Nicaragua
Pandilleros del siglo XXI: Con hambre de alucinaciones y de transnacionalismo
Los pandilleros nicaragüenses han evolucionado.
Pasaron de lanzar piedras a fumar “piedras”.
Y de los pies en la tierra, su territorio, el que defendían con arrojo,
pasaron a la mente en las nubes, por efectos de la droga.
El consumo y el comercio de drogas
ha pasado a ocupar el lugar central en sus actividades.
José Luis Rocha
La mención más conspicua de un pandillero nicagüense de los años 70 fue hecha por Ernesto Cardenal en sus memorias sobre la revolución sandinista. “Charrasca” era un famosísimo líder de una pandilla dedicada al consumo de marihuana y a las raterías en la ciudad de León. Él y su grupo prestaron valiosísimos servicios al Frente Sandinista de Liberación Nacional en sus operativos contra la Guardia Nacional durante la insurrección de 1979 que puso fin a la dictadura somocista.
HÉROES, PALADINES, VENGADORES, JUSTICIEROS...“Charrasca” y su grupo transitaron de delincuentes comunes a bandidos sociales, una evolución semejante a la de los bandidos de zonas campesinas estudiados por Eric J. Hobsbawm. Según este historiador británico, lo esencial de los bandoleros sociales es que son campesinos fuera de la ley, a los que el señor y el Estado consideran criminales, pero que permanecen dentro de la sociedad campesina y son considerados por su gente como héroes, paladines, vengadores, luchadores por la justicia, a veces incluso líderes de la liberación, y en cualquier caso personas a las que admirar, ayudar y apoyar. Se trata de hombres que se encuentran excluidos de la trayectoria normal de su gente y que, por tanto, se ven forzados a quedar fuera de la ley y a caer en la ‘delincuencia’. En conjunto, no son más que los síntomas de crisis y tensión de su sociedad: del hambre, la peste, la guerra o cualquier otra cosa que la distorsione.
Sin embargo, según Hobsbawm, cuando llegan los grandes momentos apocalípticos, las bandas de bandoleros, con sus efectivos disminuidos por las épocas de tribulación y de esperanza, pueden convertirse insensiblemente en otra cosa. Pueden, como es el caso en Java, fundirse con las amplias movilizaciones de campesinos que abandonan campos y casas para deambular por las campiñas llenos de una esperanza exaltada. O, como en el caso de Italia en 1861, pueden transformarse en ejércitos de campesinos. Pueden, como Crocco en 1860, dejar de ser bandidos y convertirse en soldados de la revolución.
Finalmente, Hobsbawm concluye: El bandido es valiente, tanto cuando actúa como cuando es víctima. Muere desafiante y bien, e innumerables muchachos de los barrios bajos y suburbios, que no poseen nada más que el don común -pero sumamente apreciable- de la fuerza y del valor, pueden identificarse con él. En una sociedad en la que los hombres viven subordinados, como auxiliares de máquinas de metal o como partes móviles de una maquinaria humana, el bandido vive y muere de pie.
Como la mayoría de los bandidos estudiados por Hobsbawm, “Charrasca” tuvo un final trágico. Pero su leyenda quedó para recordar que muchos pandilleros nicaragüenses de los años 70, navegando sobre la ola que la historia les ofreció en aquel momento, dieron un contenido social a sus desviaciones y violencias.
CHARRASCA: “EL PRÍNCIPE DE LOS LUMPEN”Éste es el “Charrasca” que Ernesto Cardenal retrata en “La revolución perdida”: Yo conocí a “Charrasca” en Cuba después del triunfo. Era como el príncipe de los lumpen, y ya se había hecho famoso en toda Nicaragua por ser el terror de la Guardia. Los guardias se corrían cuando oían una voz retándolos en la oscuridad de la noche: ¡Aquí está Charrasca! Esa vez en Cuba, en la casa de protocolo que me brindó Haydée Santamaría, se levantó la camisa y nos mostró todos los balazos que había recibido en el tórax, y que eran 17. Su odio a la Guardia era tan grande que lo llevó a cometer actos de extrema crueldad, como el amarrar a un guardia con alambre de púas, meterlo dentro de unas llantas de automóvil, y pegarle fuego a las llantas. Y por ese odio se alió con los Sandinistas. La alianza con el Frente no sólo fue de “Charrasca” sino de toda su pandilla: marihuaneros, borrachos, y anárquicos, y medio delincuentes, pero también muy valientes, y que no eran controlados por nadie sino por “Charrasca” al que obedecían ciegamente...
Poco después del triunfo de la revolución, “Charrasca” estuvo preso en el Fortín, junto con los reos somocistas, por no sé qué desmanes que hizo. Y no sé si fue más de una vez que estuvo preso. Lo que sí recuerdo es que fueron como dos o tres veces que salieron en el periódico auto-acusaciones que se hacía por errores e indisciplina, con la humildad de un hijo de Ignacio de Loyola. Y fue por eso mismo que lo habían enviado a Cuba, donde yo lo conocí, para rehabilitarlo más. Después que había regresado a Nicaragua, “Charrasca” tuvo como un ataque de locura, mató a varios familiares (no sé si entre ellos también a su esposa) y huyó en una moto perseguido por la policía. Cuando la policía le daba alcance, sacó su pistola y se mató. Murió precisamente en el mismo lugar frente a la iglesia de San Felipe donde recibió antes la gran cantidad de balazos que no lo mataron.
CON EL FIN DE LA GUERRA,
SER PANDILLERO DABA ESTATUSLa aplicación en Nicaragua del programa de ajuste estructural, y la compactación del aparato estatal iniciada por el gobierno sandinista a fines de los 80, coinciden con la reaparición de las pandillas juveniles en Managua. Las Pitufas, Los Pitufos, Los Mao Mao y Los Bariloche eran las más famosas. Algunos de sus miembros -ahora con más de 35 años- recuerdan aquellos primeros enfrentamientos entre pandillas como competencias en break dance y peleas con chacos y “cato a cato”, pero nunca con armas de fuego. También en otros países latinoamericanos brotaron pandillas con similares características. La mexicana Rossana Reguillo recuerda que la mara, la banda, la clica, el crew se convirtieron en alternativas de socialización y pertenencia, en espacios de contención del desencanto y el vaciamiento del sentido político. En estos espacios, fuertemente cifrados, codificados, en el sentido del honor, muchos jóvenes en América Latina encontraron respuestas a la incertidumbre creciente del orden neoliberal que anunciaba su rostro feroz en los 80.
