Nicaragua
“La decisión de Ortega de convertir en farsa las elecciones augura conflictos, gane Clinton o gane Trump”
Víctor Hugo Tinoco,
Vicecanciller de Nicaragua durante los años de la Revolución
y hoy Vicepresidente del Movimiento Renovador Sandinista (MRS),
repasó las líneas generales
de la relación Nicaragua-Estados Unidos en los años 80
y analizó los posibles escenarios de esa relación
en el nuevo escenario de Nicaragua
y después de las elecciones en Estados Unidos,
en una charla con Envío que transcribimos.
Victor Hugo Tinoco
En los últimos nueve, casi diez años del gobierno de Ortega ha predominado una tranquilidad, una tersura, en las relaciones entre el gobierno de Estados Unidos y el gobierno de Nicaragua. Desde hace dos meses la disrupción causada por Ortega al decidir reelegirse en noviembre en un proceso electoral que no tendrá ni transparencia ni competencia, ni observadores ni oposición, y su decisión de apostar por la sucesión dinástica ha colocado a Nicaragua en el radar de republicanos y demócratas. Es un factor endógeno, interno, el que augura conflictos y roces en las relaciones entre ambos gobiernos.
Haciendo un repaso rápido de las relaciones entre Estados Unidos y Nicaragua en los años de la Revolución, hay que poner el énfasis del conflicto en factores externos. Desde los años 70 se venía produciendo un choque de dos visiones globales contradictorias, antagónicas. Por un lado, en África, en algunos lugares de Asia, y en América Latina en particular, crecían y se desarrollaban movimientos de liberación, insurgentes, revolucionarios, que planteaban una agenda nacionalista, con más o menos características marxistas unos, otros con una visión progresista, todos de izquierda. Por otro lado, en Estados Unidos crecía y se desarrollaba un movimiento neo-conservador, decidido a frenar esos movimientos revolucionarios. El movimiento neo-conservador cuestionaba severamente no sólo la administración demócrata de Jimmy Carter y su política de derechos humanos (1977-1980). También cuestionaba las administraciones republicanas de Gerald Ford (1974-77) y de Richard Nixon (1969-1974) por su política de entente y distensión con la URSS y con el bloque de países socialistas. Los neo-conservadores encontraron en el particular carisma de Ronald Reagan a su mejor representante.
Para entender la contradicción que la Revolución nicaragüense tuvo con los Estados Unidos y las guerras en Centroamérica de esos años, hay que ubicarse en esa contradicción global, en esos dos movimientos de signo contrario que dominaban la sociedad planetaria: movimientos de liberación, anticolonialistas o contra las dictaduras, y un movimiento encabezado por el establishment de Estados Unidos que, haciendo una lectura de esa realidad global, tenía como objetivo frenar esos movimientos. Para los neo-conservadores esos movimientos representaban avances de la Unión Soviética en el continente.
Yo creo que la política exterior de Estados Unidos, en relación con América Latina, ha estado montada siempre en el mismo eje, en la Doctrina Monroe de hace siglo y medio, que se resume en “América para los americanos”. Ellos sienten que este hemisferio es su parte del mundo. Desde esa óptica, los neo-conservadores miraban su patio trasero, el área del Caribe, y veían a la Unión Soviética avanzando. Ya tenían a Cuba, ahora a Nicaragua, amenazados estaban El Salvador, Honduras, Guatemala. También veían izquierdistas en Panamá con Torrijos, en Grenada con Bishop, en Guyana con Burnham… Era la doctrina Monroe bajo amenaza.
Creo también que la confrontación global entre las dos potencias, Estados Unidos y la URSS entonces, Rusia ahora, ha sido una competencia, un choque de intereses inter-imperialistas. El modelo económico centralizado de la URSS se desmontó a finales de los años 80 y el conflicto de Estados Unidos con Rusia sigue planteado en la actualidad. El enfrentamiento no era ideológico, no era entre el modelo socialista, marxista y el modelo capitalista. Eso existía, pero sólo agregaba un plus adicional a un enfrentamiento que era entre dos imperios, una competencia inter-imperialista. En la plataforma republicana actual Rusia sigue siendo vista como la potencia global de la que hay que defenderse, sigue siendo el enemigo.
