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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 92 | Marzo 1989

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Centroamérica

¿Hacia dónde vamos? La negociación: herramienta revolucionaria

A la hora de sacar conclusiones de los análisis recogidos en este número, se impone una perspectiva a la vez realista y ética. De esta síntesis nace la esperanza que suscita la actual coyuntura centroamericana, así como la urgencia de la acción a la que compromete.

Equipo Envío

Hemos afirmado el eje de la coyuntura centroamericana en el año 88 es el empleo de la fuerza militar, de la habilidad política y diplomática y de la movilización social popular para impulsar hacia la negociación de los conflictos centroamericanos.

Las fuerzas motrices de este empuje son cinco:

- La insondable agudización de la crisis de las economías centroamericanas con su creciente incapacidad de satisfacer las necesidades fundamentales de las mayorías.

- El clamor mayoritario de que terminen los conflictos bélicos y de que la paz que llegue suponga un paso adelante hacia la mayor justicia y dignidad.

- El final de la administración Reagan y el callejón sin salida de su política de soluciones militares y de distorsión ideológica.

- La consolidación de las iniciativas de la URSS hacia la productividad económica, la democratización política y la solución negociada de los conflictos regionales.

- La persistencia de un cierto margen de autonomía de los gobiernos centroamericanos respecto a la política regional de los Estados Unidos.

Es lógico que allí donde la guerra aún tiene mayores probabilidades de prolongarse en un grado de intensidad máximo al combinarse con una ascendente agitación social, es decir en El Salvador, sea donde se vaya a jugar mas decisivamente el futuro de la negociación hacia la paz. En este marco, los mayores obstáculos internos para la negociacion y la paz son las fuerzas armadas y las burguesías.

No hay en las fuerzas armadas de la región una visión realista de la correlación de fuerzas en nuestros países. Aprisionadas por la ideológica de la seguridad nacional como requisito previo para el desarrollo, obsesionadas por la calificación de todas las reivindicaciones del nuevo sujeto histórico como subversión, los ejércitos no admiten mas que una estrategia de contención de las fuerzas populares, que se radicaliza en la estrategia de emprender hacerlas retroceder hasta la sumisión total. Conciben la democratización como fachada prestigiosa de un proyecto de victoria militar. Conceden espacios militares no como parte de un proyecto de consenso nacional con legítimas divergencias, sino como instrumento de la imposición. Se trata de aceptar cambios insustanciales para que no cambie los sustantivo. No hay en las fuerzas armadas una visión nacional que acepte la suma de fuerzas sociales y les deje libres el terreno de la sociedad civil y la mayor parte del terreno estatal.

El exponente máximo de esta incapacidad es el ejército salvadoreño. Totalmente absorto en la guerra, posterga el problema del desarrollo. El Coronel Ponce, jefe del Estado Mayor, declaró recientemente que "nuestro problema es la falta de capacidad económica para resolver las necesidades urgentes de nuestra población". Este alto oficial concibe la ayuda norteamericana como "el factor que ha logrado que no caigamos en el caos económico y que las fuerzas armadas sigan en pie". El ejército guatemalteco se entiende, en cambio, como la palanca principal de un proyecto de estabilidad del Estado, dentro del cual hay que tener un plan de "estabilidad y bienestar" que rescate de la miseria a las masas para impedir que ese "caldo de cultivo de la subversión". El desarrollo propiamente tal sólo podrá venir en una fase siguiente, alcanzada ya la seguridad.

También en esa fase el ejército se propone ser el aglutinador y dirigente de la modernización. Las fuerzas armadas de Honduras están en otro plano: no tienen una guerra que librar y se olvidaron de su mismo proyecto de desarrollo. Viven, en cambio, de la guerra ajena, de la corrupción estatal, del trafico de drogas y de un contrabando en el que las armas no ocupan el último lugar. Se asemejan mas a cuerpos armados indómitos y rapaces cuyo abismo con la sociedad se profundiza cada año.

Ninguno de estos ejércitos esta dispuesto a transformarse de fuerza represora y de bomba de succión de la economía y de una especie de cuerpo de ingenieros y de servicios de abastos, auxiliares de la economía nacional en garante de la soberanía y de un autentico pluralismo político. Para consolidar el final de la guerra y diseñar un nuevo futuro, le corresponde el nuevo ejército nicaragüense integrarse con el pueblo armado e invocar revolucionariamente su carácter popular, sintetizando con su misión defensiva una misión de apoyo a la lógica económica de las mayorías.

