Nicaragua
César Jerez: "La esperanza de los pobres no perecerá"
El sacerdote jesuita César Jerez murió en Bogotá en el mes de noviembre. Jerez, nacido en Guatemala y centroamericano por vocación, no se sentía más que nadie. Tampoco menos que nadie. Tenía clara conciencia de su dignidad. Y ésa fue la dignidad que reclamó para sus hermanos centroamericanos.
He aquí un perfil de su rica personalidad.
Equipo Envío
"Mi período como rector de la UCA termina el primero de diciembre. Yo siempre he sido enemigo de las reelecciones y si ya hice mi "servicio militar patriótico" durante seis años que no me pongan mas. Lo mas importante es la obra que queda y haber servido a Nicaragua. A donde vaya a ir se aclarara en la segunda quincena de octubre.
Lo que si puedo garantizar es que si me voy o si me quedo, la línea de la UCA se mantendrá, porque es una decisión de la compañía de Jesús. Yo creo que algunos pocos van decir: que bueno que por fin se va este! pero habrá muchos que dirán: hombre, que lastima que se vaya! Yo siempre he dicho que me considero un centroamericano nacido en Guatemala y mi mayor anhelo es servir a Centroamérica. He tratado de servir a Nicaragua con un gran cariño porque este pueblo me cautivo tremendamente el corazón. Eso lo saben todos los muchachos y todos los profesores con los que he tratado. Y en mas de una ocasión he dicho que muy a gusto estaría enterado yo aquí en Nicaragua. Pero los jesuitas somos gente muy disponible y si me dicen que mi puesto esta en la UCA de San Salvador, estoy dispuesto".
Así hablaba el padre Cesar Jerez en su última entrevista radial por radio Istmo de Managua, solo un mes antes de morir. El 30 de noviembre, exactamente cuando terminaba su período como Rector de la UCA de Managua, centenares de alumnos, profesores, amigos y hermanos de Cesar despedían en la UCA sus cenizas, que viajaban esa tarde a Guatemala para ser allí enterradas.
Fueron muchos - como el previo - los que lloraban porque se iba, no a la UCA de San Salvador, donde tanto y tantos lo esperaban, sino porque se iba para siempre. Murió en la plenitud de la vida y también en la plenitud de su popularidad en Nicaragua. Y aquí - como el quería - queda enterrado. Porque queda su ejemplo, su estilo de ser y de actuar, todo eso que luego germina y da fruto en los inviernos.
La revista Envío le iba a hacer, precisamente en este número de diciembre en que se despedía de la UCA de Managua, una larga entrevista para que evaluara sus seis años de rector y para que hablara de muchas otras cosas, también personales. Tan cerca estábamos de el, que lo fuimos dejando, posponiéndola en la seguridad de que encontraríamos un tiempo cómodo y largo para esa entrevista. Ya no la hubo. Tal como era Cesar, no le hubiera dado mucha importancia a esta descoordinación imprevista. Nos toca ahora con nuestras palabras y sin la evaluación de su trascendental gestión en la UCA, reconstruir algo de su vida y un poco de su rica personalidad.
Un mestizo centroamericano consciente de su dignidadVivió 55 años. Nació en agosto en un pequeño municipio del altiplano guatemalteco, San Martín Jilotepeque. En su pueblo, la mayoría era indígena. A el, mestizo, le gustaba decir que era un "indio sanmartineco". Cuando tenía solo cinco años murió su padre y a su madre, de 25 anos, con mucho esfuerzo y poco dinero le toco sacar adelante a cinco hijos, el mayor de ocho años. Sus dos primeras herencias - las raíces indígenas y la energía de su madre - marcaron para siempre su vida.
Con aquel mejor alumno de primaria de la escuelita parroquial de San Martín se entusiasmo el párroco, el padre Teófilo Solares. Y Cesar decidió hacer la secundaria en Guatemala, ya como seminarista en un seminario que dirigían los jesuitas. Allí los conoció, especialmente a dos españoles, que añadieron otras marcas en su vida. El padre Carmelo Sáenz de Santamaría, que había introducido la Juventud Universitaria Católica en Guatemala y el Padre José Ramón Scheifler, que leía a los muchachos los pasajes de Landivar en la Rusticatio Mexicana y los llevaba después a contemplar los paisajes que retrataban aquellas páginas.
