Nicaragua
“¿Después de salir del hoyo? Mejor educación y una reforma fiscal”
Arturo Grigsby,
economista, director del instituto de investigación Nitlapan de la UCA,
analizó datos recientes sobre la situación económica y social
de Centroamérica y Nicaragua,
en donde resaltan los enormes déficits que en educación tenemos
y la necesidad de un cambio profundo en nuestros injustos sistemas tributarios,
en una charla con Envío que transcribimos.
Arturo Grigsby
Los análisis más recientes de los organismos financieros internacionales y de las organizaciones económicas y sociales que estudian Centroamérica tienen ya una nota optimista. El optimismo se basa en la comprobación de que la economía centroamericana está logrando atravesar la crisis global mejor de lo que se esperaba. A pesar de que Centroamérica se vio afectada por la crisis global y sufrió una importante caída de su actividad económica y un aumento significativo del desempleo durante el año 2009, ya hay signos de recuperación. En todos los países centroamericanos se espera terminar el año 2010 con crecimiento económico. La economía regional crecerá un 2.5% en relación a lo ocurrido en 2009. Dada la magnitud de la crisis internacional, las perspectivas iniciales eran que nuestra región entraría en un período de recesión y estancamiento económico prolongado, y no ha sido así.
Como los mineros de Chile, podemos decir que hemos logrado salir del hoyo y hemos visto la luz. Ahora, la pregunta es si eso basta para caminar hacia una Centroamérica con un desarrollo productivo sustentable y con equidad social, esa Centroamérica que ha sido el anhelo de los pueblos centroamericanos desde hace mucho tiempo, anhelo que nos llevó a una década de guerras, anhelo que tampoco se concretó al firmar la paz. Los datos más recientes nos indican que salimos del hoyo de la crisis internacional, pero también reflejan que, en lo fundamental, las desigualdades de Centroamérica siguen ahí. Han sobrevivido a las guerras y a todos los intentos de reformas y en algunos casos se han profundizado con la crisis actual.
En el modelo de crecimiento económico post-conflicto -que es el actual modelo en Centroamérica- nuestros países pasaron de tener una economía dependiente exclusivamente de productos tradicionales de exportación -café, bananos, carne, azúcar, en algún tiempo algodón- a tener una economía algo más diversificada por el incremento de las maquilas, del turismo y de las remesas de sus emigrantes. Los ingresos de divisas provenientes de estas actividades han superado ya a las que provienen de los productos agrícolas tradicionales y han cambiado el rostro de la economía centroamericana.
El fin de los conflictos armados de los años 80 también propició la reactivación y la expansión del comercio centroamericano y de los flujos de inversión dentro de la región. En ese sentido, el nuevo rostro de nuestras economías es ahora “más centroamericano” que hace unos años. Existe también una zona oculta de ese nuevo rostro. Es la creada por las actividades del narcotráfico, que ha adquirido dimensiones financieras y económicas insospechadas tan sólo hace algunos años. Aunque todavía no existen estimaciones confiables de su impacto en el crecimiento de la economía centroamericana, ya algunos economistas guatemaltecos consideran que la expansión del narcotráfico ha jugado un papel clave para mitigar los efectos de la crisis global en Guatemala.
La dependencia de la migración y de las remesas alimentó grandes temores sobre el rumbo de la economía centroamericana cuando estalló la crisis global. Dada la magnitud del desempleo en Estados Unidos, se pensó que la reducción de oportunidades de empleo para nuestros migrantes reducirían drásticamente las remesas y que esa fuente de dinamismo económico se estancaría durante varios años La realidad ha disipado esos temores. Aunque todavía lo ocurrido no ha sido muy bien estudiado, las remesas han vuelto a crecer, a pesar de que los índices de desempleo en Estados Unidos siguen siendo altos. Durante los primeros seis meses de este año, las remesas recibidas por los países centroamericanos crecieron en promedio alrededor del 5% en relación a 2009, según registros de los bancos centrales de la región.
