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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 444 | Marzo 2019

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Nicaragua

¿En qué contexto mundial y regional nos toca enfrentar esta dictadura?

Víctor Hugo Tinoco, Vicecanciller de Nicaragua durante los años de la Revolución y hoy dirigente del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), reflexionó sobre el contexto internacional y regional en el que está luchando hoy el pueblo de Nicaragua contra la dictadura Ortega-Murillo, en una charla con Envío que transcribimos.

Victor Hugo Tinoco

Lo que hoy estamos viviendo en Nicaragua, esta lucha cívica contra la dictadura de Ortega, está influenciado por lo que está pasando en América Latina. Y a su vez, lo que está pasando en América Latina está afectado por lo que está ocurriendo a nivel global. Sin pretender hacer una elaboración a fondo sobre lo que está cambiando en el mundo, quiero mencionar algunos elementos que me parecen importantes a tener en cuenta para entender mejor el contexto en el que se desarrolla nuestra lucha contra Ortega.

Empecemos por los elementos globales. El primer cambio mundial a señalar es que en buena parte del mundo se está rescatando la importancia que tiene en las relaciones internacionales, en las relaciones entre los Estados, el respeto a los derechos humanos, un tema que no era destacado ni en los años 60, ni en los 70 ni siquiera tampoco en los 80. Aunque desde hacía muchos años se había proclamado la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la política internacional se veía como un texto más bien simbólico. En las relaciones entre las naciones lo que operaba era otra dinámica. Lo que contaba en la dinámica internacional era la fuerza, el poder militar. Y los derechos humanos se veían como un decálogo que estaba ahí, pero no tenía mayor influencia.

Fui embajador de Nicaragua en Naciones Unidas en 1979 y 1980 y me acuerdo con qué naturalidad se veía al delegado de una nación democrática sentado al lado del delegado del dictador Idi Amin Dada de Uganda, con qué tranquilidad se mezclaban y saludaban los representantes de democracias con los representantes de dictaduras. Nosotros nos sentábamos al lado de los delegados de las dictaduras militares que en esos años había en América Latina. Nadie decía nada, nadie tenía en cuenta si en los países de esos delegados se violaban o no los derechos humanos. En las Naciones Unidas el concepto que pesaba, el que valía, el que funcionaba era el de la no injerencia, el de la no intervención: No te metás conmigo y yo no me meto con vos.

Durante mucho tiempo las expresiones más desarrolladas de la Humanidad no priorizaron la importancia de los derechos humanos en las relaciones internacionales. Hasta hace muy poco las naciones no habían buscado cómo conciliar la no injerencia y la no intervención con el respeto a los derechos humanos, entendiéndolos como un valor universal. Hasta hace muy poco no hubo debate, una reflexión sobre qué hacer en el caso de países en los que hay una violación flagrante y evidente a los derechos humanos, llegando a la conclusión de que ante eso ninguna nación debe quedar impasible. Esta conciencia ha empezado a desarrollarse muy recientemente y hoy está más desarrollada en unos países que en otros, en unas sociedades que en otras. En el mundo occidental, al que pertenece América Latina, es donde esta lógica ha evolucionado más.

En nuestro hemisferio, y a la par de la conciencia sobre la importancia de los derechos humanos, se ha desarrollado la conciencia sobre la importancia de la democracia, entendiéndola, entre otros aspectos, como el respeto al derecho humano a elegir a los gobernantes en elecciones transparentes. En América Latina eso se plasmó inicialmente en el Pacto de Bogotá (1948) y se concretó de una manera más completa en la Carta Democrática Interamericana (2001) de la OEA, un texto que contiene los compromisos de los Estados y gobiernos de nuestro hemisferio con respetar la democracia y los derechos humanos.

Hago aquí un paréntesis para decir que la toma de conciencia mundial sobre la importancia del respeto a los derechos humanos que deben garantizar los Estados es lo que hace hoy ilegítimo a Ortega ante la comunidad internacional. Porque, aunque Ortega venía haciendo fraudes electorales desde 2008 para concentrar poder, irrespetando el derecho humano a elegir a sus gobernantes en elecciones transparentes, lo que hoy lo cuestiona, lo que lo ha desacreditado ante el mundo no tiene base en los derechos democráticos, en lo electoral. Es su irrespeto a la vida, la grave violación del derecho humano más básico, el de la vida, los crímenes de lesa humanidad que ha cometido desde abril, los que sustentan su ilegitimidad moral y política.

