Internacional
Estamos ante la gran encrucijada
Hemos entrado en un nuevo orden mundial en un escenario inédito.
Estamos ante una gran encrucijada en una crisis ecosocial
que ha provocado una fractura metabólica
en la relación entre la sociedad humana y la Naturaleza
y que pone en peligro la misma existencia de la vida en el planeta.
Las religiones pueden contribuir
a detener la desmesura humana en este nuevo orden.
Pero el optimismo, que es una banalización de la esperanza,
no nos permite darnos cuenta de lo que está pasando.
Son algunas de las ideas de un nuevo libro del que habla su autor y aquí resumimos.
Santiago Álvarez Cantalapiedra
La gran encrucijada es el título de mi libro. La encrucijada de la que escribo es consecuencia de la actual crisis ecosocial, una crisis multidimensional: es ecológica, económica y política y afecta los planos biofísico, productivo y reproductivo. Y también es multiescalar: se manifiesta desde lo local hasta lo global.
LA HISTORIA NO ESTÁ ESCRITA,
LA ESCRIBIMOS NOSOTROS
La crisis ecosocial en la que estamos nos sitúa en una encrucijada de caminos. La gran bifurcación en la que estamos representa una encrucijada de complejidades que plantea un doble reto para el pensamiento crítico. Primer reto: la necesidad de incorporar las diferentes dimensiones de la crisis al análisis, superando el reduccionismo y evitando los ismos: el “economicismo” de quienes sólo contemplan como causa y/o solución la dimensión económica; el “ecologicismo” de quienes sólo contemplan -como causa y/o solución la dimensión ecológica; o el “politicismo” de quienes solo la ven desde la política.
El segundo reto consiste en saber sortear la tentación de centrarse exclusivamente en la dinámica de los sistemas y en saber tener en cuenta la lógica de la acción social. La historia no está escrita de antemano. La escribimos cada día. El pensamiento crítico que aspire a comprender la encrucijada en la que nos encontramos debe ser capaz de vincular estructura y agencia, pues la historia la hacemos los seres humanos, aunque sea en circunstancias que no elegimos, como decía Marx. Ciertamente, las circunstancias actuales son muy duras y proporcionan poco tiempo y poco margen de acción.En cualquier caso, la imagen de una encrucijada es nítida y puede ayudarnos a saber de dónde venimos, a plantear la reflexión de hacia dónde queremos ir y qué destinos evitar y a sopesar las opciones o caminos que aún se encuentran transitables para ello.
Cuando hablo de “la lógica de la acción social” lo que quiero señalar es que la acción colectiva cuenta, y mucho. Que en la realidad no hay sólo estructuras y tendencias. Hay eso y mucho más. Hay sujetos con intereses de clase y sujetos que deciden desclasarse. Existen correlaciones de fuerza variables, siempre dinámicas, que se configuran en cada momento según los acuerdos y alianzas que alcanzan los diferentes grupos que conforman la estructura social. Que en el comportamiento de los sujetos opera una pluralidad de motivaciones, hábitos, creencias y razones. Que hay percepciones de las cosas muy arraigadas que se forman en el pasado, que viven en el presente y que si no se cambian, condicionan el futuro.
Lo que quiero expresar es lo que tantos han dicho ya: que el capitalismo no morirá de muerte natural ni la crisis energética o climática, ni ninguna otra crisis, conducirá por sí sola a un orden nuevo si no nos ponemos a actuar desde este mismo momento, conscientes de nuestras fuerzas, de nuestra posición social y de lo que somos, pensamos y sentimos.
ES UNA DOBLE CRISIS INTERRELACIONADA,
ES ECOLÓGICA Y ES SOCIAL
Estamos ante una crisis ecosocial porque no existen dos crisis separadas, una social y otra ecológica, sino una única e inseparable crisis, que es eso: ecosocial.
Más que una suma es una interrelación, el resultado de una dialéctica entre ambas. La cuestión ecológica se entremezcla inmediatamente con la cuestión social en un sentido básico y radical. El deterioro ecológico y el deterioro social comparten las mismas causas. Ambos procesos son el resultado de la civilización industrial capitalista, que ha redefinido profundamente las relaciones sociales y el régimen de intercambios que establece la sociedad con la Naturaleza a partir de una apropiación depredatoria, a través de la explotación del trabajo humano y de los ecosistemas, de modo que la historia de esta crisis es la historia de una doble depredación: social y ecológica.
LA FRACTURA PROVOCADA POR EL CAPITALISMO
El capitalismo es un modo de producción y de dominación con rasgos propios. A lo largo de la historia han existido, y aún existen, otras formas de opresión y de dominación social. La fuerza de trabajo ha sido explotada de diferentes maneras a lo largo de la historia, pero en el capitalismo se hace de una manera peculiar.
Los mercados han existido siempre en las sociedades, pero un sistema económico basado en la idea de un mercado autorregulado es una novedad histórica que apareció con el capitalismo. La apropiación y uso de los recursos naturales varían sustancialmente si se gestionan como recursos comunes o como mercancías. Al igual, la forma de apropiación y orientación del excedente social varía según el tipo de propiedad -privada, social o pública- de los objetos y medios de trabajo que se emplean para transformar los recursos.