La amenaza norteamericana, aun pendiente, de reactivar militarmente a la contrarrevolución podría poner límites a esta necesidad nacional, que tiene además el carácter de reto a que los ejércitos vecinos entren también por el camino de búsqueda de la paz y el desarrollo.

¿Y las burguesías centroamericanas? ¿Cuales son sus estrategias? De los análisis nacionales parecen surgir dos tipos. Uno de ellos esta representado por los altos organismos federados de la empresa privada: COSEP en Nicaragua, CACIF en Guatemala, ANEP en El Salvador, etc. Su eje de acumulación agroexportador está en crisis. Sin embargo, este tipo de capital no está dispuesto a arriesgar nada de sus ganancias ni de su poder. Esta burguesía ha expatriado una gran parte de su capital durante esta década. La CEPAL calcula que hasta 1986 esta fuga pueda alcanzar el monto de 5 mil millones de dólares. Esa suma puede estar hoy acercándose al doble. Para mantener alguna capacidad de reproducción de su capital nacional no tienen otra salida que reforzar su alianza con los militares apoyados por los Estados Unidos. Les interesa la guerra y la represión de las masas. Porque, si no hay guerra, no hay fondos de la AID que estabilicen en los bancos centrales las cuentas nacionales, y sin esta estabilización no tienen posibilidades sus proyectos. Por eso, la posición que esta potenciando es parasitaria. Por otro lado, la salida de lanzarse a las exportaciones no tradicionales sin los enormes subsidios de la AID es problemativa, pues coincide con un mercado internacional sin crecimiento y con una llegada tardía de Centroamérica a esta área de la economía.

Existe, sin embargo, otra agrupación de capital centroamericano mas pragmática porque ve con realismo el profundo cambio de la correlación de fuerzas sociales en la región y tiene así una distinta visión del futuro. Asociaciones como la Corporación para el Desarrollo de Nicaragua (CORDENIC), la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo (FUSADES), la Fundación par la Investigación y el Desarrollo Empresarial (FIDE) en Honduras, la Coalición Costarricense de Iniciativas para el Desarrollo (CINDE) y la Cámara Empresarial de Guatemala, reconocen la necesidad de modernizar el viejo modelo oligarquico de acumulación adaptándolo a las nuevas exigencias del mercado internacional, a los nuevos actores económicos en Centroamérica -la CEE, los países escandinavos y Japón con el grupo del Pacifico- y también a la necesidad de crear un mínimo de equidad que permita la estabilidad social y por tanto la reproducción ampliada del capital, hoy seriamente amenazada por la conflictividad político-militar.

La AID se ha volcado detrás de estos grupos del capital modernizante. En el caso de CORDENIC, de mas reciente fundación, la ayuda financiera proviene de fundaciones de Alemania Occidental y de organismos privados de Estados Unidos. Estos grupos son aun minoritarios y su capital tiene un una dinámica poco espontanea -en cuanto depende demasiado de financiamiento externo-. Tal vez el sector informal urbano (SIU), que exporta mano de obra e importa remesas familiares de dólares, tiene una dinámica de capital mas espontanea. Sin embargo, la Comisión Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo de Centroamérica (Comisión Sanford) ha servido de catalizador institucional e ideológico para estos grupos de capital modernizante. En una aparente paradoja, ha servido también de puente de concertación con el gobierno sandinista y con sectores afines a las fuerzas revolucionarias en El Salvador y Guatemala, que buscan negociar y concertar económicamente con la burguesía para evitar el colapso definitivo de la base material regional.

La diferencia entre estos grupos es fundamentalmente de carácter político. Siendo el de los mas pragmáticos un intento de adaptación del capital a condiciones políticas muy cambiadas, que amenazan su hegemonía, el proceso que intentan desencadenar puede llevar a una cooptación de las demandas populares o llegar a ser el inicio de un proceso democrático de negociación que amplíe los espacios de participación y de poder de los nuevos sujetos históricos.