También ha sido rápida y vigorosa la recuperación del sector exportador. La mejoría en los precios de las exportaciones agropecuarias ha jugado un rol clave en esa recuperación. El precio del café, la principal exportación tradicional de Centroamérica desde el siglo 19, ha sido, por ejemplo, el más alto de los últimos diez años. También se ha recuperado la demanda de productos de la maquila, aunque esa recuperación es todavía débil en relación a la demanda de años recientes. En conjunto, las exportaciones de los países centroamericanos crecieron en promedio más del 15% durante la primera mitad de 2010 en relación a 2009, superando incluso el nivel que tenían antes de que estallara la crisis.
A pesar de todo esto, la reactivación de la economía centroamericana es todavía incipiente e incierta mientras no mejore sustancialmente el contexto económico internacional. El Fondo Monetario Internacional y los bancos centrales de la región están previendo un crecimiento lento en Centroamérica durante los próximos tres años, lo que anuncia que las altas tasas de desempleo persistirán en el futuro inmediato.
En la crisis global el desempleo afectó más a las personas más jóvenes y a las personas con más bajo nivel educativo. Según el Banco Mundial, el desempleo abierto -una categoría que incluye a quienes ni siquiera se han podido refugiar en el inmenso sector informal al que se dedica la mayoría de la población centroamericana- afectó a casi el 18% de las personas con edades entre 18-25 años, lo que significa que uno de cada cinco jóvenes en edad de trabajar quedó en la más total de las desocupaciones. En otras edades la situación no fue tan crítica: el 6% de las personas entre 26-55 años estuvieron desempleadas y entre las personas mayores de 55 años fue el 4%. También se observó un impacto diferenciado entre los distintos niveles educativos. Quienes tienen niveles de secundaria completa o más experimentaron menos del 4% de desempleo y quienes la tienen incompleta o sólo la primaria, o incluso más bajos niveles, doblaron el porcentaje. Entre estas personas el desempleo fue del 9%.
La pregunta que se hacen los organismos que elaboran estas cifras, la pregunta que debemos hacernos es: Si ya salimos del hoyo, ¿nos encaminamos al desarrollo? Las proyecciones con las que podemos responder a esta pregunta ya no son optimistas. Se han hecho proyecciones de cómo estará de educada la fuerza de trabajo centroamericana en el año 2015 si las cosas siguen como están y, según el cálculo de la publicación centroamericana del Estado de la Región, en 2015 nada menos que un 11% de nuestra fuerza de trabajo no tendrá ninguna educación. Y si sumamos a ésos a quienes para esas fechas tendrán sólo un nivel de primaria incompleta o sólo el nivel de primaria sumamos a más del 50% de la fuerza de trabajo de nuestra región.
Es un dato patético que nos pone ante los ojos el principal reto que hoy tiene Centroamérica para insertarse en la economía global. Porque una persona que sólo tenga nivel de primaria difícilmente podrá integrarse a la economía informatizada que hoy día domina todos los campos de la economía. Ése es el desafío central para el futuro de nuestra región y de nuestro país: ¿Cómo invertir en la gente, en educar a la gente, en formar a la gente?
Sabemos que lograr un crecimiento que sea sostenible requiere de competir con nuevos productos y nuevos servicios en nuevos mercados, desarrollando ventajas competitivas que vayan más allá del costo de producción. Difícilmente podremos tener una Centroamérica diferente si seguimos siendo una región con una economía que depende de enviar a su gente como migrantes al extranjero para que después envíen remesas; si seguimos siendo países con una mayoría que depende de trabajos con bajos salarios y baja productividad en la maquila o en la agroexportación.
La capacidad exportadora de Centroamérica sigue estando muy enfocada en productos de baja intensidad tecnológica, productos que requieren solamente de mano de obra sin ninguna calificación, sin ninguna educación. Es aún muy escasa la exportación de productos que empleen una tecnología media, y aún más escasa la de productos que emplean para su elaboración alta tecnología. Si comparamos las exportaciones centroamericanas en el año 2000 con las del año 2008 observamos que Centroamérica ha experimentado un cambio significativo en cuanto al volumen total de sus exportaciones, que han crecido, pero son los productos que emplean baja tecnología los que más se han incrementado. Esto significa que, en vez de integrarnos más al mercado global con productos que hacen uso de mayor tecnología, lo que hemos hecho es seguir haciendo lo que siempre hemos hecho: exportar al mercado mundial: carne, café…y ahora los pantalones que salen de las maquilas.
