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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 399 | Junio 2015

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El Salvador

Beatificación de Monseñor Romero: ¿Nuevamente asesinado o resucitado en su beatificación?

Ahora reconocido oficialmente por la Iglesia católica, ¿seguirá siendo Monseñor Romero un santo vivo o lograrán convertirlo en un santo de palo? Es mucha la gente que está alerta y eso permitirá que siga resucitando y esté aún más vivo en las organizaciones sociales y en el quehacer diario de las comunidades. Ése es el sentir de una gran mayoría del pueblo salvadoreño.

Elaine Freedman

El 23 de mayo, 35 años después de su asesinato a manos de un escuadrón de la muerte ordenado por el Mayor Roberto D’Aubuisson, fundador de ARENA, Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue beatificado frente a un público jubiloso de casi 300 mil personas.

Católicos y no católicos, salvadoreños e internacionales, personas de todas las generaciones y de todas las clases se juntaron para celebrarlo. Risas, abrazos y lágrimas llenaron el acto en que el Cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos de la Iglesia Católica, venido desde el Vaticano, ofició la solemne misa.

1980: SANTO POR PRIMERA VEZ

A pocos días del asesinato de Monseñor Romero, Dom Pedro Casaldáliga, obispo brasileño, teólogo de la liberación y poeta, escribió su poema “San Romero de América: Pastor y Mártir”. Espontáneamente, el pueblo salvadoreño retomó ese título y antes del fin de aquel año, a lo largo y ancho de El Salvador y del continente, se hablaba ya de “San Romero de América”. Franklin Quezada, músico y fundador del grupo Yolocamba Ita, que ha puesto a Monseñor Romero en el centro de su obra artística, recuerda: “Muchos jóvenes mirábamos a Monseñor Romero como un hombre ya santo en vida, un hombre bendito. Era un hombre demasiado bueno, muy honesto, con una palabra directa y franca”.

¿Qué símbolos del poema del obispo Casaldáliga retomó el pueblo salvadoreño para santificar desde entonces a Monseñor Romero?

“SUPISTE BEBER
EL CÁLIZ DEL ALTAR…”

Monseñor Romero fue un hombre de una espiritualidad profunda. “Yo comencé a trabajar con Monseñor Romero en 1966 en la formación de los seminaristas de San Miguel”, recuerda el padre Miguel Ventura, líder histórico de la teología de la liberación en El Salvador, quien acompañó a lo largo de la guerra a las Comunidades Eclesiales de Base de Morazán, de donde es originario. “Romero tenía -dice- una espiritualidad formada a la antigua, en la tradición de sacar al sacerdote de su realidad, meterlo en un seminario que le aislaba y llenarlo de contenidos conservadores. Fue un hombre muy responsable, muy consecuente y muy disciplinado con esa espiritualidad. Todo eso formó su carisma y la gente lo buscaba por eso.

Una vez me dijo: “Aquí hay sacerdotes aparentemente muy progresistas, pero cuando la gente tiene problemas, acude a mí”. Era verdad. Y pienso que acudían a él por el peso de su espiritualidad y su ejemplo moral. “Esa relación con la gente le formó de una manera muy humana”.

Y esa humanidad le fue formando como comunicador. Un comunicador capaz de inspirar con sus palabras y de escuchar con el corazón. El 27 de enero del 1980, solo cinco días después de la masacre contra la multitudinaria marcha de la Coordinadora Revolucionaria de Masas, Monseñor, cuyas homilías se oían en todas las casas y cuyo impulso a la Radio YSAX fue clave, dijo: “Me alegra mucho cuando hay gente sencilla que encuentra en mis palabras un vehículo para acercarse a Dios”.

“...Y EL CÁLIZ DEL PUEBLO...”