Otro elemento que quiero resaltar para que perciba y se entienda mejor lo que está pasando hoy en América Latina y en Nicaragua es la evidencia de que en los últimos años se viene desarrollando un proceso de entendimiento entre las dos superpotencias militares del mundo, Estados Unidos y Rusia, sobre su seguridad mutua, sobre cómo convivir. Creo que no podemos entender lo que está pasando hoy en América Latina si no partimos de ver que en el último año y medio se viene instalando una especie de entente no escrita entre estas dos superpotencias, que se traduce en que la base de esa convivencia sea el respetarse ambas sus zonas inmediatas de influencia. Ésta es otra realidad política global que no debemos perder de vista para entender cómo se mueven hoy las cosas en Venezuela o en Nicaragua.

Son muchos los analistas que vienen hablando de esta entente, de ese acuerdo no escrito. Y ponen como inicio el viaje que en octubre de 2018 hizo el Consejero de Seguridad de Estados Unidos John Bolton a Moscú. Después de ese viaje vimos planteamientos cada vez más duros de Estados Unidos en relación a su zona adyacente, que es América Latina. Sin duda, los hace Estados Unidos después de un dame que te doy, de un quid pro quo que tiene que ver con las relaciones de Rusia con los países de su zona adyacente: Ucrania, Crimea, los Países Bálticos…

Fue al mes siguiente de ese viaje, en noviembre, que Bolton habló en Florida sobre “la troika de la tiranía”: Venezuela, Nicaragua y Cuba, sin que hayamos escuchado ninguna reacción de Rusia, prácticamente casi un mutismo. Desde entonces, el gobierno ruso ha estado reaccionando sobre los planes de Estados Unidos en Venezuela, pero de forma poco confrontativa, llamando a un entendimiento, a buscar salidas por la vía del diálogo. Sólo cuando empezaron a sonar con más fuerza tambores de guerra, y había el riesgo de una invasión militar, alzó Rusia algo más su voz y ejerció su veto en la ONU... En el caso de Nicaragua ha mantenido una actitud similar, incluso más silenciosa.

Esta entente entre las superpotencias no es nada nuevo. La vivimos nosotros en Nicaragua al final de los años 80. La negociación del fin de la guerra de aquellos años se dio por el entendimiento que ya se estaba dando entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. Ambas empezaron a forzarnos, al Sandinismo y a la Resistencia, a buscar una salida. Al gobierno sandinista la Unión Soviética nos recomendaba buscar una salida por lo costosa que les estaba saliendo la guerra. Nos dijeron diplomáticamente que ya no podían mantenernos. Y a la Resistencia le decía lo mismo el gobierno de Estados Unidos: que buscaran cómo negociar.

Recuerdo que hablé hace unos cinco años con un líder de la Contra y me contaba que cuando ya sabíamos que tendríamos que negociar, Estados Unidos reunió a toda la dirigencia de la Resistencia en Langley, Virginia, para decirles que había que entenderse con nosotros, que tenían que buscar una salida. “Lo único que nos exigieron-me dijo- es que les devolviéramos toditos, sin excepción, los cohetes antiaéreos que nos habían dado. Ésa era su única preocupación, otras armas no les preocupaban y nosotros no les preocupábamos”.

Lo recuerdo para que vean cómo los factores globales han jugado en otros momentos de nuestra realidad nacional. Hoy, en la negociación de la salida de Ortega están jugando también intereses internacionales, principalmente los de Estados Unidos. Después de once años de “entendimiento suave” de Ortega con Estados Unidos, después de ser los organismos financieros internacionales, con el respaldo de Estados Unidos, los principales suplidores de préstamos al régimen de Ortega, el gobierno de Estados Unidos ha terminado convenciéndose del riesgo de desestabilización que para ellos representa esta dictadura, por un factor regional que señalaré más adelante.