En este terreno es Costa Rica quien marca la diferencia. Sólo Costa Rica ha empezado a diversificar los productos que exporta y los mercados a donde los exporta. La evolución de las exportaciones de Costa Rica ha sido progresiva y los productos con un alto contenido tecnológico han ido representando una proporción cada vez mayor en el conjunto de exportaciones costarricenses. Esto no sucede por casualidad. Tiene que ver con la inversión que desde hace muchos años viene haciendo Costa Rica en la educación de su gente, lo que le ha permitido atraer inversión extranjera a sectores de producción que hacen uso de alta tecnología. A pesar de estos avances, Costa Rica está todavía lejos de países subdesarrollados hasta hace poco, como China e India, que han evolucionado aceleradamente en esa dirección.
Para que los países de nuestra región se desarrollen a mediano plazo dentro de la Economía del Conocimiento es urgente calificar, educar, incrementar las habilidades de nuestra fuerza de trabajo. Para que Nicaragua pueda incorporarse a la Economía del Siglo 21 necesitamos un esfuerzo enorme para calificar a nuestro capital humano. Es urgente invertir no sólo en educación superior, también en educación técnica. Ambos campos de la educación son cruciales si queremos que toda Centroamérica pueda seguir la pauta que ha marcado Costa Rica. En Nicaragua tenemos un particular desequilibrio en la educación técnica. Recuerdo que en una investigación que hicimos hace un par de años sobre la maquila, el presidente de la asociación de maquiladores, un estadounidense, nos dijo: “A mí ingenieros me sobran, salen muchos ingenieros de la UNI. Les pago 300 dólares por supervisarme a los trabajadores de la maquila. Pero al mecánico que me mira las máquinas le pago mil dólares, porque no hallo buenos mecánicos en Nicaragua”.
El limitado acceso a la educación que tiene la mayoría del pueblo centroamericano incide, naturalmente, en sus ingresos. Según un estudio del Banco Mundial sobre el capital humano de Centroamérica, si comparamos la estructura salarial de Costa Rica según el nivel educativo de su fuerza de trabajo observamos que la brecha que existe entre lo que ganan quienes tienen educación universitaria y quienes tienen solamente educación primaria es enorme: prácticamente de 1 a 8. Observamos también que quienes tienen menos educación mantienen más o menos constante bajos salarios a lo largo de toda su vida, mientras que quienes tienen mejor educación alcanzan mejores salarios poco a poco alcanzando el mejor salario a los 40-50 años.
En Centroamérica tiene que mejorar todo en la educación: desde la calidad de la educación básica hasta la investigación universitaria. Hay estudios que comparan la calidad de la educación básica y media en todos los países del mundo. Lo hacen a partir de tests estandarizados que les pasan a estudiantes de todos los países. Las diferencias entre los rendimientos de los estudiantes latinoamericanos y los de otras partes del mundo son enormes. Cuba está a la cabeza del mejor rendimiento latinoamericano, con mucha diferencia frente al resto de países. En el hoyo más profundo aparece la República Dominicana, con el rendimiento más bajo, y un poquito más arriba están los países centroamericanos. Corea del Sur y Taiwan son países que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo 20 y están hoy a la cabeza del mundo en rendimiento escolar. Pues bien, si usando los mismos tests comparamos los rendimientos de los estudiantes coreanos y taiwaneses de primaria y secundaria con sus contrapartes de El Salvador observamos un promedio de más de 600 puntos contra un promedio de 350 puntos.
También entre los países de Centroamérica hay brechas y también en este terreno Costa Rica marca la diferencia. Si comparamos el rendimiento de los estudiantes en los otros cuatro países de la región con el de los estudiantes costarricenses, la brecha en la calidad es enorme. El rendimiento promedio de los estudiantes de primaria y de secundaria nicaragüenses, por ejemplo, corresponde al promedio del 20% de los peores estudiantes de esos mismos niveles en Costa Rica.