De acuerdo al antropólogo británico Dennis Rodgers, muchos de los miembros de esta nueva ola de pandillerismo fueron jóvenes de 16-18 años que habían sido desmovilizados o desalzados del Ejército Popular Sandinista o de las fuerzas de la Contrarrevolución. Las pandillas hacían gala de estrategias militares bien planificadas y de batallas ritualizadas, con un gradual ascenso en el uso de armas peligrosas. Las pandillas tenían una estructura bien definida y cierto dominio de tácticas militares. Todo estaba al servicio de ese naciente sectarismo semántico y normativo con base territorial que arrastraba la onda de las pandillas.
Los individuos entrevistados por Rodgers, convertidos en pandilleros durante los primeros años de la década de los 90, mencionaron la misma razón para formar parte de una pandilla: el cambio de régimen en 1990 condujo a una devaluación de su estatus social. Su reconocimiento anterior, como defensores de la revolución o como luchadores por la libertad, había sido alto en el seno de sus respectivos contextos sociales. Formar una pandilla se convirtió en una forma de reafirmarse a sí mismos en una sociedad que parecía olvidarse de ellos rápidamente. Fue también una forma de recapturar algo del dramatismo, aún atractivo y casi adictivo, de las experiencias de guerra cargadas de adrenalina, peligro y muerte, pero también de camaradería y solidaridad, que habían vivido como militares o guerrilleros.
Esta relación entre el fin de la guerra y los brotes de pandillerismo también fue detectada por el antropólogo guatemalteco Ricardo Falla: Con la paz, sucede como con el auge de las nacionalidades, la estructura de enfrentamiento bipolar cede, y afloran las tensiones internas de los países. Después de las guerras quedó violencia en el ambiente, quedó un know how de manejo de armas y fabricación de armas caseras y quedaron grupos del crimen organizado, que aunque distintos de las maras juveniles, parece que las fortalecen directamente, utilizándolas, directa o indirectamente.
Para Rodgers, las pandillas y sus prácticas violentas proporcionaban a las poblaciones de las vecindades pobres un sentido concreto de pertenencia del que carecían a nivel de ciudad o de nación, por la inseguridad crónica y ampliamente diseminada que predominaba entonces en Nicaragua. Rodgers encontró que, en el barrio de Managua, donde realizó su trabajo de campo, aparte de las iglesias evangélicas y de las pequeñas redes de amigos o de grupos que intermitentemente se juntaban, no existían formas de organización colectiva juvenil alternativas a la pandilla. Desde esa perspectiva, encontró que las pandillas podían ser vistas como un último reducto de colectividad social en un contexto de desconfianza generalizada y atomización social.
DEFENSORES DEL BARRIO
CON UN CÓDIGO DE HONOR Desde entonces, el robo era una actividad predilecta de las pandillas. Pero los pandilleros nunca destinaron esos ingresos ilícitos a la economía familiar. Siempre los gastaron rápidamente en cigarros, alcohol, pega de zapatos -una de las drogas más baratas y comunes- o marihuana, que solían ser parte del consumo de la pandilla. En 1999, investigadores de la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua realizaron la segunda investigación sobre pandillas en el país. Uno de los hallazgos fue el sentido de cuerpo barrial que se construía con las distintas formas de militancia en la pandilla. En el “cuerpo” se incluía a los adultos como proveedores de armas, municiones, dinero, información y protección frente a la policía y los reclamos de las víctimas. Por eso se hablaba de pandillas de hasta 80 miembros.
Los pandilleros gozaban de una amplia aceptación dentro de los confines de su barrio. Eran los defensores del barrio. Las pandillas de los otros barrios, esos “ellos”, eran la amenaza. Las peleas entre pandilleros -la principal de sus actividades- tenían un objetivo grupal y una serie de beneficios individuales: la obtención de fama, respeto y poder. Los jóvenes controlaban el barrio, hacían valer su ley. Su rol de defensores y legisladores barriales operaba como un dispositivo elevador de estatus y de respeto. Las peleas satisfacían su hambre de imagen: su fama se expandía trascendiendo las fronteras barriales.
Para que la pandilla como institución funcionara existía un código de honor, una normativa tácita a la que todos se sometían. Uno de sus artículos medulares era la prohibición de robar en el barrio. El pandillero era un protector del barrio, y no podía poner en peligro a sus habitantes ni socavar el respeto que había edificado. No estafar a los compañeros de robo -hacer “bajín”, “írsele arriba”- era otro artículo básico del código. El criminalista estadounidense Edwin Sutherland encontró una norma idéntica entre los ladrones estadounidenses: Engañar a los colegas, es decir, declarar menos de lo que se roba y quedarse con la diferencia, constituye el más horrible crimen que imaginarse pueda. Entre los pandilleros del Reparto Schick, la delación -ser un “bombín”- constituía la peor de la faltas y era severamente penalizada.
Uno de los informantes de Sutherland describió así el papel del código y de la censura contra los delatores: Existen pocas reglas morales establecidas entre los ladrones, pero sí un buen número de reglas tácitas... Es una ley admitida por todos que no debe haber delatores entre los ladrones. Los casos de delación son tan raros que apenas es necesario referirse a ellos... Si un ladrón hiciese una delación, los otros ladrones no se rebajarían a pagarle con la misma moneda. Disponen de métodos más eficaces: basta con extender la noticia de que es un soplón y se le acabó el oficio. La delación pone en peligro la supervivencia del grupo. En la pandilla, cuyo sentido de la fidelidad al colectivo está en el núcleo de su razón de ser, la delación es el delito -la conducta desviada, si se quiere- más cruelmente castigado. Con violaciones colectivas y/o rasuradas al rape en el caso de las mujeres y con palizas o el asesinato en el caso de los hombres.