Quisiera apuntar aquí un tercer factor global que está pesando mucho en el mundo. Es la preocupación compartida por las superpotencias militares, Rusia y Estados Unidos, ante el fenómeno de China. Ya sabemos todos que si no cambian las variables, China apunta a ser la primera potencia económica del mundo y como va avanzando aceleradamente en el desarrollo tecnológico eso le servirá de base para dar un salto, también acelerado, en el terreno militar y en el de la competencia espacial. Para los Estados Unidos esto es preocupante y también lo es de alguna manera para Rusia, porque China es su vecina, una vecina con la que ha tenido grandes diferencias en el pasado. En las preocupaciones de Estados Unidos hacia América Latina el factor China está pesando mucho también, porque el gobierno de China es hoy el prestamista de créditos mayor que hay en el mundo y es ya el primer inversionista en América Latina, con fabulosos niveles de inversión en los grandes países del continente: Brasil, Argentina, Chile, Perú, y en Venezuela ya no digamos…Para los Estados Unidos China es un rival más grande que Rusia. No sólo por el pequeño tamaño de la economía rusa, sino porque ya China es una amenaza comercial regional y podría llegar a ser una amenaza militar global.

Tan abundante entrada de capitales chinos en América Latina hace sentir a los Estados Unidos que pierde influencia, pierde espacio y pierde mercados en nuestro hemisferio. Y después de haber perdido ya la supremacía económica en el mundo, de haber perdido influencia y mercados en África, no quiere perderlos en América Latina. Así que el factor chino está pesando mucho, y muy especialmente en la crisis de Venezuela, un dato que puso de relieve el expresidente uruguayo José Mujica cuando se refirió a que era ese factor el que más estaba preocupando a Estados Unidos y el que más estaba agudizando la crisis venezolana y la crisis en nuestra región.

Después de señalar estos cambios a nivel global, quiero señalar algunos de los que se están dando en nuestro hemisferio. El que quería señalar al referirme a la desestabilización que puede causar una dictadura como la de Ortega se relaciona con un factor que estamos viendo desarrollarse como una preocupación cada vez mayor entre la clase política latinoamericana. Están considerando cada vez con más fuerza a las dictaduras de izquierda como amenazas regionales preocupantes. Las llamo “dictaduras de izquierda” para entendernos, aunque de izquierda no son, dictaduras sí. El régimen de Venezuela y el de Nicaragua entran en esta clasificación. Otros prefieren llamarlas izquierdas autoritarias, pero me parece una clasificación académica, propia de quienes no las están sufriendo. En Nicaragua no estamos sufriendo autoritarismo, sino dictadura pura y dura.

Hasta hace algunos años, si había tendencias o acciones dictatoriales en algún país de la región el resto decía: “Hay uno por ahí que viola derechos humanos, hay otro que quiere reelegirse, hay otro que se roba las elecciones…Eso no está bien, pero eso es problema de ellos...” Ahora empiezan a darse cuenta de que ese fraude, esa reelección, esa violación de derechos humanos, esa forma de gobernar, afecta el entorno, puede afectar también a otros, los afecta a todos. La preocupación regional ya no es sólo en nombre de la importancia del respeto a los derechos humanos y a la democracia. Nace del interés propio de cada gobierno, de cada Estado, porque están viendo que en los países donde se han desarrollado estas dictaduras de izquierda inicia un proceso de desestabilización regional, que provoca en primer lugar migraciones cada vez más numerosas, gente huyendo de problemas económicos o de inseguridad que no se resuelven, huyendo de la violencia, de la represión…En Venezuela el sistema dictatorial ha desembocado en una crisis humanitaria y en una migración de dimensiones no conocidas hasta ahora en América Latina, que está afectando ya de forma importante a varios países del continente, no preparados para acoger a tanta gente.

Ante las dictaduras de izquierda otra preocupación regional es el contagio. El contagio del método que la izquierda dictatorial viene empleando para llegar al poder y para después permanecer en él. No preocupa el modelo político o ideológico. Lo que preocupa es el método, el camino seguido para llegar a donde están hoy. Se empieza a ver un patrón de comportamiento prácticamente igual en todos estos regímenes: llegan al gobierno por elecciones libres en algunos casos, o más o menos libres en otros casos. Dan los pasos siguientes minando los contrapesos que representan los poderes y las instituciones del Estado: controlan el Poder Judicial, el Poder Electoral, las distintas instituciones, subordinándolas todas al Poder Ejecutivo.