Lo que quiero resaltar es que el capitalismo ha redefinido con rasgos propios las relaciones sociales y el régimen de intercambios que establece la sociedad con la Naturaleza. Desde su etapa industrial ha transformado por completo el régimen metabólico de las sociedades, provocando una ruptura histórica en el modo de intercambiar con el medioambiente los materiales y la energía necesarios para su funcionamiento.
Experiencias como las del socialismo real, que se autoproclamaron alternativas al capitalismo, fueron incapaces de romper con el horizonte capitalista del desarrollo, incurriendo en un productivismo tanto o más acentuado y con consecuencias medioambientales catastróficas. Eso revela que uno de los errores fundamentales de las experiencias burocráticas del llamado socialismo real -y podríamos decir que de la izquierda en general- ha sido no saber dar una respuesta a la fractura metabólica provocada por el capitalismo, no haber discutido el tamaño ni los ingredientes del pastel económico ni el cómo se cocina ese pastel. Y sólo haberse limitado, tradicionalmente, a proclamar cómo se debía repartir.
LAS SOCIEDADES ACTUALES
SON MUY VULNERABLES ANTE ESTA CRISIS
Tengo la impresión de que no sabemos hasta qué punto las sociedades actuales resultan vulnerables ante lo que estamos viviendo. Las olas de calor, las sequías, las inundaciones ocasionadas por lluvias torrenciales y, en general, los eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes disparan los riesgos de colapsar un sistema social en el que los principios de organización que lo regulan se caracterizan por ofrecer bajos rangos de resiliencia.
Nos encontramos en un escenario inédito para el que apenas estamos preparados, en el que converge una creciente escasez de recursos estratégicos con la hecatombe que experimenta la biodiversidad y la desestabilización abrupta del clima. El sexto informe de la ONU sobre las Perspectivas del medio ambiente, presentado en marzo de 2019 en Nairobi, coincidiendo con la Asamblea de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, ha radiografiado, a partir del mejor conocimiento científico hoy disponible, los principales problemas del planeta: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la reducción del agua dulce disponible, la contaminación del aire, de los mares y océanos, la sobrepesca y el agotamiento de otros recursos, la deforestación y la desertización.
Aunque alguno de estos aspectos mejora parcialmente, la situación global del planeta ha empeorado sustancialmente desde que se publicó la primera edición hace más de 20 años. La causa del deterioro se encuentra en el modo de producción y consumo que sostiene el paradigma de la modernización capitalista, exclusivamente orientado por la racionalidad instrumental y la mentalidad materialista y tecnocrática, con una fe ciega en el mercado y en la tecnología, obsesionado por dominar la Naturaleza y por el crecimiento y la acumulación de la riqueza y el poder. El actual paradigma es un paradigma mortalmente peligroso.
Cuando una civilización no civiliza y se muestra incapaz de ofrecer respuestas a sus propias contradicciones, entonces los tiempos reclaman la necesidad de adoptar nuevos paradigmas. Las categorías, conceptos, valores y maneras de razonar hoy vigentes nos impiden darnos cuenta de lo que pasa.
HOY SOBRA INFORMACIÓN Y FALTA SABIDURÍA
Ante la gran encrucijada que vivimos hay que elegir y si hay que hacerlo conviene hacerlo después de un discernimiento. Es ilusorio pensar que basta con disponer de información. Si no nos damos suficiente cuenta de lo que pasa no es por falta de información, más bien por todo lo contrario. Lo que ocurre hoy es que padecemos un exceso de información que nos provoca ceguera. Una “ceguera blanca” que, como en la célebre novela de Saramago, Ensayo sobre la ceguera, no se produce por falta de luz sino por lo contrario. Vivimos en un mundo ‘infoxicado’, con una sobresaturación de datos e informaciones que impiden conocer lo que está ocurriendo.
Se nos olvida con demasiada frecuencia que los datos no son información hasta que no se articulan y que la información no llega a convertirse en conocimiento hasta que no somos capaces de organizar nuestras ideas en un argumento coherente. Y que el conocimiento puede no ser la respuesta a nuestras preguntas si no va alimentado de sabiduría.
Información, conocimiento y sabiduría son tres modos muy distintos de saber. Nos sobra lo primero, andamos justitos de lo segundo y en la sociedad actual se desprecia abiertamente la sabiduría. Y la sabiduría es lo más necesario para responder a la pregunta de cuánto es bastante para vivir de forma justa y sostenible sobre este planeta. Con su enorme sabiduría, Gandhi puso las cosas en su sitio al afirmar que “el mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para la avaricia de unos pocos”. Él señaló el camino al exhortarnos a “vivir sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir”.
Necesitamos un paradigma que vuelva a poner las cosas en su sitio, capaz de armonizar el conocimiento y la sabiduría desde la plena conciencia de que todas las capacidades adquiridas por el desarrollo actual de las fuerzas productivas comprometen nuestra existencia en la medida en que se transforman bajo el capitalismo en fuerzas que destruyen los fundamentos naturales de la vida humana sobre este planeta.
