Panamá
La doctrina Breznev se va: permanece la doctrina Monroe
Ocho años después de la muerte de Torrijos, el sueño torrijista ha caído pulverizado por la enorme violencia desencadenada por Estados Unidos sobre Panamá el 20 de diciembre.
Antes de esta caída, ya no quedaba nada del torrijismo y su nacionalismo, en manos de Noriega, se había convertido en "limpia bandera enarbolada por sucias manos".
Equipo Envío
El Torrijismo tenía sus pies de barro, como aquella imponente estatua del sueño de Nabucodonosor. En parte eso fue el Torrijismo: un sueño, hábilmente contado al pueblo panameño con populismo y nacionalismo. Torrijos fue populista y no popular, porque nunca convocó al pueblo a organizarse en la sociedad civil. Fue nacionalista, pero comprendió que su recuperación del Canal en los Tratados Torrijos-Carter era sólo el fruto del "arte de lo posible" y tuvo que aguantar la enmienda De Concini que otorgaba a los Estados Unidos el derecho de intervenir militarmente después del año 2000 si consideraba que la neutralidad del Canal se encontraba en peligro. La introducción del Centro Financiero y de la Zona Libre de Colón, por otro lado, no fueron ejemplos de nacionalismo económico y su Reforma Agraria con los Asentimientos Campesinos nunca levantó gran vuelo.
Pero el Torrijismo fue sobre todo antidemocrático. Las piernas de hierro del sueño torrijista fueron su populismo, sus pies de barro fueron su antidemocratismo. No bastó su política de santuario para los movimientos revolucionarios de América Latina. "En Panamá la revolución se la hace ayudando a que se le haga en otros países", afirma Chchú Martínez que era la "teoría de la pelota" de Torrrijos: "tirarla fuera para que rebote". Torrijos abrió un espacio al latinoamericanismo revolucionario y legisló un Código Laboral muy favorable a los asalariados. Es ahí donde su sueño se hizo más real.
Ocho años después de su muerte, el sueño ha caído pulverizado por la enorme violencia de sofisticada calidad que contra un Torrijismo desnaturalizado desencadenó el 20 de diciembre el gobierno de los Estados Unidos. Antes de la caída, de su populismo ya no quedaba nada y su nacionalismo, en manos de Noriega, se había convertido en "limpia bandera enarbolada por sucias manos". La lección es importante: no se puede separar lo nacional, lo popular y lo democrático. Esta conclusión del sociólogo Raúl Leis es el mejor legado de los trágicos acontecimientos panameños del 20 de diciembre de 1989. En América Latina, si estas tres aspiraciones de las mayorías se desintegran o se vacían de sentido, se ofrece en bandeja de plata al imperialismo irredento de los Estados Unidos un fácil camino hacia las mentes y los corazones de nuestros pueblos. El mismo hecho que los Tratados Canaleros existieran, con su imagen de haber logrado recuperar el Canal, dejó en cierto modo sin su principal bandera a Panamá e hizo muy difícil a Noriega despertar el nacionalismo, toda vez que la situación económica, muy diferente a la de los 70, dejaba poco margen para medidas populistas de nuevo cuño.
El movimiento popular panameño, siempre cooptado y reprimidoSe ha podido escribir que, como consecuencia de la distorsión socio-histórica sufrida por Panamá -su nacimiento como Estado, fruto de un negocio de los Estados Unidos- tal vez no ha habido otro pueblo latinoamericano, con la excepción de Cuba (y Nicaragua), que haya mostrado mayor nacionalismo que el pueblo panameño. Sin embargo, el pueblo panameño, en su gran mayoría, recibió a los soldados norteamericanos ocupantes con júbilo, prácticamente como liberadores. Este travestismo en la identidad popular fue consecuencia de la actuación de las Fuerzas de Defensa Panameñas después de la muerte violenta de Torrijos.