El pensamiento neo-conservador se resumió conceptualmente en el Documento de Santa Fe de 1980. Lo he vuelto a revisar de nuevo. Allí se criticaba abiertamente la política de derechos humanos de Carter por haber debilitado a los gobiernos latinoamericanos del Cono Sur, sin importarles que fueran gobiernos autoritarios, dictaduras militares. Se criticaba que la política de derechos humanos no se hubiera aplicado con la misma energía en Cuba. Para los neo-conservadores los movimientos revolucionarios en América Latina demostraban el fracaso de esa política y el debilitamiento de Estados Unidos ante el bloque soviético. Ante los avances soviéticos era urgente que Estados Unidos recuperara su influencia en el continente. Durante los ocho años de Reagan y los ocho años de los dos Bush, padre e hijo, ese pensamiento fue el predominante. En esas circunstancias, cuando en Estados Unidos estaban viendo las cosas de esa manera y cuando aquí estábamos viendo lo que ocurría como la liberación de una dictadura de cincuenta años y coexistían en nuestra Revolución visiones marxistas más esquemáticas unas que otras mezcladas con otras visiones simplemente progresistas, el choque era inevitable. Ese choque hizo estallar la guerra en Nicaragua y la guerra en Centroamérica durante toda la década de los años 80.
En el Documento de Santa Fe Cuba era el país con respecto al cual los neo-conservadores definían la posición más dura y Cuba era el único caso en el que planteaban apoyar e impulsar una “guerra de liberación nacional”, una guerra contrarrevolucionaria. No encontré en el Documento de Santa Fe ningún plan o alusión a impulsar una guerra de esa naturaleza en Nicaragua. Sólo la planteaban para Cuba… pero la aplicaron en Nicaragua y de forma inmediata. Porque en 1981, saliendo el gobierno de Carter y entrando el de Reagan, se inició ya el entrenamiento de grupos armados contrarrevolucionarios y comenzó el apoyo encubierto a la guerra en Nicaragua. ¿Fue posible una salida negociada? Con las posiciones neo-conservadoras en ascenso y con la visión revolucionaria en ascenso en Nicaragua y en la región centroamericana era muy difícil encontrar un punto de coincidencia. Sólo unos años después, será el cansancio de la guerra, el cansancio de quienes estábamos sufriendo la guerra en Centroamérica y el cansancio en Estados Unidos por no lograr resolver el problema centroamericano, lo que le pondrá punto final al conflicto.
De hecho, las salidas al conflicto fueron las mismas que se fueron perfilando de alguna forma desde el principio. Cuando revisamos los planteamientos de Thomas Enders y los que hicimos en las nueve sesiones de negociaciones que tuvimos en Manzanillo, México, vemos en el acuerdo de Esquipulas de 1987 para ponerle fin a la guerra que la solución estaba ya ahí y que lo que faltaban eran las condiciones para aceptarla. El cansancio de la guerra, después de años de conflicto militar y de derramamiento de sangre, fue creando las condiciones para encontrar la salida. También en Estados Unidos se fueron creando condiciones. Porque Reagan no la tenía fácil. En 1981 y 1982 mantuvo a las fuerzas contrarrevolucionarias valiéndose de una política encubierta, pero a finales de 1983 tuvo que reconocer que apoyaba la contrarrevolución armada en Nicaragua. Y cuando eso comenzó a evidenciarse de forma abierta, el gobierno de Estados Unidos se fue quedando solo. Hasta entonces ellos habían negado que financiaban la guerra, mientras que en Nicaragua los desmentíamos. Recuerdo un titular de “The New York Times” de aquella época recogiendo los debates que se dieron en el seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre este conflicto. Decía que en el tema de Nicaragua Estados Unidos estaba solo. Sí, los Estados Unidos se estaban quedando solos. Eso, más las contradicciones internas que provocó Reagan con el Partido Demócrata, los obligó a revisar la política contra Nicaragua. En 1985 llegamos al pico de la guerra y ya en 1987 conseguíamos el acuerdo de Esquipulas.
En 1986 la administración Reagan no estaba aún muy segura de respaldar las negociaciones de los presidentes centroamericanos que desembocaron en el acuerdo de Esquipulas. Al final tuvieron que respaldarlas porque los centroamericanos se pararon firmes. Nadie quería continuar la guerra, ni Vinicio Cerezo en Guatemala, ni Napoleón Duarte en El Salvador, ni José Azcona en Honduras. Nicaragua era la más interesada en el acuerdo para poner fin a la destrucción del país.