Los problemas de calidad y las brechas que existen entre Costa Rica y el resto de los países centroamericanos son extensivos a la educación superior universitaria. En el resto de países centroamericanos las tasas de deserción estudiantil son muy altas, la calidad de los docentes es limitada porque sólo un escaso porcentaje tiene estudios de posgrado y de doctorado y son muy pocos los recursos dedicados a la investigación científica aplicada a resolver los problemas de nuestros países.
Estos datos confirman algo que sabemos desde hace mucho tiempo. El problema fundamental de Centroamérica, que es la transformación de su capital humano para responder a las necesidades de insertarse en la Economía del Conocimiento, en la Economía del Siglo 21, gira siempre en torno a la educación. Nuestros Estados deben garantizarle a sus pueblos no sólo el saber leer y escribir sino el acceso a una primaria, a una secundaria, a una educación superior y a una educación técnica de calidad. Esto es indispensable si queremos que la pobreza se reduzca sustantivamente.
Y aquí entramos al corazón del problema. Si el desafío es mejorar la educación, ¿de dónde van a salir los recursos para invertir en educación y hacer de la educación una prioridad política? En teoría deberían salir del aumento del presupuesto nacional. ¿Es esto posible? Una vía posible para el incremento de las recaudaciones sería lograr un importante y sostenido crecimiento económico en los próximos años. Pero ya vimos que las previsiones no apuntan a eso, sino a un débil crecimiento. La otra vía es el aumento de la carga tributaria. Las cifras sobre la carga tributaria como porcentaje del Producto Interno Bruto en los países centroamericanos demuestran que ese porcentaje es bajísimo, uno de los más bajos de América Latina. Si en Suecia el porcentaje es cercano al 40% y en Chile es algo superior al 20%, en los países centroamericanos oscila entre el 11% en Guatemala y el 18% en Nicaragua, según datos del Fondo Monetario y de los Ministerios de Hacienda de los países centroamericanos Esto quiere decir que quienes en Centroamérica tienen capacidad de pagar impuestos pagan muy poco. Y ahí está una de las raíces fundamentales del problema estructural de Centroamérica, de sus desigualdades, de la falta de capacidad de los Estados centroamericanos para invertir en la educación de su gente.
Es imperativo mejorar la redistribución de los impuestos en todos los países centroamericanos. Hay mucho que cambiar. Existe un predominio de los impuestos indirectos sobre los directos, son escasamente relevantes los impuestos sobre la renta, y abundan exoneraciones y exenciones desproporcionadas que privilegian a los sectores más ricos de nuestros países, facilitando también la evasión de impuestos.
Los impuestos indirectos son los que pagamos por los bienes que consumimos y los directos son los que pagamos por los ingresos que percibimos. En Centroamérica el mayor volumen de recaudación de impuestos viene de los impuestos indirectos, sobre todo del impuesto “al valor agregado”, conocido como el IVA, impuesto que la gente paga al comprar un pantalón, una camisa, un licor, cigarros…En Guatemala el IVA es el 12%, en El Salvador el 13%, en Nicaragua el 15%. En contraste con el volumen que representan en la carga tributaria los impuestos indirectos, los impuestos directos tienen un mínimo volumen.
Mientras quienes compramos pagamos impuestos por lo que consumimos, quienes tienen ganancias e ingresos considerables por pertenecer al sector empresarial corporativo apenas pagan impuestos directos sobre sus rentas. O los evaden. Mientras un asalariado recibe su cheque con el impuesto sobre la renta ya deducido, un accionista de un banco tiene mil mañas para evadir el impuesto sobre sus ganancias. En Nicaragua está bien documentado cómo los bancos del sistema financiero evadieron impuestos durante bastantes años. Según un estudio del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales, la tasa de evasión del impuesto sobre la renta en Guatemala es del 63% y en El Salvador del 45%.