DE LANZAR PIEDRAS A FUMAR “PIEDRAS”La evolución del perfil y funcionamiento de las pandillas nicaragüenses entre 1999 y 2005 ha sido notoria. Las motivaciones, procedimientos y énfasis en las actividades han cambiado. El mayor cambio -del que se desprenden otros- puede ser sintetizado diciendo que los pandilleros pasaron de lanzar piedras a fumar “piedras” -el crack-. Transitaron de los pies en la tierra, que fue la defensa del territorio, a la mente en el espacio por efecto de la droga. Esto no significa que anteriormente los pandilleros no se drogaran con “piedra”, marihuana, pegamento o cocaína. Pero sí expresa un cambio en el énfasis de sus actividades. El consumo y comercio de droga ha pasado a ocupar un lugar central, desplazando enteramente a la defensa del barrio o a las reyertas en territorio enemigo.
Los pandilleros más activos se muestran más renuentes a ofrecer información sobre sus actividades. Algunos ejercen de “muleros”, y todos conocen al detalle hasta el más inocuo expendio de drogas en un radio de un kilómetro y frecuentemente tienen información del tráfico en barrios muy alejados de su residencia. No sólo deben protegerse a sí mismos, sino a toda la compleja red en la que están insertos: los capos que los abastecen y colman de obsequios, los clientes que demandan sigilo, los vecinos que los encubren y los policías que les venden caro su silencio y colaboración.
La muerte ya no obsesiona. La piedra, la marihuana y la cocaína son la ruta de escape, el vínculo que cohesiona -hay mucho consumo colectivo- y la actividad que compromete y proporciona un estatus. Las nuevas ocupaciones como consumidores o facilitadores del comercio de drogas pueden ser, al menos en parte, efecto de la “universidad” de los pandilleros: Si la calle es la escuela de la pandilla, la cárcel es la universidad, asegura Falla. Algunos pandilleros que entrevisté durante una investigación llevada a cabo en 1999, se vincularon a lo largo de su estadía en la Cárcel Modelo de Managua a pequeñas bandas de comerciantes de droga. Pero esos vínculos son sólo un aspecto del cambio, una de las condiciones que lo hicieron posible. La condición de posibilidad estructural fue la multiplicación del comercio de drogas en Nicaragua cuando los grandes carteles se vieron obligados buscar nuevas rutas que terminaron pasando por Centroamérica.
El creciente consumo de drogas requiere crecientes ingresos. Los pandilleros deben optar por drogas legales y más baratas -como las bebidas alcohólicas- para desprenderse del estigma de delincuentes -y sólo ser considerados como “pirucas” o cargar con ese estigma y tener siempre dinero disponible para la droga, obtenido por atracos y robos a mano armada. Una cosa lleva a la otra: la droga empuja hacia los robos. Los menos atrevidos se convierten en “roba ropa mojada”: entran a los patios de sus vecinos a robar la ropa que, recién lavada, cuelga de los tendederos. El pandillero ha dejado de ser un defensor del barrio para aparecer, ante todo, como un delincuente, un asaltante de patio y calle, o alguien que se mantiene en la calle y que se siente más identificado con el apelativo de “vago” que con el de pandillero.
YA CON OTRA IDENTIDAD
Y AHORA CADA VEZ MÁS JÓVENES Muchos jóvenes hablan de ser parte de un grupo, no siempre autoidentificado como pandilla. Pero es frecuente que para los grupos vecinos reserven la etiqueta de pandilla y continúen llamándolos por los nombres que tuvieron y que ya no usan. Debido a esta disolución de la identidad, los colectivos pandilleriles son bautizados con títulos menos honrosos, haciendo una vaga referencia a un rasgo de la zona que habitan o aludiendo a su principal actividad: “Los de la adoquinada”, “Los roba-patos”... Este declive de la identidad está ligado a la degradación del código.
El abandono de una considerable porción del código de honor, de esa ética aglutinadora, fue uno de los más palmarios síntomas del cambio operado en las pandillas nicaragüenses desde antes de 2002, ahora extremadamente visible. Por un lado, el relajamiento de su ética está asociada a la pérdida de cohesión interna de la pandilla, un fenómeno directamente relacionado con el comercio de drogas. Por otra parte, esa laxitud significó que los pandilleros empezaron a robar en el barrio. Dejaron de ser percibidos como los defensores del barrio, en una acelerada erosión de su capital social. Los mismos efectos de la droga relajan cláusulas del código antes sagradas, como la de no robar a los vecinos. La vulnerabilidad de éstos expresa el deterioro del capital social de los pandilleros y del barrio. Rodgers encontró que en 2002 los pandilleros eran percibidos como una presencia intimidatoria y amenazante y que ya no estaban imbuidos del ethos de amor al barrio.
Otro cambio es el rango de edad de los pandilleros. Sus edades han ido descendiendo. Mientras en 1999 la norma era tener entre 18-25 años de edad, en 2006 la mayoría oscila entre los 15-18 años. Muchos de los cabecillas y miembros de mayor edad están en prisión. Acercarse a la mayoría de edad, y por tanto salir de la cobertura protectora del Código de la Niñez y Adolescencia, opera como un desincentivo de las actividades pandilleriles. Es como si ponderaran que al pasar a la mayoría de edad “la cosa va en serio”. Algunos de ellos derivan entonces hacia otras actividades. Ser “mulero” o poner un expendio de drogas es una forma muchas veces menos peligrosa y casi siempre menos visible de delinquir, además de ofrecer ventajas pecuniarias. Incluso es una forma en la que más fácilmente se pueden lograr arreglos con la Policía. Sin embargo, en 2006 aún encontramos que muchos pandilleros entrevistados en 1999 -que entonces se contaban entre los más veteranos y actualmente están bien entrados en los 30 años -continuaban una intermitente carrera pandilleril, apenas interrumpida por algunas estadías en prisión y ocasionales servicios en pequeñas bandas de adultos asaltantes.
TRANSFORMADAS, DINÁMICAS, IRREDUCTIBLES... Las transformaciones principales que han experimentado las pandillas nicaragüenses son: descenso de la edad promedio, declive de los enfrentamientos, pérdida de interés en la defensa del barrio, relajamiento del código de honor, robos a los vecinos del barrio, erosión de la confianza de los vecinos hacia los pandilleros, disolución de la identidad de pandillero, atomización de la pandilla, interés principal por el consumo y comercio de drogas al por menor.