En esencia, los acuerdos de Esquipulas fueron un trueque: fin del conflicto armado a cambio de elecciones libres en toda Centroamérica. Se establecieron idénticos compromisos para todos los gobiernos centroamericanos: elecciones libres, desmovilización de las fuerzas irregulares, apertura de espacios políticos pluralistas y garantía de las libertades democráticas. Eran también compromisos simultáneos, y ésa fue la otra esencia de Esquipulas, la simultaneidad. Una simultaneidad que no se consiguió porque las condiciones eran distintas en cada país. Nicaragua era la que iba adelante, fue el país que avanzó más rápido: adelantamos las elecciones un año y se iniciaron negociaciones con la Contra con el objetivo de poner fin cuanto antes al conflicto armado y alcanzar una convivencia política que se tradujera en estabilidad social.
Aunque no fue simultáneo, el acuerdo de Esquipulas fue un acuerdo exitoso. Puso fin al conflicto en Nicaragua en 1990. Dos años después, en 1992 en El Salvador y algunos años más tarde, en 1996, en Guatemala. Resolvió el problema fundamental de la guerra y la paz en la región. Después vinieron otros problemas y no cesó la conflictividad social y política, pero lo esencial, poner fin a las guerras, y cómo lograrlo, con elecciones libres y libertades democráticas en toda la región, sí se logró.
Al final de la década de los 80 nos encontramos que prácticamente fueron desapareciendo las dictaduras militares en América Latina. Ése fue uno de los subproductos de la Revolución nicaragüense, de aquella crisis y de la reacción del neo-conservadurismo frente a aquella crisis. Los gobiernos militares de Argentina, de Brasil, empezaron a reformarse y a trasladar poder a los sectores civiles. Es un hecho que los especialistas deberán analizar con más distancia en el tiempo.
La guerra de los años 80 en Nicaragua, ¿fue una guerra de agresión o fue una guerra civil? Viendo aquella etapa en retrospectiva debemos reconocer que fue una guerra civil porque sectores importantes de la población nicaragüense se alinearon en torno a los dos ejes del enfrentamiento global entre el Este y el Oeste. ¿Lo veía yo así en 1985? No, yo no lo miraba así. Desde el poder no se ven igual las cosas. Por eso puedo entender por qué ahora el orteguismo no mira el daño que le está haciendo a Nicaragua. Si el poder enceguece, el poder absoluto enceguece de manera absoluta. No, no lo mirábamos así entonces. Hoy debemos aceptar que, al igual que la Contrarrevolución se apoyó y se afianzó en Estados Unidos, que la nutrió y la desarrolló, el gobierno de Nicaragua se apoyó y se afianzó en los países socialistas y en el apoyo económico y militar que nos ofrecieron. Creo que guerra hubiera habido de todas maneras, pero alcanzó las dimensiones que tuvo porque Nicaragua se vio atrapada en el eje de la confrontación entre el Este y el Oeste y en esa confrontación los nicaragüenses estuvimos divididos, unos apoyando la Revolución y otros en contra de la Revolución. Sí, fue una guerra civil, aunque no por eso menos cruel y destructiva.
Ésta es la única interpretación que me permite hablar hoy con hermanos nicaragüenses que estuvieron en la acera contraria a la que yo estaba en los años 80. Y no hablo con ellos porque yo ya les perdoné que fueran mercenarios… Es que no eran mercenarios, eran nicaragüenses como nosotros, atrapados en el conflicto entre dos potencias. Estuvimos todos atrapados en una confrontación global. Y no es casual que el desmontaje de la confrontación ideológica Este-Oeste a finales de los años 80 facilitara el desmontaje de la guerra en Centroamérica y en Nicaragua.
Para analizar las relaciones de Nicaragua con Estados Unidos coloquémonos ahora en la etapa más reciente, la que inicia con el regreso de Ortega al gobierno en el año 2007.