Paso a paso las instituciones empiezan a perder la fuerza que les da la cultura política liberal y la sociedad va quedando cada vez más indefensa. El paso siguiente es controlar las instituciones armadas, especialmente la Policía, porque está en relación directa con la sociedad. En el caso del Ejército la cooptación es más discreta, pero también es una pieza de este método. Se coopta a las instituciones armadas alentando en ellas algún mensaje patriótico, alguna verdad ideológica, pero fundamentalmente se les empieza a vender la necesidad y la obligación de la lealtad incondicional al individuo que gobierna y no a la ley ni a la Constitución ni a la sociedad, sino a una persona.

Este proceso de cooptación se logra siempre con favores, prebendas, regalos…En Nicaragua, quienes teníamos alguna relación con el estamento militar conocimos cómo empezó este proceso…Todas las Navidades doña Rosario comenzó regalándoles algo a todos los oficiales del Ejército de capitán para arriba. El primer año supe por un amigo que me contaba que todos habían recibido un televisor de pantalla plana. Al año siguiente el regalo de esa Navidad fue una lavadora. Al año siguiente una refrigeradora de dos puertas, de las grandes. Y el último año que pude darme cuenta les regalaron una camioneta hilux doble cabina. Así comenzó el proceso de corrupción del Ejército en Nicaragua. Así empieza a crearse el sentimiento de lealtad a la persona. Después se dan otros pasos, y así se va haciendo cada vez más difícil obedecer la ley.

Hoy en América Latina lo que está preocupando no es que gane el gobierno un partido de izquierda o de derecha. Las diferencias ideológicas son cada vez más relativas y muchas veces la única diferencia está en el nivel de sensibilidad ante los problemas sociales y en el nivel de recursos públicos que se está dispuesto a destinar para resolver los principales problemas de la población. Izquierda o derecha ya no es lo que preocupa. Lo que está preocupando y mucho es el método de quienes llamándose de izquierda llegan al gobierno por las urnas y van recorriendo este camino de destrucción de las instituciones hasta terminar robándose las elecciones con el objetivo de perpetuarse en el poder, acuerpados por un grupo armado y controlándolo todo. Y cuando finalmente la gente se rebela, viene la inestabilidad, la violencia, las migraciones…

Teniendo en cuenta esto, si creemos que el discurso y la actitud de los países de mayor importancia en América Latina: Brasil, Argentina, Chile, Perú, Colombia, Ecuador, en el caso de Venezuela, también en el de Nicaragua, está basado sólo en un diktat del imperio estadounidense estamos analizando con el manual. No, no es la orden imperial, es el temor generalizado ante el riesgo de que las izquierdas del continente puedan adoptar ese mismo método.

Este temor pesa hoy en todos los países de América Latina porque en todos hay fuerzas de izquierda, algunas grandes, otras medianas, pero todas con posibilidad de llegaran a ser gobierno. Y si llegaran al gobierno, ¿harán lo mismo que están haciendo en Venezuela, en Nicaragua, en Bolivia…? No sólo es un problema de derecha o izquierda. Es el problema de un modelo, de un método que provoca inestabilidad y crisis regionales.

En este contexto existe ya un temor larvado con el nuevo gobierno de México. ¿Cómo evolucionará el gobierno de Andrés Manuel López Obrador? Sin negar que AMLO ganó con un enorme respaldo y ahora tiene incluso más respaldo, ya se empiezan a escuchar voces en la región que señalan que hay en él una tendencia a la concentración de poder, una tendencia a cooptar las instituciones militares y surge el temor de que a AMLO se le pueda ocurrir seguir el método… Esto inquieta ya a analistas y a políticos relevantes de México y de Estados Unidos. Personalmente, creo que el modelo que va a seguir AMLO será más similar al que siguió Lula o los Kirchner que al de Maduro o al de Ortega.

Hay otro elemento en América Latina que ha incidido para que el temor que suscita el “método” seguido por las izquierdas dictatoriales no haya sido visto con más anticipación. Y es el silencio de las izquierdas del hemisferio. Silencio ante quienes, como dicen ser de izquierda, aun cuando empiecen a actuar como delincuentes, se quedan callados y no dicen nada. Este silencio nefasto, que destruye las bases éticas de cualquier organización, ha permanecido demasiado tiempo en América Latina y aún está presente: si es de derecha lo denuncio, pero si es de los míos, si es de izquierda, no digo nada, miro para otro lado… Ese silencio cómplice, con la honrosa excepción de Mujica, fue estruendoso en América Latina cuando pasó lo que pasó en abril en Nicaragua.