SIN SABIDURÍA CONFUNDIMOS VALOR CON PRECIO
El término sabiduría remite a la facultad de las personas para actuar con sensatez, prudencia o acierto. Podemos saber mucha física atómica y mucha genética y actuar irresponsablemente. Por supuesto que conocer cómo funciona la sociedad, la vida o el mundo físico ayuda a proceder con prudencia, sensatez y acierto, pero el mero hecho de conocerlo no parece suficiente para convertirnos en sujetos prudentes y responsables. La verdad es que las formas de vida actuales, aunque basadas muchas de ellas en el conocimiento científico, no parecen demasiado sabias.
Creo que hay mucha sabiduría en la experiencia de nuestros mayores, en las culturas campesinas, en los saberes ancestrales de los pueblos indígenas, en las religiones, en la filosofía, en la literatura o en las artes en general. Para los tiempos que corren, la sabiduría tiene que ver principalmente con todo lo que contribuye a educar el deseo, orientándolo y poniéndole límites.
En estos tiempos de crisis ecosocial, en los que la excepcionalidad se está convirtiendo en norma, necesitamos que la sabiduría -ahora un bien excepcional- se convierta en un atributo normal de las personas, proporcionándoles sensatez, prudencia y acierto en cada uno de sus actos cotidianos. El capitalismo, anclado en la explotación del deseo, nos hace necios, hasta el punto de confundir valor y precio, como decía Antonio Machado. O a conocer el precio de todo y el valor de nada, como decía Oscar Wilde.
RESULTADOS DEL CRECIMIENTO ACELERADO
Hemos vivido una “gran aceleración” que ha conducido a que la escala de la economía mundial sea demasiado grande para que su desarrollo sea compatible con la salud del planeta. Hemos vivido un período excepcional de crecimientos exponenciales que nos ha llevado a la situación de extralimitación en la que hoy nos encontramos.
A partir de la segunda mitad del siglo 20 se produjo un gran incremento en la extracción de recursos energéticos y minerales y se dispararon, como consecuencia, los niveles de residuos y emisiones.
Esta inyección de recursos aceleró el motor de la civilización industrial impulsando, a su vez, el crecimiento de la población mundial, el proceso urbanizador, los medios de transporte, la producción y el comercio internacional, el consumo global de agua, de fertilizantes, las capturas pesqueras... Prácticamente nada ha quedado al margen de este impulso voraz.
Incluso la arena, una materia prima hasta hace poco abundante y barata, en la actualidad se está tornando escasa por el elevado ritmo urbanizador y la gran cantidad de infraestructuras que se expanden por todo el planeta.
Cada año se extraen alrededor de 59 mil millones de toneladas de materiales de la Tierra, y la arena representa cerca del 85%. La mitad de los combustibles fósiles los hemos consumido en las cuatro últimas décadas de expansión acelerada del capitalismo mundial durante este período que conocemos como globalización.
SOCIEDADES CON UNA CAPACIDAD
DE DESTRUCCIÓN NUNCA VISTA
El efecto de este crecimiento acelerado es que se han agravado, también exponencialmente, los procesos de degradación de los ecosistemas: pérdida de la biodiversidad, desaparición de los bosques tropicales, acidificación de los oceános, concentración de dañinos gases de efecto invernadero en la atmósfera, expansión masiva de plásticos y de nuevas sustancias nocivas inundando hasta los rincones más remotos del planeta…
La aceleración del capitalismo ha provocado una doble fractura: metabólica y social. El funcionamiento de una sociedad es un metabolismo y depende de los flujos continuos de recursos que intercambia con la Naturaleza. A eso lo denominamos “metabolismo socioeconómico”.
La civilización industrial capitalista indujo el tránsito desde un régimen metabólico basado en los recursos bióticos (renovables), los que nos brinda la Naturaleza viva, a otro tránsito, el que depende de los recursos fósiles y minerales que extraemos de la corteza terrestre (no renovables). El resultado, a lo largo de todo el siglo 20, sobre todo a partir de su segunda mitad, es dotar a prácticamente todas las sociedades humanas de una capacidad nunca vista de destrucción del mundo natural.
YA ESTAMOS VIVENDO
EN “LA ERA DE LAS CONSECUENCIAS”
La humanidad ha progresado en los últimos 200 años, pero es un progreso aparente, pues mina las bases naturales y sociales sobre las que se sostiene. Ésa es la gran contradicción del capitalismo: desarrollarse con una estrecha racionalidad crematística que da lugar a una profunda irracionalidad social que amenaza con socavar las bases naturales que sostienen la vida. Hoy hemos llegado a “la era de las consecuencias”, un período en el que debemos convivir de forma inevitable con las consecuencias de la crisis ecosocial.
Hubo la oportunidad de revertir muchas cosas hace 40 años cuando se empezó a conocer la gravedad de la crisis eco¬lógica. Pero en lugar hacerlo, se inauguró un orden neoliberal que tomó la dirección contraria: más comercio y a mayores distancias, más desregulación y mercantilización, menos mecanismos de protección de la sociedad y de la Naturaleza.