Pese a que muchos de sus cabecillas y demás miembros han sido recluidos en las principales cárceles del país, las pandillas se muestran irreductibles y con una capacidad aparentemente ilimitada para reclutar nuevos militantes. La permanencia de la mayoría de los nombres de las pandillas, la diseminación de la leyenda de muchos de sus miembros y el reclutamiento persistente, aunque disminuido, reflejan su autonomía estructural.
La institucionalización de su dinamismo es perceptible en varios dispositivos identitarios. Algunos persisten con el mismo vigor, con los apodos del terror y de la segregación transmutada en emblema: Zapatito Junior, Zayayín, La Pantera, Gargolita, Culo de Tabla, El Gato, El Chicho Renco, La Carla Tuerta, Gallito, el Gordo Manuel, Anticristo, Tres Ojos, Tabo Chintano... Otros se han debilitado, como la construcción de identidades bien delimitadas y ferozmente reñidas: la identidad positiva del guerrero, el que “va sobre” o el “dañino”, opuesta a la identidad negativa de los “peluches”, “gilbertos” y “ponkys” es menos visible. Esta oposición y supremacía de los “dañinos” sobre los “gilbertos” tenía sentido cuando -como observó el antropólogo Gonzalo Saraví entre jóvenes argentinos- la demarcación entre unos y otros es la participación e involucramiento en la cultura de la calle. Así, los aislados son quienes no comparten las normas, valores y prácticas que caracterizan a la cultura juvenil dominante en el barrio. También llamados ‘giles’ por los integrados, viven en el mismo barrio, y van a la escuela o trabajan, no consumen drogas, no se involucran en actividades violentas y/o delictivas.
LAS DROGAS ABONAN LAS PANDILLASDesde finales de los años 90 se registra una expansión del consumo y comercio de drogas en Nicaragua. De hecho, la expansión del narcotráfico es un problema cuya gravedad y potencial productor de caos fue identificado al menos desde 1994. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha identificado el consumo de drogas y el narcotráfico como dos de los mayores problemas que enfrentan las comunidades indígenas de la Costa Caribe de Nicaragua. En muchos lugares de esa vasta región se cultiva la marihuana y se fabrica el “crack” con la cocaína que les llega de Colombia.
El Ministerio de Gobernación estimó en 2002 un promedio de seis mil consumidores diarios de droga en Nicaragua. Una encuesta aplicada en 2001 por el Consejo Nacional de Lucha contra las Drogas encontró que entre los estudiantes varones de secundaria: 5.1% consumían “crack”, 10.5% fumaban marihuana y 5.7% inhalaban pegamento. Los costos para pequeñas dosis son moderados: 10 córdobas (casi medio dólar) la ración de piedra, 10 la de marihuana, 8 la de pegamento y 50 la de cocaína, para quienes consumen la más barata. Según el diagnóstico de seguridad ciudadana realizado por el Ministerio de Gobernación, los delitos y problemas de drogas se están incrementando a nivel nacional, subiendo, entre 1997 y 2001 de 21.74 delitos a 23.47 delitos por cada 100 mil habitantes. Los expendios de drogas han pasado de 857 en 1999 a 1,289 en 2002. En algunas ciudades, como Bluefields, los expendios de droga prosperan a vista y paciencia de la Policía Nacional.
En 2001, la Policía Nacional registró la existencia de 409 expendios de droga en los ocho distritos de la capital. El 28% de los expendios de Managua (115) están ubicados en el distrito V, donde se encuentra el Reparto Schick. Los expendios de droga de ese distrito alcanzan casi el rango de monopolio en la cocaína y la marihuana, al concentrar, respectivamente, el 66% y el 59% de los puestos de venta en la capital. El diagnóstico de seguridad ciudadana denunció que el distrito V rebasa con holgura al resto de distritos en número de expendios y asocia el boom de la droga en Nicaragua a la disponibilidad creciente debida a la condición de país de tránsito.
El llamado “efecto derrame” deja en el país parte de la droga para su comercialización y consumo local porque el crimen organizado paga a los traficantes locales con drogas. Según Falla, con la globalización se aumenta el narcotráfico en todo el mundo y las pandillas de los Estados Unidos se multiplican al ser las ‘retailers’ de la droga”. Algo semejante ocurre con las de Centroamérica: La droga es un fertilizante poderoso para el crecimiento de la mara.
“MARÍAS LLENAS DE GRACIA”
VIAJAN POR TODA CENTROAMÉRICALas mujeres -llamadas “muleras” o “mulas”- son predilectas para el traslado de drogas. Los narcos las contratan porque son menos propensas a despertar sospechas en la policía, porque las patrullas o retenes no siempre disponen de mujeres policías que hagan una revisión minuciosa y porque las faldas camuflan mejor la mercancía clandestina. Nunca van solas, sino acompañadas de hombres que van distribuyendo coimas cuando ellas corren el riesgo de ser descubiertas. Esos escoltas vigilan cada movimiento y evitan que ellas hurten la mercancía.
Una vez, cuando era novata, me les quise ir arriba -me comenta Ángela, una mulera de larga experiencia- y me bajé en Honduras para vender ahí los paquetes de coca. Me agarraron y me enseñaron fotos de mujeres golpeadas y de niños partidos en pedacitos. ‘¿Vos creés que vas sola? Vos no vas sola’, me dijeron. Con esa advertencia tuve suficiente.
Las muleras recogen los paquetes en Costa Rica, Managua o Bluefields y los trasladan hasta Guatemala, envueltos en un papel de aluminio muy flexible que se acopla a las formas del cuerpo. Los paquetes se los adhieren generalmente a las piernas con cinta adhesiva. Una licra y tres faldas son de rigor para asegurar un discreto traslado. De esta forma se pueden trasladar varios kilos. Algunas logran transportar seis paquetes o más, y ganan 600 dólares por cada paquete. Otra modalidad de camuflaje consiste en ingerir la cocaína embutida en pequeños “dedos” u “óvulos” atados por un cordel. Son pequeñas ampollas del tamaño de un dedo de adulto. Los narcos pagan 20 dólares el traslado de cada “dedo” desde Nicaragua hasta Guatemala. Sus portadoras no deben comer ni beber durante todo el trayecto. Algunas muleras llegan a engullir más de 120 “dedos”. La misma historia de la colombiana “María, llena eres de gracia”, llevada al cine recientemente.