La cercanía populista al pueblo fue sustituida por la lejanía y la prepotencia. En el progresivo descenso del nivel económico durante la década de los 80, la policía se fue convirtiendo en represora. En los barrios populares, paraíso a veces del pequeño raterismo de sobrevivencia, la policía, con reacción excesiva, apaleó a los pequeños delincuentes frente a la desaprobación y la repugnancia del pueblo. El uso de la corrupción en los altos niveles de las Fuerzas Armadas -el narcotráfico o los grandes sobornos admitidos para que la droga circulara impunemente por Panamá- fue la sangre que corrió por las venas de todos los estamentos armados hasta llegar a los policías de tráfico en el famoso "salpique" -la "mordida" mexicana, al extorsión organizada"-.
En los penales -sobre todo en el de la Isla de Coiba- la represion se cebó en disidentes políticos -allá murió Floyd Britton, allá fueron heridos en su dignidad tantos otros-. El pueblo fue reprimido en sus derechos políticos dos veces -en los fraudes masivos de 11984 y de 1989- y en la última elección se prodigaron escenas en que los soildados arrebataban las urnas de votos durante el conteo a las Juntas Receptoras de Votos. En 1986, el ex-canciller de Torrijos en tiempos de la firma de los Tratados Canaleros, Nicolás González Revilla, afirmó confidencialmente: "Los panameños estamos al borde de un precipicio, no tanto por el deterioro económico como por las heridas continuas a la dignidad política del pueblo".
No es fácil en Panamá organizar un movimiento popular de trabajadores con un sentido clasista definido. El predominio del comercio y de los servicios, además del traslape de varias economías (la nacional y la transnacional, la productiva y la especulativa) dan cuenta de esta dificultad. Los trabajadores hicieron, sin embargo, un esfuerzo, en CONATO y en el sector público (los de ferrocarriles, los portuarios). Una y otra vez fueron cooptados por la invocación nacionalista de Noriega.
Pero la invocación nacionalista entraba en contradicción con el irrespeto antidemocrático a los derechos del pueblo. Los dirigentes sindicales fueron perdiendo convocatoria. Ya antes habían sido derrotados en la lucha por mantener las conquistas del Código Laboral que Torrijos cocedió a los trabajadores. La falta de profundización de la Reforma Agraria dejó aislados y con poca fuerza económica a los asentamientos campesinos e impidió así el nacimiento de un movimiento campesino nacional. Los líderes de los movimientos indígenas fueron hábilmente divididos. Todo ello fue también secundado por las continuas dificultades que en la Arquidiócesis de la capital se pusieron a los movimientos eclesiales populares (comunidades de base, etc.). Para remate, la única fuerza partidista de izquierda, los comunistas del Partido del Pueblo, se plegaron a una alianza con el Torrijismo sin crítica, que mantuvieron en forma oportunista y suicida durante los años de Noriega.
Para algunos -Chuchú Martínez, por ejemplo- la abyección en el recibimiento jubiloso a los norteamericanos fue especialmente patrimonio de las capas medias. "Con esta suciedad hay que contar, está regada por toda América Latina", afirma el filósofo, matemático, poeta y militar. Para otros -Raúl Leis, por ejemplo- la recepción jubilosa a los norteamericanos fue mucho más masiva, respondió a ese 90% de la población que las encuestas de opinión dieron como en favor de la invasión, una vez consumada. Unida al saqueo, en el que participaron todas las clases sociales -desde los "chombos" hasta los dueños de Mercedes Benz-, representaría dos cosas: una, la abdicación de responsabilidad política - en la tarea de luchar contra la dictadura se pretendió que el trabajo lo hicieran otros y terminaron haciéndolo los "gringos"-; otra: "el síndrome fenicio" del comercio, incrementando en los 70 con el auge del consumo fácil proveniente tanto del Centro Financiero como de la Zona Libre de Colón (la viveza: "juega vivo" y apuéstale al que gana, justificando todos los medios"). Consecuencia de ello fue agigantar el mal en Noriega, predestinarlo para chivo expiatorio y purificarse luego en la catarsis que su caída significó.
