Nicaragua
“Todos los gobiernos han instrumentalizado a la Policía para sus intereses”
René Vivas Lugo,
Comandante Guerrillero y de Brigada,
Director General de la Policía Nacional (1979-1982 y 1989-1992),
hoy abogado y directivo de una empresa de seguridad privada,
compartió sus reflexiones sobre la evolución de la institución policial nicaragüense
en una charla con Envío, que transcribimos.
René Vivas Lugo
Antes que nada, quiero afirmar que el rol histórico que ha jugado en Nicaragua la Policía que fundamos cuando derrocamos la dictadura somocista tenemos que verlo y analizarlo más allá de la coyuntura actual.
En Nicaragua no había Policía. En 1979, cuando triunfó la Revolución, en Nicaragua no conocíamos lo que era una Policía. Porque la Guardia Nacional no era Policía. Ese vacío era una característica que se daba en toda Centroamérica. En Cuba era distinto, por ejemplo. En tiempos de la dictadura de Batista, antes de la Revolución cubana, sí existía la Policía, un cuerpo armado parecido a lo que modernamente entendemos por Policía.
La Guardia Nacional y sus funciones fueron diseñadas por los marines estadounidenses. Y ese modelo fue el que también instalaron en Panamá y en todos los países que invadieron, un modelo copiado después en El Salvador y en Honduras. El objetivo de la Guardia, y de esos cuerpos armados, no era el orden público. Eran fuerzas represivas destinadas a mantener el estatus quo de los grupos de poder y mantenerlo a cualquier precio. La Guardia Nacional era un cuerpo bajo un solo mando que lo controlaba todo. Era un modelo barato y que resultaba eficiente: controlaban, garroteaban, mataban…Cumplían eficientemente con los papeles que les tenían asignados. Por ejemplo, en los años de Somoza el estadio nacional de béisbol lo cuidaban solamente cuatro guardias. Y con eso bastaba. Una vez un niño se cruzó a un palco y un guardia le disparó con su garand y el niño cayó baleado al piso y ahí acabó el problema y todo el mundo entendió que nadie se podía cruzar a los palcos. Años después, eso no lo íbamos a hacer nosotros, así no íbamos a actuar nosotros. En mi tiempo, yo tenía que meter 80 policías con perros para cuidar el estadio... y no cuidaba nada. Desde esta perspectiva, éramos bastante más ineficientes.
Cuando fundamos la Policía, oficialmente el 5 de septiembre de 1979, ninguno de nosotros habíamos tenido escuela policial. Y como hicimos con todo lo demás, tuvimos que inventarlo todo de la nada y hacerlo con el mayor realismo posible. En esta tarea nos ayudaron mucho los que sí sabían, los países socialistas. Aprendimos del modelo policial vigente en el campo socialista y descubrimos lo que era una premisa básica: separar el Ejército de la Policía, una separación que nunca había existido en Centroamérica, donde los militares -los guardias- eran policías, agencia de migración, agencia de aduanas, cobradores de impuestos…todo en un solo cuerpo armado con el rasgo esencial de la represión y, naturalmente, con la corrupción que eso generaba.
Lo primero, pues, fue separar al Ejército de la Policía. El Ejército sería una cosa y la Policía sería otra cosa. El Ejército defendería la soberanía de la patria, el territorio. Y la Policía se encargaría de defender el orden interior, la propiedad, enfrentaría la delincuencia, garantizaría la paz y la tranquilidad ciudadana. Fue un enorme logro esa separación. Nicaragua fue el primer país que lo hizo en Centroamérica. Años después, y como resultado de los acuerdos de paz que pusieron fin a las guerras en la región, las tareas policiales se fueron segregando de lo que habían sido los ejércitos centroamericanos y la separación entre ambos cuerpos armados se institucionalizó en El Salvador, en Honduras y en Guatemala. En Nicaragua lo hicimos con la Revolución.