Ahora nos toca asumir que el cambio climático ya está aquí y que padeceremos sus consecuencias, que han superado de manera irreversible algunos umbrales críticos. En ciertas partes del mundo se está padeciendo desde hace tiempo la combinación de la crisis ecológica con los impactos de otras crisis preexistentes ligadas a la pobreza y a la desigualdad, multiplicando y amplificando los conflictos.
En la última década se han disparado los conflictos armados, adoptando la mayoría de ellos la forma de conflictos internos. En la actualidad hay 36 conflictos armados registra¬dos en el mundo y 96 escenarios de tensión que están provocando la huida de millones de personas de sus territorios. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el desplazamiento forzado alcanzó en el año 2014 una magnitud que no se había registrado desde la Segunda Guerra Mundial.
Y junto al hecho incontestable de que los conflictos arma¬dos provocan la huida masiva de la gente, nos encontramos con otros procesos menos evidentes -el acaparamiento de tierras, el extractivismo minero y energético, la desertificación, el anegamiento de zonas densamente habitadas-, conflictos que también están expulsando -y en el futuro inmediato lo harán de manera más intensa- a muchas personas de sus hábitats por motivo de simple supervivencia.
LOS MÁS CASTIGADOS SON LOS POBRES
Es en este mundo en el que debemos aprender a convivir si queremos perdurar, buscando fórmulas de cómo vivir y organizar la vida social satisfaciendo las necesidades de las personas y respetando los límites naturales. Las sociedades opulentas, las europeas en particular, están obligadas a responder a este desafío global asumiendo sus responsabilidades.
El cambio climático es un fenómeno muy cruel que está castigando en mayor medida a quienes menos han contribuido a él. Los más pobres, cuyas formas de vida tienen bajos niveles de emisiones, son los más vulnerables ante las consecuencias de las catástrofes climáticas. Los ricos comprarán su salida. Se mudarán de las zonas inundables por la subida de los océanos a los lugares más seguros y se harán con las tierras más altas a medida que resulten inhabitables otras zonas. Asegurarán sus propiedades contra los riesgos asociados a eventos extremos y podrán disfrutar de más aire acondicionado en sus casas cuando se incrementen las olas de calor.
UNA INJUSTICIA QUE ES “PECADO”
En esto late una injusticia. No es nueva, ha estado presente siempre en cualquier cuestión ecosocial. Unos participan de las ventajas que trae el progreso y otros sólo soportan los costos y los riesgos asociados a la prosperidad material que otros disfrutan. Y junto al desigual reparto de los frutos del progreso -en forma de ventajas y oportunidades, costos y riesgos-, la suerte de la gente también dependerá de los mecanismos de protección o de las redes de seguridad que encuentren a su disposición. En cambio, los pobres dependen sobremanera de que existan redes de carácter público.
En la catástrofe del huracán Dorian, que asoló la isla Gran Ábaco al norte de las Bahamas, resultaron cruciales en las tareas de evacuación las fuerzas de seguridad privadas al servicio de los residentes ricos. No es difícil adivinar que los últimos en ser evacuados fueron los pobres. Lo mismo pasará en otros países y en otras catástrofes. Europa participa de un modo de vida imperial, por lo que su responsabilidad es mayor. Hablamos de una injusticia estructural imposible de exigir en los tribunales, pero básica para enjuiciar política y moralmente el sistema socioeconómico hoy vigente y los comportamientos cotidianos de esta civilización industrial capitalista.
El problema es que hoy no se consideran inadmisibles estas situaciones de injusticia. De ahí que, en mi opinión, no estaría de más recuperar nociones como la del “pecado”, que desde una lectura laica nos confronte con lo inaceptable. A cuestiones como ésta me refiero cuando hablo del papel de las religiones en la crisis ecosocial.
DOS CRITERIOS PARA DISTINGUIR
NECESIDADES DE DESEOS
Hay dos criterios para identificar las necesidades humanas: el criterio de la universalidad y el de la indispensabilidad. La universalidad nos dirá si el bien identificado es una necesidad humana porque está presente en todos los seres humanos de cualquier sociedad y época. La indispensabilidad nos advertirá que ese bien sólo podrá ser considerado como necesidad cuando, si no se satisface, provoca una pérdida o un daño grave en las personas. Con estos dos criterios tenemos una guía útil, aunque no la solución al problema. Al final, siempre estará la disputa por la interpretación de cómo satisfacemos nuestras necesidades.
Estos dos criterios son útiles para diferenciar las necesidades de los deseos subjetivos y las aspiraciones particulares que forjan los privilegios. Y por supuesto, la satisfacción de las necesidades humanas no se debería hacer de espaldas a las necesidades de otras especies vivas porque formamos parte de un ecosistema y si no corregimos nuestro antropocentrismo corremos el riesgo de tirar piedras sobre nuestro propio tejado.
LA CALIDAD DE VIDA: QUÉ TENGO,
QUÉ HAGO, DÓNDE Y CON QUIÉN ESTOY
La noción de calidad de vida es multidimensional. Una de esas dimensiones tiene que ver con garantizar la cobertura de las más elementales necesidades materiales. Calidad de vida implica disponer, por ejemplo, de ingresos, bienes y servicios suficientes para poder hacer frente a los estados de necesidad en una sociedad. Pero la calidad de vida es algo más que eso. Si preguntamos a la gente sobre una vida de calidad lo habitual es que incorporen en sus respuestas alusiones a la salud o al disfrute del tiempo libre y a la compañía de sus seres queridos.
