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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 398 | Mayo 2015

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Guatemala

Una manifestación histórica

El 25 de abril Guatemala vivió un día histórico. Con una manifestación multitudinaria y pacífica miles y miles de ciudadanos indignados exigieron la renuncia del Presidente Pérez Molina y de la Vicepresidenta Roxana Baldetti, a quienes llamaron “ladrones”, después que se descubriera el último de los escándalos de su corrupción. En el interior del país también hubo concentraciones. He aquí unas primeras impresiones de la manifestación en la capital.

Sergio Palencia

Si algo tuvo la manifestación del sábado 25 de abril en la capital es que fue un enorme torrente de creatividad. Fue un movimiento con las características de una protesta del siglo 21: descentralizada, convocada por redes sociales, promovida por ciudadanos urbanos. Sin querer hacer una síntesis de las características y expresiones de esta manifestación, sino tan sólo una lectura que sirva para repensar la política y la transformación social en la Guatemala de hoy, van unas breves reflexiones.

UN MAR DE CARTELES

La manifestación tuvo como característica los quiebres, en el sentido de que muchas de las expresiones artísticas, de carteles, de teatro, de consignas, fueron hijas de la experiencia de cada quien. No se llegaba a las calles como representante de una organización, con un discurso ya articulado y un posicionamiento fijo. Lo que hubo fue una convergencia de experiencias. Las categorías políticas, económicas y sociales fueron rebasadas por un momento y surgió, contra las divisiones, “un sentido de unión”, como le escuché decir a un joven. Y “lo común” fue negarse a seguir aguantando, soportando y sufriendo un Estado y una organización que, con la excusa de representar al ciudadano, lo aísla y le roba, le roba y lo aísla.

En esto hay algo de fondo. La manifestación surge de la crítica a la corrupción, al robo del dinero de los impuestos que paga la población. No obstante, hay algo más: no solo es un robo de dinero el que se ha hecho, es un robo de nuestra capacidad colectiva de decidir. Lo que la manifestación demostró el sábado 25 de abril es un enojo contra la clase política en su conjunto, contra los partidos políticos que, sin excepción, han querido monopolizar su proyecto particular con la legitimación de todos y de todas.

La enorme cantidad de carteles, gritos, consignas y cantos del himno nacional fueron una manera de participar libremente en una crítica a lo poco que motivan unas elecciones donde participarán los actuales grupos de poder. Los cantos y las mantas fueron participaciones directas y democráticas de un conglomerado social cansado de la violencia, el desfalco y la apatía.

LA PIÑATA DEL DIABLO

La manifestación vinculó a las distintas religiones en un solo caudal de experiencias. Si en la cotidianidad la religión es vista como un tema “problemático”, en la manifestación estuvo en el centro de la expresión social. Entre algunas imágenes de las que vimos ese día estuvo una señora, posiblemente abuela, que sostenía un cartel: “En el nombre de Jesús quedan atados los demonios que nos gobiernan y son echados al fondo del mar”. El nombre de Jesús fue identificado con la demanda de la población y con la indignación popular. Los gobernantes son vistos como demonios y, con la denuncia, son mandados al fondo del mar. En estos sentimientos religiosos hubo una convergencia. Otros grupos llevaron distintas piñatas, entre ellas la de un diablo, como el que se suele quemar cada 7 de diciembre.

De cierta manera se puede decir que el 25 de abril fue un 7 de diciembre. Hacia las cinco de la tarde, un grupo de jóvenes colgó y ahorcó al diablo en el Palacio Nacional. Acto seguido, entre una gran euforia y continuos aplausos, miles se acercaban a ver al diablo ahorcado.

¿Por qué esa convergencia espontánea y sin preparación, esa crítica al diablo, tanto en la señora como en los jóvenes? El diablo ha sido asociado tradicionalmente a la avaricia, a la mentira, a la muerte, a la opresión, a la violencia, a las fuerzas destructivas que atentan contra el ser humano. En la manifestación al diablo se le echó “al fondo del mar” y se le ahorcó.

Cualquier habitante de Ciudad de Guatemala, rodeado diariamente de noticias de muerte en los periódicos y atrapado en el miedo a salir a la calle, donde se siente en un ambiente de constante violencia, deshacerse del diablo -de la violencia y el miedo- es una afirmación de la vida.

