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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 456 | Marzo 2020

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Nicaragua

Secuelas de la crisis: una Nicaragua polarizada y una Masaya adolorida

La polarización social se incrementó en Nicaragua sin límites desde abril de 2018. Hoy, los vínculos sociales están severamente afectados desde el ámbito familiar hasta el nacional. Y la violencia ha dañado un componente indispensable del contrato social: la confianza. La desconfianza y el miedo se han convertido en marcadores sociales cotidianos en todo el país. Enfrentar a unos con otros es una estrategia de la dictadura ¿Cómo se vive todo esto en Masaya?

UCA - Managua Instituto Interdisciplinario de Ciencias Sociales

Qué es la polarización social? Apoyándonos en Ignacio Martín-Baró, conocido psicólogo social, quien analizó a profundidad los conflictos de la sociedad salvadoreña y centroamericana, entendemos que es un proceso psicosocial en el que “las posturas ante un determinado problema tienden a reducirse cada vez más a dos esquemas opuestos y excluyentes”. Hay polarización social cuando la postura de un grupo es vista negativamente por el otro grupo. Un escenario de polarización reduce un problema a dos polos enfrentados y considera que acercarse a uno de los polos implica rechazar al otro.

La polarización no es un atributo natural de una sociedad. Se produce socialmente y, por eso, al analizarla debemos identificar cómo se produce, quiénes la promueven, qué actores, estrategias, discursos y fines persigue. En nuestra investigación identificamos y analizamos dos factores principales de polarización social en Nicaragua: la política tradicional y las desigualdades sociales.

LA POLÍTICA TRADICIONAL
FUNCIONA CON LA LÓGICA AMIGO / ENEMIGO


La política tradicional nicaragüense, arraigada en las élites y en buena parte de la población, ve la sociedad dividida entre dos grupos rivales y toma partido: “nosotros” frente a “ellos”. El diálogo, la escucha del “otro”, el debate, la argumentación y la identificación de intereses comunes no están presentes en esa práctica política.

Las identidades políticas dominantes en la historia de Nicaragua se han afirmado negando al contrario, en torno a la existencia de un enemigo político. En la historia reciente la politización ha sido sandinismo / antisandinismo. El funcionamiento de la política en clave de amigo / enemigo da lugar a una lógica política de “lucha” estigmatizante, denigrante, incluso violenta contra el “enemigo”. Promueve una lucha de exclusión y de muerte, a veces simbólica, a veces física.

En la crisis política actual, los sectores pro-gubernamentales utilizan la fórmula “plomo” o “exilio, cárcel o muerte” para amedrentar y/o marcar la suerte de quienes consideran enemigos. Las multitudes que desde abril han demandado en las calles democracia, derechos, justicia y paz, pedían un cambio. Sin embargo, en las expresiones de la ciudadanía disidente la lógica amigo / enemigo también estuvo y está presente.

La concepción polarizante de la política tradicional se evidenció en las entrevistas que realizamos en los siete municipios que estudiamos. De todas las personas entrevistadas, sólo una señaló que la práctica política, aunque divide, algunas veces también une. Todas dijeron que “divide” y “separa”. Uno de los entrevistados definió la política como “práctica de segregación”. De unos 30 años, nacido cerca del final de la guerra de los años 80 y de la pacificación del país, dijo no recordar un momento de su historia personal en que no se haya sentido viviendo en un clima de polarización social y política, lo que muestra que la valoración negativa de la política existía ya antes de abril de 2018.

“EN TODO VEMOS LA MANO DE ESE MONSTRUO”


Los entrevistados consideran que los partidos políticos contribuyen a la polarización social. Por ser responsables de conflictos y guerras en la historia nacional. Por ser protagonistas y núcleos reproductores de una cultura política autoritaria, militarista, centralista, patriarcal, corrupta, caudillista, “empecinada en mantenerse en el poder”. Porque fomentan la división (nosotros/ellos) y la gestionan a su conveniencia para conservar el poder. También, por promover el fanatismo en sus bases y la “presidentitis” en sus dirigentes.

El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) es el partido más asociado a la polarización: “Mientras el deber de un gobierno es buscar la concordia, la armonía entre los ciudadanos y promover el diálogo, en todo vemos metida la mano de ese monstruo confrontando en todos los campos y sectores”.

El señalamiento que se le hace al FSLN abarca tres períodos históricos: el gobierno revolucionario (1980-1990), los años en que, en la oposición, el FSLN “gobernó desde abajo” (1990-2006) y el regreso al gobierno del FSLN en 2007 hasta 2019, año en que hicimos las entrevistas. En ellas, al hablar del FSLN se mencionó concretamente a Daniel Ortega, a Rosario Murillo y a los medios de comunicación oficiales como responsables de la polarización social.