Frente a la burguesía, los movimientos revolucionarios y el proceso revolucionario nicaragüense han comprendido que la alternativa verdadera no se plantea entre estatización o privatización. Tampoco la burguesía puede mirar al futuro con una alternativa de conservación de todo su poder o huida de nuestros países. Estos blancos y negros no son los colores del futuro de Centroamérica. Es necesario que la burguesía encuentre en sí misma un grupo convencido de que sin reformas estructurales, sin satisfacción de las necesidades fundamentales de las mayorías, sin oportunidades serias de producción para el campesinado y para el pequeño productor urbano, su postura intransigente se convierte en un hoyo sin fondo, es decir, necesita de unos subsidios de capital que el sistema norteamericano no va a estar en condiciones de proporcionarle. A una convicción similar, desde la experiencia nicaragüense, han llegado los movimientos revolucionarios y el gobierno sandinista: no hay espacio políticos ni económico para una economía estatal monopólica y no lo debe haber porque esa economía se estanca en los recovecos burocráticos de la ineficiencia y no moviliza la participación social de las mayorías. Es preciso, entonces, buscar el camino de la negociación hacia una autentica economía mixta participativa de la capacidad productiva existen, que conduzca a su ampliación y tecnificación a través de una nueva integración regional.

Un balance de la etapa ya finalizada de la administración Reagan nos indica que Nicaragua ha derrotado la finalidad ultima de la agresión norteamericana: el derrocamiento del gobierno sandinista y la reversión del proceso revolucionario. Es también cierto que Reagan logró hacer pagar al proceso revolucionario nicaragüense un costo exorbitante por su sobrevivencia, en vidas humanas, en producción y en dislocamiento de la economía, así como en retraso de sus metas sociales. En El Salvador, el FMLN logró acabar con el período de Reagan mucho mas fortalecido de como lo empezó y la política de Reagan no consiguió reformar al país para acabar con las raíces del conflicto. Lo que su política de subsidiar a la burguesía y coordinar al ejército consiguió fue evitar que estas dos fuerzas sintieran los sacrificios extremos de la población ha sufrido y así hacerlos insensibles a la negociación del conflicto. El ejército guatemalteco no ha logrado derrotar la guerrilla ni ha conseguido la anuencia de la burguesía para una democracia con reformas sociales y no ha logrado impedir el resurgimiento de un movimiento popular unido. Ha logrado, en cambio, paralizar por el terror a una parte importante de la población e instalar una gran red de control en el campo, al mismo tiempo que planea nuevas colonizaciones que arrebaten a los refugiados sus tierras tituladas.

Desde el punto de vista de la dignidad y del desarrollo a largo plazo de los pueblos centroamericanos, el balance es positivo para las mayorías. Está pasando el tiempo de los imperialismos y estamos acercándonos a un mundo multipolar con mayores oportunidades para el Tercer Mundo. El tremendo coletazo que supuso su política no reportó a Reagan la victoria y está quedó sumida en un callejón sin salida. Hay que decir también que desde el punto de vista de los sacrificios sostenidos, del retraso del desarrollo, del aumento a corto y mediano plazo de la miseria, la situación de las mayorías roza con la catástrofe y las mismas condiciones de la producción de la vida están amenazadas. El costo pagado ha sido grande.

La historia de todos los procesos revolucionarios muestra claramente que el costo se podía prever. Las revoluciones de raíces populares se han dado en la época de los imperialismos británico y norteamericano. Estas revoluciones han supuesto tal reto a la dominancia política y a la hegemonía cultural necesarias para la explotación de recursos económicos que el centro imperial asegura siempre que ha sido provocado a declarar la guerra, sea ésta en términos estratégicos convencionales de intervención directa masiva o a través de la moderna estrategia del conflicto de baja intensidad.

Cualquier que fuere el juicio histórico sobre si la revolución sandinista triunfante y los movimientos revolucionarios salvadoreños y guatemalteco contaron con la probabilidad altísima de la brutal agresión se produjo y que no pudo doblegar la voluntad política revolucionaria de transformar a Centroamérica ni la resistencia tenaz de una gran parte de estos pueblos.

Es a través de la guerra como históricamente se ha descubierto la negociación como única tendencia que revela racionalidad, es decir que se apoya en la nueva relación de fuerzas que esta década de los 80 ha terminado de producir en Centroamérica. Los pueblos centroamericanos habían intentado ya la negociación, bajo formas gremiales y electorales, en múltiples ocasiones desde la "década revolucionaria" guatemalteca (1944-54) hasta los años 70. Se les respondió con fraude y represión. La lucha armada a la que acudieron como último recurso habría triunfado en El Salvador hace tiempo a no ser por la intervención estadounidense. La defensa armada del proceso revolucionario nicaragüense ha triunfado a pesar de la intervención, limitando ésta con un esfuerzo negociador notable de carácter político y diplomático. La resistencia armada en Guatemala no ha podido ser aplastada y mantiene probabilidades de crecer.

