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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 419 | Febrero 2017

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Internacional

La victoria de Trump: el fin del neoliberalismo progresista

No derramaré ni una lágrima por la derrota de Clinton, promotora del neoliberalismo progresista. Hay mucho que temer de la administración Trump, racista, anti-inmigrante y anti-ecológica. Pero no deberíamos lamentar ni la implosión de la hegemonía neoliberal ni la demolición del clintonismo y de su tenaza de hierro sobre el Partido Demócrata. Con Trump no sólo hay peligros, también oportunidades: la posibilidad de construir una nueva izquierda,un socialismo democrático.

Nancy Fraser

La elección de Donald Trump es una más de una serie de insubordinaciones políticas espectaculares que, en conjunto, apuntan a un colapso de la hegemonía neoliberal. Entre esas insubordinaciones podemos mencionar, entre otras, el voto del Brexit en el Reino Unido, el rechazo de las reformas de Renzi en Italia, la campaña de Bernie Sanders para la nominación por el Partido Demócrata en Estados Unidos y el apoyo creciente cosechado por el Frente Nacional en Francia.

POR TODO EL PLANETA


Aun cuando difieren en ideología y objetivos, esos motines electorales comparten un blanco común: rechazan la globalización gran-empresarial, el neoliberalismo y al establishment político que los ha promovido. En todos los casos, los votantes dicen NO a la letal combinación de austeridad, libre comercio, deuda predatoria y trabajo precario y mal pagado que resultan características del actual capitalismo financiarizado. Sus votos son una respuesta a la crisis estructural de esta forma de capitalismo, crisis que saltó por primera vez a la vista de todos con la casi fusión del orden financiero global en 2008.Sin embargo, hasta hace poco la repuesta más común a esta crisis era la protesta social: espectacular y vívida, desde luego, pero de carácter harto efímero. Los sistemas políticos, en cambio, parecían relativamente inmunes, todavía controlados por funcionarios de partidos y élites del establishment, al menos en los estados capitalistas poderosos como Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania.

Pero ahora las ondas electorales de choque reverberan por todo el planeta, incluidas las ciudadelas de las finanzas globales. Quienes votaron por Trump, como quienes votaron por el Brexit o contra las reformas italianas, se han levantado contra sus amos políticos. Burlándose de las direcciones de los partidos han repudiado el sistema que ha erosionado sus condiciones de vida en los últimos treinta años. Lo sorprendente no es que lo hayan hecho, sino que hayan tardado tanto.

LO QUE RECHAZAN


No obstante, la victoria de Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista.

Esto puede sonar como un oxímoron, pero se trata de un alineamiento, aunque perverso, muy real: es la clave para entender los resultados electorales en Estados Unidos, y acaso también para comprender la evolución de los acontecimientos en otras partes. En la forma en que se ha desarrollado en Estados Unidos, el neoliberalismo progresista es, por un lado, una alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, anti-racismo, multiculturalismo y derechos de los LGBTQ), y por el otro, de sectores de negocios de alta gama “simbólica” y sectores de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood).

En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo del conocimiento, especialmente con las del capitalismo financiero. Aunque, y maldita sea la gracia, lo cierto es que las fuerzas del conocimiento prestan su carisma a las fuerzas financieras.

Ideales como la diversidad y el “empoderamiento”, que, en principio podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a políticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y para las vidas de lo que otrora era la clase media.

CLINTON LO RATIFICÓ


El neoliberalismo progresista se desarrolló en Estados Unidos durante estas tres últimas décadas y fue ratificado por el triunfo electoral de Bill Clinton en 1992.

Clinton fue el principal ingeniero y portaestandarte de los “nuevos demócratas”, el equivalente estadounidense del “Nuevo Laborismo” de Tony Blair. En vez de la coalición del New Deal entre obreros industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias urbanas, Clinton forjó una nueva alianza entre empresarios, población suburbana, nuevos movimientos sociales y juventud: todos proclamando orgullosos su ”buena fe” moderna y progresista, amante de la diversidad, del multiculturalismo y de los derechos de las mujeres.

Aun cuando la administración Clinton hizo suyas esas ideas progresistas, cortejó a Wall Street. Pasando el mando de la economía a Goldman Sachs, desreguló el sistema bancario y negoció tratados de libre comercio que aceleraron la des-industrialización. Lo que se perdió por el camino fue el “cinturón industrial”, hasta entonces bastión de la democracia social del New Deal y ahora la región de Estados Unidos que ha entregado el colegio electoral a Donald Trump. Esa región, junto con nuevos centros industriales en el sur, recibió un duro revés cuando la financiarización más desatada campó a sus anchas durante las pasadas dos décadas.