Lo primero que hay que decir es que, a diferencia de 1979, cuando triunfó la Revolución y las corrientes políticas globales eran antagónicas, en 2007 no existía ya esa contradicción, no existían corrientes antagónicas. En Estados Unidos ya no había una administración asumiendo una posición exacerbada, como la tuvo el movimiento neo-conservador de finales de los años 70 y de los años 80. Y en Nicaragua, independientemente de los cuestionamientos sobre el 8% de fraude que hubo en las elecciones del año 2006, que le permitió ganar a Ortega, el modelo que él traía no representaba ninguna contradicción con las corrientes estadounidenses, tanto conservadoras como liberales, tanto las que estaban en la administración como las que estaban fuera de la administración. Esa falta de antagonismo explica la “suavidad” de las relaciones que ha mantenido el gobierno de Estados Unidos con el gobierno de Nicaragua en los últimos nueve años y casi hasta ahora.
Ortega no entró en 2007 al gobierno planteándose reeditar el modelo de los años 80 en ninguna de sus características progresistas. Lo que instaló fue, y sigue siendo, un gobierno en el que puso como basamento fundamental la alianza con el gran capital y el capital financiero. Ya sabemos que, dadas las dimensiones de Nicaragua, no hay en nuestro país lo que pueda llamarse un gran capital, pero su alianza ha sido con los capitales más grandes, los capitales tradicionales. Ese acuerdo, que era esencial, no podía generar olas en la relación con Estados Unidos. Por el contrario, suavizaba las relaciones. Ortega no se planteó relanzar nada que fuera revolucionario, como por ejemplo, la reforma agraria. Todo lo contrario. Lo que ha desarrollado es un proceso de contrarreforma agraria, de reconcentración de la tierra en manos del grupo en el poder, política expresada recientemente en las amenazas contra las tierras campesinas que están en la ruta del Canal.
Ese modelo económico y el modelo que mantuvo en la sociedad política explican que, a pesar de que Ortega volvió al gobierno, Nicaragua estuvo fuera del radar del gobierno Estados Unidos. Los factores irritantes que explicaron la polarización de los años 80 ya no existían. También facilitaba salir del radar el que en Nicaragua no hubiera una fuerza social que hiciera contrapeso a la política conservadora de Ortega, convertido desde 2007 en un excelente alumno del Fondo Monetario cumpliendo todos sus mandatos. Ni siquiera la relación de Ortega con Chávez generó conflicto con Estados Unidos. Venezuela y Chávez, que han alimentado el proyecto de Ortega, que han sido el sustento fundamental de su modelo, no generaron grandes contradicciones y, aun cuando esa cooperación fue privatizada y por esa vía se volvió clientelista, oscura, borrosa y fomentaba la corrupción, no generaba tensiones. Durante estos años no hubo una sola política económica que molestara a republicanos o a demócratas en Estados Unidos ni al Fondo Monetario. Durante estos años todos los astros se alinearon para favorecer a Ortega y las cosas le iban muy bien: un chorro de recursos de Venezuela, 500 millones de dólares anuales fuera del presupuesto sin control de nadie, sin que nadie supiera cómo se usan… y lo más que les decía el Fondo Monetario era que “transparentaran eso un poco más porque ayuda a la estabilidad…” Hasta ahí llegaba el nivel de conflicto que podía crear la cooperación venezolana. ¿Qué aspecto de la relación de Ortega con Cuba creó problemas? Ninguno. ¿Qué aspecto de la relación de Nicaragua con Venezuela creó conflicto con la administración de Estados Unidos? Ninguno. Ni siquiera el anuncio de la construcción del Canal Interoceánico, que Estados Unidos siempre vio como un proyecto inviable. Sólo quedaba el discurso anti-imperialista de Ortega, que se contradecía con la práctica y que Washington entendía que él tiene la necesidad de hablar, hablar y hablar… Y como en lo político hubo procesos electorales más o menos aceptables, con irregularidades pero con participación de los que querían participar, todo quedaba dentro de lo manejable. Es verdad que el fraude en las elecciones municipales de 2008 generó un roce importante y Estados Unidos cortó los recursos de la Cuenta Reto del Milenio y que el fraude en las elecciones presidenciales de 2011 motivó que la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton anunciara un “escrutinio severo” a los préstamos del BID y del Banco Mundial para Nicaragua. Sin embargo, esto no llegó a materializarse y se impuso de nuevo la tersura en las relaciones.