LA CORRUPCIÓN Y LA IMPUNIDAD
FAVORECEN LA POLARIZACIÓN


A la polarización política se suma la polarización socioeconómica. El modelo económico nacional fomenta y reproduce desigualdades, marcando diferencias notorias entre una población minoritaria que asegura un alto bienestar y otra mayoritaria que apenas sobrevive. La desigualdad social es favorecida por la corrupción y la impunidad, características de la política tradicional.

Los altos índices de corrupción no son nuevos. En 2006, el estudio Cultura política de la democracia, señalaba: “Casi el 90% de los nicaragüenses opinan que la corrupción de los funcionarios públicos está algo o muy generalizada”. El mismo estudio, realizado diez años después, concluyó que “siete de cada diez nicaragüenses piensan que la mitad o más de los políticos del país son corruptos”.

Las entrevistas que realizamos nos mostraron que la función pública no es percibida como un servicio, sino como un mecanismo para escalar económica y socialmente a través del aprovechamiento privado de los recursos públicos. Las entrevistas mencionaron que el concepto de Estado-botín y el de Estado-Familia, los pactos entre élites políticas y económicas y los fraudes electorales favorecen la polarización.

“HOY EL PAÍS PARECE UNA GRAN ZANJA”


El gobierno capitalizó la política tradicional de polarización desde su regreso al poder en 2007. Desde esa fecha, gobierno, Estado y partido fueron elementos prácticamente indiferenciables, dividiendo a la sociedad desde el nivel municipal has¬ta el nacional entre quienes apoyaban explícita o implícitamente el proyecto gubernamental, y quienes lo rechazaban o disentían. Entre leales y opositores.

La polarización se incrementó sin límites a partir de abril de 2018 con una masiva violación de derechos humanos en todo el país, que antes ya existía en las áreas rurales y en el Caribe. Desde abril, el derecho a la vida y a la salud fueron negados, el discurso estatal estigmatizó, criminalizó y deshumanizó a la ciudadanía crítica y, finalmente, se instaló un Estado policial y se negaron las libertades públicas.

Como consecuencia, hoy los vínculos sociales se encuentran sustantivamente afectados, desde el ámbito familiar hasta el nacional. La violencia ha dañado un componente indispensable del contrato social: la confianza. La desconfianza y el miedo se han convertido en marcadores sociales cotidianos. El miedo se ha convertido en un inhibidor de la libertad de expresión y de la participación social.

La desconfianza entre los individuos obstaculiza la cooperación y la solidaridad. En sus reflexiones sobre los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt argumenta que aislarnos a unos de otros es una estrategia del totalitarismo para romper los lazos íntimos de la vida social.

Como consecuencia de la postura del gobierno de negar su responsabilidad, y de su decisión de hacer de la violencia el recurso central de disuasión de la disidencia, a medida que la crisis política ha avanzado se han perfilado dos grupos cada vez más excluyentes, opuestos y rivales.

Como dijo una persona entrevistada, “el país está sumamente dividido, parece una gran zanja”. La zanja separa al grupo pro-gubernamental, que habla de un fallido golpe de Estado promovido por terroristas, del grupo autodenominado azul y blanco, en el que confluye una diversidad de expresiones opositoras al gobierno que demandan democracia, justicia y otras forma de hacer política.

LA POLARIZACIÓN EN MASAYA:
“ESTO YA ERA UNA OLLA DE PRESIÓN”


En 2016 y según datos del INIDE, la población del municipio de Masaya era de 178,835 personas, el 71.52% población urbana. Entre julio y agosto de 2019 realizamos entrevistas con actores claves y pobladores. Ni funcionarios gubernamentales ni militantes del partido de gobierno ni actores pro-gu-bernamentales resultaron asequibles. No fue posible entrevistarlos.

Al momento de elaborar este informe prevalecía un estado policiaco que imprime un alto nivel de control sobre las interacciones cotidianas de la población, afectando de forma significativa los vínculos sociales existentes, que impide el ejercicio de derechos y garantías fundamentales establecidas en la Constitución y que propicia la polarización social y la desconfianza entre la ciudadanía.

En Masaya, el conflicto tiene sus antecedentes en el modelo de gestión del poder desarrollado por el gobierno del FSLN a nivel nacional y municipal en los últimos diez años, un modelo centralizado en Managua y en el Poder Ejecutivo.