El deterioro popular que estos síntomas diagnostican se agravó notablemente durante los dos últimos años y medio. Cuando el primo de Torrijos, el Coronel Roberto Díaz Herrera, formuló sus acusaciones contra Noriega en junio/87, todavía hubo un estallido popular de tres días que sembró el pánico en las Fuerzas de Defensa. Estas no se atrevieron a salir de sus cuarteles y los sectores populares dominaron las calles cobrando incluso impuestos "revolucionarios" por el derecho de paso a los vehículos.
Sin embargo, ninguna fuerza política de oposición estuvo a la altura. Ni siquiera se intentó organizar este movimiento espontáneo de las masas en protesta. Dos años más tarde, el hambre le había ganado ya a la batalla a la dignidad. Evidentemente, un hambre generada en gran parte por las sanciones económicas absolutamente cínicas del gobierno de los Estados Unidos. Y una dignidad perdida también por el uso que Noriega hizo de la corrupción para aglutinar a sectores de un pueblo socialmente descompuesto en los mal llamados "Batallones de la Dignidad", dando al fin la razón a quienes ya desde los 70 vieron al Torrijismo como un "bonapartismo" mediador entre clases sociales -ninguna de ellas hegemónica y todas ellas mantenidas a raya por un "lumpen" hecho policía-.
No todo ha sido indignidad y vejación aceptada. El mensaje que de las Iglesias católicas hermanas de Colón, Kuna Yala y Darién brotó el 25 de enero de 1990, ve muy claro en la actual realidad panameña; denuncia la política neoliberal del nuevo gobierno, las trabas puestas a las comisiones de derechos humanos para llegar a la verdad de los muertos en la invasión, la misma invasión y los indicios de la falta de actitudes para la reconciliación y de la "cacería de brujas". Y prioriza la Reforma Agraria, la lucha por las comarcas indígenas, la producción de alimentos y la formación política, al mismo tiempo que reconoce la existencia en Panamá de "pequeñas organizaciones populares que permanecen en sus luchas reivindicativas y de construcción de un proyecto panameño y popular de vida". Por otro lado, entre los dirigentes sindicales hay también decisiones para una lucha en el término de meses, "si el gobierno no satisface las demandas de la población en trabajo y vivienda".
Una economía que no cambia muchoEl modelo de crecimiento económico tradicional en Panamá -la utilización de su posición geográfica como plataforma de servicios-, profundizado en los años 70 con la introducción del Centro Financiero y el desarrollo de la Zona Libre de Colón, entró en crisis ya mucho antes de que las sanciones norteamericanas lo pusieran al borde de la ruina. Es significativo que 1981, un año en que todos los indicadores productivos resultaron negativos (-2.5% en la producción agrícola e industrial y 7% en la construcción) el ingreso nacional tuvo un incremento de 4% a precios constantes. Ello se debió a un 8% de aumento en transporte y comunicaciones y a un 11% de aumento en comercio y operaciones financieras.
Todo apunta al hecho de que la economía interna de Panamá estaba desligándose en los 70 le produjo la profundización de su economía externa -de servicios a otros pueblos y países-. Dicho de otra manera, la gran mayoría de los trabajadores asalariados, rurales o urbanos, carecía de vinculación orgánica con los sectores llamados "dinámicos" de la economía panameña. Por otro lado, la deuda externa panameña había llegado a ser una de las mayores per cápita en el Tercer Mundo.
Los ajustes estructurales no van a ser novedad estrenada por el gobierno que se inaugura con la invasión norteamericana. Ya el FMI había exigido en 1979 a Torrijos la supresión de los subsidios estatales a la agricultura. Toda la programación económica con que Barletta propuso su candidatura en 1984 apuntaba a los ajustes estructurales y el Banco Mundial esperaba de él una modificación aún más drástica de la ya efectuada en el Código Laboral torrijista. Las políticas de austeridad de los últimos años de Noriega, justificadas demagógicamente en las restricciones impuestas por las sanciones norteamericanas, suponían en realidad un cumplimiento de las recetas fondomonetaristas.