Sin embargo, la negociación no es una salida forzosa por la política imperialista de la administración Reagan. Su racionalidad no procede de la presión militar sin escrúpulos ejercida por esa política. En realidad, esa política condujo a un callejón sin salida para sus propios objetivos. Así lo reconoció el ex-Secretario de Estado Shultz y así lo acaba de reconocer el informe que el Comité de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano solicitó a la General Accounting Office (GAO), especie de contraloría independiente al servicio del Congreso.

Afirma la GAO que la política estadounidense hacia Centroamérica parece haber sido "guiada por la intención de contrarrestar el expansionismo del bloque soviético", pero al entregar grandes cantidades de ayuda militar a la región, lo que ha logrado es fortalecer el poder de los ejércitos locales "aumentando así la preocupación de que los gobiernos democráticos pierdan estabilidad". Es decir, la política de Reagan trató de prevenir lo que veía como totalitarismo en Centroamérica y terminó por minar la democracia. Sostiene además la GAO que "la pobreza masiva y las desigualdades económicas injustas existen hoy en la región en grado peor que hace una década". Es decir, la política de Reagan trató de provocar reformas y de diseñar iniciativas comerciales presuntamente favorables para Centroamérica y terminó por incrementar la miseria. Concluye también la GAO que la política estadounidense de presionar diplomática, económica y militarmente a los sandinistas "resulto en general ineficaz" y "ha tenido efectos negativos en el conjunto de la región". Es decir, Reagan pretendió extirpar el "cáncer" y el "cáncer" se extendió.

La racionalidad de las negociaciones procede mas bien de la decisión indomable que las mayorías populares centroamericanas tienen de vivir dignamente. La tendencia a la negociación es testimonio de su capacidad de dialogo. Las negociaciones son un triunfo de la movilización social, de la fuerza revolucionaria y de las estrategias de sobrevivencia del pueblo. Por eso son fuerzas populares las que han tomado la iniciativa de negociar en el momento estratégicamente oportuno -escuchando el sentir del pueblo e interpretando sus aspiraciones cuidadosamente- y son ellas también las que han puesto el marco de la agenda que hay que negociar. En esta agenda -ya se trate de la que el proceso revolucionario nicaragüense plantea o de la que plantean los otros dos movimientos revolucionarios de El Salvador y Guatemala- la primera exigencia es que se reconozca a las clases populares y a sus movimientos organizados como interlocutores con todo derecho. Es el pueblo el que no le teme al diálogo y el que lo aborda con mayor racionalidad desde su dignidad reconquistada. Por eso plante que las negociaciones se basen en nuevas relaciones internacionales que respeten la igualdad fundamental de los pueblos, en nuevas alianzas políticas mas flexibles, en un rescate de la seguridad publica y de la justicia de los tribunales, en una subordinación real del ejército al pueblo y sus legítimos representantes y, sobre todo, en una reestructuración de la economía que cree las condiciones para producir lo que el pueblo necesita y para repartirlo en verdaderas concertaciones económicas. A través de tales negociaciones se muestra la voluntad política del pueblo de ir alcanzando la paz haciendo avanzar en pasos cruciales la causa de las mayorías: la causa de la dignidad personal y nacional, de la autodeterminación y la democracia, de las condiciones de vida materiales y espirituales.

Esta fuerza popular es la que anima, afianza y otorga racionalidad a unas negociaciones a las que se convoca sin temor de que en ellas se pierda el camino hacia el proyecto de sociedades radicalmente nuevas. La conquista fundamental de esta década es el avance en muchos sectores populares de la convicción de que es la participación activa, la autoemancipación social, la liberación del pueblo por el pueblo organizado, el camino hacia un socialismo autentico, es decir hacia bienes materiales, políticos y culturales verdaderamente personalizados y socializados.

