Internacional
“Los retos son tan grandes, el tiempo tan corto, la tarea tan inmensa...”
Que me invitaran al Vaticano fue una total sorpresa para mí.
Dados los ataques que vienen del Partido Republicano
en torno al tema del cambio climático
y dados los intereses que hay tras el negocio
de los combustibles fósiles en Estados Unidos,
fue una decisión particularmente valiente el invitarme”,
comentó la escritora canadiense Naomi Klein
a los periodistas presentes en el evento celebrado en el Vaticano el 1 de julio
para comentar la encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco.
He aquí sus palabras en esa ocasión.
Naomi Klein
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento al Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz y a CIDSE por recibirnos aquí y por haber convocado esta excepcional reunión de dos días, de la que tanto espero. Es también para mí un auténtico honor estar aquí para apoyar, más aún para celebrar, la publicación de esta histórica encíclica papal.
“ESTA ENCÍCLICA TAMBIÉN ME HABLA A MÍ”
Al comienzo de la “Laudato Si” el Papa Francisco dice que no dirige este texto sólo al mundo católico, sino “a cada persona que habita este planeta”. Quiero decirles que, definitivamente, a mí, una judía laica y feminista, que quedó tan sorprendida cuando la invitaron al Vaticano, también me habla este texto.
“No somos Dios” declara la encíclica. Todos los seres humanos lo hemos sabido en algún momento. Pero desde hace unos 400 años los vertiginosos avances científicos hicieron creer a algunos que ya estábamos a punto de saber todo lo que había que saber sobre la Tierra y que eso nos convertiría en “amos y señores de la Naturaleza”, recordando aquella memorable frase de René Descartes. Que llegáramos a serlo, decían, era lo que Dios siempre había querido.
Esta idea se mantuvo durante mucho tiempo. Hasta que avances posteriores de la Ciencia nos enseñaron algo muy diferente. Mientras quemábamos cantidades cada vez mayores de combustibles fósiles, convencidos de que con nuestros buques cargados de mercancías y nuestros jets supersónicos atravesábamos el mundo como si fuéramos dioses, los gases de efecto invernadero se acumulaban en la atmósfera atrapando cada vez mayor cantidad de calor. Ahora ya nos enfrentamos a la realidad: no somos ni amos ni señores y estamos desatando fuerzas naturales mucho más poderosas que nosotros y que nuestras más ingeniosas máquinas.
Todavía tenemos tiempo de salvarnos, pero sólo si abandonamos el mito de la dominación y el señorío y aprendemos a trabajar con la Naturaleza, respetando y aprovechando su intrínseca capacidad de renovación y regeneración. Esta idea nos lleva al mensaje central de la interconexión que existe entre todo, tema que es el corazón de la encíclica. Para la minoría que jamás lo olvidó, el cambio climático reafirma que no existe en la Naturaleza ninguna relación unidireccional de dominio puro. El Papa Francisco lo dice: “Nada de este mundo nos resulta indiferente”.
Hay quienes ven en esa interconexión un humillante menoscabo de su categoría. Esa idea les resulta insoportable y, apoyados activamente por actores políticos financiados por empresarios de los combustibles fósiles, optan por negar la Ciencia.
A pesar de todo, eso ya está cambiando a medida que cambia el clima y es probable que cambiará más con la publicación de esta encíclica, que podría poner en graves problemas a los políticos estadounidenses que se escudan en la Biblia para oponerse a las acciones contra el cambio climático. En este sentido, el viaje del Papa Francisco a Estados Unidos no podía ser más oportuno.
“HEMOS LLEGADO
A UN MOMENTO MUY PELIGROSO”
La encíclica afirma, y con razón, que la negación del problema climático adquiere muchas formas. En todo el espectro político y en todo el mundo hay muchos que aceptan la Ciencia, pero rechazan las complejas implicaciones de la Ciencia.
Pasé las últimas dos semanas leyendo cientos de reacciones a la encíclica. Y aunque la respuesta ha sido en general abrumadoramente positiva, he observado un argumento común en muchas de las críticas: el Papa Francisco -dicen- puede estar en lo cierto en los temas científicos que plantea, incluso en los temas morales, pero debe dejar los temas económicos y políticos a los expertos, que son quienes entienden cómo los mercados pueden resolver con eficacia cualquier problema.