La otra gran tarea fue capacitarnos, convertirnos en policías con una buena preparación profesional. En los años 80 fueron los países del campo socialista quienes nos apoyaron en la formación de nuestros policías. En primer lugar Cuba, por el idioma, por la cercanía geográfica y también por la amistad y el cariño. Tuvimos también muchísimos policías formándose en la Unión Soviética, en la República Democrática Alemana y en Bulgaria. En ese orden fueron los países que más nos ayudaron. Hoy en día España, Suecia y los países nórdicos son los que apoyan a la Policía Nacional. Y también Estados Unidos. He escuchado que hay jefes de la Policía que van a recibir cursos en el FBI, seguramente cursos muy buenos técnicamente.
Sin embargo, la cantidad de policías que estudian en el extranjero está hoy muy lejos, a años luz, de la cantidad que nosotros formamos en los años 80, donde enviamos a miles a estudiar. Uno de los mejores cursos que recibían nuestros policías eran los de criminalística, para formar a peritos de laboratorio. Eso lo estudiaban en la RDA, un curso de dos años. Los cursos de técnica canina eran de año y medio y ya los policías venían con su perro entrenado y sabiendo entrenar a otros perros. Cualquier otro curso básico era por lo menos de un año. Nuestros policías recibieron cursos excelentes. Fue una capacitación masiva y totalmente gratuita.
Durante los años de la Revolución a nosotros no nos daba vergüenza decir que éramos policías sandinistas. Todos los policías éramos hijos de la Revolución. Nos confesábamos sandinistas con mucho orgullo, aunque a algunos hoy les cuesta comprenderlo. Éramos una policía partidista, porque la Revolución era el Frente Sandinista. No era el partido que hoy tenemos, que a mí no me gusta y en el cual yo no creo. Todos nos sentíamos parte de la Revolución, pero no de una organización partidaria tal como la que es hoy el Frente.
Hubo en aquellos años una mezcla total de Estado, Partido, Ejército, Policía, Revolución. Y sí, había educación política dentro de la Policía y había organización sandinista dentro de la Policía. Pero, al contrario de lo que muchos puedan pensar, esa organización y esa educación ayudaban mucho a combatir desviaciones. En aquellos tiempos cualquier Policía podía hacerle señalamientos a cualquier mando y existía un andamiaje que ponía atención a esos reclamos y los procesaba y resolvía.
Al llegar el cambio de gobierno en los años 90 todo se transformó. Con el cambio de gobierno surgió una iniciativa contra la Policía que promovía el gobierno de Estados Unidos apoyado por el gobierno de España. A nosotros en la Policía nos decían una cosa, pero con los sectores más radicales de la UNO -Alfredo César y compañía- hacían por debajo otra cosa, incluso al margen de doña Violeta, la Presidenta de la República. La idea era desaparecer a la Policía Sandinista y crear tres cuerpos con tres direcciones, como en Costa Rica: la OIJ por un lado, por otro el Tránsito, y por otro el Patrullaje y la Seguridad Pública. Una especie de “tiquización”, de costarriquización de la Policía de Nicaragua. Era evidente que ésta no era una decisión profesional, técnica. Tenía una clara intencionalidad política. Alfredo César es un ignorante en materia policial y de orden público y quienes con él promovían esto no saben nada de seguridad y en su vida nunca han agarrado a un ladrón ni han investigado un crimen.
Aquel fue un momento trascendental para la Policía. Teníamos que decidir: o salvábamos la institución que habíamos consolidado o permitíamos que desapareciera. Sabíamos que salvarla tendría algún costo. Finalmente, decidimos que Nicaragua requería de una Policía como la que habíamos construido y no como la que quería Estados Unidos o los sectores radicales de la UNO. Mantener nuestra Policía tuvo un precio, entre otros mi salida de la jefatura policial. A partir de entonces, la Policía decidió subordinarse al poder civil y despartidizarse. Des-partidización no significó des-ideologización, que es lo que probablemente sí está ocurriendo ahora.