Manuel Ortega Hegg, uno de los principales expertos en municipalismo a nivel nacional, considera que el regreso del FSLN al gobierno en 2007 significó un retroceso en importantes avances logrados en la autonomía municipal en años anteriores. La pérdida de autonomía se incrementó en el segundo período del gobierno del FSLN (2011-2016), al conseguir en las elecciones de 2011 la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Según las personas entrevistadas para esta investigación, durante años faltó en la ciudadanía exigir rendición de cuentas: “Lo dejamos pasar”, “El pueblo lo dejó pasar”, “Esto era como una olla de presión, iba a estallar en algún momento”... Son comentarios que escuchamos y que sintetizan la ausencia de un espíritu suficientemente crítico frente a los abusos de poder y a la corrupción.

En la investigación observamos que el rechazo de la ciudadanía a este modelo de gestión del poder en Masaya fue aumentando en los últimos años. Existía inconformidad por la corrupción, por la ausencia de autonomía municipal y por los fraudes electorales. Se mencionó especialmente el abstencionismo en las elecciones presidenciales de 2016 como una clara expresión de descontento social.

Ya había habido también divisiones entre miembros del FSLN por la candidatura para acalde de Masaya de Orlando Noguera, que se impuso desde Managua en las elecciones municipales de 2017. Noguera ya había sido alcalde de Masaya de 2005 a 2008. Y de 2009 a 2012 fue secretario político del FSLN en el departamento de Masaya, un importante cargo de poder.

Noel Gallegos, corresponsal de “La Prensa” en Masaya, recogió en sus crónicas del año 2017 las críticas a la reelección de Noguera por su estilo de gobernar, por imponer sus decisiones, por no dialogar. En 2012 hubo en Masaya una marcha de miembros del FSLN contra su candidatura para alcalde en las elecciones de aquel año y finalmente no fue candidato. Reelecto como alcalde en 2017, uno de los principales conflictos de Noguera fue con los comerciantes del mercado local, que finalmente no resolvió él, sino Fidel Moreno, de la alcaldía de Managua, lo que demostró la centralización del poder municipal en Managua. Esta centralización -nos dijeron en las entrevistas- significó “apartar a gente muy valiosa”, a “personas claves que podían hacer cosas importantes para el pueblo”, a “liderazgos locales críticos” “Mirábamos que había un autoritarismo”, nos dijeron.

ABRIL 2018: “AGENDAS DE ODIO”


En la investigación identificamos también un deterioro de la convivencia social en los últimos años. Podemos caracterizarla como el tránsito de una convivencia relativamente pacífica, aunque no democrática, a una convivencia con polarización y estigmatización política y violencia.

Antes de la explosión social y política de abril de 2018, ya existía en Masaya temor y miedo: “Muy atemorizados nos tenían, pero se convivía”, afirmó un entrevistado refiriéndose a la vigilancia política que funcionarios y miembros del partido de gobierno ya ejercían sobre la ciudadanía.

Líderes locales consideran que hoy el discurso que emiten las autoridades políticas, principalmente la Vicepresidenta, fomentan una “campaña de odio” porque estigmatizan y crean dos bandos en contienda, polarizando a la población. Señalaron también que esa campaña responde al “miedo de perder el poder”.

Las referencias al “odio” en el discurso oficial llaman la atención. La Vicepresidenta habla de “odio” afirmando que las protestas iniciadas el 18 de abril de 2018 promovían “agendas de odio”.

El discurso gubernamental ha sido el principal vehículo de difusión del término “odio” en el discurso político nacional, y no sólo desde abril, sino a lo largo de la década del gobierno del FSLN. Una manifestación temprana fueron los “rezadores contra el odio”, mujeres y hombres de las clases populares que en agosto de 2008 y durante semanas fueron instalados por el gobierno en las rotondas de Managua. Llevaban camisetas que decían: “El amor es más fuerte que el odio” y cargaban rótulos señalando que había que erradicar del país el odio. Ya en aquel año era “odio” cualquier expresión de denuncia del autoritarismo del gobierno.

“TOCAR A LOS VIEJITOS
FUE COMO TOCAR UN AVISPERO”


En Masaya las protestas iniciaron de forma pacífica el 19 de abril en el parque central. Aun así, fueron reprimidas con violencia por policías, por trabajadores de la alcaldía y por miembros de la Juventud Sandinista, según el informe del GIEI (Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes). Los manifestantes se replegaron a Monimbó y en el barrio indígena de la ciudad se levantaron las primeras barricadas y aparecieron los primeros morteros artesanales.