María Isabel Figueroa, religiosa y secretaria de Monseñor Romero durante sus tres años en el arzobispado, vincula su capacidad de escucha con su convicción: “Su convicción se demostraba cuando le llegaba a buscar gente del campo para entrevistarse con él, familias que habían sido afectadas por la represión. Él tenía una enorme sensibilidad y concentración cuando escuchaba a la gente. Escuchaba con el corazón... Se le notaba el sentimiento de dolor y escuchando se iba aclarando de cómo eran las cosas”.

Con el asesinato de su amigo, el jesuita Rutilio Grande, Monseñor Romero se fue aclarando más. En la medida en que “se iba aclarando cómo eran las cosas”, su relación con las organizaciones populares se iba profundizando. Su vínculo con el proceso de liberación de este pueblo nunca fue teórico. Planteó que la Iglesia, “sin apartarse de su propia identidad, al contrario, siendo ella misma, ofrece al país el servicio de acompañarlo y orientarlo en sus anhelos de ser un pueblo libre y liberador”. Y eso hizo: acompañar y orientar.

Quezada relata: “En marzo de 1979 yo era parte de un grupo de catorce compañeros del Bloque Popular Revolucionario que tomamos la Catedral Metropolitana. Fue una toma pacifica de solidaridad con nuestros compañeros que estaban tomándose las fábricas de bebidas La Constancia y La Tropical… Una noche oímos una bulla en el altar y nos preparamos para morir. Pensamos que los guardias iban a meterse por la puerta de la radio del arzobispado. Cuando se abrió la puerta era Monseñor Romero: “Muchachos, ¿ya comieron?” “Sí, la gente nos regala comida.”

Y él nos traía pollo y se sentó a comer con nosotros y a conversar, poniendo en peligro su vida. Nos dijo que estábamos en la casa de Dios y que era también la casa de nosotros”. Aunque jamás estuvo organizado con nosotros este gesto me dijo que era de los nuestros.

“POBRE PASTOR GLORIOSO, ASESINADO A SUELDO...”

Como los cristianos en las catacumbas del Imperio Romano, Monseñor Romero llegó a tener una postura antiimperialista, fundamentada en el evangelio. Siempre tuvo también una palabra anticapitalista, basada en la concepción cristiana de la idolatría. “La denuncia de la idolatría -dijo en su homilía del 11 de junio de 1978- ha sido siempre la misión de los profetas y de la Iglesia… No se puede servir a dos señores: al Dios verdadero y al dinero. Se tiene que seguir a uno solo”.

No sólo fue “asesinado a sueldo”. Su postura frente al tema de la riqueza y la acumulación capitalista fue un factor clave en la motivación de su asesinato. La oligarquía lo acusaba calumniosamente de comunista y de inspirar el “odio de clase” con su palabra. Sus cartas pastorales dan fe de que, ya en 1978, Romero tenía un análisis de la composición socioeconómica del país y de los reclamos del pueblo organizado, campesinos, trabajadores, estudiantes y profesionales, mayoritariamente católicos, e incorporados en organizaciones de pensamiento marxista.

No fue marxista, pero coincidía con ellos en lo básico: “En una sociedad como la nuestra, en la que la mayoría apenas tiene nada, esta minoría privilegiada, separada abismalmente de todos los demás, disfruta de niveles de vida semejantes a los que unos pocos disfrutan en los países más ricos. Tiene, además, gran poder, precisamente por la estructura poco democrática de nuestra organización política”, dijo en su tercera carta pastoral. Y en la cuarta citó del Documento de Puebla: “El temor del marxismo impide a muchos enfrentar la realidad opresiva del capitalismo liberal”, agregando: “El capitalismo configura injusta y anticristianamente nuestra sociedad.”

“...ASESINADO A DÓLAR...”

En su poema, Pedro Casaldáliga dice que Monseñor fue asesinado “a dólar” y no “a colón”, enfatizando el vínculo entre la orden de muerte, dada nacionalmente, y el proyecto contrainsurgente de los Estados Unidos.