Antes de abril, pasamos casi una década, desde el fraude en las elecciones de 2008 hasta las vísperas de abril, advirtiendo a nuestras contrapartes de izquierda del camino que llevaba Ortega. Se lo decíamos al Foro de Sao Paulo, se lo decíamos a la Internacional Socialista, lo decíamos a nivel mundial, y las izquierdas miraban para otro lado. No eran capaces de aceptar un debate político sobre el tema de la izquierda autoritaria. Había una complicidad silenciosa, una actitud que parece estar muy relacionada con eso de “tener espíritu de cuerpo”. Cuando ese espíritu es muy fuerte y los valores éticos no pesan tanto, la gente tiende a la complicidad silenciosa. Es como lo que está pasando en la iglesia católica: esa idea de que si denuncias los abusos dentro de la iglesia estás haciéndole daño a la iglesia y traicionas los valores cristianos. Y como decía el papa Francisco: así avanzan los abusos, porque el peor daño es guardar silencio y no enfrentar el problema.

Hay que tener en cuenta también que en los últimos siete u ocho años se produjo entre esa izquierda incapaz de debate y cómplice silenciosa la convicción de que “el método” para llegar al poder era ése, el que estaban siguiendo las izquierdas dictatoriales. Y empezaron a decir: ése es el camino, ¡vamos adelante! En algunas de las reuniones del Foro de Sao Paulo, específicamente en una de las últimas, en El Salvador hace unos cuatro o cinco años, pude percibir esa posición y una clara directriz: vamos a acceder al poder y vamos a proceder por este método, el método dictatorial del que venimos hablando.

Y mientras avanzaba esta determinación de adoptar ese método, el debate entre las izquierdas democráticas nunca se produjo. En esta última década había dos modelos de izquierda. Por un lado, el modelo al que apuntó Venezuela con Chávez y con más claridad con Maduro, y modelos como el de Brasil con Lula y el de Argentina con los Kirchner o el de la izquierda chilena o el de la izquierda uruguaya.

Sin embargo, y hay que decirlo con claridad: las izquierdas democráticas apostaron a desarrollar sus valores y sus principios y a optar al poder por la vía democrática, sin la destrucción institucional y la violencia, pero no osaron abrir un debate sobre el método empleado por las otras izquierdas para lograr las transformaciones sociales, políticas y económicas, basado en engañar, corromper, subvertir y permanecer en el poder indefinidamente. Por mucho que quisimos hacer entender al PT brasileño de Lula lo que estaba pasando en Nicaragua, volvían a ver para otro lado. Qué difícil fue también con los uruguayos del Frente Amplio. Se les decía, nos entendían, pero no decían ni hacían nada. Cuánto tiempo le dijimos a la Internacional Socialista, donde están los partidos de izquierda europeos, que había que frenar a Daniel Ortega, que Ortega no debía ser considerado un demócrata de izquierda.Y nos escuchaban, pero volvían a ver para otro lado.

Otro elemento regional importante y que, relacionado con estos otros elementos que vamos enumerando, empezó a avanzar en el último par de años en la potencia hemisférica, en Estados Unidos, es un consenso bastante amplio en la sociedad y entre la clase política de rechazo a las izquierdas dictatoriales. Esto explica la cohesión entre republicanos y demócratas ante el problema venezolano: los demócratas oponiéndose claramente a cualquier intervención militar y los republicanos amenazando con que lo pueden hacer -no estoy convencido de que lo puedan o lo quieran hacer, pero amenazan con el uso de la fuerza-, pero ambos partidos de acuerdo en todo lo demás.

