Nicaragua
Vilma Núñez de Escorcia: "La descomposición de la cúpula del FSLN viene de atrás"
Vilma Núñez de Escorcia, destacada militante del FSLN
y Presidenta del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos,
compartió con Envío, en una charla que transcribimos,
algunas valoraciones sobre la crisis del FSLN.
Vilma Núñez de Escorcia
La lucha que emprendimos en Nicaragua para derrocar la dictadura somocista, la lucha que desde el Frente Sandinista libramos para hacer una revolución fue también una lucha por los derechos humanos. Siempre ha sido para mí bien difícil establecer la frontera: hasta dónde llego como revolucionaria y hasta dónde como activista de los derechos humanos, porque siempre he considerado que la lucha por los derechos humanos es una revolución.
Durante la Revolución todo mi tiempo lo dediqué a reorganizar el Poder Judicial
Participé en la lucha antisomocista desde que era estudiante, me comprometí con el FSLN mucho antes de la lucha insurreccional, hasta que fui encarcelada en 1979. Cuando aún estaba presa y el gobierno revolucionario todavía estaba en Costa Rica, fui nombrada Vicepresidenta de la Corte Suprema de Justicia. El trabajo de reorganizar un Poder Judicial que sirviera a los intereses del pueblo de Nicaragua absorbió todo mi tiempo durante los años de la revolución.
Soy militante de la segunda promoción del FSLN, pero durante los años 80 sólo tuve una militancia de base. Sólo fui secretaria política de mi comité de base. No tenía ni vinculación ni participación ni proyección dentro de las estructuras de dirección del Frente. Fue hasta la derrota electoral del FSLN en 1990, y tras las deserciones, desencantos y repliegues de muchos -incluso de quienes ocupaban primeras líneas en las estructuras del Frente- que la dirigencia empezó a fijarse en gente en la que nunca antes se había fijado. Es mi caso. Es a partir de 1990 que empezaron a buscarme para asignarme algunas tareas y para dirigir algunas actividades oficiales del Frente.
Mientras estuvo en el poder, el Frente Sandinista no logró desarrollarse como partido político. Pasó de ser un movimiento político-militar, una organización guerrillera que toma el poder por las armas, a formar un gobierno que administra un país. No hubo tiempo para construir una organización política, para desarrollar un partido, para consolidar estilos democráticos de dirección y de participación. ¿No hubo tiempo por el desarrollo que tuvieron los acontecimientos o no hubo voluntad porque los máximos dirigentes pensaban que era innecesario? En cualquier caso, fue un gran error que los estilos de dirección muy verticales y poco democráticos de los que se abusaba se justificaran siempre en la guerra que nos impuso Estados Unidos.
1990: la derrota electoral y “la piñata”, fruto de la confusión Estado-Partido
La derrota electoral demostró que el FSLN no estaba preparado para asumir el papel de partido político de oposición. Con la derrota llegó "la piñata", palabra que me parece inapropiada pero que explica una serie de hechos lamentables que constituyeron un escalón fundamental en el camino a la descomposición dentro del FSLN.
Con la confusión Estado-Partido que existía en los años 80, muchas de las donaciones que el FSLN recibía como partido pasaban automáticamente al Estado. A partir de la derrota, se juzgó que el patrimonio del Frente era base indispensable para poder mantener con vida al partido.
Esta idea justificó la repartición de algunos bienes estatales-partidarios a determinados prestanombres. Pero pronto, lo que estaba destinado a ser patrimonio del partido se fue concentrando en pocas manos. Las leyes 85 y 86 -esfuerzo tardío para paliar el error de no haber hecho a tiempo una distribución de las propiedades con base legal- fueron también aprovechadas por algunos para apropiarse de bienes. Los abusos cometidos por algunos altos dirigentes y cuadros intermedios al amparo de estas leyes desnaturalizaron la legítima redistribución de la propiedad, especialmente de la propiedad urbana.
Inseguridad, corrupción, individualismo, alejamiento de las bases…
La falta de una organización política adecuada a las nuevas circunstancias, la corrupción en torno al reparto de propiedades, y la inseguridad y el individualismo acrecentados por la derrota electoral son los tres ejes en los que se sustentan los hechos que han ido marcando la descomposición de la dirigencia del Frente Sandinista.
A partir de 1990 los dirigentes históricos del FSLN se van perfilando de formas diferentes y alejándose de las bases. Sólo quedó "en el terreno" Daniel Ortega. Aunque vinculado como los demás, tanto al autoritarismo como a la falta de transparencia, aparecía "acompañando" a los sectores populares en sus luchas contra el nuevo modelo económico neoliberal. Hoy nos damos cuenta que había en ese comportamiento una dosis de instrumentalización de esas luchas para mantener su estatus de dirigente político y desarrollar su posición de caudillo.
Desde los años de la revolución me di cuenta que se perfilaba un gobierno que no creía en las leyes
Estoy entre las últimas en darse cuenta de que los estilos verticales y autocráticos de dirección que hoy se critican abiertamente en el FSLN venían desarrollándose y consolidándose desde los años de la revolución. Sin embargo, por el espacio en que trabajé durante la revolución -el espacio jurídico, legal, institucional- sí me di cuenta desde el comienzo que se estaba perfilando un gobierno que no creía en las leyes, para el que las formalidades jurídicas no tenían ningún valor, entre otras cosas porque se pensaba que la revolución permanecería para siempre, que siempre estaría en el poder un gobierno revolucionario.