Existen aún faltas de coincidencias entre las cifras que se dan para cuantificar el efecto de las sanciones que los Estados Unidos impusieron para doblegar a Noriega. Pero las diferencias no son notables. Se menciona un descenso del PIB de un 20% o de un 25%, un desempleo de un 25% o de un 33%. Por lo demás, se afirma que las exportaciones se redujeron en un 11.3% y las importaciones en un 35% -éstas comenzaron a bajar ya desde 1981-. Los ingresos fiscales habrían disminuido en un 44%, la construcción en un 60% y el comercio en un 28.3%, apuntando claramente a un descenso tanto de la tasa de inversión como de la capacidad de consumo. Se estima que la fuga de capitales en $24 mil millones -la mayoría causada por el descenso de depósitos en el Centro Financiero de $4 billones (miles de millones) a $19 millones -. La reducción de los depósitos bancarios nacionales habría sido enorme. En un país en el que la pobreza nunca tuvo el alcance promedio de la pobreza centroamericana, el porcentaje de la población en situación de pobreza habría ascendido de un 33% a un 49.2%.
Los Estados Unidos congelaron $100 millones de reservas del Banco Nacional de Panamá en bancos norteamericanos. 200 empresas norteamericanos dejaron de pagar a Panamá $400 millones incluido los ingresos debidos por su participación en el Canal-. Quedó suspendida la cuota azucarera de 20 mil toneladas. Ya se anunciaba la medida que impediría ingresar a puertos norteamericanos a barcos con bandera panameña.
Los daños producidos por la invasión y la ayuda posterior de Estados UnidosLos daños producidos por la invasión se calculan -según los organismos empresariales panameños- en $1.500 millones, es decir un 28.2% del PIB panameño en 187. Otro cálculo, conjunto entre Panamá y Estados Unidos, los reduce a $600 millones, que aún representan un 11% del mismo PIB. Se calcula que se han perdido 10 mil empleos y otros 5 mil han quedado en situación de inestabilidad.
Hasta el momento, los Estados Unidos sólo proporcionaron a Panamá $42 millones en ayuda. Entre el Ministro de Planificación del nuevo gobierno -el Segundo Vicepresidente Guillermo Ford, perteneciente a la tendencia económica más neoliberal- y el Contralor de la República -el economista Raúl Darío Carles- se ha suscitado una polémica a propósito del modo de pago de moras en la deuda panameña y de los montos que se vencen este año. El Ministro de Planificación propone usar $130 millones de los fondos congelados por el gobierno de los Estados Unidos para solventar estas obligaciones, mientras el Contralor denomina "irresponsable" a esta forma de pago. Panamá tiene una mora de $540 millones y en 1991 se vencerán $250 millones más.
En estas circunstancias se produjo la decisión del Presidente Endara de entrar en huelga de hambre "en solidaridad con los pobres de Panamá", que difícilmente ocucltaba su despecho con la tacañería del gobierno Bush. Por otro lado, afirma que, aun si el programa de $500 millones , solicitado en seguida de este gesto de Endara al Congreso norteamericano por el Presidente Bush, llega a aprobarse, "los grandes beneficiarios serán el sector privado panameño que esté en condiciones de comenzar un programa intenso de reabastecimiento de materias primas y equipos por parte de los Estados Unidos y los productores nacionales y extranjeros cuya actividad sea la exportación de bienes al mercado norteamericano". La economía pública, en cambio, recibirá un flujo de fondos "inferior a lo que se supone". De hecho, el gobierno ha despedido ya a más de 2.500 empleados públicos y por ese camino parece que va a seguir. Ford controla, además del Ministerio de Planificación, los de Hacienda, Trabajo, Salud, Relaciones Exteriores y -de importancia crucial en Panamá- la gerencia de la Lotería Nacional.