Un mes antes de su asesinato, Monseñor escribió su famosa carta al Presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, pidiéndole, infructuosamente, que no enviara la millonaria ayuda militar: “Me preocupa bastante la noticia de que el gobierno de los Estados Unidos está estudiando la manera de favorecer la carrera armamentista de El Salvador enviando equipos militares”. La carta concluía: “Sería injusto y deplorable que por la intromisión de potencias extranjeras se frustrara al pueblo salvadoreño, se le reprimiera e impidiera decidir con autonomía sobre la trayectoria económica y política que debe seguir nuestra patria”.

Doce memorandos desclasificados por el gobierno de Estados Unidos muestran que Romero ya estaba bajo su lupa desde antes. Esos textos incluyen una carta del entonces Secretario de Estado, Zbigniew Brzezinski al Papa, Juan Pablo Segundo solicitando la intervención del Vaticano para “persuadir” a Monseñor a “no apoyar la extrema izquierda”, ya que “en nuestro frecuente y franco dialogo con el Arzobispo Romero…le hemos advertido sobre esto”.

“...ABANDONADO POR TUS PROPIOS HERMANOS...”

Monseñor Romero no sólo tenía una palabra franca contra las estructuras de poder económico, político y militar. También la tuvo contra el poder eclesiástico del que él formaba parte. Como en los otros ámbitos, su férrea esperanza le permitía creer en su posible, aunque difícil, conversión y transformación.

Su lealtad a la Iglesia y al Papa fue una constante en su vida. Su fidelidad a su concepción de la fe y a su ideal de Iglesia también lo fueron y las opciones que tomó a favor de ese ideal le provocaron constantes choques con el poder clerial. En su homilía del 22 de enero de 1978 decía: “Predicación que contenta al pecador para que se afiance en su situación de pecado está traicionando el llamamiento del Evangelio... Predicación que despierta, predicación que ilumina, como cuando se enciende una luz y alguien está dormido, naturalmente que lo molesta, pero lo ha despertado. Ésta es la predicación de Cristo: despertad, convertíos. Esta es la predicación auténtica de la Iglesia”.

“...POR TUS HERMANOS
DE BÁCULO...”

Se expresó así ante el Cardenal Baggio, del Vaticano, sobre la actuación del Nuncio Apostólico Enmanuelle Gerada: “He concluido que S. E. vive muy alejado de los problemas de nuestro clero y de nuestro humilde pueblo y en él predominan las informaciones y presiones del Cardenal Casariego, de los políticos, de los diplomáticos y de la clase adinerada de las colonias elegantes… Es de justicia confesar que actualmente S. E. no goza de simpatías en el clero ni en nuestro pueblo por esas preferencias”.

Las posiciones y actuación de Monseñor le ganaron regaños del Vaticano y el aislamiento dentro de la Conferencia Episcopal, donde sólo contó con el apoyo de Monseñor Rivera y Damas. Los obispos Pedro Arnoldo Aparicio, de San Vicente; Benjamín Barrera, de Santa Ana, con su auxiliar Marco René Revelo; y Eduardo Álvarez, de San Miguel, le eran siempre contrarios. La posición de Álvarez ante el sufrimiento del pueblo y de su mismo clero ejemplifica la actitud predominante de estos obispos. Cuando Miguel Ventura, entonces párroco de Osicala, fue apresado y torturado durante varios días en las bartolinas de la policía, Álvarez lo minimizó: “Al Padre Miguel lo torturaron en cuanto hombre, pero no en cuanto sacerdote”.

No extrañó que ningún jerarca de la Iglesia salvadoreña acompañara el entierro de Monseñor Romero y que un cardenal mexicano, Ernesto Corripio Ahumada, representante personal del Papa, fuera quien presidió aquella misa. 100 mil personas participaron en el funeral, concentradas frente a Catedral. La misa quedó interrumpida por la detonación de una bomba, seguida de disparos y explosiones. Francotiradores apostados en los edificios cercanos atacaron a la población. La reacción de la multitud fue de pánico, con la consecuente dispersión, atropellamiento, heridos y 35 muertos. Monseñor Romero fue sepultado apresuradamente en una cripta en el interior de Catedral.