La calidad de vida es un concepto multidimensional que incorpora tanto lo que tenemos, como lo que hacemos, sin olvidar dónde y con quién estamos. Tener, hacer y estar son dimensiones siempre presentes en la evaluación de la calidad de vida. Cada una de estas dimensiones entraña, a su vez, aspectos objetivos y subjetivos.
Los aspectos objetivos se refieren a las oportunidades que se nos abren en relación con los recursos a los que podemos acceder, las actividades que podemos desarrollar o las circunstancias en las que nos toca vivir. Los aspectos subjetivos tienen que ver con las valoraciones que hacemos y a los sentimientos -positivos y negativos- que nos provoca todo eso.
Una vez resaltadas las dimensiones que abarca la calidad de vida, el concepto está abierto a las discrepancias en cuanto a su significado. La clave aquí está en que las personas debemos dar razones de qué es calidad de vida. No vale sustraerse del debate público, decir que ésa es mi opinión y punto final. No, hemos de razonar juntos sobre su significado cuando las consecuencias nos afectan a todos.
Hablar de vida buena, del buen vivir, nos conduce a una discusión que desborda el plano meramente científico y que apunta al sentido y al valor que otorgamos a la vida. Podemos adentrarnos en esa tarea haciendo caso omiso de lo que nos dice la ciencia o asentándonos en ella. Es obvio que al señalar que este asunto desborda el campo científico defiendo que las respuestas a estos temas, que son filosóficos, se abordan mejor desde el conocimiento científico que desde su ignorancia.
REQUERIMOS UNA CULTURA
QUE FRENE LA DESMESURA HUMANA
Las interdependencias son el marco constitutivo de nuestra libertad en cuanto seres sociales que formamos parte de una especie que comparte el planeta con otras especies. Las tradiciones religiosas milenarias son portadoras de mucha sabiduría en este sentido.
Desde un punto de vista histórico, el fenómeno religioso presenta rasgos duales: ha mostrado versiones oscurantistas, legitimando y colaborando con formas de poder opresivas, pero también ha mostrado un enorme potencial de rebeldía. Michael Löwy, en un libro muy recomendable que ha publicado recientemente, Cristianismo de liberación. Perspectivas marxistas y ecosocialistas, recuerda que para percibir el primer aspecto de esa dualidad se requiere la llamada “corriente fría del marxismo”, pero que es la “corriente cálida del marxismo” la que ha mostrado el excedente utópico y la fuerza emancipadora presente en el cristianismo.
Jorge Riechmann, un poeta, traductor y profesor, al que cito, es una persona entrañable de una cultura y una creatividad enormes, cuyas aportaciones en el campo de la ética ecológica y de la construcción de una cultura de la autocontención resultan insoslayables en la tarea de lograr atemperar la hybris (desmesura) humana y hacer las paces con nosotros mismos y con la Naturaleza. Todo lo que contribuya a esa cultura de contención construirá un nuevo paradigma.
EL PAPEL DE LAS RELIGIONES
EN ESTA ENCRUCIJADA
Las religiones son una fuente de sabiduría para la encrucijada en la que estamos. A muchas se las puede considerar ecosofías: sabidurías sobre nuestra condición de seres interdependientes y ecodependientes. No en vano, el término religión está emparentado etimológicamente con religar o vincular y así, la experiencia religiosa consistiría en la conciencia y vivencia de la vinculación y la dependencia. En unos tiempos en los que tanto se echa en falta la sensatez y la prudencia, me temo que no podemos permitirnos el lujo de prescindir de las fuentes de sabiduría que se encuentran a nuestro alcance. Muchas religiones critican el utilitarismo y reivindican el valor intrínseco de cada ser viviente y el carácter sagrado de la biosfera en su conjunto. Además, proporcionan fuerza espiritual y moral, motivación e inspiración y, cuando adoptan la forma de protesta y rebeldía, la dimensión utópica y altas dosis de conciencia crítica, se suelen materializar en admirables formas de compromiso por la justicia, alimentadas por la esperanza.
Por lo general, casi todas introducen criterios para diferenciar lo admisible de lo inaceptable y ofrecen ritos de reconciliación que sanan y restablecen la confianza en la comunidad y en las personas. Las religiones son una forma de conciencia que actúan en el espacio simbólico en el que los seres humanos se piensan a sí mismos y piensan el mundo natural.
En esta gran encrucijada es necesario generar nuevas subjetividades. En los años 70, Pasolini advertía de la mutación antropológica que estaba ocasionando el capitalismo de consumo de masas en las sociedades occidentales. Hoy el capitalismo digital, a través de los mecanismos de vigilancia comercial, ha logrado perfeccionar esa capacidad de configurar las preferencias subjetivas de las personas.
Pero, a diferencia de los tiempos de Pasolini, el capitalismo tecnológico de nuestros días no se conforma sólo con moldear consumidores, impele también a que la gente gobierne su vida como si de una empresa o una marca se tratara, en eterna competición con sus semejantes.