Durante sus viajes a Bluefields, muchas muleras traban contacto con capos de la zona dispuestos a venderles droga a un bajo precio. Y se animan a comprar algún kilo para su propio beneficio. Ese kilo, por el que pueden pagar alrededor de 400 dólares, lo colocan en Managua en los pequeños expendios o lo venden a los capos locales. Para los narcos, siempre resulta más rentable vender su droga en Estados Unidos: cuanto más al norte llegue, mejor será el precio. La mayor parte de lo que se comercializa en Nicaragua es la viruta del comercio de gran escala, las minúsculas limaduras de esa fricción que genera el gran flujo.
CONECTADA CON LA ECONOMÍA
DE LA DROGA DEL BARRIOLa droga, su consumo y su comercio, ha operado como el más importante catalizador de las actividades pandilleriles en los últimos dos años. Las drogas llegan a más jóvenes que la pandilla, pero a veces la pandilla puede ser el lugar de iniciación a su consumo y el vínculo con su comercio.
Con la introducción de la droga, las actividades violentas e ilícitas de algunos jóvenes evolucionaron. Rodgers encontró que en 2002 la pandilla estaba íntimamente conectada con la economía de la droga del barrio, participando en el comercio y consumo de cocaína, especialmente en su forma de “crack”, mejor conocida en Nicaragua y otros países como “piedra”. Rodgers afirma que la pandilla -como organización dominante en el manejo de instrumentos de la violencia en el barrio- se encontraba idealmente posicionada para proporcionar el tipo de regulación necesaria para el narcotráfico local, mientras el narco del barrio, en su calidad de anterior miembro de la pandilla, estaba conectado a la pandilla en forma adecuada para involucrarla en su negocio.
En su informe bianual de 2004-2005, el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH) menciona que algunos de estos jóvenes que integran las pandillas también se dedican a proteger y suministrar información a los expendedores de droga en los barrios, representando un enorme potencial para el crimen organizado.
PANDILLA-DROGA: UNA SIMBIOSIS
QUE EXPLICAN VARIAS RAZONESLa droga ha moldeado la finalidad -y también la frecuencia- de los robos. Antes la motivación del robo era principalmente tener una historia que contar o invertir en armas, drogas y dispositivos de identidad como tatuajes y ropa de marcas cotizadas. Ahora, la droga absorbe casi la totalidad de los ingresos lícitos e ilícitos. El número de expendios de droga está en proporción directa al vigor de la pandilla juvenil y al calibre y número de sus armamentos. La presencia pública ha cambiado, ha dejado de ser grupal. Si anteriormente el consumo permanente de drogas era incompatible con la principal actividad de los pandilleros -las peleas-, en la actualidad, la presencia en los espacios públicos como grupo es incompatible con uno de los objetivos, la venta de drogas.
En 2003, me contaba el joven Wilson Arce que las pandillas de tres barrios eran más fuertes debido al flujo de droga. En el barrio Augusto César Sandino, donde la pandilla estaba un poco más aletargada, sólo existían un vendedor ambulante, cuatro expendios de pega y tres de “piedra” y marihuana. En contraste, la zona bajo control de la muy temida pandilla de La Mora concentraba cinco expendios de pega y dieciocho de “piedra” y marihuana. Los mayores vínculos de esa pandilla con los expendios de droga hacen que su arsenal de pistolas y fusiles AK-47 fuera envidiado por otras pandillas. Era de común conocimiento que Los Salseros, Boleros y Cevicheros tenían AK-47, mientras otras pandillas, menos ligadas a la droga, sólo atacaban con pistolas, piedras y machetes.
La simbiosis pandilla/droga funciona a tal punto que a veces el quiebre de los expendios de droga coincide con la merma de una pandilla y sus actividades. De hecho, el declive de la pandilla del barrio Augusto César Sandino coincidió con el desmantelamiento policial, en el año 2000, de uno de los más fuertes expendios de droga que hubo en esa zona, regentado por ‘Pelo de Lluvia’. Uno de los pandilleros del barrio asegura que a su negocio llegaban fresones y policías. Lo quebró la policía en el 2000. Pero lo quebró la central de Plaza del Sol, porque los de la delegación del Distrito V estaban trabajando con él.
Las razones de la correlación pandillas/drogas son diversas. Las pandillas han incorporado la droga al abanico de sus actividades e incentivos ineluctables -donde hay más posibilidades de comprar droga, hay más estímulo para robar-. Los policías involucrados en los circuitos de la droga pueden estar facilitando armas a los pandilleros mejor insertos en los mismos circuitos -son quienes disponen de dinero para comprarlas-. Las pandillas pueden garantizar que la competencia no penetre en determinado nicho de mercado. Y las peleas de las pandillas pueden eventualmente servir de táctica diversionista para desviar la atención de los peces gordos de la droga y sus locales, o incluso justificar las consuetudinarias incursiones en el barrio de los policías involucrados en el tráfico de drogas. En definitiva, el comercio de drogas se beneficia de la presencia de pandillas y estimula, por diversas vías, su supervivencia.
LA GEOGRAFÍA DEL BARRIO
Y EL PRESTIGIO DE LOS CAPOSLa geografía del barrio puede ser un factor atractivo que define si un capo lo toma como base de operaciones. La existencia de callejones sin salida en ciertos puntos y de vías de rápida evacuación hacia otras zonas, o de veredas erizadas de obstáculos para quienes no sean transeúntes habituales, sirven para burlar a la policía. Los pandilleros muestran cómo límites de terrenos con alambradas y pequeños cauces son muy apropiados para dar el “esquinazo” a los policías y resultan convenientes para emplazar expendios de droga. Dos factores geográficos que favorecen el flujo de la droga en ciertos puntos del Reparto Schick es su proximidad a los centros de diversión y la existencia de una enorme calle principal que permite pasar por el reparto y hacer transacciones sin verse obligado a penetrar en los meandros más ‘calientes’. En el distrito V, a poca distancia del Reparto Schick, se encuentra una de las zonas de diversión más vigorosa: el Camino de Oriente. Y justo al lado de ese reparto está el residencial Las Colinas, barrio de clase alta, que aloja a muchos de los clientes “fresones”, habituales de los expendios de droga del Schick.