QUIEREN “OTRO” ROMERO

El 10 de marzo llegó a San Salvador el Cardenal Vicenzo Paglia, Prefecto para la Congregación de la Familia y postulador de la causa de Monseñor Romero. Al día siguiente, en conferencia de prensa en Casa Presidencial, junto a autoridades religiosas y civiles, anunció que la fecha de beatificación sería el 23 de mayo en la plaza Salvador del Mundo y que la celebración estaría presidida por el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos. Tres semanas antes el arzobispo José Luis Escobar Alas había anunciado que las Comisiones organizadoras del acto de beatificación ya estaban trabajando.

A partir de ese anuncio comenzó a aparecer “otro” Monseñor Romero, en los mensajes de la Conferencia Episcopal y en los medios de comunicación masivos. Era una imagen ahistórica y descontextualizada, lejana del San Romero de América del pueblo salvadoreño que aún anhela su liberación.

El Vaticano institucionalizó el proceso de canonización en la Edad Media, estableciendo una serie de criterios y categorías para avanzar en un proceso que tiene cuatro etapas: Siervo de Dios, Venerable, Beato y Santo. El proceso concluye cuando se le asigna una fecha litúrgica, se le dedican iglesias, se le construyen imágenes y se reconoce su poder de intercesión ante Dios.

El proceso de canonización se da si el candidato a santo ha vivido las virtudes cristianas en grado heroico o si ha sufrido martirio por causa de la fe. Para llegar a la canonización se requiere de la realización confirmada de dos milagros o de uno solo si es mártir.

En el caso de Monseñor Romero, su causa fue fundamentada en la categoría de “mártir por odio a la fe”. A lo largo de 21 años, desde que Monseñor Rivera y Damas, amigo de Romero y su sucesor en el arzobispado, introdujo la causa de canonización, hubo todo tipo de trabas para que el proceso no avanzara. El Vaticano reconoció en 2015 que hubo una campaña para denigrar a Monseñor y su causa fue bloqueada por Juan Pablo Segundo. Entre los enemigos de Romero dentro del Vaticano figuran dos influyentes cardenales colombianos: Alfonso López Trujillo, ya fallecido y famoso por sus posiciones ultraconservadoras y Darío Castrillón Hoyos, hoy jubilado. En febrero de 2015, Monseñor Paglia hizo público lo que todos sabían o imaginaban: “Kilos de cartas contra Monseñor Óscar Arnulfo Romero, llegadas desde El Salvador y otros países latinoamericanos en las que lo calificaban como comunista y perturbado mental, frenaron su beatificación”.
Más allá de estos escollos, Miguel Ventura considera que “la principal traba para la beatificación de Romero estaba en el esquema tradicional de cómo el Vaticano concibe la santidad. Monseñor se les salía de eso. No se alejó del mundo y no sacralizó la pobreza como una vía para la salvación, sino que denunciaba las estructuras de poder que generan la pobreza”. En este sentido, la categoría de “mártir por odio a la fe” no es una precisa clasificación de la naturaleza del martirio de Monseñor Romero. Monseñor fue asesinado y es mártir por su defensa de la justicia y por su compromiso con la transformación social. Esto lo fundamentaba en una profunda fe en Dios, pero fue su lucha por la justicia lo que provocó y precipitó su muerte”.

DE MÁRTIR POR ODIO A LA FE
A MÁRTIR POR AMOR

En manos de la Conferencia Episcopal la beatificación provocó un proceso de marketing de “otro” Monseñor Romero. El primer paso fue modificar la categoría de “mártir por odio a la fe” a “mártir por amor”. Monseñor Urioste, Presidente de la Fundación Romero, trató de explicarlo: “El que lo causa (el martirio) lo hace por odio a la fe y el que lo sufre lo hace como un acto sublime de amor. De ahí la frase mártir por amor”.