Estoy en total desacuerdo. La verdad es otra: hemos llegado a un momento tan peligroso en parte porque muchos de esos expertos económicos nos han fallado empleando sus poderosas habilidades tecnocráticas sin sabiduría. Diseñaron modelos que dan un escandalosamente escaso valor a la vida humana, sobre todo a la vida de los pobres, y dan un enorme valor a la protección de los beneficios empresariales y al crecimiento económico conseguido a cualquier costo. Con ese deformado sistema de valores hemos terminado con mercados de carbono ineficaces, en lugar de establecer sustanciales impuestos al carbono y aumentar las regalías a quienes extraen combustibles fósiles. Y así hemos llegado al objetivo de reducir en tan sólo 2 grados la temperatura global, a pesar de que con esa reducción podrían desaparecer naciones enteras.
En un mundo donde el beneficio económico se pone siempre por encima de la gente y del planeta, la economía climática tiene absolutamente todo que ver con la ética y la moral. Si estamos de acuerdo en que poner en peligro la vida en la Tierra representa una crisis moral, entonces esto nos exige actuar.
Y actuar no significa dejar el futuro al azar o a los ciclos de auge y caída del mercado. Actuar significa establecer políticas dirigidas a regular la cantidad de carbono que se puede extraer de la Tierra. Significa políticas que nos conduzcan a emplear un cien por ciento de energías renovables en las próximas dos o tres décadas, o a más tardar a mediados de este siglo, no hasta finales del siglo. Significa compartir el uso de los bienes comunes, como lo es la atmósfera, sobre la base de la justicia y la equidad y no sobre la base de que quien gana se lo lleva todo. Tampoco sobre la idea de Ottmar Edenhofer, profesor de economía del cambio climático, cuando afirma que “el poder hace el derecho”.
“TENEMOS LA OPORTUNIDAD DE LOGRAR
UN CLIMA MÁS ESTABLE Y UNA ECONOMÍA JUSTA”
Es teniendo en cuenta esta situación que está surgiendo aceleradamente un nuevo tipo de movimiento climático. Se basa en la verdad más valientemente expresada en la encíclica: el actual sistema económico alimenta la crisis climática y, a la vez, trabaja activamente para impedir que tomemos las medidas necesarias para evitarla.
El actual movimiento climático se basa en la convicción de que para evitar que el cambio climático se haga incontrolable necesitamos un cambio de sistema. Y porque el actual sistema está alimentando también una desigualdad cada vez mayor, ante este desafío crucial tenemos la posibilidad de resolver a la vez las múltiples crisis superpuestas. Al mismo tiempo podemos lograr un clima más estable y una economía justa.
La conciencia de esta oportunidad está creciendo y es por eso que estamos viendo algunas alianzas sorprendentes, antes impensables, como por ejemplo que yo esté en el Vaticano y que también se reúnan aquí sindicatos, organizaciones indígenas, comunidades de fe, grupos ecologistas y científicos trabajando más estrechamente que nunca antes. En estas coaliciones no estamos de acuerdo en todo ni mucho menos. Sin embargo, todos entendemos que los retos son tan grandes, el tiempo es tan corto y la tarea tan inmensa que no podemos darnos el lujo de que las diferencias nos dividan.
Cuando 400 mil personas marcharon en Nueva York por la justicia climática en septiembre de 2014 el lema fue “Para cambiarlo todo necesitamos a todos”. Sí, necesitamos a todo el mundo y eso, por supuesto, incluye a los líderes políticos. Sin embargo, después de haber compartido muchas reuniones con movimientos sociales sobre la próxima COP 21 que se celebrará en París en diciembre, puedo decirles que existe tolerancia cero para un nuevo fracaso disfrazado de éxito ante las cámaras y para que una semana después de concluida la Cumbre esos mismos políticos continúen extrayendo petróleo en el Ártico, construyendo más carreteras e impulsando nuevos acuerdos comerciales que hacen mucho más difícil regular a los contaminadores.
Si en París no se logran reducciones inmediatas de las emisiones de gases y, a la vez no se proporciona un apoyo real y sustantivo a los países pobres, la Cumbre será declarada como un rotundo fracaso.
“ES DIFÍCIL,
PERO NO IMPOSIBLE”
No debemos abandonar la idea de que aún hay tiempo para apartarnos de la peligrosa ruta en la que vamos, la que nos está conduciendo no a 2 grados más de calentamiento, sino a 4. De hecho, podríamos lograr mantener el calentamiento por debajo de 1.5 grados si ésa fuera nuestra prioridad colectiva.