Los jóvenes -pandilleros o no- encuentran dificultades para asegurarse su consumo de drogas. En parte, porque el paso del consumo de marihuana al de “piedra” incrementa los costos, en parte porque la tasa de consumo se ha disparado, dado que las dificultades no económicas para obtener droga son menores y debido a que la “piedra” es más adictiva. Algunos son menores de edad y eso evita problemas con la ley. Hay “muleros” de diez años. Capos y adolescentes extraen beneficios de la vigencia del Código de la Niñez y la Adolescencia. El comercio y el consumo están reñidos. El vendedor nunca es un adicto irredento. No puede serlo porque sería de nula confianza para el capo: puede consumir su mercancía, llamar la atención y ser más vulnerable en las persecuciones policiales. Pero existen muchos servicios que un pandillero adicto puede prestar a cambio de la droga: trueque por bienes robados, protección, distracción de la policía...
El gran capo del Reparto Schick goza de un enorme prestigio. Tiene una flota de quince taxis y les suele regalar guaro y hacer fiestas a los pandilleros. Los taxis son una forma de reciclar el dinero “mal habido” e introducirse en los circuitos comerciales legales. Además de los taxis, tiene un camión y varias casas. Su posibilidad de operar depende de las relaciones, de las inversiones y de respetar cierto código. Ese maje es bien tuanis con nosotros -dice “Caifanes”-. Por eso nadie lo bombea. Pagó 1,300 varas en música ranchera en el último bacanal. Es buena nota. Regala guaro y mujeres. Es un maje grueso. Abastece a todo el distrito V. El expendio de la Tomasa lo quebraron el año pasado. Daba puro bicarbonato. Nos chaveleaba y por eso la bombeamos. Pero este maje es la ley.
Este capo, el “Grueso” compra lealtades haciendo inversiones en los jóvenes. Posiblemente algunos de ellos se han beneficiado de empleo en la flota de taxis. Aquí entra en acción el ethos redistributivo: al “Grueso” no lo denuncian porque comparte. A la Tomasa la “bombearon” porque les daba gato por liebre. Los pandilleros introducen incluso expresiones exculpatorias sobre el “Grueso”: Se metió en el negocio de los taxis para trabajar honradamente. Él quiere dejar la droga algún día y hacer algo legal con el dinero que está ganando.
POLICÍAS: TIENEN UNA PÉSIMA IMAGEN
Y SON PIEZAS DEL ENGRANAJEEn relación a la droga, la policía tiene una pésima imagen. “Caifanes” asegura que la mayoría de los policías son drogos. La Cochona y la Araña tienen expendios y trabajan con la policía. Tienen sus bróderes ahí que les avisan si sale una orden de cateo. Cuando llegan, ya se han desaparecido o escondido las mercancías. La impunidad en este micronivel es reflejo de la impunidad en el nivel macro, que también involucra al Poder Judicial. Año tras año aumentan los casos resueltos a favor de los procesados por narcotráfico, los peces gordos del negocio.
La visión de algunos es que el trabajo de la Policía -cuando no ha sido previamente abortado por los narcopolicías- se desvanece en los tribunales, compuestos por una red de magistrados de apelaciones y jueces que anulan procesos, absuelven, indultan, sobreseen o liberan bajo fianza a los acusados. En marzo de 2003 se investigaban 92 casos de corrupción vinculados al narcotráfico que involucraban a funcionarios judiciales. De entonces a acá, ¿cuántos más?
Los Jefes de sector de la Policía Nacional conocen al detalle la ubicación de todos los expendios y capos. Conocen sus casas, nombres, propiedades, rutinas, relaciones. Pero la red de narcopolicías hace imposible los cateos exitosos, salvo cuando los vendedores infringen alguna cláusula del código local. Todo depende, por tanto, de las redes sociales que el capo teja. Si el tejido es muy sólido, un Jefe de sector tendrá un fuerte desincentivo para montar un operativo de desmantelamiento del expendio porque se juega su futuro en el barrio. El enfoque hipócrita del Ministerio de Gobernación opera en dirección contraria a la lógica más elemental, pero en sintonía con la lógica del poder. Su estrategia consiste en que los expendios son el factor principal a neutralizar, puesto que a partir de ahí empieza el proceso de corroimiento de la sociedad. No quieren tocar a los verdaderos “gruesos”. Pero esa estrategia de las élites del Ministerio de Gobernación tropieza con la estrategia de supervivencia local y con las redes de pandilleros, policías, pequeños capos y demás habitantes del barrio.
A veces, la droga ha hecho que los “vagos” se conviertan en los más trabajadores. Por ejemplo, acarrean agua cuando falta agua en el barrio, y eso da lustre a su imagen. La comunidad sabe que, pagándoles por el acarreo de agua, financian el consumo de piedra y marihuana. Si de Bluefields se dice que de la bonanza de la droga depende la subsistencia de muchas familias, del Reparto Schick se puede asegurar que la droga ha hecho prosperar a muchas familias. La “universidad” del circuito de la droga ha multiplicado sus recintos. La droga es el gran catalizador de muchos procesos del barrio: movilidad social de algunos miembros, generación de excedentes destinados a otras inversiones, relaciones con la policía, beligerancia de la pandilla. En ausencia de actividades de la Secretaría de la Juventud y de otras instituciones estatales, a lo que se suman las limitadas soluciones que ofrecen en los documentos los programas de seguridad ciudadana -trabajo y recreación-, las redes ligadas a la droga y los robos seguirán prosperando. Y el Reparto Schick seguirá a la cabeza en existencia de expendios de droga. Los policías -por temor o por complicidad- serán un engranaje más en la maquinaria del narcotráfico.