LA NECESARIA CONVERSIÓN ECOLÓGICA
Si queremos salvar al planeta, y salvarnos nosotros, de este capitalismo invasivo debemos construir otra subjetividad. De ahí la importancia de pensar las relaciones que hay entre el cambio social y la conversión y la transformación personales. Y en este punto cabe reconocer las enseñanzas y el papel de las religiones, pues a través de la experiencia comunitaria, las prácticas pastorales y celebrativas, muchas de ellas han sabido abrir vías de aprendizaje social que cultivan la renuncia, la sobriedad, la solidaridad y la misericordia.
La encíclica del Papa Francisco, Laudato si’ me ha gustado por la honestidad y lucidez que transmite. Además, aporta conceptos que considero claves ante el desafío ecosocial, como los de la “cultura del descarte” y la “ecología integral”. Intramuros de la Iglesia incorpora importantes elementos de novedad a su doctrina social. Particularmente, creo que reinterpreta la tradición judeocristiana en lo que se refiere a la comprensión del mundo natural. Extramuros, creo que estamos ante una contribución muy relevante para asentar una conciencia ecológica crítica. Hay varios aspectos que me han parecido especialmente interesantes: la vinculación del “clamor de la Tierra” con el “clamor de los pobres” identificando las mismas causas para sus respectivos sufrimientos, la crítica al paradigma tecnocientífico y al “antropocentrismo despótico” y la llamada a la “conversión ecológica”.
LA DEMANDA DE CUIDADOS AQUÍ Y ALLÁ
La fractura social provocada por el capitalismo globalizado es consecuencia de ahogar los vínculos comunitarios en las gélidas aguas del cálculo mercantil. La irrupción de una sociedad regulada por las fuerzas del mercado y por el capital provocó una dislocación social, afectando el sistema de cuidados necesarios para la reproducción de la existencia humana.
La mayor necesidad de cuidados y menor número de cuidadores tradicionales podría compensarse con un mayor compromiso de toda la sociedad a través de la acción del Estado y, en particular, con una mayor asunción de responsabilidades por parte de los hombres en el interior del hogar. Sin embargo, no se ha producido ni lo uno ni lo otro.
Todavía estamos lejos de concebir los cuidados como una responsabilidad colectiva, de toda la comunidad, y más aún, de repartir los tiempos y las dedicaciones entre todos los miembros de la sociedad de manera equitativa.
Hay un aspecto que la economía feminista, que lleva tiempo señalándolo, y que contrarresta con creces cualquier avance en este asunto: es la dimensión global de los cuidados. El envejecimiento de la población y la epidemia de soledad que asola a los países ricos están provocando que gran parte de la demanda de cuidados se cubra con trabajo procedente de algunos países pobres. Pero las mujeres migrantes que cuidan aquí a nuestros mayores y enfermos dejan un profundo hueco en sus países de origen, que sólo se cubre allá con el sobresfuerzo de madres, hermanas o hijas. Esto está provocando que buena parte de los avances en una zona sea a costa de provocar un problema mayor en otra, como un tirar de la manta para taparme yo descubriéndote a ti.
NINGÚN AVANCE SOCIAL
ESTÁ ASEGURADO PARA SIEMPRE
Desde finales del siglo 19 se han sucedido tres órdenes sociales en el capitalismo contemporáneo, cada uno de los cuales ha empezado y terminado con una crisis estructural.
Según Duménil y Lévy, dos economistas marxistas franceses cuya obra es muy recomendable, la crisis estructural de 1890 inauguró el orden liberal. La Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado abrió la puerta al orden socialdemócrata, vigente en Occidente hasta la crisis de los años 70, una crisis que precipitó el surgimiento del orden neoliberal.
El progreso social se invirtió a partir de los años 70 del siglo 20. La opción reformista que representaba el orden socialdemócrata de la segunda postguerra mostró sus límites y en su lugar irrumpió al final de la década de los 70 la contrarreforma neoliberal. Por supuesto, aquel período socialdemócrata se desarrolló bajo condiciones muy particulares (abundancia de petróleo barato, una periferia al servicio de las metrópolis, una esfera reproductiva subordinada a los imperativos productivos de un capitalismo patriarcal…), de manera que no todo el mundo salió igual de bien parado, pero en general, fueron décadas de avance en el plano social y de prosperidad material.
Se logró algo que es extraordinariamente difícil de alcanzar en el capitalismo dadas las tensiones y contradicciones que operan en su interior: una relativa pacificación de las relaciones sociales. Existían fuerzas integradoras y redistribuidoras, también instituciones que otorgaban cierta protección social. La contraofensiva neoliberal ha tratado de acabar con todo eso, generando tensiones desintegradoras y dinámicas expulsivas. La lección que hay sacar de este tránsito desde el orden socialdemócrata al neoliberal es que ningún avance social se consigue sin lucha y nada de lo alcanzado está asegurado de una vez y para siempre.
UN ORDEN EMERGENTE QUE AÚN NO SE DEFINE
La Gran Recesión del año 2008 representa el inicio del fin del orden neoliberal y el tránsito hacia un orden emergente cuya suerte aún está por decidir y definir.