Pero esta explicación no convenció y muchos se ofendieron por creer que era un paso más en la manipulación de la figura de Monseñor. En un país donde la feligresía católica se ha reducido de 64.1% a un 50.4% en un período de 21 años y la población que se congrega en iglesias evangélicas ha aumentado de un 16.4% al 38.2%, parecía también una movida con el fin de ampliar el público del evento, ya que los evangélicos no se sentirían convocados para celebrar a alguien matado por odio a la fe católica.

EL CUESTIONADO JINGLE

En abril se dio a conocer la canción oficial de la ceremonia producida por Telecorporación Salvadoreña, cantada
y compuesta por personal del canal, propiedad de la poderosa familia Eserski quienes un año antes habían donado uno de sus canales de televisión a la iglesia católica para fundar TVCA, Canal 39.

Ésta era la letra de la canción: Del pobre fue la voz / lo hizo con amor / un legado nos dejó/a l hombre devolvió / derecho y dignidad: amar la vida hasta el final. / Romero nos abrió las puertas al amor: una nueva civilización / donde la vida se entrega / porque vale la pena. / Nadie le fue indiferente, a su paso entre la gente. / Y aunque fue querido al mundo dio un giro. / Un solo El Salvador cantando a una voz, / no hay olvido ni rencor. / ¡Romero, mártir por amor!

Los miembros de las Comunidades Eclesiales de Base y de las organizaciones populares se ofendieron con esta canción. Compararon su melodía y su letra con la propaganda producida por TCS cuando promociona el Teletón. La consigna “ni olvido ni perdón”, acuñada en los años 70 por los familiares de víctimas de la represión, fue convertida en “no hay olvido ni rencor”. La imagen de “un solo El Salvador cantando a una voz” parecía hipócrita en una cadena televisiva que todos los días batalla en contra del gobierno del FMLN. TCS es un medio que prueba a diario que El Salvador sigue siendo un país dividido entre ricos y pobres, entre quienes quieren mantener el poder económico, judicial y mediático y sus víctimas.

El texto de la canción no mencionaba ninguna de las causas históricas que provocaron el asesinato y testimonio de Monseñor Romero y omitía conscientemente cualquier referencia al crimen y a los criminales.
Después de conocer la canción se conoció que TCS estaría a cargo de la producción y transmisión de la ceremonia. Y sólo el canal TVCA, ex-propiedad de TCS, tendría alguna participación adjunta a la Telecorporación, según lo convenido por la Conferencia Episcopal con ese medio. “Los medios católicos estamos decepcionados por la conducta que ha tomado la Comisión Ejecutiva encargada de llevar a cabo el desarrollo del evento” -se expresó así la Asociación de Medios de Comunicación Católicos-. Es mucho el dinero que se está moviendo por parte de los ricos, que en el evento tendrán más y mejores prioridades que el pueblo”. Finalmente, ni el jingle se cantó en la misa ni TCS tuvo la exclusiva en la transmisión.

“ROMERO BEATO DE TODOS”

En los días que antecedieron a la beatificación, “La Prensa Gráfica” publicó separatas diarias sobre Monseñor Romero, con fotos, testimonios y la propaganda oficial del evento. La portada de “El Diario de Hoy”, el día después del evento decía: “Monseñor Romero: Beato de todos”. Sonaba a cinismo cómo los mismos medios de comunicación que en los años más duros de la represión promovieron la campaña “Haga patria, mate un cura” (“Haga nación, mate al obispo cabrón”) manoseaban hoy su figura.

Más ofensiva aún fue la afirmación del entonces candidato a alcalde de San Salvador, por ARENA, Edwin Zamora, en plena campaña electoral: “Monseñor Romero nos pertenece a todos los salvadoreños”. Dijo esto a los pocos días de que el entonces alcalde capitalino y correligionario de su partido, Norman Quijano, firmó el cambio de nombre de la Calle San Antonio Abad a Calle Mayor Roberto D’Aubuisson en honor del asesino.