Ha sido hasta ahora, hasta mediados de este año 2016 cuando por primera vez desde los años 80, desde el fin de la guerra, al desmontar Ortega, de un zarpazo y definitivamente, las elecciones libres, transparentes, pluralistas, competitivas, esencia de los acuerdos de Esquipulas, para sustituirlas por un proceso más que fraudulento, por una verdadera farsa, que han empezado a crearse contradicciones con Estados Unidos.
El factor que ha irrumpido con fuerza en el escenario, el que ha empezado a generar roces en la relación con Estados Unidos ya no es un conflicto externo en el que quedamos atrapados. Es un factor totalmente endógeno, un factor interno, que surge en Nicaragua. Y ese factor es la decisión del grupo en el poder de romper con el modelo que puso fin a la guerra e impedir un proceso electoral con un mínimo de garantías. Desde que Ortega anunció el 4 de junio que no habría observadores electorales y unos días después ordenó que el principal partido de oposición, y el único que en la práctica hacía oposición a su gobierno, no puede participar en las elecciones, y desde que después nos despojó a los diputados de oposición de los escaños parlamentarios, para anunciar finalmente que su esposa lo sucederá en el gobierno, se ha creado una situación totalmente nueva en el país, que ha empezado a incidir en las relaciones con Estados Unidos, ya al final de la administración Obama. Creo que si el fenómeno del relanzamiento del neo-conservadurismo en Estados Unidos alrededor del Partido Republicano, encabezado por la candidatura de Donald Trump, llegara a empoderarse, de alguna forma y con todas las diferencias, estaría reproduciéndose un ambiente enrarecido con muchas similitudes al de los años 80.
La disrupción provocada en las relaciones con Estados Unidos no se basa, pues, ni en la relación de Ortega con Venezuela, que ya va en declive, ni en su relación con Cuba, que hoy está pitcheando su propio juego. Tampoco se basa en la compra de tanques a Rusia. Los factores externos están ausentes. Es un factor de adentro, endógeno, el que ha venido a desestabilizar la relación y lo ha hecho en muy poco tiempo. En los últimos dos meses hemos visto las reacciones en el gobierno de Estados Unidos. Una firme declaración del Departamento de Estado sobre la expulsión de Nicaragua de dos inspectores de aduanas estadounidenses. Una alerta de viaje a turistas y visitantes estadounidenses explicándoles que hay temas “sensibles” en Nicaragua. Un informe del Departamento de Estado con señalamientos críticos muy concretos sobre la corrupción en la Corte Suprema de Justicia y en los tribunales, sobre la partidización de la Policía Nacional, sobre la competencia desleal entre quienes quieren invertir en Nicaragua y quienes invierten gozando de los favores del grupo en el poder. Una iniciativa de ley de diez congresistas, demócratas y republicanos, solicitando que se cancelen los créditos a Nicaragua en las instituciones financieras internacionales si no se celebran en el país elecciones libres, transparentes y competitivas. La última de las reacciones que nos indican un serio enrarecimiento de las relaciones entre ambos países es el comunicado del Departamento de Estado del 1 de agosto en que “urge de manera categórica” al gobierno de Ortega a la celebración de elecciones libres. Estamos viendo un ruido en las relaciones con Estados Unidos que no vimos en todos estos años, que nos indica que se ha alterado la “tranquilidad” de la última década. Y todo como consecuencia de la disrupción provocada por Ortega.
¿Por qué Ortega decidió desmantelar las elecciones? Uno se pudiera preguntar por qué sería tan bruto… Pero no, no es que sea bruto. Yo estoy convencido de que Ortega sólo tenía dos alternativas. O seguía con el modelo que ha mantenido en estos diez años haciendo elecciones con fraudes, pero dentro de un marco que todavía le ha dado alguna legitimidad. O perdía poder. Y como no quería perder poder dio el zarpazo. No había forma de que Ortega no perdiera poder si mantenía el modelo electoral de estas dos últimas elecciones, aún con sus limitaciones y aún con fraude. La encuesta que Borge y Asociados hizo, antes del zarpazo contra los observadores, le daba solamente un 44% de respaldo. O seguía por el camino de estas últimas elecciones o cortaba de un tajo ese camino, suspendiendo de hecho unas elecciones competitivas y organizaba una farsa. No tenía alternativa: si hacía elecciones, aun con fraude, Ortega sabía que perdía poder. Los astros se le estaban desalineando: la caída de la cooperación venezolana, el fracaso de sus megaproyectos, la caída de los productos de exportación, el descontento creciente… No había forma de que no perdiera poder si jugaba en unas elecciones con ciertas garantías. Yo creo que en elecciones realmente libres Ortega las perdía. Y en elecciones aún con cierto nivel de fraude no tenía forma de mantener la mayoría absoluta de 65 diputados que se adjudicó en 2011.