Las personas entrevistadas coinciden en que las protestas masivas surgieron como gesto de solidaridad con “los abuelos” y en rechazo a la violencia estatal y paraestatal contra ellos. “Lo que unió a Masaya fue ver que golpeaban a los ancianos, eso fue lo determinante. De ahí, todo el mundo se fue a la calle. Apareció un viejito de Monimbó con la cabeza rajada, bañado de sangre. Un viejito es lo más sagrado. Y Monimbó es una tribu. Tocás a un viejito y tocás a todos. La gente se tiró a la calle. No importó el sentimiento sandinista, a pesar de que allí hay gente con una gran convicción sandinista, pero no estábamos de acuerdo en cómo trataron a los viejitos. Fue como tocar un avispero y se les vino el avispero encima”.

Esto coincide con lo que dijo un joven de Masaya a Anagilmara Vílchez, periodista de “Confidencial”: “¿Cómo es posible que el gobierno mande a dirigentes de su propia alcaldía a opacar al pueblo? Venían viejitos atrás con nosotros en la marcha y comenzamos a ver que la Juventud Sandinista a uno de los viejitos lo golpearon. Al tocar a los viejitos comenzó la causa, ya no nos pudimos quedar callados”.

La energía social se activó en rechazo a las agresiones sufridas por los “abuelos” que protestaban y en defensa de ellos. Aunque de fondo existe un rechazo a la obstaculización de derechos civiles y políticos, y a la violencia, el vínculo afectivo con los ancianos fue el principal detonador de las protestas.

AL DÍA SIGUIENTE, “EL ABUSO A LOS CHAVALOS”


Al día siguiente, 20 de abril, aumentó la violencia estatal. De usar balas de goma y gases lacrimógenos, la policía pasó a utilizar armas de fuego. El mayor nivel de violencia se registró en los barrios de Monimbó, San Miguel y Fátima. Entre la noche del 20 y la madrugada del 21 de abril se produjeron los primeros cuatro muertos, todos jóvenes : José Abraham Amador (17 años), Álvaro Gómez Montalván (23), Jairo Mauricio Hernández (23) y Javier López (24).

La violencia ejercida por los cuerpos de seguridad estatales y paraestatales fue la segunda motivación que tuvieron los masayas para aumentar las protestas. En las entrevistas realizadas hablaron de “el abuso a los chavalos”, una motivación muy importante para comprender la escalada del conflicto político. De rebelarse contra una medida específica -las reformas a la seguridad social que afectaban a los ancianos-, la protesta fue contra el total irrespeto a la vida de quienes protestaban. Para entonces, la iglesia católica y el párroco de la iglesia San Miguel, Edwin Román, ya eran vistos como protectores de la vida de los manifestantes. Lo fueron también otros sacerdotes. Así, la iglesia y poco después la Asociación Nicaragüense para la Defensa de los Derechos Humanos (ANPDH), empezaron a ser consideradas como escudos de apoyo y solidaridad ante quienes eran considerados responsables del conflicto: los cuerpos de seguridad, las autoridades municipales y nacionales, los miembros del partido FSLN.

“ESE DÍA HORRIBLE FUE UN DÍA ETERNO”


Siguiendo el discurso de las autoridades nacionales, las autoridades municipales negaron la existencia de una abierta rebeldía de la población. Abordamos este tema con actores relevantes del municipio que participaron en reuniones desarrolladas en la Policía de Masaya, con el comisionado Ramón Avellán, coordinador local de los grupos paraestatales.

Nos confirmaron que, sin excepción, Avellán mantuvo la posición de negar que existían protestas sociales, utilizando des¬calificaciones contra quienes protestaban. Cuando los medios de comunicación lo abordaban, argumentaba que quienes protestaban eran vagos y pandilleros, borrachos y drogados. “Son drogos” dijo en una ocasión, sin mediar mayor explicación y visiblemente irritado.

El periodista de “Confidencial” Maynor Salazar documentó el levantamiento de la ciudadanía de Masaya y constató que en los primeros días de junio los pobladores habían levantado hasta 200 barricadas, hasta que el 18 de junio sus dirigentes demandaron la renuncia del Presidente y la Vice-presidenta y anunciaron la conformación de una junta de salvación nacional integrada por miembros de varios sectores que ejercerían las funciones de un gobierno provisional.

La violencia estatal y paraestatal persistió hasta mediados del mes de julio. El día 17 de julio el gobierno ejecutó en Masaya la “operación limpieza”, un operativo armado que duró más de siete horas, para “limpiar” la ciudad de tranques y barricadas. El ataque fue especialmente violento contra la comunidad indígena de Monimbó, dejando al menos tres muertos y decenas de heridos. “Ese día fue horrible porque fue un día eterno”, nos dijo un joven universitario.