Viví aquello como una gran encrucijada. No podíamos hacer pública aquella discusión, no era conveniente hacer objeto de debate público lo que estaba ocurriendo. Cuando llevamos este dilema a la dirección del Frente Sandinista, tal vez el que estaba más claro de cuál era la mejor decisión era el General Humberto Ortega. Para los dirigentes del Frente Sandinista no era tan claro ni tan fácil renunciar al casete de los años 80. Finalmente, concluimos que la mejor decisión era preservar la unidad policial. Doña Violeta jugó un papel importante en este proceso. En un determinado momento se percató que el sector más radical de la UNO estaba actuando a sus espaldas y desde entonces recibimos apoyo de ella y del Ministro de la Presidencia, su yerno, Antonio Lacayo, y también de la gente más sensata de la UNO. Cuando llegamos al final de la crisis, los españoles se echaban la culpa unos a otros diciendo que no sabían nada, pero la verdad es que todos sabían lo que estaba en juego. El gobierno de Estados Unidos quedó molesto con doña Violeta y con Lacayo. Y a cambio hubo que darles un “caramelo”: me sacaron a mí de la Policía. Era 1992.
Nos despartidizamos, pero yo pienso que el sandinismo no es solamente un partido. Es una concepción de Nicaragua y de la sociedad nicaragüense. Y por eso, creo que hoy los policías, incluso los más nuevos, los que están entrando a la academia, siguen siendo sandinistas. No son ni liberales ni conservadores ni socialcristianos. Me invitan mucho a los actos de la Academia y converso mucho con ellos. Claro, son sandinistas con una concepción distinta a la de los años de la Revolución, cuando ser sandinista era ser del FSLN y era aceptar el centralismo democrático y toda aquella cosa… Hoy aprenden y se les transmiten valores patrióticos, nacionales.
Actualmente, hablamos con frecuencia del gran logro que significó transformar la Policía en una institución subordinada al poder civil, es decir, al Presidente de la República. Esto fue un logro del gobierno de doña Violeta. Y fue un logro que le gustó muchísimo después al Presidente Alemán, y muchísimo le gustó al Presidente Bolaños…y que ahora le encanta al Presidente Daniel Ortega.
A lo largo de los años 90 se produjo lo que han considerado otro logro y han llamado la “profesionalización” de la Policía. No me gusta esa palabra. Porque profesional ya era la Policía antes de esa fecha. Es más, creo que nunca la Policía de Nicaragua ha tenido gente tan profesional y tan preparada como la que tuvimos en los años 80, cuando tuvimos miles de policías preparados en escuelas de primera línea del mundo, porque los mandamos por miles a prepararse, conscientes de que éramos ignorantes y teníamos que aprender.
En 1980 había salido un decreto presidencial, el 559, que creó la “Ley de Funciones Jurisdiccionales de la Policía Sandinista”. Con esa legislación, la Policía funcionó hasta que se nos presentó la encrucijada de los años 90. Recuerdo que cuando estábamos analizando qué forma legal darle al cambio que se iba a dar en la Policía -su despartidización y su subordinación al poder civil-, el Ministro Lacayo me decía: Si yo llevo este tema a la Asamblea Nacional para elaborar una nueva legislación para la Policía lo que va a salir de ahí es un Frankenstein, mejor hagamos un decreto. Tal como estaba la pugna entre los sectores radicales de la UNO y los sectores sensatos, era imposible sacar una ley y por eso nos fuimos por un decreto. Como la Constitución de 1987 le permitía al Presidente de la República legislar en materia administrativa -disposición que había usado muchísimo Daniel Ortega y después usó muchísimo también doña Violeta, porque a los dos les encantó gobernar por decreto-, decidimos que doña Violeta sacara un decreto ejecutivo que definiera la función y la organización de la Policía y la carrera policial. Aquel decreto fue el primer esbozo de la ley de la Policía, que no se promulgaría hasta 1996. Antes ya había salido la Ley del Ejército, y ya Humberto Ortega había salido de la dirección del Ejército. Ya había condiciones para legislar más en detalle sobre la Policía Nacional.