Para explicarnos por qué actuó así, por qué fue tan “bruto”, tenía otro problema adicional: en un contexto de desalineación de los astros, de todos los factores que lo beneficiaron en estos años, si perdía poder muy probablemente se le cerraba la posibilidad de establecer la sucesión dinástica. Y eso es lo que hemos visto el 2 de agosto: su proyecto incluye establecer una dictadura dinástica. Ortega tiene una decisión personal, familiar, de que a él lo sucederá su familia, sea su mujer o sean sus hijos. Ése es su proyecto. Y por sus enfermedades naturales, ya a los 71 años, si no aseguraba cinco años más de poder absoluto, la sucesión dinástica se haría trizas, se le haría imposible. Estoy convencido de que Ortega ha suspendido las elecciones libres no sólo porque podía perder poder, sino porque podía perder la oportunidad de consolidar, en cinco años más de gobierno, la sucesión dinástica.
Además, no podía perder la oportunidad de consolidar la sucesión dinástica teniendo una oposición que se estaba consolidando y teniendo problemas dentro del mismo Frente Sandinista. Porque no tengo la menor duda de que dentro del Frente hay sectores amplios que están en contra de la sucesión dinástica. Los únicos que no están en contra de que se instale una dinastía orteguista son los muchachos más jóvenes que no vivieron lo que fue la dinastía somocista, que no conocen la historia, que no tienen ninguna experiencia de aquella dictadura… Pero hay todavía generaciones de sandinistas que están en el Frente Sandinista, y no me estoy refiriendo a los que estamos en el MRS o a los que están por la libre, que rechazan la sucesión dinástica.
Ortega sabe eso y no se podía dar el lujo de perder poder. Yo no veo otra razón para entender por qué ha actuado así. Éste debe haber sido su cálculo: “Suspendo las elecciones, hago un mamotreto, una farsa, los gringos andan preocupados con sus elecciones y esto va a pasar sin novedad, se van a desgranar las fuerzas de oposición, todo el mundo terminará acomodándose y no me van a poder hacer mayor alboroto, mayor pereque interno, no habrá protestas, aceptarán a Rosario…”
Lo que ha hecho Ortega es dar un zarpazo contra las libertades ciudadanas. De alguna forma es una repetición de lo que hizo en el año 2005, hace once años, cuando de un zarpazo parecido dio por cerrado el proceso electoral interno en el Frente Sandinista para evitar que Herty Lewites lo confrontara en las elecciones internas del Frente. Yo viví aquella experiencia desde dentro del Frente Sandinista y siento ahora aquella misma actitud, el mismo estilo cuando él llega a un momento en que se decide… o se decide. En 2005 el zarpazo acabó con tres cosas simultáneamente: suspendió las elecciones primarias en el Frente, expulsó a Herty Lewites del Frente y se proclamó candidato presidencial del Frente. Y punto. Todo de una vez, en un momento. Algo parecido a lo de ahora: no hay observación electoral, no hay partido de oposición en las elecciones, nombro mi sucesora a Rosario y me garantizo la reelección con mis subordinados y mis “zancudos”. Es una decisión política, es su apuesta estratégica.
Ortega se convenció también de que en unas elecciones con garantías podía perder poder porque la alianza aglutinada en la Coalición Nacional por la Democracia se estaba logrando posicionar como una fuerza capaz de aglutinar el voto de rechazo a Ortega. Era una amenaza real para conseguir el quantum de diputados que hoy tiene. Lo era incluso para su permanencia en el gobierno.