Recordemos que al comienzo de esa crisis, el Presidente francés, Nicolás Sarkozy, defendió la necesidad de refundar el capitalismo y que, por entonces, era un lugar común hablar del regreso de Keynes y de la suspensión temporal de las reglas del mercado. La salida de la crisis se ha realizado por la senda de unos recortes y unos ajustes muy del agrado de los neoliberales, pero no hay que olvidar la cantidad de medidas poco ortodoxas que en el campo de la política monetaria se han llevado a cabo. Se ha empezado a practicar el nacionalismo económico y en el plano internacional observamos guerras comerciales, tecnológicas y de divisas, impensables en la fase de la globalización neoliberal. Hoy nos encontramos ante un orden emergente que aún está por decantarse. De ahí también la utilidad de pensar el momento actual como una encrucijada.
CAPITALISMO DIGITAL Y FINANCIARIZADO
Sólo podremos responder a los desafíos que nos plantea la crisis ecosocial si somos plenamente conscientes del mundo que va surgiendo. Pretendo esbozar algunos rasgos que están presentes en este tránsito hacia un orden post-neoliberal. Esa transición viene marcada por el desarrollo del capitalismo digital, el poder de las finanzas y las formas con que se pretenden abordar las consecuencias que se derivan de la combinación de los impactos ecológicos con los problemas de la pobreza y la desigualdad.
Si comparamos las principales empresas mundiales por capitalización bursátil en los últimos diez años, veremos que los primeros puestos están ocupados en la actualidad por las empresas del capitalismo digital según este orden: Apple, Alphabet (Google), Microsoft, Facebook y Amazon. Hace una década el ranking estaba liderado por ExxonMobil y General Electric, empresas que ahora ocupan los puestos 10 y 30, respectivamente.
En ninguno de los dos listados aparecen las entidades financieras en los primeros puestos. Pero esto es engañoso. Lo único que nos indica es que las entidades financieras no están entre las que tienen un mayor capital social, pero no que no estén entre las que más condicionan el funcionamiento de la economía. De hecho, las finanzas a través de los diferentes instrumentos de inversión colectiva (fondos de inversión, de pensiones, soberanos, etc.) están detrás de la propiedad de las principales corporaciones no financieras y su presencia accionaria está marcando el modelo de gobernanza y de negocio de esas empresas orientándolas hacia la rentabilidad financiera a corto plazo. Es lo que se llama “financiarización” o capitalismo financiarizado, aún vigente a pesar de que la última crisis de 2008 redefiniera algo las cosas.
ESTAMOS ANTE UN CAMBIO GLOBAL
EN UN ESCENARIO INÉDITO
Otra manifestación de la involución provocada por la contrarreforma neoliberal ha sido el paulatino vaciamiento democrático de nuestras sociedades. Cuando se trata de elegir entre capitalismo y democracia, las élites tienen clara la elección. La expresión “capitalismo democrático”, que tanto gusta al pensamiento neoconservador, es el mayor oxímoron que conozco.
Hoy todo apunta a que estamos cerrando una etapa histórica. Estamos ante una crisis ecosocial, que es la crisis de muchas crisis, como expresión de una crisis de civilización que tiene manifestaciones en todos los planos, el material (biofísico), el estructural (orden social) y el político (vaciamiento democrático).
La gran fractura metabólica que arrastramos desde la revolución industrial, la magnitud de la crisis de cuidados que se avecina, la reestructuración que está experimentando el capitalismo tras la Gran Recesión de 2008, la profunda involución que padecen nuestras sociedades y el vaciamiento del contenido de las democracias, todo eso, si lo tomamos en conjunto y de forma relacionada, muestra la magnitud de un cambio global que nos sitúa en un escenario inédito.
El nuevo orden social en ciernes se manifiesta tanto en el plano interno como en el internacional. En el internacional afloran tensiones que llevan a hablar del regreso de la geopolítica. Las tensiones geopolíticas estallan en múltiples frentes. Cada vez con menos posibilidades económicas y energéticas para iniciar nuevos ciclos de acumulación, a este capitalismo que se desliza por zonas de extralimitación ecológica, parece quedarle únicamente el recurso a la acumulación por desposesión.
De ahí que las principales tensiones internacionales estallen en torno a lugares clave en el aprovisionamiento energético -Irán o Venezuela- o surjan de la pugna por el control de nuevas rutas comerciales, como la Nueva Ruta de la Seda que impulsa el Presidente chino Xi Jinping o La Vía del Ártico, que aúna el interés por los recursos que afloran por el des¬hielo que provoca el calentamiento global, con la posibilidad de abrir nuevas vías marítimas que acorten la distancia entre Asia y Occidente.
No hay que olvidar que otro frente de este regreso de la geopolítica tiene que ver con el hecho de que el centro de gravedad del dinamismo económico se ha ido desplazando de Occidente hacia Oriente. En estos tiempos de crisis ecosocial la geopolítica se desenvuelve en un mundo crecientemente post-occidental.
¿QUÉ HA DEJADO EL PROYECTO GLOBALISTA?