SÓLO UN BARNIZ DE EMANCIPACIÓN


Continuadas por sus sucesores, incluido Barak Obama, las políticas de Clinton degradaron las condiciones de vida de todo el pueblo trabajador, especialmente las de quienes tenían empleo en la producción industrial. Para decirlo sumariamente: Clinton tiene una pesada responsabilidad en el debilitamiento de las uniones sindicales, en el declive de los salarios reales, en el aumento de la precariedad laboral y en el auge de las familias con dos ingresos que vino a sustituir al extinto salario familiar.

Al asalto a la seguridad social le dio lustre un barniz de carisma emancipatorio, prestado por los nuevos movimientos sociales. Durante todos los años en los que se abría un cráter tras otro en su industria manufacturera, Estados Unidos estaba animado y entretenido por una faramalla de “diversidad”, “empoderamiento” y “no-discriminación”.

Identificando “progreso” con meritocracia, en vez de igualdad, con esos términos se equiparaba la “emancipación” con el ascenso de una pequeña élite de mujeres “talentosas”, de minorías y de gays en la jerarquía empresarial del quien-gana-se-queda-con-todo, en vez de con la abolición de la jerarquía.

Esa comprensión liberal-individualista del “progreso” vino gradualmente a reemplazar a la comprensión anticapitalista de la emancipación -más abarcadora, anti-jerárquica, igualitaria y sensible a la clase social-, la que había florecido en los años 60 y 70. Cuando la “nueva izquierda” menguó, su crítica estructural de la sociedad capitalista se marchitó y el esquema mental liberal-individualista tradicional del país se reafirmó a sí mismo, al tiempo que se contraían las aspiraciones de los “progresistas” y de los sedicentes izquierdistas.

LO “POLÍTICAMENTE CORRECTO”


Lo que selló el acuerdo fue la coincidencia de esta evolución con el auge del neoliberalismo. Un partido inclinado a liberalizar la economía capitalista encontró su compañero perfecto en un feminismo empresarial, centrado en la “voluntad de liderar” o en “romper el techo de cristal”.

El resultado fue un “neoliberalismo progresista”, amalgama de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización. Fue esa amalgama la que desecharon en conjunto y totalmente los votantes de Trump. Prominentes entre los dejados atrás en este duro mundo cosmopolita eran los obreros industriales, desde luego, pero lo eran también ejecutivos, pequeños empresarios y todos los que dependían de la industria en el “cinturón industrial” y en el Sur, así como las poblaciones rurales devastadas por el desempleo y la droga.

Para esas poblaciones, al daño de la des-industrialización se añadió el insulto del moralismo progresista, que se acostumbró a considerarlos culturalmente atrasados. Rechazando la globalización, los votantes de Trump repudiaban también el liberalismo cosmopolita identificado con ese moralismo. Algunos -no, desde luego, todos, ni mucho menos- quedaron a un paso muy corto de culpar del empeoramiento de sus condiciones de vida a “lo políticamente correcto”, a las gentes de color, a los inmigrantes y a los musulmanes. A sus ojos, las feministas y Wall Street eran aves de un mismo plumaje, perfectamente unidas en la persona de Hillary Clinton.

SIN UNA IZQUIERDA GENUINA


Lo que hizo posible esa combinación fue la ausencia de cualquier izquierda genuina. A pesar de arrebatos periódicos como “Occupy Wall Street”, que se reveló efímero, desde hace varias décadas no ha habido una presencia sostenida de la izquierda en Estados Unidos. Ni se ha dado aquí una narrativa abarcadora de izquierda que pudiera vincular, por un lado, los legítimos agravios de los votantes de Trump con una crítica efectiva de la financiarización, y por el otro, con la visión anti-racista, anti-sexista y anti-jerárquica de la emancipación.

Igualmente devastador resultó que se dejaran languidecer los potenciales vínculos entre el mundo del trabajo y los nuevos movimientos sociales.

Divorciados el uno del otro, estos indispensables polos de cualquier izquierda viable se alejaron indefinidamente hasta llegar a parecer antitéticos, al menos hasta la notable campaña de Bernie Sanders en las primarias, que bregó por unir esos polos después del relativo pinchazo que significó la consigna “Las vidas negras cuentan”.

LA REVUELTA DE BERNIE SANDERS


Haciendo estallar el sentido común neoliberal reinante, la revuelta que provocó Sanders fue el paralelo de Trump en el lado demócrata.
Así como Trump logró dar el vuelco al establishment republicano, Sanders estuvo a un pelo de derrotar a la sucesora ungida por Obama, cuyos funcionarios de tiempo completo controlaban todos y cada uno de los resortes del poder en el Partido Demócrata. Entre ambos, Sanders y Trump, galvanizaron una enorme mayoría del voto estadounidense.