El resultado de esta falta de progresividad en los impuestos es una gran inequidad: quienes reciben los ingresos más bajos pagan proporcionalmente más impuestos que los que pagan quienes reciben los ingresos más altos. El sector más pobre de cada uno de nuestros países, el quintil más pobre, paga en promedio más impuestos proporcionalmente que los que paga el sector más rico, el quintil con más dinero. Esta injusticia, pareja en todos los países de Centroamérica, no sólo ha sido señalada por organizaciones de la sociedad civil y partidos políticos de izquierda, sino que la vienen documentando desde hace años los organismos financieros multilaterales: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
La desigualdad en Centroamérica tiene esa doble raíz: no sólo los Estados no invierten suficientemente en la educación de sus pueblos, sino que ese derecho le es negado a los pueblos porque quienes tienen más recursos y mayores ingresos no pagan impuestos, porque los evaden, porque se benefician con muchas exoneraciones o con la corrupción. La consecuencia de esta inequidad fiscal es un gasto social bien bajo, con la excepción nuevamente de Costa Rica. Según el FMI, en Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, el gasto social como proporción de la actividad económica del 2009 no llega al 10%. En Costa Rica es el 18%, prácticamente el doble.
Por otro lado, las diferencias en el gasto social per cápita también son significativas, según un estudio de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina). Para comparar el gasto público social (educación, salud, seguridad social) per cápita en América Latina, los países han sido divididos en tres grupos. En el primero están los países que más invierten: Brasil, Argentina, Chile, Panamá, Uruguay y Costa Rica, que invierten en promedio 1 mil 102 dólares anuales por habitante. En el segundo grupo están Colombia, México y Venezuela: invierten en promedio 638 dólares por habitante cada año. En el tercer grupo aparecen Bolivia, Ecuador, Paraguay, Perú, República Dominicana y los cuatro centroamericanos, con una inversión social de apenas 178 dólares anuales por habitante. También es grande la brecha en cuanto a la proporción de población que cubren las pensiones y jubilaciones. En el primer grupo -en donde está Costa Rica- cubren al 64% de la población y en el tercer grupo sólo cubren al 14% de la población.
La urgencia de incrementar los ingresos tributarios no sólo está vinculada a la necesidad de invertir en el capital humano. Centroamérica sufre también de una vulnerabilidad extrema ante los efectos del cambio climático y enfrenta altos niveles de inseguridad ciudadana. Entre 176 países del mundo, Honduras ocupa el tercer lugar y Nicaragua el quinto en mayor vulnerabilidad ambiental. Los dos países más pobres de Centroamérica son también de los más vulnerables del mundo ante los eventos climáticos. Guatemala y El Salvador están mejor: puesto 24 y 37 respectivamente. Costa Rica ocupa el puesto 61 y Panamá el 101. En cuanto a inseguridad ciudadana, Honduras, Guatemala y El Salvador registran tasas de homicidios diarios que están entre las más altas de América Latina, mientras las redes del narcotráfico se van ampliando en toda la región.
Ante todas estas cifras, está claro, es obvio, que Centroamérica tiene en una reforma fiscal profunda uno de sus mayores desafíos políticos. Centrémonos ahora en el caso de Nicaragua, el que conocemos mejor.
Si analizamos el presupuesto nacional elaborado y manejado por el gobierno del Frente Sandinista en estos cinco años, incluyendo ya el presupuesto presentado para el año 2011, vemos que no ha habido ningún cambio fundamental en términos de la equidad fiscal. La tímida reforma fiscal que se hizo en 2009 fue sólo un parche para cubrir necesidades inmediatas para el financiamiento del gasto público, pero esa reforma no alteró la inequidad fiscal en la que estamos viviendo desde hace mucho tiempo, expresada en la injusticia que representa que las familias más pobres paguen proporcionalmente más impuestos que las familias más ricas.