Ese mismo consenso de demócratas y republicanos lo vemos en el caso de Nicaragua. Comenzaron algunos sectores de la derecha más radical de Estados Unidos planteando ponerle presión a Ortega, pero en la medida en que Ortega se fue descarando y empezó a ser visto como lo que en realidad es, ponerle presión y sancionarlo se convirtió en un consenso de toda la clase política de Estados Unidos. Que de 500 congresistas ¡ni uno! se haya opuesto a la aprobación de las leyes que sancionan al régimen de Ortega, ni siquiera Bernie Sanders, habla bastante de una realidad que jamás existió en los años 80, cuando la sociedad y la clase política de Estados Unidos estaba totalmente dividida ante la realidad de Nicaragua y a Reagan le costaba muchísimo conseguir recursos para financiar a la Resistencia. Recuerdo, porque me tocó hacer mucho lobby en el Congreso norteamericano en contra de ese financiamiento, que en una ocasión Reagan logró que le aprobaran 100 millones de dólares para la Contrarrevolución ¡por sólo un voto de ventaja!

Era una sociedad dividida sobre qué hacer en Nicaragua. Era otra realidad, muy diferente a la que hoy vemos cuando deciden sobre Venezuela o sobre Nicaragua…Esto se da en menor medida respecto a Bolivia. Porque todavía Evo Morales le gusta a muchísima gente en Estados Unidos por ser el primer indígena en llegar a la Presidencia, pero ya les empieza a preocupar que quiera estar en el cargo para siempre, que haya ignorado los resultados del plebiscito contra su reelección, que demostró que la mayoría no estaba de acuerdo. Algunos sectores de los Estados Unidos ya empiezan a identificar que Evo Morales es otro de los que está empleando el mismo método para concentrar poder y para permanecer en el poder.
Quiero añadir finalmente otro factor a tener en cuenta en lo que hoy vemos en la política de Estados Unidos hacia la región.Es más circunstancial, pero también pesa. Por razones del sistema electoral de ellos, y porque Trump busca su reelección y por eso necesita no perder Florida en noviembre de 2020, eso aumenta considerablemente el peso del lobby político cubano y latinoamericano.

En Florida, la comunidad cubana y la venezolana son claves para ganar el voto. Puede haber muchas diferencias entre los cubanos de las generaciones más viejas y las más jóvenes, pero en cómo enfrentar estas dictaduras de izquierda no hay diferencias. Sin lugar a dudas, la actitud del actual gobierno estadounidense hacia Venezuela y Nicaragua, hacia “la troika de la tiranía”, responde también a un cálculo político interno. No es casual que cada vez que Trump habla sobre estos tres países dice: “Pregúntenle a Marco Rubio”. Este factor electoral explica también la gran atención de Estados Unidos hacia nuestros países, a pesar de los muchos problemas que tienen en tantos otros lugares del mundo.

Veamos ahora, muy sintéticamente, la aplicación del “método” en Venezuela y en Nicaragua. En Venezuela se ha aplicado a fondo el método de la izquierda dictatorial, aunque hay que reconocerlo y decirlo claramente: en todo el período de Chávez la popularidad que él tenía y los programas sociales que organizó garantizaron que hubiera elecciones libres en las que el proyecto chavista ganaba limpiamente. Esto empezó a hacer agua con Maduro, que empezó a gobernar con menos popularidad, con menos recursos y con más represión.

Ya después de haber aplicado prácticamente todo el método, cooptadas y corrompidas las fuerzas armadas, Maduro perdió por amplia mayoría la Asamblea en las elecciones parlamentarias de 2015. Y como se resistió a aceptarlo, dio un último paso en las elecciones presidenciales fraudulentas de 2017 para no perder el poder, evidenciando a partir de esa fecha que el proyecto no es otro que quedarse en el poder para siempre.

Las elecciones de 2017, en las que Maduro se reeligió, no fueron ni libres ni transparentes y hoy son la base para declararlo “usurpador”, porque esas elecciones no fueron reconocidas por gran parte de la comuninad internacional occidental aun antes de celebrarse y tampoco fueron reconocidos sus resultados. Creo que hoy en Venezuela sólo hay dos opciones. O encuentran una salida negociada y hacen elecciones pronto. O la crisis económica y la crisis humanitaria van a derivar en un enfrentamiento, con la posibilidad de un enfrentamiento militar de Venezuela con sus vecinos, incluso con la participación de Estados Unidos en ese enfrentamiento, algo que no es deseable en absoluto.