Pero sólo el populismo reaccionario de Trump sobrevivió. Mientras que él consiguió deshacerse fácilmente de sus rivales republicanos, incluidos los predilectos de los grandes donantes de campaña y de los jefes del partido, la insurrección de Sanders fue frenada eficazmente por un Partido Demócrata mucho menos democrático.

En el momento de la elección general, la alternativa de izquierda ya había sido suprimida. La opción que quedaba era un “tómalo o déjalo” entre el populismo reaccionario y el neoliberalismo progresista: elijan el color que quieran, mientras sea negro. Cuando la sedicente izquierda cerró filas con Hillary, la suerte estaba echada.

EL DILEMA DE LA IZQUIERDA


A partir de ahora éste es un dilema que la izquierda debería rechazar. En vez de aceptar los términos en que las clases políticas nos presentan el dilema que opone emancipación a protección social, lo que deberíamos hacer es trabajar para redefinir esos términos partiendo del vasto y creciente fondo de revulsión social contra el orden actual.

En vez de ponernos del lado de la financiarización-emancipación contra la protección social, lo que deberíamos hacer es construir una nueva alianza de emancipación y protección social contra la finaciarización.

En ese proyecto, que se construiría sobre el terreno preparado por Sanders, emancipación no significa diversificar la jerarquía empresarial, sino abolirla. En ese proyecto, prosperidad no significa incrementar el valor de las acciones o el beneficio empresarial, sino incrementar la base de partida de una buena vida para todos. Esa combinación sigue siendo la única respuesta de principios y ganadora en la presente coyuntura.

PELIGROS Y OPORTUNIDADESDE LA VICTORIA DE TRUMP


En lo que a mí se refiere, no derramé ni una lágrima por la derrota del neoliberalismo progresista. En verdad, hay mucho que temer de una administración Trump, racista, anti-inmigrante y anti-ecológica. Pero no deberíamos lamentar ni la implosión de la hegemonía neoliberal ni la demolición del clintonismo y de su tenaza de hierro sobre el Partido Demócrata.

La victoria de Trump significa una derrota de la alianza entre emancipación y financiarización. Sin embargo, esta Presidencia no ofrece solución ninguna a la presente crisis, no trae consigo la promesa de un nuevo régimen ni de una hegemonía segura. Más bien, a lo que nos enfrentamos es a un interregno, a una situación abierta e inestable en la que los corazones y las mentes están en juego. En esta situación, no sólo hay peligros, también oportunidades: la posibilidad de construir una nueva izquierda.

UN SERIO EXAMEN DE CONCIENCIA


Lograr eso dependerá mucho, y en parte, de que los progresistas que apoyaron la campaña de Hillary sean capaces de hacer un serio examen de conciencia. Necesitarán librarse del mito, confortable pero falso, de que perdieron contra una “pandilla deplorable” (racistas, misóginos, islamófobos y homófobos) auxiliados por Vladimir Putin y el FBI.

Necesitarán reconocer su propia dosis de culpa al sacrificar la protección social, el bienestar material y la dignidad de la clase obrera a una falsa interpretación de la emancipación, entendida en términos de meritocracia, diversidad y empoderamiento. Necesitarán pensar a fondo en cómo podemos transformar la economía política del capitalismo financiarizado reviviendo el lema de campaña de Sanders, “Socialismo democrático”, e imaginando qué podría ese lema significar en el siglo 21.

Necesitarán, sobre todo, llegar a la masa de votantes de Trump que no son racistas ni próximos a la ultraderecha, sino víctimas de un “sistema fraudulento”, gentes que pueden y deben ser reclutadas para el proyecto anti-neoliberal de una izquierda rejuvenecida.

Todo esto no quiere decir olvidarse de preocupaciones acuciantes sobre el racismo y el sexismo. Significa esforzarse en mostrar de qué modo esas inveteradas opresiones históricas hallan nuevas expresiones y nuevos fundamentos en el capitalismo financiarizado de nuestros días.

Rechazando la idea falsa de suma cero, que dominó la campaña electoral, deberíamos vincular los daños sufridos por las mujeres y las gentes de color con los experimentados por los muchos que votaron a Trump. Por esa senda, una izquierda revitalizada podría sentar los fundamentos de una nueva y potente coalición comprometida a luchar por todos.

PROFESORA DE FILOSOFÍA Y POLÍTICA EN LA NEW SCHOOL FOR SOCIAL RESEARCH DE NUEVA YORK.TEXTO PUBLICADO EL 12 DE ENERO EN EL MEDIO DIGITAL “SIN PERMISO”.

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