Desde la óptica norteamericana se comienza a imponer también esta realidad. La GAO comunica al Congreso en su informe que en lugar de preocuparse por aumentar la ayuda militar a la región, la preocupación debería ser por "el contrabando de drogas, la corrupción oficial, la pobreza masiva, las injustas desigualdades sociales y el creciente numero de refugiados". Todas ellas son también preocupaciones del pueblo centroamericano, no como sujeto pasivo sino como sujeto activo en cada vez un mayor número de sus sectores. También es la paz su preocupación y también esa realidad impone a la GAO, que recomienda que el gobierno estadounidense deberá "bajar su perfil" en centroamérica y "concentrarse en apoyar los esfuerzos centroamericanos de paz en lugar de las soluciones militares".

En Esquipulas IV ha llegado claramente la hora de la negociación para el conflicto nicaragüense. Al mismo tiempo, no han faltado los análisis que destacan que esta cuarta cumbre ha renunciado a la inspiración original de Esquipulas de abordar la resolución de los conflictos centroamericanos en su conjunto. Superficialmente, puede ser una apreciación correcta. No se puede descartar que los próximos presidentes centroamericanos no se sienten comprometidos con la obra de sus antecesores. Pero habiéndose mantenido el marco de las cumbres y habiendo mostrado su utilidad política, es improbable que su dinamismo no acabe también por hacer llegar la resolución, al menos, del conflicto salvadoreño. La realidad se va imponiendo con tenacidad y, si la propuesta del FMLN no logra un compromiso y las elecciones salvadoreñas se tiene en marzo, todo parece indicar que la fuerza conjunta del poderío militar del FMLN y de la movilización social de las masas puede provocar un estallido que haga imprescindibles las negociaciones. Para el conflicto salvadoreño se tienen en marzo, todo parece indicar que la fuerza conjunta del poderío militar del FMLN y de la movilización social de las masas puede provocar un estallido que haga imprescindibles las negociaciones. Para el conflicto salvadoreño -y más tarde par el guatemalteco- pueden preverse fases nacionales iniciales de negociación -al estilo de lo que fue Sapoá para el nicaragüense-, pero es difícil que las negociaciones no lleguen a plantearse finalmente a nivel regional para ayudar a superar los bloqueos nacionales y porque las consecuencias afectaran a toda la región.

De momento, las fuerzas revolucionarias y las populares en su conjunto están decididas a poner todas las condiciones para abreviar los conflictos. Dos son las condiciones fundamentales: aumentar la capacidad de presión sobre los proyectos populares, su capacidad de integrar fuerza militar con fuerza organizativa de movilización social par la participación, y plantear políticamente proyectos revolucionarios viables en la coyuntura actual.

La guerra ha sido en la experiencia nicaragüense -seguida de cerca por los otros movimientos revolucionarios- el camino par comprender que socialismo no significa estatismo, no quiere decir obrerismo industrial urbano como fuerza principal revolucionaria ni costosos y prematuros saltos tecnológicos para una rápida superación de la carencia de un bienestar mínimo de las mayorías. Al llevar a su limite la capacidad de los recursos de un pequeño país periférico para combinar defensa y sobrevivencia, la guerra ha catalizado un surgimiento mas rápido y transparente de lo insoslayable de una nueva vía al socialismo, seguramente lenta pero extensa, enraizada y bien fundamentada sobre la verdadera composición de las clases populares y de su potencial de alianzas y sobre la óptima utilización de los recursos naturales humanos organizativos y tecnológicos de los que partimos. La guerra ha iluminado también los márgenes reales de nuestra posición geopolítica y geoeconómica, afianzando aun mas la racionalidad de un no alineamiento político y militar y despertando la conciencia de la mutualidad de intereses económicos con los que nos podemos entrelazar internacionalmente en un mundo multipolar y de la solidaridad que podemos escapar y ofrecer para una interdependencia complementaria en un mundo global.

Como hemos analizado en las coyunturas nacionales, la concertación en Nicaragua y la propuesta del FMLN de "un proyecto pluralista y abierto, que se inserte con pragmatismo en la realidad interna y geopolítica" (Comandante Joaquín Villalobos), son consecuencias de esta experiencia histórica. En Guatemala, la URNG sigue también diseñando propuestas que permitan un dialogo nacional y, en el contexto de una gran alianza nacional, conduzcan a una solución política del conflicto armado. Ninguna de estas políticas supone la renuncia a caminar hacia el socialismo. Lo que suponen es una visión mas dialéctica del camino hacia el y un esfuerzo creativo hacia una genuina socialización de los bienes, impensable sin su relación complementaria con una autentica democracia. Sólo así se dialectizan justicia y libertad en una síntesis social cuyo rostro pertenece al futuro pero se dibuja ya desde hoy. El pueblo tiene la confianza de poder conseguir así la hegemonía de este proyecto a través del juego libre de conflictos y alianzas.