La investigación del GIEI concluyó que en Masaya “existió un uso desproporcionado de la fuerza durante la represión de las protestas públicas”. El periodista de “Confidencial” Wilfredo Miranda recogió declaraciones de Avellán días antes de ese día eterno: “La orden de nuestro presidente y de la vicepresidenta es ir limpiando las calles de estos tranques, ¡y vamos a cumplirla al costo que sea!”

“UN MIEDO TERRIBLE TODOS LOS DÍAS,
TODAS LAS NOCHES, A TODA HORA”


La violencia estatal contra el descontento social elevó considerablemente la magnitud del conflicto, produciendo división en todos los ámbitos de las relaciones sociales: familiares, barriales, comunitarias y organizacionales.

Los entrevistados señalaron que este conflicto ha revivido otros del pasado, removiendo muchas heridas. En las entrevistas fue común escuchar que la capacidad organizativa mostrada en Monimbó y las barricadas que se levantaron recordaron la lucha insurreccional de Masaya contra la dictadura somocista en los años 70. Y la división familiar de hoy hizo recordar lo vivido durante la guerra de los años 80. “Yo pensé que esta división no volvería a darse en la sociedad nicaragüense”, señaló con tristeza un entrevistado.

La gente identificó al Estado en su conjunto como responsable del conflicto. Señalan al gobierno, al alcalde, a los miembros del partido de gobierno, a los trabajadores de la alcaldía, a miembros de la Juventud Sandinista, afirmando que todos realizaron labores de control y denuncia. No identifican ninguna institución estatal que no haya participado en el conflicto o que haya mantenido una posición autónoma a la del gobierno. Al hablar de los responsables, un entrevistado se negó a calificar al FSLN como partido político e insistió en definirlo como “una secta política que se encargó de arraigar el odio por no comulgar con la forma de pensar de ellos”.

La polarización y la división social recorren hoy todo el municipio, desde el ámbito familiar hasta el institucional. Los vínculos sociales se encuentran especialmente afectados en las organizaciones sociales y políticas.

La violencia ejercida por el Estado ha instalado un clima de desconfianza y miedo, que se vive cotidianamente: “Todo lo que se ha vivido ha sido bien duro. Y sigue siendo duro por todas las cosas que siguen pasando. Se vive con un miedo terrible, todos los días, todas las noches, a toda hora. Uno no siente en qué momento va a llegar la policía a la casa de uno”. La violencia es un factor de polarización, instalando una marcada división entre agresores y víctimas. La desconfianza y el miedo inhiben las interacciones sociales y las posibilidades de dialogar y resolver conflictos.

EL ESTADO POLICIACO:
“ESTÁN EN TODOS LADOS”


La instalación de un Estado policíaco es un factor que bloquea la cohesión y refuerza la polarización social. El Estado policíaco, y el control social en que se basa, bloquea todo esfuerzo para rearticular los lazos sociales. De no cambiar el modelo de gestión del poder, no existirá capacidad de potenciar la cohesión social y las organizaciones y actores sociales difícilmente podrán trabajar de forma unida.

En nuestra investigación no encontramos posibilidades de regresar al modelo de convivencia anterior a abril de 2018. Esto adquiere mayor complejidad en Monimbó. Los entrevistados coinciden en que los niveles de dolor y fragmentación social son mayores allí. El ambiente en Monimbó fue calificado como de “zozobra” y “humillación”. “Están en todos lados, en las cuadras casa a casa. Hay un control horrible del territorio, hay un montón de gente con problemas de salud por eso -nos dijeron-. A Monimbó no le hubieran pagado de la forma que lo hicieron. Fue una humillación tan horrible mancillar la sangre de todos los que cayeron”.

MASAYA ES CIUDAD, ES PUEBLO Y ES COMUNIDAD


La existencia de vínculos sociales cercanos y duraderos es uno de los principales factores que potencia y puede potenciar la cohesión social en el municipio, donde las interacciones cara a cara han sido siempre sustantivas. Los entrevistados se refieren a Masaya como una mezcla de ciudad / pueblo / comunidad.

El concepto de comunidad aparece tanto a nivel cultural como económico. Cultura, trabajo y economía son ámbitos de relaciones sociales que favorecen interacciones cercanas y duraderas. Hay sectores del municipio donde las personas entrevistadas consideran que la unidad social está más desarrollada en Monimbó.

Las fiestas patronales, expresiones culturales, fomentan la participación de las familias y las comunidades y aportan altos niveles de organización y gestión. Su preservación en el tiempo demanda la transmisión de conocimientos y prácticas, fomentando el diálogo intergeneracional. Las prácticas religiosas, especialmente las católicas, también potencian los vínculos sociales. Aunque en las entrevistas se reconocieron prácticas evangélicas, se alude más a la iglesia católica, porque favorece un “sentido de parroquia”. La iglesia católica desarrolla un importante rol en la organización y gestión social del sentido de comunidad.