De estas dos fuentes aprendió muy pronto Cesar Jerez a aspirar a un sacerdocio que transcendiera una misión estrictamente sacramental, ministerial o institucional. A los 18 años decidió entrar como novicio a la Compañía de Jesús, donde presentía que encontraría esos horizontes.
Cesar Jerez no cupo en San Martín Jilotepeque ni en Guatemala. Muy pronto se hizo centroamericano. En sus años de formación como jesuita en El Salvador conoció muchísimos de sus cantones, peregrinando a la par del gran arzobispo Mons. Luis Chávez y González en sus misiones. "Chavito" le tuvo un especial cariño a aquel muchacho tan lucido y tan orgulloso de ser un mestizo centroamericano. Fue una amistad que duro toda la vida. No se sentía mas que nadie. Tampoco menos que nadie. Siempre tuvo una clara conciencia de su dignidad y esa fue la dignidad que reclamo permanentemente para sus hermanos mestizos de Centroamérica, de América Latina, del sur. Fue una constante en su vida la afirmación profunda del valor humano de los que
nacieron en las zonas marginadas del mundo, como aquel San Martín Jilotepeque en el que el había abierto los ojos. Y todos los que le conocieron vieron alguna vez como "se le salía el indio" para callar o poner en su sitio a un norteamericano o a un europeo que pretendía darnos lecciones desde posiciones de superioridad o autosuficiencia.
Cuando estudiaba la etapa de magisterio - dentro de su formación como jesuita - en el Colegio Javier de Panamá, escucho de alguno de sus superiores, sacerdotes españoles, la duda de que los centroamericanos pudieran ser jesuitas cabales. Decidido, fue donde ellos y los interpelo directamente: "Díganme si valgo o no para jesuita, porque si ustedes piensan que no, mejor me dedico a otras ilusiones para las que creo tener capacidad: ser político, casarme y tener un montón de hijos. Pero si ustedes me dicen que valgo, ya no me lo pongan mas en duda". Con esa misma decisión, franqueza y entereza defenderá siempre el valor y a dignidad de los demás, empezando por los mas pobres.
La lucha por la justicia desde la primera horaTeólogo por el Teologado de San Jorge en Frankfurt, Alemania, obtuvo en 1972 la Maestría en Ciencias Sociales y el Doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago. Su vocación fue la política. La política como servicio. Era un hombre hecho para el liderazgo, con la rara habilidad de saber crear consenso, con una permanente lucidez para manejar las claves del dialogo y la negociación. Se encarnaba en el principio de que la política "el arte de lo posible" y siempre sabia certeramente que era lo posible. Pero siempre luchaba por hacer mas de lo posible porque también soñaba mucho. Visionario.
Entre otros sueños, el mas constante, el mas proclamado, era el de una sola patria centroamericana, borrar las fronteras entre nuestros países. Sus viajes, sus responsabilidades, sus estudios le hicieron soñar cada vez con mas fuerza en la integración centroamericana. Y medir realistamente sus posibilidades. A este tema dedico su tesis en Ciencias Políticas.
La oligarquía guatemalteca lo tuvo siempre en la mira. Desde el año 1969, cuando en la Facultad de Economía de la Universidad de San Carlos dio una conferencia sobre la violencia y hablo con voz alta de la 'violencia institucional' en forma de hambre, de marginación y de represión que imperaba en Guatemala. Desde l972 a 1976, cuando dirigió el Centro de Investigación y Acción Social (CIAS) de los jesuitas en Centroamérica. Desde que formo parte de aquella comunidad del barrio de la Zona 5 de Ciudad Guatemala, muy cerca del Mercado de La Palmita, que tenía las puertas abiertas siempre a todos y donde se reunían sindicalistas, antropólogos, políticos, intelectuales y sobre todo mucha gente pobre a pensar como construir una Guatemala mejor.