La subordinación al poder civil es un reto. Con doña Violeta, aún teniendo ella diferencias con nosotros, se podía dialogar, se podía discutir. Alemán no permitía eso. Don Enrique menos todavía lo permitía, porque era una persona orgullosa y arrogante. En una ocasión, el Comisionado Francisco Bautista Lara llegó a su despacho a plantearle una cuestión que le preocupaba y ahí mismo lo destituyó del cargo. Según don Enrique, Bautista lo había llegado a amedrentar porque llegó a su despacho uniformado…
Debo decir que, antes de la Revolución y antes de cualquier Ley o Constitución, la gran tentación de todos los Presidentes de Nicaragua, desde Frutos Chamorro hasta nuestros días, ha sido utilizar en función de sus intereses de partido, de grupo, y hasta personales, a las fuerzas represivas y a los cuerpos armados. No hay Presidente de Nicaragua que no haya caído en esa tentación. Algunos lo hicieron de forma ostentosa, como Somoza. El mismo Zelaya tenía “mano pesada” y no fue un gobernante light. Debo suponer que tampoco Adolfo Díaz tenía la mano muy suave. Obviamente, con la Revolución nosotros nos subordinamos plenamente a los intereses políticos de la Revolución y del FSLN. Y lo hicimos sin tapujos, abiertamente. Del 90 para acá todos los Presidentes han tenido esa tentación, también el actual Presidente.
La Constitución y la Ley dicen que la Policía no debe ser beligerante y que debe subordinarse al poder civil y obedecerlo. Su jefe es el Presidente de la República. Si es así, creo que de las cosas más complicadas para un jefe de Policía es decidir qué hacer ante órdenes presidenciales que no le parecen correctas. ¿Qué hacer si un Presidente te da una orden disparatada o que crees que es un disparate o que viola las leyes? ¿Te rebelás? Si te rebelás, podés crear un conflicto mayor. ¿Obedecés? Malo también, por lo que vas a hacer o por lo que vas a dejar de hacer.
Un jefe de policía no enfrenta problemas con lo que tiene que hacer con los ladrones o con los narcotraficantes, con los delincuentes, con el crimen organizado… En Nicaragua tenemos una Policía excelente en esas tareas, esenciales para la sociedad. Y aunque habrá sus excepciones, como en todos lados, todavía estamos lejos de tener una Policía corrupta, que apañe el crimen organizado, que se involucre en la trata de personas, en el tráfico de prostitutas, de niñas y niños, en el lavado de dinero, en el narcotráfico. Tampoco nuestros policías están asesinando gente. No tenemos eso en Nicaragua. No tenemos lo que sí hay en otros países de Centroamérica. Las cifras de Nicaragua son de las mejores, si las comparamos con las del resto de la región. Especialmente en cuanto al nivel de involucramiento de nuestros policías en esos delitos. Si un policía nicaragüense apareciera involucrado en un delito de éstos sería un escándalo nacional. En otros lados, es un secreto a voces.
Tenemos aún una excelente Policía. Básicamente, yo creo que el problema está en la clase gobernante que piensa que la Policía debe ser una especie de reformatorio de disidentes. El Presidente de turno -no sólo Daniel Ortega, todos han actuado igual- está siempre de acuerdo en que la Policía garrotee duro a “los otros” y, al mismo tiempo, está en total acuerdo en que la Policía “se haga el sueco” con “los suyos”.
Recuerdo aquellos años del gobierno de doña Violeta. Los contras -o los recontras- se tomaban el empalme de Boaco o el puente de Mulukukú y no dejaban pasar ni un carro ni un camión y no pasaba ni leche ni nada de producción y, a pesar del problema que creaban esos tranques, era una enorme preocupación de Antonio Lacayo que no los dispersáramos, que no los atacáramos. Fue un tiempo en que los muertos los poníamos nosotros, los policías. Y entonces no era con piedras que nos atacaban. Eran barricadas armadas y nos disparaban con akas. En Estelí nos atacaron con morteros y con lanzagranadas, estaban mejor armados que la Policía.
