos, a provocar un proceso de desgranamiento del gobierno y de desmembramiento de las fuerzas armadas. Contingentes enteros se pasaron con todo y sus recursos militares al lado de la rebelión y con ello, el carácter de aquella lucha escaló a la violencia y a la guerra civil.

Un estadista con la experiencia y estatura de Kadhafi sabía, debía saber, que a un problema político se responde políticamente, una elemental regla de oro. Fue en ese momento cuando debió abrirse al diálogo político, a una mesa nacional de negociación para responder, en sus palabras, a “las demandas del pueblo libio”, a la búsqueda de una salida pacífica, de la cual talvez habría salido con mayor legitimidad.

Tuvo que darse la intervención de la fuerza multinacional aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU -con una China socialista y una Rusia tan cercana en sus intereses al Medio Oriente, que renunciaron a su derecho a veto y la Liga Árabe que apoyó también- el eufemismo intervencionista de la creación de un escudo de exclusión aérea y a la actual destrucción y mortandad para lograr un diálogo con la oposición que garantice “una transición pacífica a la democracia”, como se lee en la Declaración de la Organización para la Unidad Africana (OUA), ahora también, respaldada por Liga Árabe.

Es lógico pensar en el objetivo depredador de las potencias mundiales, pero ello no habría sucedido si en su momento el gobierno de Kadhafi hubiera escuchado a su pueblo. Un estadista tiene el deber de gobernar escuchando a su pueblo y saber poner por encima de sus intereses de gobierno o de partido los de la nación y del país.

IGUAL QUE EN NICARAGUA

El levantamiento nacional del pueblo nicaragüense contra Somoza, dirigido por el FSLN y apoyado por la comunidad internacional, fue fundamentalmente por el carácter dictatorial y dinástico del régimen, por la violación sistemática de los derechos y libertades fundamentales de nuestro pueblo, por la corrupción y también por la ausencia de todo signo de equidad en la distribución de la riqueza.

De ahí, que la más importante de las herencias de la Revolución Popular Sandinista fue haber heredado un país sin dictadura. Pareciera que en las revoluciones del siglo 21, surgidas del seno de los pueblos sin necesidad de los grandes meta-relatos, hoy marchitos, florecen los mismos anhelos de justicia, y también de libertad, que han acompañado a la comunidad humana.

América Latina no ha sabido articular una propuesta de paz creativa, viable y legítima para la crisis libia, mucho menos para la crisis general del mundo árabe. Debe respaldar y promover activamente la propuesta de la OUA, hoy también respaldada por la Liga Árabe, de un “cese al fuego, diálogo, negociación y transición pacífica a la democracia”.

Apostar a ello es luchar para que cese el derramamiento de sangre, alcanzar la paz, una nueva unidad nacional, y un gobierno de todos y para todos.

DIRECTOR DEL INSTITUTO MARTIN LUTHER KING DE LA UNIVERSIDAD POLITÉCNICA (UPOLI) DE MANAGUA, NICARAGUA.

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