Mejor también para los indígenas, la mayoría de los guatemaltecos. Aunque Cesar nunca trabajó directamente en una pastoral indígena, si alentó desde el CIAS recién nacido y después desde sus otras tareas el trabajo que hiciera a sus hermanos protagonistas de su historia. Enamorado de las raíces mayas de su patria, de la historia indígena de Guatemala, de las ruinas, las cerámicas, los tejidos, los rituales, los colores y las cofradías, y sobre todo, de las valientes luchas de los herederos de los mayas por sobrevivir con dignidad. El Popol-Vuh, el Libro del Pueblo Maya-quiché, era uno de sus libros mas queridos y mas leídos. Reaccionaba muy duramente, muy "machetón", cuando veía cualquier menosprecio del ladino o del blanco ante el indígena.
Tampoco trabajó nunca como párroco. El trabajo pastoral que mas desarrollo fue la "conversación espiritual". Dar consejo, asesorar, conversar, escuchar, hacer hablar... Estaba especialmente dotado para eso y dedicaba mucho tiempo a esa forma de ser pastor.
A diferencia de otros muchos sacerdotes de este tiempo de la Iglesia latinoamericana, Cesar Jerez no fue un convertido por el impulso de los cambios y transformaciones que trajo Medellín. La lucha por la justicia y la dignidad de los pobres, el esfuerzo sistemático, pensado, dedicado, apasionado para transformar las estructuras que hacen pobres a los pobres, las intuiciones fundamentales de la teología de la liberación, fueron una constante en su vida. La suya fue una lucha decidida y firme, y a la vez llena de compasión, de inteligencia y de sentido del humor. Nadie que le conoció puede olvidar su sonrisa irónica, su risa franca, sus carcajadas. "No hagamos tragedia de lo que podemos llevar como comedia", fue uno de sus lemas y siempre lo ponía en practica.
En 1976, la tragedia del terremoto en Guatemala, que destruyó totalmente su pueblo y en el que perdió la vida su abuela, su hermana y tres de sus sobrinos, lo hizo crecerse. Entre los escombros, asumió su liderazgo y como alcalde improvisado supero el desanimo y la pasividad de las autoridades, organizando durante un mes la ayuda de emergencia, luchando para que llegaran a todos con equidad. Estando en esa tarea fue llamado a Roma para ser nombrado Superior Provincial de los jesuitas en Centroamérica.
Empujando hacia adelante a la Iglesia centroamericanaDesde 1969 los jesuitas centroamericanos habían iniciado un camino de profundos cambios, para cumplir con el objetivo del "servicio de la fe en la promoción de la justicia". El padre Ignacio Ellacuría y el padre Miguel Elizondo - el primero en una línea filosófica-política y el segundo en la línea de una nueva espiritualidad - habían ido fraguando las intuiciones originales de estos cambios. El primer período de transformaciones fue doloroso y traumático para muchos, que temían las consecuencias de esos cambios. Al Provincial Cesar Jerez le toco consolidar la línea iniciada, y sobre todo construir el consenso en torno a ella. Lo logró.
Por sus posiciones radicales, el 50% de los jesuitas de Centroamérica recibió su nombramiento con incertidumbre. En 1982, después de 6 años de ejercer esta responsabilidad, mas del 90% lo apoyaba en su línea y en su estilo de liderazgo y 17 de los 18 superiores de las comunidades jesuitas centroamericanas solicitaron en 1982 que se prolongara su provincialato mas allá del plazo normal. En abril de 1983, Cesar Jerez obtuvo 46 de los 51 votos posibles para representar a los jesuitas de Centroamérica como delegado en la Congregación 33 que los 20 mil jesuitas de todo el mundo celebraban en Roma.
Fue un jesuita cabal. "Para mi la Compañía de Jesús es un ideal muy alto - decía en su ultima entrevista radial -. Algunos dicen que somos una partida de zánganos que nos acomodamos a las circunstancias. Yo digo que si en nuestro modo de actuar tenemos la capacidad de dar la vida por principios en los que creemos, toda acusación de oportunismo sobra. Cuando uno pone en juego su vida, estas mañas del oportunismo desaparecen. La mayor credibilidad que podemos tener en si realmente estamos dispuestos a jugarnos todo lo que somos por la causa en que creemos".