Mientras la clase política considere que “los malos” son siempre “los otros” la Policía enfrentará siempre una gran contradicción ante la autoridad civil a la que debe subordinarse. Como hoy el Presidente es Daniel, que obviamente es sandinista, no me imagino, estoy seguro, que la Primera Comisionada Aminta Granera recibe presiones: No me toqués a mis CPC y a los otros no les des permiso, no les des salida…Pero no hay que olvidar que eso mismo fue lo que hicieron los Presidentes anteriores. Tal vez ahora es más descaradito, pero los anteriores lo hicieron igual, sin olvidarnos que esa subordinación al poder civil, al Presidente, es lo que hoy se considera el gran logro democrático de los años 90.
La Policía debe estar subordinada también al Ministro de Gobernación. Y entre los que han pasado por ese cargo en Nicaragua ninguno agarró a un ladrón en toda su vida y, a pesar de eso, han opinado y decidido. En ese Ministerio ha habido continuos cambios. Por suerte, en este gobierno Ana Isabel Morales se ha mantenido todo el tiempo. Pero revisen los archivos y verán cuántos cambios ha habido siempre en el Ministerio de Gobernación. Cuando comenzaban a medio entender qué era lo que tenían entre manos, los cambiaban. En el tiempo de Alemán hubo cambios continuos, con don Enrique también. Eso manifiesta una subestimación de los problemas del orden interno del país.
Si uno se deja llevar por los medios, concluiría que la Comisionada Granera no sirve para nada. Y esa visión es una soberana injusticia. Hay que estar en los zapatos de ella para entender que su tarea no es fácil. Cuando la Policía que ella dirige descubre kilos de cocaína, desmantela una red criminal, cuando rescata a un secuestrado, todo mundo dice: Sólo hacen su trabajo, para eso les pagan. Y todo eso que hacen, y lo hacen muy bien, no pesa en la valoración y sólo pesa lo que pasó en una marcha de la sociedad civil o lo que no pasó en otra marcha, donde nunca nadie ha caído preso…Desde esa visión, tan parcializada, lo que se le están pidiendo todos los días a la jefatura de la Policía es: Desacatá las órdenes, no le hagás caso a lo que manda el Presidente de la República. Pero el Presidente es el Jefe de la Policía.
Les pongo un ejemplo de un dilema de éstos que tuve que enfrentar en 1990, un año muy difícil, con asonadas y barricadas en las calles todos los días. Los sectores radicales de la UNO -Alfredo César, Jaime Cuadra y otros- me mandaron a llamar un día de ésos a la Presidencia, cuando hervían las calles de protestas. Y me ordenaron despejar las calles. Yo sabía que si lo hacía, iba a ser una matancina. Me fui a hablar con doña Violeta, la Presidenta. “¿Vos podés quitar esas barricadas?”, me dice. “Claro que sí, es facilísimo -le digo-. Dígale a Humberto Ortega que me preste unos tres o cuatro tanques artillados, y unos helicópteros artillados y en diez minutos no queda nadie en las calles”. “¿Y qué significa eso?”, me dice ella. “Dos o tres mil muertos y después me da el estadio y se lo lleno de presos”. “¡No, yo no quiero eso!”, me dice. “Pues eso es lo que me están pidiendo. ¿O usted cree que yo con cachiporras los voy a retirar de esas barricadas?” Me dijo entonces doña Violeta: “Andate a hablar con ellos”. Y me fui a hablar con la dirección del Frente, respaldado por Humberto Ortega. La decisión la tomó ella y, obviamente, si me hubiera dado la orden de desalojarlos a la fuerza, obviamente yo renunciaba. Les pongo un caso extremo. Con doña Violeta se podía dialogar. Hubo situaciones muy difíciles aquel año y las hubo todos los días. Los sandinistas se tomaban un edificio y los contras se tomaban otro. Y todos estaban armados, todos “fumando sobre un polvorín”…
Recuerdo también la campaña electoral de la UNO, en 1989 y 1990. Nosotros garroteábamos a los de la UNO, no los dejábamos salir a sus marchas. Entonces, los observadores de Naciones Unidas fueron a quejarse al gobierno y reclamaron por qué la Policía no le daba la debida protección a la candidata, a doña Violeta. Y a partir de entonces, yo tuve que ir a toditas las concentraciones en que ella iba, casi parecía su escolta. Porque si yo no andaba a la par, se armaban los bochinches de los sandinistas contra los de la UNO.