Vínculos sociales significativos se establecen también en torno al consumo y a los intercambios económicos. Masaya es una sociedad que vive del comercio y de los mercados al aire libre. Los entrevistados señalan que en Masaya es tradición “consumir lo que se produce localmente”. En sectores como la elaboración de artesanías y hamacas, existe una organización y división familiar del trabajo.

Otro factor que potencia la cohesión social es el alto sentido de pertenencia, el sentimiento de formar parte de una colectividad. En Masaya hay dos claros indicadores: existe el sentido de pertenecer a una comunidad cultural y el de pertenecer a una comunidad religiosa, lo que se expresa en el folklore y se hace visible especialmente durante las fiestas patronales.

Otro factor que potencia la cohesión social es la existencia de valores compartidos. El dolor es considerado un factor de unión, al propiciar lazos de solidaridad y cooperación con las personas y las familias que lo han sufrido. La solidaridad ante la enfermedad o el fallecimiento son mencionados como ejemplos.

MOMENTOS DE UNIDAD Y DE COOPERACIÓN ANTES DE ABRIL: 1978 Y 1990


En las entrevistas identificamos tres momentos significativos que propiciaron lazos de solidaridad y cooperación. El primero, la experiencia de la lucha popular contra la dictadura somocista. Las personas entrevistadas que aludieron a ese momento rememoraron el esfuerzo colectivo, el alto nivel organizativo que hubo entonces, la solidaridad y la cooperación. Todo eso pervivía en la memoria de quienes lo vivieron hacía cuarenta años y se activó en las protestas de 2018.

El segundo momento de solidaridad y cooperación fue el período de transición de los años 90. Fue una década en que se diseñaron y elaboraron proyectos sociales para a los sectores más vulnerables y desprotegidos del municipio: “Organizamos una comunidad y yo siento que logramos unir a la gente de ese sector. Incluso, allí está todavía ese proyecto de vida y ahora el preescolar tiene casi cien niñas”.

Esas experiencias indican la existencia de capacidades de organización y gestión social, además del conocimiento de las necesidades y prioridades de las poblaciones del municipio. La existencia de redes de cooperación autogestionadas con capacidad de funcionar en contextos socioeconómicos es una realidad en Masaya.

Hoy, los proyectos que entonces surgieron ya no cuentan con apoyo ni de la administración central ni de la municipal. Son proyectos que demandan la integración de la población beneficiada y que crean un clima de cooperación que potencia la cohesión. Y cuando el proyecto funciona, la unión social queda como un legado y un aprendizaje. Lo dice una entrevistada: “Fue un trabajo muy bonito y ahí está el proyecto, ya tienen bastante tiempo y es algo que unió a la gente”.

“TODA LA GENTE APOYABA
CON LO QUE PODÍA”


El tercer momento de sobresalientes lazos de solidaridad y cooperación es el conflicto político que inició en abril de 2018. Sin excepción, las personas entrevistadas señalaron la solidaridad como uno de los elementos más importantes en las protestas en Masaya.

La solidaridad y cooperación ya existentes se activaron para garantizar la protección de las personas que estaban siendo agredidas por fuerzas estatales y paraestatales. Con el aumento de la violencia y el asedio policiales también aumentaron la solidaridad y las redes de cooperación, poniéndose en función de las necesidades colectivas: abasteciendo comida, agua, gas, previniendo ataques, atendiendo heridos: “Toda la gente apoyaba con lo que podía”, nos dijo un entrevistado. Las redes de gestión y cooperación familiares, comunitarias, también las culturales, como las cofradías que organizan las fiestas patronales, se activaron para defender a la población. Todo esto despertó un “nosotros”, factor que potencia enormemente la cohesión.

A pesar del carácter autoconvocado de las protestas, los vínculos sociales ya existentes, más el compañerismo emergente del momento, favoreció una rápida organización para enfrentar de manera conjunta problemas que ya para el 20 de abril unían a buena parte de la población: cómo protegerse de los ataques armados y cómo defenderse de los saqueos.

“No había preparación, fue la solidaridad, el compañerismo. La gente decía: dame veinte pesos que voy a ir a comprar morteros. Y en cuestión de segundos se hacía la colecta, diez, veinte, cincuenta, hasta cien pesos, lo que fuera”.

Ilustra el nivel de unión social alcanzada la decisión de levantar barricadas en la ciudad, tomada en el seno de reuniones de vecinos, quienes vieron en las barricadas una medida de protesta y también de defensa contra saqueos y robos. El 1 de junio -relató el periodista de “Confidencial” Maynor Salazar- un grupo de ciudadanos se reunió en el parque central de Masaya para formar grupos de autodefensa por cada barrio y cuadra. El objetivo era defenderse de las turbas que robaban al amparo de los policías. Esa noche no se reportó ningún incidente.