En este marco se va perfilando un nuevo planteamiento popular para las negociaciones. Se pretende negociar una relación con los Estados Unidos en términos de la menor confrontación retórica posible y basada en el respeto entre los pueblos, en el derecho internacional y en el no alineamiento de nuestros gobiernos. Se pretende negociar una autentica democracia con un pluralismo político real que excluya "las sociedades de partido unico" (Comandante Joaquín Villalobos) y transforme el carácter del ejército tratando de pegarlo al pueblo a través de una integración dialéctica de sus funciones tradicionales de defensa con las nuevas funciones económicas viables si se va adquiriendo el carácter de la fuerza popular mas disciplinada. Las fuerzas que se consideran vanguardia revolucionaria del pueblo ser perfilan en esta negociación política mas como catalizadores del esfuerzo participativo de las mayorías que como superpobladoras del estado. Se pretende negociar un alianza de fuerzas sociales lo mas amplia y numerosa posible, con una clara comprensión y definición de los intereses de cada fuerza y de sus sacrificios en pro del conjunto; y desde ahí concertar con las fuerzas opuestas la confianza para permanecer productivamente en nuestros países y el entendimiento de que en nuestros países no es posible ni un capital superprivilegiado en sus tecnologías, ganancias y estilos de vid ni un populismo tremendamente costoso a mediano plazo. Se trata de negociar un trabajo concertado, exigente y sacrificado, con una preferencia par paquetes de producción de bienes sanamente financiados, racionalmente administrados y tecnológicamente apropiados para las grandes mayorías del campo y de la ciudad. Se trata finalmente de negociar internacionalmente, en base a la concertación interna, paquetes regionales de reconstrucción y de relanzamiento del desarrollo en términos de una ayuda imaginativa y eficaz que trate a la región en su realidad de posguerra y permita la reconstrucción de los daños y la superación del retroceso económico estructural causados por la guerra y por la injusticia creciente de las relaciones económicas internacionales.

En la actual coyuntura, contribuir la autentica democracia que nunca hemos tenido, cuyo núcleo es la incorporación de las masas organizadas a la participación económica y al pluralismo político, es una meta revolucionaria. Tal meta no es el objetivo final, sino sólo una parte del camino. Implica la dignidad nacional y el rescate de la soberanía. Incluye la primacía del respeto a los derechos humanos, que comienzan con una organización de la economía para satisfacer las necesidades fundamentales de las mayorías y con el absoluto respeto a la vida y a la libertad de organización participativa. Exige compromisos de austeridad para reducir la desigualdad. Encierra mecanismos que garanticen el voto libre. Abarca el respeto y el aprovechamiento ético y simbólico del potencial religioso de las mayorías.

Los bloqueos mayores que se pueden esperar van a venir de tres fuentes: de una política irresponsable de los Estados Unidos que pretenda seguir militarizando los conflictos en El Salvador y Guatemala y abandonar a Nicaragua a sus crisis económica cerrándole el camino hacia una normalización de relaciones mutuas, y bloqueandole el acceso a sus mercados y a los créditos multilaterales; de un cinismo de la comunidad internacional que niegue a estos pequeños países la ayuda sustancial que necesitan para relanzar sus economías devastadas; y de una intransigencia de las fuerzas armadas y de las burguesías que desconozcan la imposibilidad de seguir manteniendo a las mayorías en niveles infrahumanos de vida y se nieguen a cualquier concertación social y política.

Los pueblos centroamericanos, en donde ha emergido ya un nuevo sujeto histórico plantean un desafío que, siendo realista, no renuncia a sus proyectos y los sustenta en su voluntad de participación y en su esperanza y su decisión de empezar a liberarse de su materia. Si la realidad se va perfilando como la hemos analizado, el desafío ético es contribuir con urgencia a que adquiera ese cuerpo y a que no triunfen los dinamismos obstaculizadores. Impedir que la crisis y el conflicto se institucionalicen en Centroamérica y proseguir buscando con firmeza una solución regional que no uniformice las diferencias nacionales, haciéndolas pasar por simétricas, sino que forje proyectos nacionales con destino regional, son los imperativos actuales para lograr que en Centroamérica no aumente el precio que en sangre y hambre el pueblo esta pagando.

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