EL JESÚS DEL PARQUE CENTRAL

En una cultura religiosa cristiana Jesús es visto como la afirmación de la vida sobre la muerte. Durante la manifestación vimos a un joven vestido de Jesús, con barba y sangre pintadas con marcador, cargando una cruz. El muchacho despertó gran interés, se acercaban a verlo, le hablaban, le propusieron incluso lugares donde podría ser mejor visto.

Un grupo de estudiantes de la Universidad de San Carlos le propuso ir hasta el asta de la bandera y allí cuatro jóvenes sostuvieron la cruz para que no cayera y él subió. Una joven que llevaba una manta recordando la represión del Estado durante el conflicto armado decidió colocarla a los pies de Jesús… Todo esto sin plan previo, a medida que iba surgiendo la escena. A muchos impresionó: Jesús estaba crucificado en el asta de la bandera de Guatemala con una manta a sus pies denunciando la represión histórica del Estado.

El teatro de la calle evocó a Jesús como una personificación del sufrimiento del pueblo de Guatemala. La manifestación permitió así una empatía con quienes sufren en la ciudad: con quienes se enteran de la muerte de sus esposos, hijos e hijas en el transporte urbano, con quienes pasan hambre en los barrancos a la par de centros comerciales rebosantes de comida, con quienes sienten la soledad que significa luchar por vivir y tener esperanza ante el cinismo de una cultura de la corrupción, del dinero, del egoísmo.

El Jesús del Parque Central fue esa tarde un recuerdo del dolor y el sufrimiento de tantas personas en todas las zonas de Guatemala. Una democracia que no siente el dolor ajeno construye un sistema de muerte y de indiferencia.

NI DE IZQUIERDA NI DE DERECHA

“No somos de izquierda ni de derecha, ¡somos los de abajo y vamos por los de arriba!” vimos escrito en un cartel.

Una gran parte de los asistentes a la manifestación del 25 de abril eran jóvenes. Provenían de colectivos feministas, de las Universidades, de la San Carlos, de la Landívar, de la Mariano Gálvez, del movimiento gay y lésbico, de Hijos.,. En su mayoría eran jóvenes urbanos que nacieron durante la década de 1980 y sobre todo de la de 1990. En aquellos momentos el Estado soviético se desmoronaba y en Centroamérica se firmaban los acuerdos de paz. En su famosa frase, Francis Fukuyama bautizó a 1990 como “el fin de la historia”.

Decir “No somos de izquierda ni de derecha” conjuga precisamente la experiencia histórica que le ha tocado vivir a millones de jóvenes, tanto en Guatemala como en el mundo. Negarse a entrar en esa definición parece ser un punto en común de esta nuestra generación, lo que puede leerse de distintas maneras. Pero con un rasgo central: el hartazgo de los jóvenes a ser definidos por los adultos, por los partidos políticos, por quienes se consideran autoridades para definir a los demás. Y también, un hastío por saber que el voto no representa su particularidad, sus anhelos, sus deseos.

La despolitización no sólo es “anomia juvenil”, como podrían pensar quienes juzgan sin antes buscar comprender. La despolitización es también una crítica a una manera rígida de entender lo político. En ese sentido, lo expresado el sábado 25 de abril fue la creación de un nuevo vocabulario, de posibles nuevos horizontes de entender lo político.

El complemento de esa pancarta: “Somos los de abajo y vamos por los de arriba” vuelve a colocar la propia experiencia y reflexión por encima de categorías ya definidas. Es una crítica al poder de quienes sólo mandan, es posicionarse desde un nuevo momento histórico.

Tal vez la mejor expresión de lo genuino de un acto humano es la poesía que abriga y contiene. La manifestación del 25 de abril estuvo cargada de poesía, expresó muchos contenidos, diversos y contradictorios si se quiere, pero salidos de un hastío legítimo. Cada cartel, cada cacerolazo, el sentimiento con el que se cantó el himno nacional, las consignas, incluso la tradicional “El pueblo unido jamás será vencido”, fueron expresiones legítimas.

UNA RESPUESTA COLECTIVA

Una democracia que sólo utiliza a la gente para avalar grupos mafiosos y enriquecimientos personales es, a todas luces, un sistema que oprime. Es momento de repensar la democracia desde la fortaleza de la experienciade cada una y cada uno de nosotros. Es momento de construir una democracia donde no seamos objetos partidistas, sino sujetos cotidianos de decisión social, con bienestar para todas y para todos. Es un momento preciso para empujar los límites con la fuerza de la utopía y de la indignación.

¿Cómo construir una Guatemala donde podamos vivir, no sólo sobrevivir?Es una pregunta que se responde colectivamente.

SOCIÓLOGO.

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