“LA GENTE ESTÁ RESENTIDA Y DOLIDA
Y DESCONFIA DE TODO LO DEL GOBIERNO”


La mayoría de las personas entrevistadas dijeron no conocer de procesos en marcha orientados a la reconstitución de los lazos sociales y el diálogo en Masaya.

Una persona entrevistada mencionó las comisiones de paz que impulsa el gobierno central en distintos territorios del país, y de las que el discurso oficial dice funcionan ya centenares: “Hay un fuerte sentido de desconfianza hacia todo lo del gobierno. La desconfianza se observa hacia todo funcionario o funcionaria del gobierno municipal y central, indistintamente de su jerarquía. Se desconfía hasta de los trabajadores municipales que reparan las calles, pues se conoce que personal de la alcaldía participó en la represión de las protestas”. La desconfianza alcanza también a las ferias de artesanías que el gobierno promueve desde hace algunos meses en el Mercado de Artesanías de Masaya.

Un entrevistado explica la razón: “La gente está resentida y dolida”. El dolor individual y el colectivo, el estado policiaco y de zozobra que se vive diariamente y el hecho de que el conflicto no se haya cerrado, dificulta pensar en una transformación pacífica y en reunirse para diálogar. Es difícil trabajar en clave de transformación de conflictos cuando las personas tienen a familiares muertos, encarcelados, exiliados, hostigados y hasta desaparecidos. Esto concentra las energías de la gente en la sobrevivencia individual, familiar y comunitaria.

El proceso de reconstrucción de los vínculos sociales es visto como un momento posterior al conflicto actual. Un entrevistado mencionó que eso es para el futuro, que hoy no es viable ni tampoco es prioridad, pero que es necesario preparar ese proceso desde ya y conceptualizarlo de manera adecuada. Dos entrevistados mencionaron que la realización de elecciones democráticas jugaría un rol fundamental para avanzar a una cultura de diálogo.

“AHORITA NO SE PUEDE HACER NADA,
NO HAY CONDICIONES”


A pesar de la dificultad para emprender procesos orientados a fomentar la cultura de diálogo, sí se notan en Masaya esfuerzos por recuperar la dinámica de trabajo que tenían hasta antes de abril de 2018. Se hacen esfuerzos por convivir a pesar de las diferencias, por acogerse mutuamente, por estar unidos en el dolor.

El costo de esta unidad es callar, como indicó una entrevistada que actualmente dedica esfuerzos a reunir nuevamente a los miembros de su comunidad: “Si el costo para que mantengamos la unidad es no hablar de temas políticos, no lo vamos a hacer”.

Hay miembros de organizaciones civiles que dicen estar dispuestos a participar en el fomento de una cultura de diálogo, pero consideran que “eso dependerá del contexto de reconstrucción que en el país se plantee y eso todavía no está planteado”.

También mencionaron que organizaciones que históricamente han trabajado en el municipio, que podrían aportar a procesos de diálogo, han sido desarticuladas ya antes del conflicto o a raíz de él. “Todo lo desarticularon”, dijo una entrevistada sobre las organizaciones de mujeres. “Eso está plagado”, aseveró otra cuando le preguntamos por el Consejo de Ancianos de Monimbó. “En el contexto que estamos viviendo ahorita no se puede. Si hubiera un contexto concertado, articulado, consensuado, tal vez, pero de momento no hay condiciones, hay gente válida, organizaciones válidas, pero ahorita no se puede hacer nada”. Es una opinión que sintetiza un sentimiento generalizado.

“¿A QUIÉN RECURRIR?
¡NI A LOS BOMBEROS! SÓLO A LA IGLESIA”


El actor social más mencionado para la promoción de una cultura pacífica y de diálogo es la iglesia católica. Las personas entrevistadas consideran que la iglesia católica ha desempeñado un papel positivo y relevante desde el inicio de la crisis al abrir sus puertas y apoyar y atender a las víctimas de la violencia.

Hay sacerdotes más mencionados, como Edwin Román, quien es visto como un líder y una figura que reúne a la gente. Otros sacerdotes también mencionados son los párrocos de San Jerónimo, de San Sebastián, de la Magdalena... Algunos entrevistados, al hablar de la iglesia, enfatizaron que se referían a la iglesia no como institución, sino como comunidad. Esto sugiere que no sólo los sacerdotes jugarían un papel importante en el trabajo de transformación de conflictos. Los laicos también tendrían un rol a desempeñar. Desde este punto de vista, la iglesia funcionaría como un espacio para propiciar confianza, encuentro y convergencia. También sería “un espacio de desahogo porque la gente ahí puede expresarse, incluso ha hecho piquetes”.