En el fondo, poco ha cambiado la economía panameña con la nueva situación creada por la invasión. Lo que el actual gobierno criticó estando en la oposición fue más el manejo corrupto que la orientación de la economía. La liberación del mercado, la privatización de empresas y servicios estatales, el recorte de gastos sociales, la reducción de la planilla del Estado, el pago de la deuda externa y el fomento de exportaciones no tradicionales son líneas de los 80 que seguirán adelante. La eliminación de pequeñas empresas, la reducción de servicios públicos, la ausencia de planes para redistribuir el ingreso o para inyectar inversión a la agricultura y la sobre-explotación de la fuerza de trabajo sólo se harán más intensas, conduciendo a una mayor insatisfacción de las necesidades básicas.
La turbulencia política que condujo a la invasión Apenas cuatro meses antes de la fecha de las elecciones de mayo se dieron a conocer las candidaturas de la Presidencia y la Vicepresidencia de la República, después de que todos los intentos de mediación entre el gobierno y la oposición para intentar crear una situación en que se levantaran las sanciones norteamericanas habían fracasado. Las alianzas siguen prácticamente las mismas líneas que en el 84, excepto por el cambio de nombre. En el oficialismo, la Unión Nacional Demócrata (UNADE) se transforma en COLINA (Coalición de Liberación Nacional) y lleva como candidatos a Carlos Duque, a R. Sieiro -cuñado de Noriega- y a Aquilino Boyd.
El candidato a presidente y el candidato a segundo Vicepresidente son miembros de la oligarquía panameña. Verdaderamente, el dominio capitlista de Panamá no había cambiado mucho durante el torrijismo. Muerto entre el 84 y el 89 el líder del Panameñismo, Arnulfo Arias Madrid, la Alianza Democrática de oposición que presentó en el 84 su candidatura presidencial -era la cuarta vez que Arias se lanzaba- se convierte en ADOC, añadiéndole a su nombre del 84 el calificativo de "Civilista" y recogiendo así la movilización de la oligarquía y de las capas medias altas contra Noriega durante los años 87 a 89. Sus candidatos serán Guillermo Endara -ungido sucesor por Arnulfo-, Ricardo Arias Calderón -del PDC panameño- y Guillermo Ford, neoliberal del MOLIRENA. También aquí está presente la oligarquía en apellidos, si bien parece que Ricardo Arias no tiene conexiones conocidas con empresas o grupos económicos poderosos. Una tercera terna de candidatos, que reclamaban también la sucesión Arnulfista, no levantó nunca vuelo. En Panamá, por su falta de consistencia, se la apodó candidatura de "mantequilla".
Las diferencias en sus programas están en el énfasis del oficialismo, en el nacionalismo y en el achaque de todos los males a las sanciones norteamericanas, mientras que la oposición insistió en la ilegitimidad y corrupción del oficialismo. Los cuatro meses de campaña se destacaron por el derroche de dinero en medio de la gravísima crisis de empobrecimiento del país y por los ataques personales del oficialismo a los opositores desde un dominio casi total de los medios de comunicación. El gobierno siguió imponiendo a los empleados públicos la asistencia a sus concentraciones -los tenía agarrados del cuello por el pago de sus salarios- y la oposición reunió concentraciones bastante más numerosas que lo esperado por el gobierno, recibiendo además un cuantioso aporte en dólares de los Institutos Democráta y Republicano de los Estados Unidos para el Fomento de la Democracia. (Se habla de que los Estados Unidos invirtieron $10 millones en estas elecciones).
Es indudable que los Estados Unidos realizaron una campaña perfectamente orquestada para hacer increíble cualquier resultado que no fuera la derrota en las urnas del oficialismo. Pero es también indudable que las elecciones fueran ganadas por la oposición probablemente por una proporción de 3 a 1. Ya nos hemos referido a la violación de toda ética electoral en el robo de urnas por militares el día de las elecciones. Por otro lado, los observadores admitidos oficialmente -el más famoso de ellos el ex-presidente Carter- no tuvieron autorización para observar el conteo de los votos. La actitud de Carter, al anunciar los resultados de su observación electoral con maneras impositivas y coléricas -como si estuviera en su "traspatio"-, no es encomiable, si bien nadie duda de lo exacto del contenido de sus anuncios. Tres días después de las elecciones, el Tribunal Electoral anuló las elecciones, aduciendo intervención norteamericana y falta de convicciones cívicas internas.