No todos son malas noticias. Yo creo, y yo siento, que hemos logrado construir un polo opositor, una fuerza organizada que tiene ya la capacidad potencial de presentarle un reto electoral a Ortega. Y tendrá una potencialidad aún mayor en una próxima elección a corto plazo. Entre otras cosas, porque uno de los fracasos de Ortega con la Coalición, que le lleva también a dar el golpe de suspender las elecciones, es que no pudo pactar con nosotros. Intentó pactar con la oposición, igual que Somoza pactaba con la principal oposición de entonces, los conservadores. Igual que Alemán que pactó con Ortega para asegurarse estabilidad y para repartirse con él cuotas de poder. Ortega lo intentó, pero no lo pudo hacer y eso dejó consolidado este polo opositor. Con la capacidad, repito, de derrotar a Ortega en unas elecciones libres que se puedan dar a corto plazo. Tenemos hoy un activo político: la principal fuerza de oposición de Nicaragua, la única que en la práctica hizo oposición, no pactó y está íntegra en su liderazgo. Eso, que es un problema para Ortega le abre una salida a Nicaragua. Creo que, a diferencia de lo que dicen todos los días los medios oficiales, la oposición está fuerte y tiene el potencial y la capacidad de enfrentar con éxito elecciones libres en cualquier momento de los próximos meses.
Ahora, especulemos. Si ganara Hillary Clinton, no hay duda de que se va a complicar la relación con Estados Unidos por la suspensión de las elecciones. La administración Obama había encontrado la forma de no darle mucha relevancia al proceso de descomposición de la vía democrática que se estaba dando en Nicaragua y Nicaragua no estaba en el radar de Estados Unidos. Creo que con una administración Clinton el tema de la democracia pasará a ser relevante por las características de la corriente que ha empujado su candidatura.
Hay aquí un aspecto que no se ha analizado y creo que es importante. La suspensión de las elecciones en Nicaragua es, fundamentalmente, un golpe a los nicaragüenses, a la convivencia pacífica en Nicaragua y a las perspectivas de futuro de nuestro país. Pero es también un golpe a la administración Obama. ¿En qué sentido? En el caso de Cuba, después de tantos años de política dura de bloqueo, Obama ha apostado a que Estados Unidos revise esa política, sea tolerante, coopere y abra espacios confiando en que así se van a abrir poco a poco los espacios políticos en Cuba. Pero, ¿cómo convencer a los políticos estadounidenses que no comparten esa visión de que eso puede suceder en Cuba si en Nicaragua las relaciones de cooperación tersas y tranquilas entre el gobierno de Obama y el de Ortega a lo que han conducido es a un retroceso en las libertades políticas y ciudadanas? Lo que ha sucedido en Nicaragua demostraría la “debilidad” de la política de Obama, que es lo que han repetido los republicanos en los debates sobre la política de Obama hacia Cuba, que insisten en que esa “debilidad” no logra ninguna apertura democrática. Con lo que ha pasado en nuestro país, Nicaragua se ha convertido en la demostración de lo equivocado de esa política. Me parece que ese es un ángulo a tener en cuenta porque va a provocar irritación en los sectores demócratas que han apoyado la política de Obama de apertura hacia Cuba.
¿Qué sucedería si gana Trump? Estuve revisando la actual plataforma republicana, que el partido mandó a elaborar como documento base para aplicarla si llegan al gobierno. Yo he escuchado decir que Trump y su administración serían aislacionistas. Tal vez en una lectura económica, de lo que dice que va a hacer con los tratados de libre comercio, podría tener sentido hablar de aislacionismo. Pero en relación a la política exterior, a la proyección de Estados Unidos en el mundo, el enfoque del Partido Republicano es casi exactamente el mismo del Documento de Santa Fe. En su plataforma los republicanos ni siquiera se refieren al período de Bill Clinton. Su crítica se concentra en Obama y en su Secretaria de Estado, Hillary Clinton. Durante los ocho años de la administración Obama, dice la plataforma, a Estados Unidos, que tiene un destino manifiesto de liderazgo mundial, Obama y Hillary Clinton le amputaron esa misión y, en particular, se la amputaron a las fuerzas armadas, limitando su capacidad de luchar contra los enemigos de Estados Unidos y contra las amenazas globales. La plataforma propone un relanzamiento del liderazgo de Estados Unidos en la política internacional. Se ha interpretado como aislacionismo la crítica que hacen los republicanos a la OTAN. Pero ni por cerca están planteando desmantelar la OTAN. Lo que se preguntan es por qué Estados Unidos invierte tanto en la OTAN, por qué cada ciudadano estadounidense invierte cuatro veces más en la OTAN de lo que invierte cada ciudadano europeo. Lo que ellos proponen es fortalecer a la OTAN para poder enfrentar las amenazas globales y que los europeos paguen los costos igual que los estadounidenses.