Hay analistas que dicen que en Venezuela y en Nicaragua se está aplicando el modelo cubano de represión…En el caso de Nicaragua yo veo que la represión que aplica Ortega el que sigue es el modelo somocista. Los que recordamos la represión de Somoza sabemos que también Somoza usaba grupos civiles para perseguir, intimidar y vapulear a la oposición, que no permitía las manifestaciones ni los partidos políticos, que a los partidos que le hacían problemas les cancelaba su personería jurídica, que encarcelaba, torturaba y mataba…En Nicaragua tenemos nuestra propia raíz, una raíz que alimenta con suficiente fuerza todos los abusos y crímenes que está cometiendo hoy Ortega.

En Nicaragua, la aplicación del método dictatorial tuvo su propio proceso. El fraude en las elecciones municipales de 2008 fue el lanzamiento oficial de la aplicación del método. A diferencia de Venezuela, fueron los fraudes electorales los que caracterizaron la aplicación del método en Nicaragua. En 2011 hubo de nuevo fraude en las elecciones en las que compitió Fabio Gadea contra Ortega, que iba por su reelección consecutiva después del atropello a la Constitución que hicieron los magistrados Chicón Rosales y Payo Solís, al declarar que los dos artículos de la Constitución que se lo prohibían eran inconstitucionales.

Esos fraudes y este atropello a la Constitución y la destrucción de las instituciones -todo fue a la par- las denunciábamos, pero era el tiempo en que las izquierdas democráticas de América Latina y el mundo volvían a ver para otro lado porque no querían meterse en problemas. Era el tiempo en que Estados Unidos llevaba años entendiéndose muy bien con Ortega. Para Estados Unidos Nicaragua era un paraíso donde un gobernante “de izquierda” controlaba a las fuerzas sindicales y sociales -hasta el surgimiento del movimiento campesino contra el Canal-, donde las empresas podían invertir con la garantía de que no habría huelgas y pagarían los salarios más bajos de Centroamérica. Los empresarios nacionales también se sentían muy bien en su alianza con Ortega. Vivieron una luna de miel que duró más de una década, ni con Somoza habían estado tan bien…Todo esto sucedía en paralelo al control de Ortega en el Poder Judicial, al control total en la Asamblea Legislativa y en el Poder Electoral, al control creciente de la Policía, a la compra del Ejército con televisores o lavadoras… Todo sucedía con una oposición cautiva apoyando el método y beneficiándose de él y con la oposición real alertando sobre lo que estaba pasando, pero arrinconada, aplastada perseguida, y no creída por sus contrapartes internacionales.

Después de once años de “entendimiento suave” con Estados Unidos y de luna de miel con el gran capital nacional, en 2016 Ortega empezó a descararse y profundizó el método. ¿Por qué? Porque se le estaba reduciendo la cooperación con Venezuela y veía que iba creciendo el descontento social y que para las elecciones de aquel año, la oposición de izquierda y la de centro liberal se habían unido para enfrentarlo con posibilidades de arrancarle cuotas de poder en el Parlamento.

Fue entonces, en esas circunstancias, a mitad de 2016, cuando decidió profundizar el método con tres medidas. La primera, expulsar a todos los diputados de oposición del Parlamento. La segunda, anular a la oposición unida impidiéndole su participación en las elecciones, corrompiendo así definitivamente las elecciones al convertirlas en una auténtica farsa. Y la tercera medida, nombrar a su señora como candidata a la Vicepresidencia. Así fue como Ortega le puso el sello a su proyecto dictatorial. Dictatorial y dinástico. Fue un auténtico golpe de Estado valiéndose de una legalidad fraudulenta. Sin embargo, la ilegitimidad de las elecciones nicaragüenses en 2016 fue evidente para los nicaragüenses, que se abstuvieron masivamente, pero no lo fue para las izquierdas internacionales, que habían decidido ver para otro lado.

Ortega pensó que hacer todo lo que hizo en 2016 para profundizar el método y caminar hacia la dictadura dinástica era menos costoso que dejar que las cosas siguieran como iban, porque si seguían como iban en unas elecciones libres hubiera perdido el control absoluto que desde 2011 tenía ya en el Parlamento. Para no perderlo, tomó esas tres decisiones. Y fueron esas tres decisiones las que pusieron en alerta a fuerzas políticas de Estados Unidos. No es casual que la Nica Act naciera ya en 2016, apenas quince días después de estas tres decisiones. La Nica Act no nació por la violación a los derechos humanos en la rebelión de abril de 2018. Nació en 2016, cuando Ortega se descaró como dictador y el temor que ya existía al método dictatorial despertó en Estados Unidos.