Sólo hay dos alternativas: obedezco a regañadientes o me rebelo y causo un conflicto mayor. Lamentablemente no hay una tercera opción. ¿Me rebelo? Muchas veces las consecuencias de una rebelión institucional son enormes y van más allá de garrotear o no, de hacerse el sueco o no. Yo creo que si en tiempos de doña Violeta hubiera ocurrido la rebelión de los policías contra el Presidente Correa de Ecuador, aquí viene la 82 División Aerotransportada de Estados Unidos a poner el orden.
Hay dos alternativas, pero la decisión la tiene que tomar quien tiene el mando, porque es quien tiene más elementos para decidir. Y la tiene que tomar sabiendo que nunca va a quedar bien, y eso es lo más terrible. La Policía no es reformadora de políticos, no está en su función ni educarlos ni formarlos.
Quisiera hacer otras reflexiones sobre esa visión parcializada que los medios y la oposición al gobierno dan hoy. Han pasado 31 años del 19 de Julio de 1979 y por ley ya tendrían que salir del servicio activo todos los oficiales de la Policía, porque todos tienen más de 30 años de servicio. En los medios, fue muy criticado el decreto del Presidente Ortega de diciembre de 2009 para mantenerlos en sus cargos. Considero injusta esa crítica. ¿Jubilar a 400-600 fundadores de la Policía Nacional? Para mí fue correcto el prolongarles la vida útil a tantos de ellos, que legalmente debían haber pasado a retiro, pero que estaban todavía en edad de trabajar.
Nos cuesta mucho formar a un Policía, le cuesta mucho a la sociedad. Y retirarlo también cuesta, porque hay que darle una buena jubilación. Conmigo no fue así, porque yo salí sin nada, pero fue una condición cuando me separaron del cargo que de ahí en adelante tuvieran su jubilación. Un policía retirado le cuesta a la sociedad. Pero es mejor que le paguemos una buena jubilación y no que ande robando o vendiendo presos o traficando gente, drogas o prostitutas. Porque hay que tener en cuenta que no hay policía en el mundo que no juegue con los ladrones ni con los narcotraficantes. No los va a agarrar esperándolos en un retén, tiene que meterse en el mundo de ellos. Como me decía un amigo: el policía tiene que ser como el laboratorista, que juega con caca, pero no debe contaminarse. Una buena jubilación es un freno para que no se contaminen.
Siento que la medida del Presidente de mantenerlos en sus cargos no fue entendida. Pienso que el discurso de los políticos es demasiado extremista, en blanco y negro. Y siento que un discurso así no ayuda a que la sociedad entienda el papel de la Policía. En unos cinco o seis años ya no estarán en la Policía ninguno de quienes la fundamos. En cinco o seis años ya serán nuevos todos. Y algo interesante y que poco se conoce: hasta hoy, y a excepción mía, ningún jefe de la Policía nació en la Policía. Y ésa es una reivindicación y una aspiración justa que tienen los muchachos en la institución: que un policía llegue a ser Jefe de la Policía. Después de mí, quien parecía que iba a llegar a serlo fue Cuadrita, Eduardo Cuadra Ferrey, nacido en la Policía. Pero le cayó mal al Presidente Alemán, que lo destituyó por las declaraciones que dio en el caso del narcojet. Cuadrita actuó correctamente, como debe actuar un buen policía, y lo pagó caro. Fue una despedida arbitraria. Así han sido los Presidentes de Nicaragua. Por eso digo que Nicaragua tiene que educar a sus políticos.