Miles de víctimas de la represión presentes en el acto del 23 de mayo se llenaron de cólera al ver a “Robertillo” D’Aubuisson, hijo del asesino y actual alcalde de Santa Tecla, llegar al evento. La presencia de figuras como Alfredo Cristiani, quien sancionó la Ley de Amnistía estando en la Presidencia y de miembros de la oligarquía, quienes en su momento y hasta la fecha hicieron caso omiso de la advertencia de Romero “¡Quítense los anillos, señores de la oligarquía, antes que les arranquen la mano!”, enardecieron a muchos.

ROMERO BEATO:
¿ESFUERZO DE COOPTACIÓN?

Desde que Monseñor Romero asumió en 1977 el arzobispado de San Salvador comenzaron los esfuerzos de la oligarquía salvadoreña para cooptarlo. Le ofrecieron una casa lujosa en la Colonia Escalón y un Cadillac. El nuevo arzobispo rechazó ambos obsequios.

A los años, y en medio de amenazas de muerte, asesinatos de sacerdotes y laicos comprometidos y bombas contra la radio del arzobispado, la YSAX, el gobierno represivo ofreció, cínicamente, un guardaespaldas al Arzobispo. “Respondió con una gran valentía -recuerda María Isabel Figueroa, quien presenció muchos de estos momentos-. Dijo: Mientras no tenga seguridad el pueblo no lo puede tener el pastor. La frase le salió espontáneamente. Él sabía que estaba negándosele a la derecha, a los enemigos del pueblo, a quienes le iban a matar. Sabía que era un juego para ver si se lo hacían de su lado y él salió con mucha sabiduría. Fue un hombre de convicciones y no lo podían manipular fácilmente”.

Al no poder cooptarlo, fue necesario eliminarlo. Aquel fatídico 24 de marzo, en el Hospitalito de la Divina Providencia, lo mataron, pero con su muerte física no lograron eliminarlo. Siguió cada vez más presente en las luchas del pueblo. “El pueblo le clamaba, ponía su nombre, su rostro y sus palabras en lugares públicos y llevaba su foto y sus mensajes en sus manifestaciones, como su santo, independientemente de lo que dijera la iglesia”, cuenta Miguel Ventura.

SIGUIÓ VIVO SIEMPRE

La derecha política y eclesial siguió eliminándolo de forma simbólica. Los murales pintados en lugares como Perquín, Morazán y Tierra Blanca en Usulután fueron manchados y borrados en la noche. En San Miguel destruyeron un busto de Monseñor. Y su estatua en la plaza Salvador del Mundo, lugar donde años después se celebraría el acto de beatificación, fue deteriorada por actos vandálicos más de una vez.

“Además -relata Ventura-, venía la jerarquía y prohibía toda expresión de veneración, porque según la Iglesia es sólo para los santos. Hubo obispos que no permitían a sus párrocos tener fotos de Romero en sus templos. Esto pasó en la diócesis de San Vicente. Los obispos mandaron a sus párrocos a quitar la foto con el vil argumento de que esto afectaba el proceso de canonización. Otros decían que se estaba politizando la figura de Monseñor”.

La diócesis de San Vicente, con la excepción de su primer obispo, Luis Chávez y González, siempre ha tenido un liderazgo especialmente conservador, ideológica y políticamente comprometido con la derecha. El actual arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, fue rector del seminario menor de San Vicente y posteriormente obispo auxiliar y fue uno más en el coro de quienes prohibían hablar de Monseñor Romero y venerarlo.

Aún y así, no lograron su objetivo. Hasta la fecha, el ejemplo de Monseñor Romero ha guiado a comunidades y organizaciones, religiosas o no, comprometidos con la liberación. Su rostro adorna paredes en toda América Latina y no hay manifestación del movimiento popular donde su rostro y sus palabras no estén presentes en alguna pancarta o manta.