Después de unos días de propuesta, en los que la fotografía del rostro ensangrentado por una agresión de Guillermo Ford dio la vuelta al mundo, las aguas volvieron a su cauce frente a las necesidades apremiantes de la sobrevivencia.
Comienza entonces un largo período de tres meses en el que la OEA intenta mediar y buscar una solución entre panameños, sin que se llegue a ningún arreglo. La intransigencia de ambas partes es absoluta. Las diversas sesiones de la OEA sirvieron para tomar nota también del cambio en la tradicional política exterior de México, de oposición total al intervencionismo en los asuntos internos de los Estados Latinoamericanos, según la vieja Doctrina Estrada. Nicaragua releva a México en la OEA en el intento de mantener la mediación fuera de todo intervencionismo. Al mismo tiempo, Nicaragua no escatima formulaciones excesivas de apoyo al oficialismo en Panamá, sobre todo por lo que se refiere a Noriega.
El primero de septiembre de 1989, llegado a su final el período presidencial del Ministro Encargado de la Presidencia Manuel Solís Palma, así como también el del Presidente reconocido por los Estados Unidos, Erick del Valle, se entra a un vacío de poder en términos legales. El oficialismo lo soluciona nombrando un Presidente provisional en la persona del Contralor Francisco Rodríguez. Los intentos de formar una Comisión Legislativa con la participación de la oposición fracasan. Noriega resucita la Asamblea de Representantes -"de los 500"-, antiguo órgano de poder semi-popular del Torrijismo y la compacta con miembros del PRD torrijista.
En octubre, los acontecimientos se precipitan. Un golpe de Estado de las Fuerzas de Defensa contra el General Noriega se enfrenta a una serie de fallos de comunicación entre la Embajada, el Comando Sur y la Casa Blanca y el apoyo a los golpistas no se hace lo suficientemente eficaz como para impedir a Noriega recuperar las riendas. Desde ese momento Noriega entra en un paroxismo de paranoia y fuerza. Se dice que ejecutó a algunos golpistas con sus propias manos. Proclama las "leyes de guerra", claramente antipopulares, por la mayor austeridad económica que imponen al pueblo y especialmente a sus propias presuntas bases, los empleados del Estado.
Anuncia su nuevo lema: "Plata para los amigos, plomo para los enemigos y palo para los indecisos". Desde septiembre y desde el Comando Sur, se suceden continuamente una serie de operaciones militares norteamericanas de intimidación. En las primeras dos semanas del mes de diciembre, Noriega parece incluso empeñado en provocar a los Estados Unidos. Acepta que la Asamblea de Representantes lo designe Jefe de Gobierno, declara al país "en estado de guerra" con los Estados Unidos y permite incidentes de intimidación contra militares norteamericanos.
Frente a todos estos hechos, medida bien la reacción probable en Panamá y en los Estados Unidos -Bush había sido fuertemente criticado por el Congreso en octubre por su indecisión frente al golpe de las Fuerzas de Defensa Panameñas-, se produce la hecatombe en la madrugada del 20 de diciembre.
Un sismógrafo de la Universidad de Panamá registró más de 400 explosiones en 15 horas, alguna de ellas equivalentes a 1.7 grados en la escala de Rither. Los Estados Unidos utilizaron armas enormemente sofisticadas, además de doblar a 24 mil el número de tropas ya presente en Panamá. Por primera vez se empleó el avión "Stealth" -"El Sigiloso"- capaz de burlar los radares. Se usaron los nuevos helicópteros "Apache" creados para sustituir a los "Cobra" usados en Vietnam, y el carro HMMWV, sustituto mucho más resistente y flexible de los antiguos jeeps. Batallones enteros de las Fuerzas de Defensa fueron liquidados sin que se dieran cuenta de dónde venía el fuego que los abrasaba.