Ahora, llevamos más de un año hablando de elecciones, de partidos y de candidatos. Debemos de poner especial atención a lo que dicen que piensan hacer en materia de reforma fiscal. O a lo que no digan. Hemos escuchado al candidato Fabio Gadea que su prioridad va a ser la educación. ¿Estará respaldada esa prioridad en una reforma fiscal profunda? Responder al desafío de educar al pueblo de Nicaragua pasa necesariamente por una reforma fiscal. Sin más recursos, ningún partido ni ningún candidato podrá enfrentar ese reto. Educar con calidad no es sólo cuestión de recursos, pero sin recursos ni siquiera se puede hablar de mejorar las cosas. ¿Qué piensan hacer los candidatos con el sistema tributario tan inequitativo que hoy tenemos? ¿Qué van a hacer para financiar un aumento en el gasto público en educación hasta llegar a lo que internacionalmente se ha propuesto, que sea el 7% del PIB? Nicaragua destina actualmente sólo el 4% del PIB a educación.
Una reforma fiscal como la que necesitamos en Nicaragua -y en Centroamérica- no puede ser fruto de un decreto autoritario. Requiere de un trabajo de negociación y de un proceso de alianzas. Porque los grupos nacionales privilegiados han sido muy exitosos en proteger sus abundantes exoneraciones y no están interesados en ninguna reforma El cálculo que hizo hace unos años un especialista del BID fue que las exoneraciones representaban un 4% del PIB nicaragüense. O sea, que lo que necesitaríamos para dedicar un 7% del PIB a la educación se destina a exoneraciones que benefician a los grupos de poder económico. Si hay un candidato presidencial que dice que va a abrir cientos de escuelas y que va a conseguir que los muchachos completen el tercer año de secundaria o mucho más que eso, y no respalda esa promesa con la propuesta de una reforma que modifique la actual situación de injusticia fiscal, estará hablando “babosadas”. Si no van a tocar el estatus quo todas las promesas para la “salvación de la patria” serán sólo discursos.
Una reforma fiscal profunda en Nicaragua -y en Centroamérica- requiere de la búsqueda de alianzas internas y alianzas externas hasta crear una coalición política que logre hacerla realidad. En el terreno de la cooperación internacional hay un consenso total sobre la necesidad de una reforma fiscal en Centroamérica y en Nicaragua. Existe plena coincidencia en desear que Nicaragua pueda aumentar su gasto social y sostenerlo con una recaudación de impuestos con un volumen más grande y con una orientación mucho más justa, que permita que de aquí a diez años tengamos un país diferente al que hoy tenemos. Hasta quienes abogan internacionalmente por la reducción de los impuestos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario, quieren que haya en Nicaragua una reforma fiscal profunda que elimine las exoneraciones y permita recaudar impuestos sobre la renta a quienes tienen los ingresos más altos. Una coalición que trabajara por lograr esa reforma fiscal tendría el pleno respaldo de todos: de las instituciones multilaterales, de la cooperación bilateral y de las ONG que cooperan con el desarrollo de Nicaragua.
En Centroamérica se han hecho innumerables intentos de reformas fiscales y todas han naufragado porque los grupos de poder son los menos interesados en navegar con ellas y siempre han logrado bloquear esas reformas en los Parlamentos. En Nicaragua vimos en el año 2009 cómo la reforma fiscal fue convertida por los legisladores en tan sólo un pequeño parche, y aún ese parchito fue finalmente modificado para dar gusto a determinados intereses empresariales. El empresariado consiguió las modificaciones que quería, como también ha conseguido que la reforma a la Seguridad Social para garantizar su sostenibilidad -lo que supone que los empresarios eleven su contribución al Seguro- se posponga hasta después de las elecciones de 2011.
Ciertamente, en Nicaragua ha habido cierta mejora en los indicadores de pobreza, reflejada en recientes encuestas. Es una mejora asociada a algunos programas sociales del gobierno actual que han tenido algún impacto. También es cierto que ya la encuesta de medición de pobreza de 2005, hecha durante el gobierno de Enrique Bolaños, había mostrado que un buen número de nicaragüenses estaban saliendo del umbral de la pobreza extrema al de la pobreza, que significa pasar de sobrevivir con sólo un dólar diario a hacerlo con dos dólares al día.
Los programas sociales diseñados por el gobierno del Frente Sandinista con recursos venezolanos han reducido algo la pobreza permitiendo una cierta redistribución inmediata de los ingresos. Pero lo que nos puede sacar por fin de la pobreza no es ese tipo de programas. Lo que nos sacará de la pobreza es una redistribución sostenible que le permita al gobierno aumentar el gasto social, especialmente en educación. La salida estructural de la pobreza tiene que ver con más y mejor educación.