En las elecciones de 2016 vimos ya una enorme abstención. Fue entonces cuando Ortega buscó a la OEA para maquillar algo el deteriorado sistema electoral. En las elecciones municipales de 2017 fue mayor la abstención y Ortega tuvo reconocer en público que la escasa participación era un problema. A pesar de todo, pensó que podía seguir navegando hacia la dictadura dinástica sin mayores problemas.

Muchos también lo pensábamos. Sabíamos que tarde o temprano esto iba a explotar de algún modo. Pero, y lo digo sinceramente, cuando hablábamos entre nosotros decíamos: “Esto aún puede durar unos diez años más...” Hasta que en abril de 2018, por una chispa inesperada, se produjo una explosión social no organizada, no planificada por nadie, de jóvenes autoconvocados.

Abril fue la rebelión, la insurrección cívica de toda una generación, de la juventud que entre los 15 y los 35 años comenzó a sentir que Ortega era su enemigo. Ni Ortega ni nadie lo esperaba. Pero llegó. Y después de la explosión social vino la respuesta de Ortega: una explosión de represión y de muerte, que nos ha traído hasta donde hoy estamos. Y hasta donde está él, desacreditado internacionalmente, derrotado estratégicamente, sin legitimidad para gobernar, pero aún aferrado a permanecer en el poder.

Ahora dice que va a negociar…Desde enero de 2019 está en marcha el plan de esta negociación, promovida por Estados Unidos, que le ha hecho saber a Ortega que ya están aprobadas las sanciones, pero aún no deciden aplicarlas completamente si él se decide a una negociación creíble. Y como tiene controlada la calle con la represión, que no ha cesado un solo día, cree que tiene aún margen para salir airoso de la negociación. Porque lo que más teme Ortega es la gente en la calle.

Es posible que todavía esté viendo la negociación como una maniobra para ganar tiempo. Pero, ¿ganar tiempo para qué? ¿Para destruir más al país? Él debe de saber que, aunque tiene silenciada la calle, eso no significa que se acabó el movimiento social que lo repudia y exige un cambio. Y yo no tengo la menor duda de que si se dan condiciones para la movilización, en 72 horas la oposición democrática pondría de nuevo a centenares de miles en las calles.

Existen las dos posibilidades: que Ortega trate de hacer de la negociación una farsa o que realmente esté buscando una salida negociada, donde su principal objetivo es preservar el máximo poder político y económico posible y su seguridad. Buscar el engaño puede estar en su genética, pero una lectura política le debería llevar a darse cuenta de que debe encontrar una salida para él y para el país. ¿Para el Frente Sandinista? El proceso de desmantelamiento de la democracia en Nicaragua que ha culminado Ortega con el método dictatorial tuvo un antecedente: el proceso de destrucción de la democracia interna en los dos grandes partidos políticos, en el FSLN y en el Partido Liberal. Mi experiencia personal fue una década de lucha dentro del FSLN para que hubiera un debate democrático y no lo logramos y así llegamos a donde hemos llegado.

El futuro al que aspiramos desde antes de abril, y más ahora con el respaldo de la rebelión cívica y de la resistencia cívica, con la mayoría de la población, es la reconstrucción democrática de Nicaragua, sólo posible si Ortega está fuera del poder. Y sólo posible si la oposición azul y blanca logra en las elecciones que deben realizarse cuanto antes una fuerza mayoritaria en el nuevo Parlamento que surja de esas elecciones.

La reconstrucción de tanto de lo que ha sido destruido en estos años requiere de nuevas condiciones políticas, que no van a surgir de la mesa de negociación, sino que serán resultado de las elecciones adelantadas. De la mesa de negociación lo que debe surgir, además de la liberación de todos los presos políticos, del fin de la represión, de la recuperación de todos los derechos ciudadanos conculcados, es un nuevo Consejo Electoral que organice cuanto antes elecciones libres y adelantadas. Porque si Ortega se queda, como quiere él, hasta 2021, esas elecciones, ya lo sabemos desde ahora,
no serán libres.

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