EL CONSUMO REFUERZA EL GRUPO
Y METAMORFOSEA AL CONSUMIDOR Aunque la pandilla esté más atomizada, para existir como tal requiere un mínimo de vida colectiva. El consumo es una de las actividades que más convoca al grupo. Los jóvenes se reúnen en casas abandonadas, predios vacíos, esquinas o en la casa de algún miembro del grupo cuyos padres están ausentes. Como todo consumo, el de la droga es un clasificador social. Los tipos de droga y los lugares distinguen al adicto de pedigrí del vicioso pedestre. El consumo callejero de pega y “piedra” es para los “vagos” sin redención. La marihuana en la casa y el bar o la coca en el night club es para los más acomodados: La coca me estimulaba -dice Adolfo García-, y a la vez me hacía sentirme muy superior a los piedreros. Me alegraba ser del nivel de los consumidores de coca. Algunos hacen gala de sus dotes de catadores: Me las lanzaba de catador. Probábamos el producto antes de comprarlo. Si el producto me entumecía al instante la lengua, entonces era bueno. También tiene que tener un penetrante olorcito a flor. Si se sentía amarguito, el producto era malo.
El consumo colectivo refuerza el sentido de grupo. La droga se comparte. Los “churros” de marihuana se pasan de boca en boca. Juntos se experimentan temerarias combinaciones: los “bañados” son “churros” de marihuana en los que se insertan algunas piedras. Su costo es mayor, y su efecto es muy apreciado. Las drogas son apreciadas por la metamorfosis que operan en la psique del consumidor. Dice Iván: La marihuana te quiebra los ojos, te los pone chinitos y te los cierra. Te agarra la risona o te deja pensativo, quieto y deprimido. Hasta te puede dar la “muerte blanca”, que es cuando ves negro, se te nubla la vista, se te baja la presión, el sudor te sale helado y se te voltean los ojos y te quedan blancos. Por eso le decimos “muerte blanca”. Y hasta echás espuma por la boca y quedás como muerto. Con la piedra se te acaba la saliva. Se te traba la garganta y sentís que no podés tragar. Te dan pulsiones en la garganta cuando la tratás de humedecer con tu saliva. Todo te da vueltas y te da sulfura, sofoque, o sea que ya querés otra piedra y te vas a robar para conseguir dinero. Las drogas son temidas ante todo por su efecto sobre el cuerpo: la piedra produce enflaquecimiento. Todos los piedreros consuetudinarios terminan cadavéricos.
Hermógenes prefiere la marihuana: Yo casi sólo compraba marihuana. Desde entonces comencé a agarrar experiencia. Si te tiembla la mano y el paquetito es pequeño, se te cae. Hay que saber enrollarlo. Fumo solo, porque aquí la gente habla demasiado. Mi mama y mi papa no lo saben, pero todos lo días me gasto en marihuana los 20 pesos que me dan. El guaro te quita los nervios, agarrás más valor, decís cosas que no te atrevés a decir cuando estás bueno y sano. Con el guaro podés gritar. La marihuana te relaja, te levantás pura vida, te hace pensar, te da hambre, te ponés embramado, te excitás rápido. Es buena cuando vas a buscar chavalas. Te da la risona, una risa incontenible, y agarrás al culito en vivo. La afincás. Estás alegre. Te sentís bien tuanis. La marihuana me ha hecho perder la timidez. Por eso me puse ese tatuaje tribal, que significa que te sentís poseído por la droga, que estás adentro de la droga.
PRODUCTORES BARRIALES: COCINANDO PIEDRASMuchos de los jóvenes tarde o temprano -a veces tras un terrible deterioro- reconocen que, en ese viaje a Venus en un barco del consumo de drogas, quieres flotar, pero lo único que haces es hundirte, como cantó Mecano. Pero la droga no es sólo una forma de evasión, un opiáceo alienante. Es también un poderoso negocio. Su comercio es una de las actividades más lucrativas que puede ejercerse sin calificación profesional. Los vecinos del Ñato Zepeda aseguran que el famoso zar de la heroína en Nicaragua, capturado en Costa Rica, es analfabeto. Muchos pandilleros, desempleados y ajenos al sistema escolar, emplean sus días y sus noches en la producción y el comercio al por menor del crack.
Iván nos refiere cómo se prepara una cajeta de crack: Una vez cociné piedra. Compré una onza de cocaína, la puse en un vaso de vidrio, le eché media taza de agua y la puse a cocer a fuego lento. Después le eché media cajita de bicarbonato y la dejé que creciera. Cuando sube, hay que bajarla del fuego rápidamente. Y hay que dejar que suba y apagar tres veces. La tercera vez se baja y se tapa. Queda como un aceite al que tenés que quitarle la espuma. Ese aceite es el baquetazo. Ahí se deja hasta que se enfríe. Tarda como media hora. Al enfriarse, queda la marqueta blanca.
De acuerdo a varios expertos en el ramo, una marqueta contiene un mínimo de 80 piedras, cada una de las cuales puede ser vendida a 10 córdobas. Puesto que el costo de la marqueta es de 500 córdobas, la ganancia en muy breve tiempo es de 300 córdobas. Como productores de drogas, los pandilleros saben que en su círculo inmediato existe una demanda disponible y en expansión. No es previsible un cambio en este terreno. Mientras haya drogas en Nicaragua, los adolescentes continuarán involucrados en su consumo, comercio y producción. El efecto de estas actividades sobre el diseño y actividades de las pandillas puede tener orientaciones muy diversas. No es en el terreno de la droga que encontraremos oportunidades de ayudar a los jóvenes. Pero existen otras tendencias en las predilecciones pandilleriles que podrían abrir rutas más constructivas y benignas.
HAMBRE DE TRANSNACIONALISMO:
LA COSMÉTICA GÓTICAOtra de las vertientes que marcan lo que las pandillas son en la actualidad es su hambre de transnacionalismo, que tiene expresiones diversas. La onda gótica -tan presente en muchas ciudades europeas, estadounidenses y sudamericanas- ha entrado en la paleta con que los pandilleros del Reparto Schick se retocan, redibujan y redefinen. En ese proceso de hacerse a sí mimos y ser quienes quieren ser, trascendiendo los condicionamientos locales y cotidianos, los pandilleros se pintan las uñas, se perforan y colocan aritos en las orejas, usan pulseras y se visten de negro.
La antigua cosmética es dotada de significación transnacional: las uñas pintadas, aritos y pulseras en dedos, orejas y brazos varoniles, pocos meses atrás podían ser interpretados como síntomas de homosexualidad. Ahora son un indicador de la conexión internacional de sus portadores. Forman parte de la cosmética que requiere la ritualización transnacional de la rebeldía.