Su tiempo como provincial (1976-1982) fue un continuo jugárselo todo. En El Salvador - su lugar mas habitual de residencia - aquellos seis años estuvieron cargados de tensiones y violencias contra los pobres y contra la Iglesia, que sufrió una despiadada persecución. En estos años se profundizaron las guerras de liberación del pueblo salvadoreño, nicaragüense y guatemalteco.
A Cesar - con su gran capacidad de discernimiento en situaciones limite - le toco tener que decidir continuamente sobre asuntos muy complejos. Le toco encargarse con entereza del dolor por el primer jesuita asesinado en Centroamérica, Rutilio Grande, cuyo martirio fue luz en la Iglesia salvadoreña y le ayudo mucho a construir el consenso de los jesuitas en torno a la lucha por la justicia. Cuando la Unión Guerrera Blanca, en mayo del 77 amenazo con matar a todos los jesuitas que trabajaban en El Salvador, no tardo una hora en decidir que todos se quedarían en sus puestos.
Y a la par, recorrió todas las comunidades aclarando a cada uno que el que no se sintiera con fuerzas, se sintiera también con la libertad de salir del país temporalmente. Le toco decidir sabiamente en varios casos de jesuitas jóvenes que decidieron incorporarse a los movimientos revolucionarios de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. En aquellos años, cuando Monseñor Romero se transformaba en la voz de los sin voz en El Salvador y triunfaba la revolución sandinista en Nicaragua, Cesar Jerez también daba su trascendental aporte en momentos que hoy vemos en toda su dimensión histórica. Su cargo y su capacidad de liderazgo y de dialogo empujaron a Centroamérica y a la Iglesia centroamericana hacia adelante.
Con enorme energía, incansablemente, trabajo por abrir a toda persona e institución del Primer Mundo al respeto por las personas e instituciones de nuestros países y a la solidaridad eficaz con nosotros, a la vez que aceptaba cualquier ofrecimiento servicial que hicieran. Su capacidad para este intercambio le hizo amigo de políticos, de obispos, de ejecutivos de organismos internacionales, de intelectuales, de congresistas norteamericanos y de comandantes guerrilleros. Aprovecho siempre el peso internacional de quienes tenían poder e influencia para poner estos al servicio de la causa de los pobres. Y se vínculo con todos los que, desde cualquier ángulo luchaban por esa causa.
Aprovechando la presencia en Honduras del General de los jesuitas, padre Pedro Arrupe - con quien le unían una gran amistad y una notable coincidencia de propósitos - lo invito y logro que viniera ya el primero de agosto de 1979 a Nicaragua. Arrupe, con la confianza que tenía con Cesar Jerez, miro la Nicaragua recién liberada con sus mismos ojos esperanzados y meses después formulo una consigna para todos los jesuitas que trabajaban en Nicaragua: "apoyo critico" a la revolución sandinista. Cesar amo a Honduras, conocía muy bien ese país, sus riquezas, las potencialidades de su gente. Fue el primer superior provincial que llego hasta la ultima parroquia que tenía los jesuitas en la zona garífuna, en Sangrelaya.
Llego hasta allá en canoa, como en otra película de "La Misión" y después contaba mil veces de un Delegado de la Palabra al que había conocido allí, marino de alta mar, con el que había hablado de Singapur, de Hamburgo y de Noruega, países que los dos conocían desde dos diferentes puntos de vista. Confiaba en las potencialidades de Centroamérica y con audacia y terca insistencia exigía confianza en los centroamericanos porque había conocido todos los rincones de estas geografías y a miles de sus gentes.
La última batalla: defender a los pobres del neoliberalismoPero Cesar tampoco cupo en Centroamérica. Su ser centroamericano lo fue abriendo mas y mas a América Latina -grande era su pasión por México y en los últimos 10 años por Cuba y su experiencia revolucionaria -. Consciente del poderío de Estados Unidos y también del europeo, busco tercamente la relación con todos aquellos grupos y personas que en Europa y Estados Unidos eran críticos de la orientaciones hegemonicas de sus patrias y estaban abiertos a la reserva de humanidad que existe en nuestros pueblos pobres y jóvenes.