El proyecto globalista enarbolado durante el orden neoliberal está severamente cuestionado. Asistimos a repliegues nacionales que hacen renacer pulsiones proteccionistas a través de guerras comerciales, tecnológicas y de divisas. El abandono del multilateralismo y la preferencia de Trump por el bilateralismo, el embrollo del Brexit, el desconcierto en que se encuentra sumido el proyecto europeo, la aparición de nuevos actores, China, India, Brasil o Rusia, que reclaman su papel en un mundo cada vez más multipolar, son síntomas de este proceso.
La globalización neoliberal ha tenido ganadores y perdedores inesperados tanto en el plano internacional como en el interior de las sociedades. Simplificando mucho, ha favorecido, de una forma muy distinta, a los plutócratas globales y a segmentos relativamente amplios de asalariados de China y de un puñado de países asiáticos, mientras que se han visto severamente perjudicados tanto el campesinado de los países más pobres como las clases populares, empleados y obreros, de Europa y Estados Unidos.
En el plano político, los impactos en la estructura social y el cuestionamiento del globalismo están encontrando su traducción en reclamaciones de más Estado soberano de la mano de populismos nacionalistas de uno u otro signo. Y como el soberanismo económico es muy difícil de alcanzar, las reclamaciones soberanistas adquieren un marcado carácter nacional y cultural.
Ante la imposibilidad de hacerlo en el plano económico la aspiración del control soberano se desplaza a lo cultural. Eso otorga mayor protagonismo a los aspectos relacionados con la identidad nacional y con el restablecimiento del esplendor real o imaginado de tiempos pasados. En esto coinciden Trump y Putin con sus nostalgias imperiales: “volver a hacer grande” a Estados Unidos o a Rusia. Vemos también el resurgir de los nacionalismos, incluyendo lo acontecido en Cataluña con el procés. El eje del debate político se sitúa en lo cultural: las raíces religiosas de la nación, las tradiciones, la lengua, el pasado glorioso, la amenaza que suponen los migrantes portadores de otra cultura, desplazando de la discusión la atención a las condiciones materiales de la exis¬ten¬cia.
En Europa quienes mejor han recogido el malestar actual han sido los movimientos políticos más reaccionarios: Salvini, Orban, Putin, el gobierno conservador Ley y Justicia de Polonia, Wilders en Holanda, Farage y Johnson en el Reino Unido… La derecha más activa en Europa no es una derecha liberal, es la que viene cargada de valores conservadores e ideas xenófobas combinadas con altas dosis de resentimiento hacia las élites urbanas y cosmopolitas.
EL CAPITALISMO DE VIGILANCIA EN LA ERA DIGITAL
Mientras crece el merecido cuestionamiento a la globalización y al credo liberal, el poder financiero y tecnológico queda en la sombra y adquiere nuevos vuelos, con unos impactos sociales y ambientales difíciles de desdeñar. Y el capitalismo digital toma el relevo con su aureola de hipermodernidad, sin encontrar apenas oposición a pesar de que aumentan las posibilidades de ser espiados y controlados por empresas y gobiernos.
El capitalismo digital que hoy domina la escena no supera la fractura metabólica, sino que la profundiza. Lejos de desmaterializar la economía, necesita para su funcionamiento de enormes cantidades de energía y de minerales, que añaden nuevas presiones a los ecosistemas. En el plano social sus efectos no son menos desastrosos. En la era digital el capitalismo se ha convertido básicamente en un capitalismo de vigilancia.
El resultado: mayor control sobre la vida de la gente, unas relaciones laborales más desreguladas y una concentración del poder oligopólico en unas pocas grandes empresas tecnológicas.
TENGO UN PESIMISMO ESPERANZADO
A pesar de todo, tengo esperanza. En la gran encrucijada que vivimos veo una mayor sensibilidad y acercamiento entre las diferentes tradiciones emancipadoras en relación con la cuestión ecosocial y a una juventud que no se resigna ante la amenaza de verse privada de futuro.
Cuando más grave es la situación mayor valor adquiere la esperanza. Pero la esperanza no es sinónimo de optimismo. Más bien, el optimismo es la banalización de la esperanza. Soy pesimista sobre la situación actual, pero estoy esperanzado porque albergo una esperanza que no es ingenua ni pasiva. Debemos cultivarla sin esas vendas de optimismo que impiden ver la situación en que nos encontramos.
Abogo por un “pesimismo esperanzado” o por una “esperanza sin optimismo”, que nos conduzca a la asunción de responsabilidades desde el convencimiento de que la historia no está escrita de antemano y de que, si nos organizamos y tomamos conciencia de lo que pasa, seremos sujetos que lanzan la historia en otra dirección.
ECONOMISTA INTERNACIONAL Y DOCENTE. RESPUESTAS A LAS ENTREVISTAS BRINDADAS SOBRE SU LIBRO “LA GRAN ENCRUCIJADA”, PUBLICADO POR EDICIONES HOAC EN JULIO 2019 A VARIOS MEDIOS: “EL VIEJO TOPO”, “REBELIÓN” Y “NOTICIAS OBRERAS” EN NOVIEMBRE Y DICIEMBRE
DE 2019.
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