Estos antecedentes hacen razonable pensar que la beatificación de Monseñor Romero y su conversión en “el Beato de todos” es una vuelta a la estrategia de cooptación para mediatizar su ejemplo profético. Es la negación del espíritu de Romero, quien exclamó: en su homilía del 22 de enero de 1978: “Naturalmente, hermanos, que una predicación así tiene que encontrar conflicto, tiene que perder prestigios mal entendidos, tiene que molestar, tiene que ser perseguida. No puede estar bien con los poderes de las tinieblas y del pecado”.

Aunque la mayoría coincide en que hay una brecha entre el discurso del Vaticano, que parece más apegado al legado auténtico de Monseñor Romero, y el discurso de la Conferencia Episcopal, hay pocos en la Iglesia de los pobres que están en desacuerdo con la valoración negativa del trabajador de la cultura, Franklin Quezada: “Ha sido un show mediático y político de la jerarquía eclesial. La mayoría de ellos fueron opuestos a Monseñor Romero. Esto no es sincero”. Miguel Ventura profundiza en la idea: “No es sincero que gente de mentalidad de derecha en la Iglesia comiencen a apoyar el proceso de beatificación sólo porque desde arriba se lo están indicando. Es deshonesto. No es por convicción, sino para no aparecer contrarios al pueblo y porque el Papa lo ha decretado”.

¿UN SANTO VIVO
O UN SANTO DE PALO?

¿De qué depende que Monseñor Romero siga siendo un ejemplo de lucha por la justicia y una esperanza para la transformación de este país o se convierta en un santo tradicional, encerrado en templos a donde la gente va a pedirle milagros y a encenderle candelas?

Dice Quezada: “Depende de lo inteligente o lo burdo con que los contrarios a la verdad, la justicia y la liberación actúen usando la figura de Monseñor Romero en sus medios de comunicación. Depende de las opiniones que generen porque las guerras de hoy se libran en los medios. El padre Jesús Delgado ha mentido diciendo que Monseñor fue amenazado por los dos lados, por la derecha y por la izquierda igualmente. Y eso es burdo”. Delgado, actual Vicario General del Arzobispado, ha insistido en que “la izquierda lo amenazó de muerte porque bendijo, dicen ellos, el golpe de Estado y la reforma agraria que proponía el golpe de estado en 1979… Le declararon amante del reformismo y no de la revolución y le declararon la pena de muerte”.

Esta burda tergiversación de una relación respetuosa, aunque no siempre armoniosa ni ausente de conflicto, entre Monseñor Romero y las organizaciones político-militares revolucionarias que surgieron en los años 70 es exacta a aquella con que la derecha ha venido reescribiendo la historia desde los Acuerdos de Paz.

CÓMO MANTENER VIVO
A MONSEÑOR

De los esfuerzos del pueblo depende también el mantener vivo el legado auténtico de Monseñor Romero. Para Quezada, depende de la capacidad de crear otras sensibilidades, otros ánimos o estados del alma, lejos de la mentira, de la sacralización de “la vida loca” del consumismo. “La cultura tiene que ver -dice- con lo que sembramos y cosechamos, con lo que alimenta nuestras conductas, nuestros hábitos y nuestros valores, con la forma en que el pensar genera emociones y en cómo uno actúa”. En este sentido, todo esfuerzo para crear un espíritu y práctica de solidaridad y liberación será pieza esencial en el trabajo para mantener vivo a Monseñor Romero.

Depende también, dice Miguel Ventura, de la capacidad de la Iglesia Popular de ver en la beatificación de Monseñor Romero un espacio que ha abierto el Vaticano para reconocer a la teología de la liberación, a las comunidades eclesiales de base y a la justeza de las luchas del pueblo salvadoreño. “Romero no fue un fiel seguidor de la teología de la liberación. No escribió, no dio clases y no habló de eso. Pero él vivió la teología de la liberación más que cualquiera”.

SU MENSAJE
SIGUE SIENDO VÁLIDO

Al final de los años 70 Monseñor habló de los tres proyectos políticos que habían en El Salvador: el de la oligarquía, el de la democracia cristiana y el proyecto popular. “Condenó -dice Ventura- el proyecto de la oligarquía, en el que no veía bondad alguna. Al proyecto de la democracia cristiana le exigió abandonar la represión o abandonar el gobierno.