Trabajó siempre con eficacia porque siempre trabajo en equipo, tanto proponiendo con su imaginación como apoyando y asumiendo la imaginación de los otros. La muerte le salió al encuentro en Bogotá, en una parcela mas de la Patria Grande latinoamericana, precisamente cuando con otros jesuitas del continente estaban preparando un proyecto que ayudara a profundizar en el sentido y las consecuencias de los programas económicos neoliberales que nos esta imponiendo el capital internacional y que están empobreciendo a nuestros pueblos y desnacionalizando a nuestros países. Cuando buscaba equipo alternativas a esta anticristiana avalancha del capital y en Managua lo esperaban para despedidas y en San Salvador para bienvenidas, llego la muerte.
Casi un año antes, cuando ya se había producido la crisis del socialismo en la Europa del Este y la derrota electoral del sandinismo, Cesar había participado en un congreso de estudiantes de la Universidad Católica de Chile.
"Desde nuestra opción preferencial por los pobres - dijo en aquella ocasión - no podemos alegrarnos del fin de las utopías sociales. Ni siquiera podemos proclamar dicho fin. Porque la muerte de las utopías sociales significa un duro golpe contra las esperanzas de nuestras mayorías empobrecidas. Desde nuestras universidades habrá que recordarle siempre a la civilización del capital que el fracaso de los modelos del socialismo real no significa el éxito del capitalismo.
Un sistema bueno solo para menos de un tercio de la población del planeta no puede ser un buen sistema. Las universidades han de contribuir a decir a nuestros pueblos la verdad de su situación-limite. Y junto a ellos deberán formular propuestas que ayuden a superar la protesta estéril. Las universidades deberán elevar la temperatura de las aspiraciones a la democracia a fin de que esta se desarrolle desde las bases de nuestros pueblos en forma totalmente participativas. El conocimiento universitario, para ser legítimo y cristiano, tendrá que irse haciendo pan de cada día en la mesa de mas y mas grupos populares".
Con estas ideas, forjadas durante muchos años, y mas firmes que nunca en estos años difíciles, se despidió el de la vida. Murió temprano, cuando aun tenía mucho que hacer y podía hacerlo. Compartió así la muerte "antes de tiempo" que tantos centroamericanos han sufrido - por hambre o por bala - en nuestros pueblos crucificados, identificándose con la muerte prematura de Jesús de Nazaret.
No murió mártir, de muerte violenta, pro si con la vida destrozada por la violencia que le hicieron quienes mataron a tantos de sus hermanos y lo denigraron a el personalmente. La crueldad humana, personal y estructural, que lucha contra la bondad de Dios, lo persiguió siempre y lo tensionó hasta quebrarle el frágil equilibrio de la vida.
Murió con esperanza. Esperanza en el Dios de los pobres y esperanza en los pobres de Dios. Midió las posibilidades de los pobres cuando experimentan solidaridad y conquistas márgenes de libertad para participar con creatividad en la historia y por eso esta convencido - como dice la palabra de Dios - que "la esperanza de los pobres jamas perecerá". La de él nunca se apagó.
Presintió que se moría El 7 de noviembre, su ultima noche en Nicaragua, le preguntaron si tenía miedo a que lo mataran en El Salvador. "Es buen tiempo ahora para morir", contesto. Cuando en Bogotá tuvo que estar en el hospital por una afección de riñón nada grave, pidió en tres ocasiones a amigos jesuitas colombianos que si algo le pasaba, lo incineraran y trajeran sus cenizas a Centroamérica. Lo dijo el día 17, en su ultima eucaristía. El 18 de noviembre tuvo un derrame cerebral que lo mantuvo en coma hasta el día 22, en que murió.
Después de que ya sabia que iría a la UCA de San Salvador, escribió en una de sus ultima cartas: "No pienso en el futuro, confió en el porque creo que es de Dios". En esa esperanza murió, cuando en el nuevo orden mundial quedan tan pocos espacios a la esperanza de los pobres y a proyectos que salven la vida del planeta y de la mayoría de los hijos de Dios que en el sobreviven.
Antes de dejar en suelo guatemalteco sus restos el domingo primero de diciembre - volvió a Guatemala "clandestino", camuflado en unos puñados de ceniza - sus amigos cantaron juntos: "Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad". Ese día el futuro ya será Dios.
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