Para mí el problema principal está en el casete de la clase política. Culpables son los políticos y culpables también somos todos. Porque los políticos saben que, hagan lo que hagan, al final votamos por ellos, los elegimos. Cuando votamos por ellos, deseducamos a los políticos, porque a pesar de lo que hacen, seguimos eligiéndolos. ¿Cómo explicar si no que los grandes votados en Nicaragua sean Daniel Ortega y Arnoldo Alemán? ¿Cómo explicar que entre ellos dos se lleven la mayoría del voto nacional?
En los temas estrictamente policiales, creo que la Policía tiene una real preocupación. Pero el índice delictivo en Nicaragua ya rebasa la capacidad de la Policía Nacional. Tenemos una de las Policías más pequeñas del mundo según los parámetros internacionales en relación al número de habitantes. Nosotros deberíamos tener casi el doble de agentes policiales de los que hoy tenemos, 7-8 mil policías. Deberíamos tener 15-16 mil.
En las empresas de seguridad privada tenemos el doble de guardas de seguridad. Pero no están ni mejor armados ni mejor preparados ni mejor disciplinados. Ojalá en las empresas de seguridad privada que han surgido en Nicaragua desde los años 90 tuviéramos la calidad humana y profesional de la Policía Nacional. Sólo le ganamos en cantidad.
¿La cantidad de agencias de seguridad privada ha significado una privatización de la seguridad ciudadana? Creo que sí. Es una expresión más de lo que sucede en el sistema capitalista actual, que todo lo privatiza. Y responde a la vieja realidad de que “el que tiene plata, platica”. Si la gente de un barrio le dice a doña Aminta que quiere un policía en su cuadra porque hay muchos robos, Aminta quiere poner allí ese policía, pero no puede. Entonces, quien tiene plata pone un guarda privado. Si puede pagarlo y si tiene cosas que le puedan robar, lo pone, no le queda más remedio. Los guardas privados no somos bien vistos, pero cumplimos una función preventiva. Y obviamente, somos la gran protección del sector empresarial, que es el que puede pagar. Y obviamente, servimos a quienes tienen dinero.
Al principio, la mayoría de estos guardas privados venían de la Policía Nacional. Ahora ya no. Eso sucedió a comienzos de los años 90, cuando los policías estaban tan mal pagados que se salían de la institución y se hacían guardas de seguridad porque ganaban más. Por suerte, esa atrocidad se corrigió. Y hoy en día los policías ganan más en la Policía Nacional que en las empresas de seguridad privada. Un policía de línea, el que menos gana en la Policía, tiene un salario mensual equivalente a unos 150-160 dólares. Naturalmente, también recibe uniforme, botas, comida, capacitación. El guarda privado también recibe todo eso, pero hoy gana un salario algo menor que el de un policía.
Alguna gente tiene preocupación de que un número tan elevado de guardas privados, gente familiarizada con las armas, pudiera ser usada como paramilitares. Es una preocupación que carece de fundamento. Porque ese muchacho que se hizo guarda privado no lo hizo por razones políticas o ideológicas. Se hizo guarda y agarró un arma por razones económicas. Estaba desempleado, en la perra calle. Creo que este trabajo es el primer palo que encuentran “donde ahorcarse” para salir de la pobreza. Meterse a un grupo paramilitar implica tener una bandera y un proyecto. Yo no veo que esos muchachos me vayan a seguir a mí en una aventura paramilitar, en la que van a arriesgar lo poquito que tienen y hasta su vida. Dirijo a unos 2,200 muchachos, conozco bien su sicología y sus motivaciones y sé que lo que buscan es un mejor empleo. Y en cuanto lo encuentran se van y dejan de ser guardas. Existe una altísima rotación de personal en esta industria, lo que quiere decir que “se ahorcan en este palo”, pero aspiran a otro empleo.