Equipo militar y hombres pudieron ser lanzados en paracaídas desde alturas antes inusitadas. En estas circunstancias, cuartel tras cuartel de las Fuerzas de Defensa fueron cayendo, abrumados por tal derroche de cantidad y calidad de fuego. Así desapareció el barrio de El Chorrillo, en los alrededores del Cuartel General del Alto Mando de las Fuerzas de Defensa.
Las víctimas civiles -a juicio del ex-Fiscal General de los Estados Unidos, Ramsey Clark- probablemente no bajen de 1.500, frente a las 350 reconocidas por los Estados Unidos. La Conferencia Episcopal Norteamericana ha hablado de 3 mil víctimas en total. Hay 12 mil refugiados en campamentos bajo control norteamericano. Falta aún mucho para que se conozca la "historia no oficial" de esta invasión que, preparada para que lograra sus objetivos en 6 horas, se tuvo que prolongar por 3 días. Se trataba de la 14 intervención armada de los Estados Unidos en Panamá desde 1903, año de la independencia del país. El 91% del pueblo norteamericano, obsesionado por las drogas y sus consecuencias, la aprobaba, según las encuestas. Y los mismos resultados ofrecen las encuestas hechas al pueblo panameño.
Abandonada la ciudad temporalmente por los soldados norteamericanos, comenzó el saqueo. ¿Resistencia espontánea popular para crear el caos o desborde de lo peor del pueblo panameño que atacaba sus propios medios de consumo? Son preguntas para la historia. El mismo saqueo justificó el regreso y la permanencia de las tropas norteamericanas a la ciudad capital y a todo el país. La estatua mostraba definitivamente sus pies de barro. Toda la bravuconada de Noriega llamando a resistir se mostró un inmenso "bluff" cuando, escondiéndose primero y luego asilándose, abandonó a sus tropas.
La nueva edición de la Doctrina MonroeEl Teniente General Colin Powell, Jefe del Estado Mayor Conjunto Norteamericano, declaró días después de la invasión, a la prensa internacional que había enviado un cable par ser reproducido en la puerta de la Casa Blanca a modo de póster que dijera: "Con la invasión, hemos clavado un mensaje que dice: Aquí vive una superpotencia, no importa lo que hagan los soviéticos, incluso si se retiran de Europa del Este".
Frente a la alternativa de la finalización de la guerra fría, frente a la corriente que domina en el Congreso Norteamericano de fuertes reducciones en el presupuesto militar, los intereses del Pentágono se centraron en demostrar que el poderío militar norteamericano es aún necesario para librar estas guerras imperiales en su esfera de influencia. Derrumbadas las resistencias a una acción militar invasora en el Congreso Norteamericano, en el pueblo de los Estados Unidos y en el pueblo panameño, la postura del Pentágono era la última barrera que franquear y se había franqueado.
Por otro lado, es evidente que los Estados Unidos le han enviado un mensaje suficientemente claro a Japón sobre su decisión de mantener el control absoluto de la vía interoceánica y sobre lo que ella significa para el comercio mundial. No es improbable que, ante este mensaje, los propósitos japoneses de adquirir intereses por medio de inversiones semejantes a las del Canal de Panamá hayan recibido un golpe de importancia.
Se perfila, por otro lado, el tipo de Estado que los Estados Unidos prefieren para su "traspatio" en el corazón de América, el istmo centroamericano: un Estado con un ejército débil, equipado para ejercer funciones policiales y de seguridad, pero dependiente, en la defensa de la soberanía, de las fuerzas militares de los Estados Unidos. Ya tenían un ejemplar de este tipo en Costa Rica. Tienen ahora otro en Panamá. No sería extrañó que, a través de los próximos procesos negociadores de El Salvador y Guatemala, así como a través de la nueva situación electoral de Nicaragua por la derrota electoral del FSLN, el modelo instante ser extendido poco a poco a otros países del istmo.