Mi impresión es que, de ganar Trump, el Congreso, dominado por los republicanos, va a jugar un papel más decisivo en la formulación de la política exterior y en concreto en la formulación de la política hacia Nicaragua. Por su trayectoria, Trump estará más concentrado en los asuntos internos, en el empleo, en la economía, en hacer a América grande otra vez… El muro, del que habla siempre, tiene que ver con su visión de la economía, que es lo central para Trump. Porque él ve la emigración como la causa de la pérdida de empleos.
La plataforma del Partido Republicano se expresa muy duramente en cuanto a las líneas de la política exterior. Por eso, si el proceso electoral de Nicaragua se confirma como una farsa, si no son reconocidas las elecciones, si es masiva la abstención porque se trata de una farsa, veo probabilidad de un incremento de las presiones republicanas. Me parece que, tanto con Clinton como con Trump, la perspectiva es de roces y de conflictos con Nicaragua. Y ése será otro astro que se desalineará para Ortega: iniciará su tercera reelección con una relación difícil con cualquiera de las administraciones que gane en Estados Unidos. Y tanto con un gobierno de Clinton como con un gobierno de Trump me parece que existen altas probabilidades de que vuelva a darse en Estados Unidos la práctica de las políticas bipartidistas hacia Nicaragua, acuerdos de demócratas y republicanos para impulsar determinadas acciones en Nicaragua. La suspensión de las elecciones aumenta las posibilidades de políticas bipartidistas porque ahora ambos partidos se pueden concentrar en presionar por algo muy sencillo: exigir elecciones libres. Todo apunta a eso. La iniciativa de ley de estos diez congresistas es una primera expresión de esa tendencia.
En este contexto de previsibles acuerdos bipartidistas, que las relaciones de Ortega con Rusia, cualquiera sea la administración que gane, se conviertan en un factor de irritación, depende de lo que Ortega decida hacer. La compra de los tanques rusos les importa menos. Pero si Nicaragua brindara su puerto para refrescamiento y abastecimiento de la flota naval rusa, como ya ofreció Ortega, eso si podría crear problemas, porque la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina se sigue basando en la Doctrina Monroe, válida para demócratas y republicanos, aunque la manejen de diferente manera.
Creo que Ortega no va a tener capacidad de vender como legítimas las elecciones de noviembre. Se le van a seguir desalineando los astros. Va a haber mayor conflictividad con la administración de Estados Unidos. Y hay un potencial de presión interna que va a seguir creciendo y que ahora crecerá más con el nombramiento de su esposa como candidata a la sucesión en el poder. Y ya hay una fuerza de oposición que está nucleada y que es una alternativa política capaz de retarlo.
Para el pueblo de Nicaragua lo importante en este momento que estamos viviendo es identificar que el problema central es la suspensión de las elecciones. Tiene que volver a haber elecciones libres en Nicaragua y las tiene que haber en el menor tiempo posible. Ya no en noviembre, pero tiene que haberlas, y no en 2021. Todos los que en Nicaragua queremos una sociedad más democrática y más justa tenemos que concentrarnos en lograrlo. Todos los otros caminos nos llevan a una profundización de la crisis en el país. Si no logramos evidenciar la farsa de noviembre y si no logramos que, producto de la deslegitimación y del carácter nulo de estas elecciones, el gobierno se vea forzado a volver a hacer elecciones, el panorama es desalentador.
No hay otra salida, no la hay. Todos los otros problemas, que los hay, son secundarios si los comparamos con la naturaleza de la ruptura que ha supuesto la decisión de Ortega de cerrar el camino electoral. La gravedad de esa decisión es incomparable ante cualquier otro evento grave ocurrido estos años porque representa una vuelta a la violencia, al atraso, a la inestabilidad. Porque es desandar el proceso de democratización en el que veníamos caminando. 26 años después de Esquipulas las elecciones vuelven a ser la solución, la salida, la llave, la única llave que existe.
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