La relevancia de la iglesia católica como espacio de protección y apoyo emergió en buena medida como alternativa a un panorama de inexistente protección institucional. Instituciones estatales, como el Ministerio de Salud, señalados de negar atención médica contribuyendo a la violencia estatal, dejaron a la gente en la indefensión: “Para mí fue muy importante la iglesia porque no podías recurrir a la policía, no podías recurrir a la alcaldía, no podías recurrir ni siquiera al juzgado, ni a los bomberos ni a nadie. ¿A quién recurrir? A tu figura moral, a tu figura religiosa, a la iglesia”.

LOS EXCARCELADOS Y LA COMUNIDAD


El segundo actor social de mayor relevancia son quienes fueron presos políticos y han sido excarcelados. Se les considera símbolos de resistencia y nuevos liderazgos con autoridad moral. Por eso podrían desempeñar un papel significativo en la cohesión social y en la promoción de la cultura de diálogo. Entre ellos se nombra especialmente a Yubrank Suazo y a Cristian Fajardo, como nuevos líderes que podrían aportar en el futuro. Un entrevistado también señaló a los organismos de derechos humanos, en particular a la Asociación Nicaragüense por los Derechos Humanos (ANPDH), como un actor sobresaliente.

La comunidad en sí misma también aparece como protagonista y actor fundamental en el fomento de la cultura de diálogo y en la transformación del conflicto. Al concepto de comunidad están ligados valores de solidaridad, cooperación, apoyo en situaciones de adversidad, capacidad de organización y gestión para el bien común. La vivencia compartida en abril, cuando la gente se unió y colaboró en la defensa y el cuido de la vida, es también promisoria. Es valioso considerar el concepto de comunidad como protagonista y actor vivo y central en cualquier esfuerzo en el futuro.

LAS HERIDAS AÚN NO SANAN


“La gente está todavía resentida, dolida, es como que tenés una herida y si esa herida no la desinfectás, no le ponés antibióticos y no la suturás para que se cure, es difícil que el diálogo va a ser un proceso real”. Efectivamente, mientras no se plantee un panorama de trabajo nacional, los actores sociales locales difícilmente se arriesgarán a generar procesos de diálogo.

El actual conflicto plantea una oportunidad inédita para trabajar sobre las heridas del presente y sobre otras del pasado no suficientemente sanadas, y para aprender a construir otro tipo de vínculos sociales. La efectividad de esta oportunidad precisa de una medición detenida y constante de los tiempos políticos para impulsar procesos que generen resultados reparadores y democratizadores.

Esto no implica inmovilidad. Mientras se generan condiciones propicias para dialogar abiertamente, hay que orientar esfuerzos para revitalizar y capitalizar organizaciones comprometidas con la democratización y la justicia en el municipio.

A pesar de la desconfianza que impera, el sentido de comunidad, de solidaridad y de cooperación existente constituye un insumo valioso para que la cohesión se imponga sobre la polarización social. La desconfianza propiciada por la violencia puede incidir temporalmente, pero en Masaya existen vínculos sociales fuertes y duraderos a los que acudir.

LA ESPERANZA DE ABRIL
REQUIERE DE INVERSIÓN SOCIAL


La masiva participación de la ciudadanía en las protestas sociales condensa un ánimo en favor de la democratización y la justicia en Masaya. Constituye, sin duda, una oportunidad de cambio de la cultura política tradicional. Pero no podemos olvidar que en otros momentos del pasado reciente se han realizado en Nicaragua cambios significativos y la cultura tradicional terminó imponiéndose.

Serán necesarios procesos sostenidos de formación y reflexión en torno a la construcción colectiva de una democracia sustantiva y, sobre todo, en torno a configurar un horizonte en el que la vida vivida dignamente sea una realidad sustentable. La esperanza que ha abierto abril en la juventud requiere de inversión social en la construcción de esa democracia y de ese horizonte.


FRAGMENTOS DEL ESTUDIO “FACTORES QUE FAVORECEN LA COHESIÓN O LA POLARIZACIÓN SOCIAL
EN NICARAGUA” Y CAPÍTULO DEDICADO A MASAYA
EN LA INVESTIGACIÓN REALIZADA
EN SIETE MUNICIPIOS DEL PAÍS.
POR EL INSTITUTO INTERDISCIPLINARIO
DE CIENCIAS SOCIALES DE LA UCA DE MANAGUA
EN JULIO Y AGOSTO DE 2019


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