Con una URRS, decidida a no tensionar su dañada capacidad económica en aportes de ayuda militar tan lejos de sus fronteras, quedarían así los Estados Unidos como la superpotencia sin balance alguno de su fuerza en el hemisferio occidental. Sin embargo, la desaparición de los ejércitos no es tan fácil y tampoco es improbable que, como el General Marc Cisneros lo afirmó, lo que se pretenda en Panamá sea solamente "cambiar la ideología" de sus Fuerzas Armadas. Ya hay quejas de gente que simpatiza con el nuevo gobierno panameño que plantean que las nuevas fuerzas policiales no son más que las antiguas fuerzas de Defensa con otra máscara. Sin embargo, la primera hipótesis no debe de dejar de mantenerse como elemento de análisis para no ser sorprendidos por las intenciones estratégicas de los Estados Unidos.
La situación en Panamá perdura en unas circunstancias extremadamente precarias: un gobierno que parece haber ganado las elecciones de mayo queda manchado por haber jurado sus cargos en las instalaciones militares norteamericanas del Canal. La nueva etapa del Estado panameño comienza como comenzó su ingreso a la independencia: con la distorsión y la deslegitimación que la intervención de un poder extranjero producen.
Eticamente, la aventura de Panamá sitúa a los Estados Unidos en una bancarrota moral. Como siempre, no han contado los costos humanos de hacer avanzar los intereses de los Estados Unidos en el mundo. Los muertos panameños son "menos" muertos, no sólo porque no se reconoce su cifra verdadera sino sobre todo porque importan poco. La tremenda destrucción económica, certificada en este análisis, no cuenta tampoco. Cuatro meses después de la intervención armada, el pueblo panameño ha profundizado su empobrecimiento porque las expectativas de ayuda económica norteamericana no se materializan.
América Latina sigue resentidaMientras tanto, América Latina sigue resentida. El gobierno de Venezuela afirma que ha enviado de nuevo su embajador a Panamá porque confía en que el facto panameño se ha comprometido a legitimar su derecho a gobernar con nuevas elecciones o con un plebiscito. El Grupo de los Ocho sigue siendo, después de su reciente reunión en México, grupo "de los siete". A fines de enero, el Vicepresidente norteamericano Quayle tuvo que reducir su proyectado periplo a América Latina a solamente Honduras, Panamá y Jamaica, donde el Primer Ministro Michael Manley le hizo saber, severamente, la opinión latinoamericana sobre la prepotencia de su gobierno.
En las horas en que en Rumania, el dictador Ceaucescu luchaba por sobrevivir y masacraba a su pueblo, el Departamento de Estado sugería Gorbachov que una intervención militar a Rumania sería bien visto por el gobierno de los Estados Unidos, ya embarcado en su intervención militar en Panamá. Gorbachov resistió la incitación. En estos días, mientras la URRS utiliza la negociación y se mueve con extrema prudencia respecto de la reunificación de Alemania e incluso respecto de la secesión de Lituania, los Estados Unidos se atreven a recordarle que el uso de la fuerza en Lituania sería desastroso para las relaciones con la URRS. Mientras que el Presidente Bush asegura que la invasión de Panamá es un hecho aislado que no se repetirá, lo cierto es que la Doctrina Breznev ha pasado a la historia, mientras sigue vigente en la historia la Doctrina Monroe.
Para el pueblo panameño se presenta ahora la dura tarea de recuperar su identidad, de rescatar de la prepotencia norteamericana su nacionalismo y de construir, a partir de la terrible experiencia de la profundidad de la pobreza en su seno, un verdadero movimiento popular que llene de sentido su historia, violada tantas veces por la intervención, por el egoísmo de su oligarquía "rabiblanca" - en un país negro y cholo- y por el populismo insuficiente del Arnulfismo derechista y del Torrijismo izquierdista.
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