Sin duda sería difícil, tan difícil como fue el racionamiento y la reconversión industrial que nos tocó hacer en tiempos de guerra. Sería una meta tan ambiciosa como lo fueron los programas de obras públicas y contra la pobreza que se pusieron en marcha cuando la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.
Pero difícil no es lo mismo que imposible. Sería una claudicación cobarde rendirse ante un reto que salvaría muchas vidas y evitaría tantos sufrimientos simplemente porque es difícil y costoso y porque requiere sacrificios de quienes tenemos tanto que podemos sobrevivir con menos. No existe en el mundo ningún costo-beneficio capaz de justificar semejante cobardía.
“Que lo perfecto no sea enemigo de lo bueno”. Tenemos ya dos décadas de estar oyendo estas palabras, supuestamente serias. Las hemos oído durante veinte años, durante la vida entera de los jóvenes activistas que hoy luchan por el ambiente. Y cada vez que otra Cumbre de la ONU no lograba políticas audaces, legalmente vinculantes y basadas en la Ciencia y se quedaba en promesas vacías de recursos, ni siquiera nuevos, para los países pobres, hemos escuchado lo mismo: “Lo que logramos no es suficiente, pero es un paso en la dirección correcta. En la próxima abordaremos lo más difícil”. Y otra vez el consejo: “No dejemos que lo perfecto sea enemigo de lo bueno”.
“EN PARÍS
TENEMOS SÓLO DOS CAMINOS”
Considero un deber decir entre estos sagrados muros que esas palabras son una necedad. Lo perfecto se esfumó a mediados de la década de 1990, después de la primera Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro. Y hoy tenemos sólo dos caminos ante nosotros: un camino difícil pero humano y un camino fácil pero reprobable.
Para nuestros supuestos líderes, para quienes ya están preparando promesas para la COP 21 en París y ya están alistando el maquillaje de otro pésimo acuerdo, tengo un consejo: Lean la encíclica, no su resumen, lean todo el texto. Léanla y dejen que sus corazones sientan dolor por lo que ya hemos perdido y celebren lo que aún podemos proteger y contribuir a restaurar.
Y escuchen también las voces de los cientos de miles de personas que estarán en las calles de París fuera de la Cumbre y las de quienes se reunirán simultáneamente en ciudades de todo el mundo. Esas voces siempre han dicho: “Necesitamos acciones”. Esta vez dirán algo más: “Ya estamos actuando”.
Y dirán más todavía: “Somos la solución con nuestras demandas para que las instituciones vendan sus acciones en el negocio de los combustibles fósiles; con nuestros cultivos ecológicos, que dependen menos de combustibles fósiles, proporcionan alimentos sanos, dan empleo y se esfuerzan en reducir emisiones de carbón; con nuestros proyectos de energía comunitarios democráticamente controlados; con nuestras demandas de un transporte público seguro, asequible, incluso libre; con nuestra terca insistencia en que nadie se llame “líder climático” mientras entrega nuevas y enormes extensiones de mar y tierra a la extracción de petróleo y gas y promueve el fracking y la minería de carbón. Dejemos esas riquezas donde están y que ningún país se proclame democrático si tiene compromisos con contaminadores internacionales”.
En todo el mundo el movimiento por la justicia climática nos está diciendo “Miren qué mundo tan hermoso nos espera aplicando una política valiente de la que hay semillas que ya están dando frutos para quienes quieran verlos. No dejen que lo difícil sea enemigo de lo popular y únanse a nosotros para hacer realidad lo que es posible”.
Al término de sus palabras, Naomi Klein respondió así a una pregunta de los periodistas presentes en el evento: «La encíclica del Papa Francisco me sorprendió por su coraje y también por su poesía. El texto es una maravillosa combinación del lenguaje del sentido común y del lenguaje poético, en un texto conmovedor que le habla al corazón… La Santa Sede no se está dejando intimidar, sabiendo como sabe que decir verdades poderosas provoca a enemigos poderosos. Vivimos en un tiempo en el que falta coraje político. Estamos acostumbrados a ver a los políticos dar marcha atrás a la primera señal de controversia. Por eso, tanto el decir verdades controversiales como no retractarse de ellas cuando las cuestionan poderosos intereses creados es algo muy novedoso en el escenario político y muy necesario en la realidad que estamos viviendo».
AUTORA DE LOS BEST SELLERS “NO LOGO”,
“LA DOCTRINA DEL SHOCK: EL AUGE DEL CAPITALISMO DEL DESASTRE” Y “ESTO LO CAMBIA TODO:
EL CAPITALISMO CONTRA EL CLIMA”.
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