Según Erikson, gran parte de la ‘demostración’ juvenil en público o en privado representa la dramatización de una búsqueda espontánea de nuevas formas de ritualización estilística o ideológica inventadas por y para la propia juventud. Desafiantes y burlonas, rara vez desenfrenadas y con frecuencia profundamente sinceras, esas nuevas ritualizaciones intentan contrarrestar -en ocasiones con una restauración romántica de canciones y vestimentas pasadas- la carencia de significado de las convenciones existentes en nuestro tiempo, la impersonalidad de la producción en masa, la vaguedad de los valores declarados y la intangibilidad de perspectivas para una existencia ya sea individualizada o auténticamente comunal.
Esas ritualizaciones son manifestaciones políticas. Y es que las acciones de los jóvenes son siempre, en parte y por necesidad, reacciones a los estereotipos sostenidos frente a ellos por sus mayores. Esas rebeldías cristalizadas en cosmética son -sostiene Reguillo- profecías post-apocalípticas, que se realizan en esos cuerpos plagados de mensaje, que avanzan ominosamente sobre territorios reales y simbólicos, como testimonios vivos de la fragilidad del orden social que nos hemos dado. No son la única expresión de esa micropolítica rebelde y transnacional, sino la más visible. Existen otras expresiones que pocas veces emergen a la vista pública, como las canciones.
CANTANDO “LA LARGA Y DIFÍCIL VIDA DEL VAGO”Estamos demasiado habituados a pensar al pandillero como una especie de terrorista urbano. Concebimos al “vago” callejero como un joven que languidece en una esquina, domado por la resaca de la marihuana y el ron. Jamás se piensa en estos jóvenes como productores de arte. Nunca son presentados como creadores que buscan simultáneamente describir y juzgar las experiencias de su barrio. Existe una vasta producción musical cuyos autores son pandilleros. Los motivos más frecuentes de sus composiciones son el mundo de la droga, la vagancia, los riesgos que corren… todo aquello que muestra -como me dijo uno de los pandilleros cantautores- la larga y difícil vida del vago. Esto compuso Iván, 15 años:
Ya piensas, loco,
lo que tienes en tu mente:
maldad, o envidia o ser rebelde
Yo he crecido en el ambiente de mi barrio.
Donde pequeño aprendí la maña de mis hermanos.
Furia y maldad es lo que siempre ha crecido.
El lema de un demonio es sólo andar perdido.
El lema de la puta es que todos le caigan.
El lema de los cochones es que les den por las nalgas.
El lema de los perros es morder a la gente.
El lema de un piedrero es andar de delincuente.
El lema de la mafia es matar al que busca.
El lema de la MS es Mara Salvatrucha.
El lema de los presos es estar encerrado.
y el lema de la marihuana es ponerte elevado.
Las canciones también remiten a lo transnacional: los acordes son del género panameño “plena” y la letra hace alusión a las mafias que asesinan y a la Mara Salvatrucha, una leyenda centroamericana viviente, un referente internacional. El cantautor Iván repite lo que un amigo suyo le contó tras residir durante algunos meses en México: La MS es una mara de El Salvador. Hay en México, en Guatemala, en Honduras y en Panamá, pero son más propios de El Salvador. Se montan en los trenes y asaltan a la gente. Hay dos tipos de maras: La MS, que es la misma mara 13, y la mara 18, que son los Batos Locos. MS no sólo quiere decir Mara Salvatrucha; también quiere decir Misión Satánica. Ellos no sólo consumen piedra y marihuana. También usan la tacha, que es cuando se inyectan la droga.
Es una información que Iván ha obtenido de los que van a los Estados Unidos y son deportados desde México, donde permanecen un tiempo, en refugios y cárceles, absorbiendo rasgos pintorescos de otras culturas con los que luego adoban sus relatos de viaje. Los cantautores introducen en sus obras el conocimiento exótico recién adquirido, porque la referencia a lo transnacional da prestigio.
Las canciones tienden el puente hacia lo transnacional mitificado, que expresa en grado superlativo lo que ellos experimentan. Lo transnacional es un espejo truculento, que refleja su propio barrio en dimensiones gigantescas. Las canciones también sirven para moralizar. Escribiendo y cantando, el pandillero toma distancia de sí mismo y se juzga. Se pone por encima de sí mismo, adopta un rol socialmente aplaudido. Pero sus canciones son anfibias: trotan en el terreno de lo socialmente permisible -por eso retoman el ritmo de “plena”, frecuente en la música religiosa evangélica- y nadan en las aguas de lo prohibido, porque la mayoría de sus composiciones emplean un lenguaje crudo -soez, dirían algunos- que les cierra las puertas de los templos.
¿POR QUÉ NO PROMOVER
PANDILLEROS-ARTISTAS?Existen dos obsesiones compulsivas entre los pandilleros, y entre muchos jóvenes de los barrios marginales: la droga y la onda transnacional con expresiones artísticas. Ambas de muy distinto signo, aunque a veces demonizadas por igual. La onda transnacional, con sus expresiones artísticas, pocas veces es retomada por los holgazanes garabateadores de políticas, que escapan de una hernia mental proponiendo las sempiternas panaceas: deporte y empleo.
Ofrecerles a estos jóvenes oportunidades para que expresen, con cierto nivel de reconocimiento público y notoriedad, sus creaciones artísticas -canciones, graffitis, dibujos- sería una contribución contundente para transmutar la orientación violenta de sus energías, permitir que su justa inconformidad se escuche y abrirles espacios para la participación en una política hecha no a base de palos, puñaladas y morterazos, sino montada sobre argumentos, ilustrada con imágenes y agraciada por el ingenio.
¿Por qué los programas de participación ciudadana no contemplan la participación artística de los pandilleros, para satisfacer su hambre de imagen y protagonismo? Ésta sería una gran contribución. Y aún así, apenas sería un parche en una sociedad tan podrida como la nuestra, que tolera que los millonarios que evaden sus obligaciones tributarias pasen con indiferencia criminal junto a niños de cinco años que desafían la hostilidad del tráfico y sus caras agrias para ganarse el sustento diario.
INVESTIGADOR DE NITLAPÁN-UCA.
MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.
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