¿Hay voluntad política en el gobierno del Frente Sandinista para encontrarle una solución sostenible al problema de la pobreza con una reforma fiscal profunda? Si nos guiamos por lo que pasó en estos cinco años entre el gobierno de Ortega y el gran capital representado en el COSEP (Consejo Superior de la Empresa Privada) las posibilidades de una reforma fiscal a fondo son reducidas si Daniel Ortega es reelegido. Las relaciones del Presidente Ortega con el gran empresariado nacional han sido hasta ahora muy buenas. No existe ningún grupo social ni ninguna organización gremial o civil en Nicaragua que tenga diálogos tan periódicos y cordiales con el gobierno como las que tiene el COSEP.
Cuando el Frente Sandinista asumió el gobierno en 2007 tenía una situación ideal para embarcarse en una reforma fiscal a profundidad. Tenía la legitimidad de haber ganado las elecciones, la oposición estaba profundamente dividida, como lo está ahora, y contaba con pleno consenso internacional para hacerlo. Pero no lo hizo. ¿Por qué no lo hizo? En 2012, ¿qué habrá cambiado en la coalición política que respalda a Ortega para dar ese paso? ¿Aceptará Ortega ese riesgo político? Viendo lo que pasó en estos años cuesta imaginar que se arriesgaría. En ese sentido, los fondos del ALBA actúan como un desincentivo a correr el riesgo.
Con los recursos venezolanos Ortega ha podido dar algunas respuestas a ciertas necesidades sociales sin tocar los impuestos. Y cuando uno ve las proyecciones que tiene el Plan de Desarrollo Humano elaborado por este gobierno, proyecciones que van más allá del 2011, no aprecia ningún aumento sustantivo en el gasto social. Solamente observa porcentajes limitados e insuficientes, como los que ya conocemos. La realidad es que el gobierno de Daniel Ortega ha tenido la posibilidad de evitar el corazón del problema fiscal con la ayuda venezolana.
Es muy difícil, casi imposible, predecir qué podría forzar al gobierno de Ortega a hacer la reforma fiscal profunda que Nicaragua necesita. Los programas sociales financiados con la ayuda venezolana han significado una mejoría inmediata en las condiciones de vida de la población, pero si Ortega sigue usándola solamente para esos fines, y si Nicaragua continúa haciendo lo que viene haciendo, más jóvenes nicaragüenses van a emigrar a donde sea para ganar salarios bajos y para mandar un poquito de lo que ganan a sus familias. Eso es lo que vemos en el horizonte. Por ahí hemos ido y no se ve a corto plazo que haya una ruptura que nos impida seguir yendo por ahí.
Si no podemos insertarnos en la Economía del Siglo 21 nuestra juventud buscará salidas fuera de nuestro país. Si esa realidad no la ven nuestros políticos, ¿qué verán? Que la salida es una inversión mucho mayor en educación es bastante obvio. Que la única manera de hacerlo es haciendo que quienes no pagan y ganan más paguen más es también bastante obvio.
Puede ser también que lo que haya frenado al gobierno del Frente Sandinista a meterse a esa reforma -que significa confrontar al empresariado- sea el temor a provocar una fuga de capitales o a provocar una situación demasiado difícil en la economía. ¿O quizás lo que explica ese temor a confrontar al empresariado no es más que la presencia y representación en el mismo seno del gobierno de intereses empresariales?
El desafío está ahí y habrá que ver cuál será la apuesta política del gobierno si Ortega es reelecto: sortear algunas necesidades con los fondos del ALBA sin tocar al empresariado o emprender una reforma fiscal profunda sin que el temor se imponga sobre la urgencia de brindarle al pueblo de Nicaragua una educación de calidad.
Si el temor se impone, en éste o en cualquier gobierno, Nicaragua, como Centroamérica, habrá salido a la luz del hoyo en donde la sumió la crisis global, como salieron los mineros chilenos. Pero nada más, todo seguirá igual.
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