Hay una propuesta en El Salvador para aumentar ciertos impuestos y de ahí sacar para garantizar una mejor seguridad ciudadana. Es una idea excelente, que no sé si funcionaría en Nicaragua, donde a los ricos no les gusta pagar impuestos. Prefieren pagar su seguridad privada que pagar impuestos para que mejore la seguridad pública. Pero, tal vez si otros países de Centroamérica lo hacen, se animan. Algo así se hace en Nicaragua con los bomberos. En el impuesto que se le cobra a los combustibles una pequeña porción, casi simbólica, se destina al cuerpo de bomberos, que es un servicio muy costoso técnicamente. En los años 80 tuvimos el cuerpo de bomberos mejor equipado y mejor preparado de Centroamérica.
Otra cosa. La Dirección de Investigaciones Económicas de la Policía, que ha aparecido en relación a algunas denuncias
de corrupción. Realmente, no sé lo que hay ahora ni cómo funciona. En mi tiempo, la Policía Económica sí trabajaba de verdad, sí investigaba, sí tenía resultados. Hay que recordar que en los años 80 el Estado era dueño de muchas cosas. En mi tiempo, la Policía Económica velaba no sólo por las instituciones del gobierno, sino también por muchas empresas estatales: ingenios, puertos, fincas…El Estado concentraba muchos medios de producción. La Policía Económica, formada en la experiencia soviética y en la experiencia cubana -donde el Estado era dueño de muchas cosas también-, investigaba a fondo. Nosotros creamos esa división en la Policía y siempre estábamos informando al gobierno de los malos manejos que percibíamos. Y muchas veces los ministros nos mandaban a llamar para pedirnos que investigáramos o investigábamos juntos. Eso, en la lógica de la Revolución. En la lógica capitalista, ¿qué harán ahora? No lo sé. La reciente investigación de la Policía en la DGI demuestra que la lógica no está clara. En mi tiempo había más sensibilidad en el gobierno para evitar la corrupción. En mi tiempo era vergonzoso para un ministro que le fueran a descubrir que él era tolerante, sabedor o cómplice de un acto de corrupción. Hoy en día las cosas han cambiado bastante. Ya no hay vergüenza.
Finalmente, pienso que al Presidente no le faltan ganas de controlar totalmente la Policía. Controlar a los cuerpos armados ha sido la tendencia y la tentación de todos los gobiernos. Pienso también, y a lo mejor estoy equivocado, que hay exageración en esos análisis que dicen que lo que pretende Daniel es la “guardización” de la Policía, convertirla en la Guardia Nacional. Instrumentalizarla en cosa concretas, eso sí. Y su discurso es hábil, porque él le dice a la Policía: ¡No repriman! No le dice: ¡Garroteen!, sino lo contrario: No garroteen. Obviamente, eso va acompañado de una actitud de intimidación a la oposición. El gobierno le dice a la oposición: La calle es mía y no te la voy a ceder, tenés derecho a los medios, pero a la calle no y si salís a las calles, la Policía no te va a hacer nada, te lo haré yo con mis fuerzas. El gobierno tiene a su propia gente para intimidar y para golpear. Su estrategia no la esconden: la calle es de ellos.
Naturalmente, esta estrategia tiene sus riesgos, porque cuando se cierran todos los espacios algo pasa. Y toda acción genera reacción. Me imagino que el gobierno hace su propia valoración de “hasta dónde el hule da”. Hasta hoy la calle sigue siendo de ellos. Esa estrategia puede funcionar seis meses, un año, dos años, más años, pero de repente... te puede salir un Egipto.
Estos movimientos que estamos viendo en algunos países árabes, en España, en Europa, son anti-sistema. Están indignados con el capitalismo. Obviamente, yo simpatizo con ese tipo de movimientos, pero todavía son insignificantes en relación al total de la población. Son movimientos ciudadanos. Y en Nicaragua la sociedad civil, la ciudadanía, es aún un cuerpo amorfo, sin liderazgo claro. Todavía aquí estamos en la tradición de la movilización partidaria. Ni en Centroamérica ni tampoco en América Latina hemos visto nada parecido a lo que estamos viendo en otras partes del mundo. Creo que todavía nos falta mucho para ver algo así. .
|