Y se inclinó por el proyecto popular, sobre todo si se unían las fuerzas populares, no absolutizaban su ideología y evitaban siempre la violencia injusta”. Hoy en día, aunque ya no existe la democracia cristiana, los criterios vertidos por Romero siguen siendo válidos.

Mantener vivo a Monseñor Romero implicará, sobre todo, que las generaciones nuevas que no lo conocieron en vida puedan conocerle a través de sus propias palabras. Existen los libros y los audios de sus homilías para ser leídos, escuchados y estudiados.

En su comunicado sobre la beatificación de Monseñor, la Articulación Nacional de Comunidades Eclesiales de Base de El Salvador, la Fundación Mercedes Ruiz (FUNDAMHER) y Voces de la Frontera llaman a los feligreses a fortalecer las comunidades como el modelo de iglesia promovido por Monseñor, llaman a la Conferencia Episcopal a promover una formación del clero en consonancia con la realidad y llaman al Ministerio de Educación a incorporar integralmente el pensamiento de Romero en la formación y construcción de ciudadanía.

María Isabel Figueroa habla de los esfuerzos de la Asociación Nuevo Amanecer por mantener viva la memoria de Monseñor Romero y la de tantos, otros mártires: “Trabajamos con niños y con jóvenes ex-alumnos de nuestros centros infantiles. Cuando se acercan las fechas del martirio de Monseñor Romero, de Rutilio Grande, de Octavio Ortiz o de Alfonso Navarro, los niños pintan los rostros de los mártires, aprenden las canciones de ellos. Les explicamos cómo murieron: que no murieron de calentura sino asesinados por luchar para que a los niños no les faltaran alimentos y educación. A los jóvenes les damos a conocer su biografía y les animamos a participar en las marchas”.

DESDE TODOS LOS ESPACIOS

“La palabra de Romero es un caudal gigantesco para crear obras que hagan vivir a Monseñor Romero. A través del teatro, de la música, de la poesía, del lenguaje cibernético, desde todos los espacios”, dice Quezada.

Finalmente, es de rigor que se cumplan las recomendaciones que emitió la Comisión Interamericana de Derechos Humanos al revisar el caso Romero en el año 2000: 1) La realización de una investigación judicial completa
y efectiva a fin de identificar, juzgar y sancionar a todos los autores materiales e intelectuales. 2) La reparación de todas las consecuencias de las violaciones enunciadas, incluido el pago de una justa indemnización. 3) La adecuación de la legislación interna a la Convención Americana, a fin de dejar sin efecto la Ley de Amnistía General decretada en 1993.

Sin justicia en la tierra la justicia eclesiástica de la beatificación quedará corta.

“NO LES SALDRÁ
LA MUERTE DE MONSEÑOR”

María Isabel Figueroa concluye: “Nunca les salió la muerte de Monseñor y no les saldrá ahora si eso es lo que pretenden. La gente está alegre porque ya cuando lo mataron a Monseñor la gente dijo que era un verdadero santo que dio la vida por nosotros. Durante tantos años la Iglesia ha negado esto y ahora le da la razón al pueblo. Tenemos porciones de pueblo enormemente admirable en sus convicciones de lucha. Y el espíritu de Monseñor es tan presente y tan fuerte en medio de nosotros y ahí está Dios presente en nuestra historia. Mucha gente está alerta, pensando qué querrán hacer con esto de la beatificación. Eso va a permitir que se aferre más a Monseñor en las luchas de nuestras organizaciones, en el quehacer diario de las organizaciones y las comunidades”.

El dictamen popular es contundente: sea lo que sea, Monseñor Romero seguirá resucitando en el pueblo salvadoreño.

EDUCADORA POPULAR. CORRESPONSAL DE ENVÍO EN EL SALVADOR.

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