En la Corte Suprema de Justicia, junto con el doctor Roberto Argüello, nos tocó enfrentar sin éxito muchísimos cambios legales equivocados, que debíamos aceptar siempre con la justificación de la "defensa" de la revolución. Fueron muchas las instituciones jurídicas creadas al margen de la legalidad vigente, la legalidad que estaba creando la propia revolución. A los que abogábamos por el respeto a las leyes adecuando su aplicación a las circunstancias, estas actitudes y estas decisiones nos colocaban en una posición difícil. Sobre nosotros era permanente la sospecha y hasta el rechazo.
Nos miraban con desconfianza. Nos calificaban como legalistas y reaccionarios y nunca creyeron en nuestras calidades revolucionarias. Porque tratamos siempre de que las cosas se hicieran más apegadas a la ley las discusiones eran continuas. La derrota electoral nos dio la razón. Si, por ejemplo, las tierras y las casas de los pobres se hubieran legalizado y titulado correctamente y a tiempo, no hubiera pasado lo que pasó, no se hubiera tenido que recurrir a leyes de última hora, que en cierto modo deslegitimaron el esfuerzo de justicia social de la revolución y dieron lugar a que algunos se aprovecharan y se enriquecieran.
El FSLN me llamó a coordinar la Comisión de Ética, allí tuve la oportunidad de ver de cerca la gravedad de la crisis de la cúpula del FSLN
Después de 1990, el FSLN empieza a organizarse como un partido político y se convoca al primer Congreso para 1991. En esta ocasión, fui invitada por la Dirección Nacional a integrar la Comisión Electoral del FSLN. Así, participé en la aprobación de los primeros Estatutos y de la primera Declaración de Principios, y en la elección de los primeros cargos partidarios derivados de un Congreso. En esta ocasión también, sin proponérmelo y sin tener ninguna aspiración, fui propuesta y electa por los congresistas como coordinadora de la primera Comisión de Ética, creada precisamente para hacer frente a los cuestionamientos que contra algunos dirigentes ya abundaban por causa de "la piñata".
La descomposición de la dirigencia del FSLN, su debacle moral, no es de ahora. Es un proceso que se venía gestando desde muy atrás, y son muchas las historias que ilustran esta dolorosa afirmación. Tuve la oportunidad de ver de cerca signos de esta descomposición participando en la Comisión de Ética. En este espacio fue donde empecé a darme cuenta de la gravedad de la crisis de la cúpula del FSLN. En aquellos años todos los cuestionamientos giraban en torno al tema del patrimonio del Frente: en qué consistía, quién lo administraba, qué uso se estaba haciendo de estos bienes... Si alguna justificación política había tenido el hecho de traspasar al patrimonio del FSLN algunos bienes del patrimonio del Estado revolucionario, no había justificación para que sandinistas individuales estuvieran beneficiándose privadamente de este patrimonio colectivo.
Para el nuevo cargo de Tesorero del FSLN -administrador del patrimonio del partido- el Congreso eligió a Henry Ruiz, que pronto hizo famosa esta frase: "Soy un tesorero sin tesoro". Y es que siempre fue un tesorero de nombre, jamás le entregaron el mando ni nunca le informaron realmente sobre cuál era el patrimonio del partido.
Dimos una batalla para tener información sobre cuál era el patrimonio del FSLN
Desde la Comisión de Ética empezamos a dar una batalla para tener información sobre cuál era el patrimonio del FSLN, tratando de rescatar las funciones y el poder del Tesorero. Pero nos pusieron obstáculos por todos lados. Nos fuimos dando cuenta de que no había voluntad política en la Dirección Nacional para que lográramos información sobre las propiedades que constituían el patrimonio del partido.
Vimos también que todos los dirigentes que manejaban recursos se negaban a entregar su declaración de probidad a la Comisión de Ética, según había quedado establecido en el Congreso. ¿Con qué autoridad moral van a cuestionar ahora al Presidente Alemán cuando no quiere rendir su declaración de bienes a la Contraloría?
Desconfiaban de nosotros. Nos fuimos dando cuenta de que crearon la Comisión de Ética únicamente por la presión de la solidaridad internacional y de la opinión pública nacional, que arreciaban en sus críticas por el tema de "la piñata".
Con muchas presiones los obligamos a entregar información sobre las propiedades del Frente. Nos pasaron una lista, aunque con datos que no nos permitían indagar sobre ellas. El Tesorero debía guardar esa lista, dijeron, porque "el enemigo" no debía tener acceso a esos datos. Tengo que reconocer que en la Comisión, aunque con malestar, aceptamos aún entonces esta justificación. Hoy, me resultan burdas las declaraciones de Daniel Ortega cuando dice que el FSLN no tiene empresas ni tiene ningún patrimonio, cuando en aquella lista mínima que nos entregaron en 1992 aparecían 30 grandes empresas que eran propiedad del Frente.
En la Comisión tuvimos que enfrentarnos a gravísimas denuncias de corrupción contra compañeros sandinistas de todos los niveles, a quienes se cuestionaba por hacer mal uso de los bienes del Frente. Cuando desde la Comisión pedíamos información a la Dirección Nacional, siempre nos obstaculizaban la información o nos la ocultaban. Y cuando me tocaba presentar en las reuniones de la Asamblea Sandinista los informes del trabajo de la Comisión, sobraban compañeros que se paraban para decirme que yo "estaba destruyendo la imagen de los líderes al llevar al seno de la Asamblea Sandinista aquellos cuestionamientos..." En la Comisión de Ética no sólo no tuvimos nunca posibilidad de encontrar respuestas satisfactorias a las denuncias que nos llegaban, sino que cuando nos vimos obligados a hacer públicos algunos casos, la Dirección Nacional nos reclamó y nos criticó precisamente por cumplir con nuestro deber.
En 1994 me eligieron miembro de la Asamblea Sandinista, me fui dando cuenta de que este órgano de dirección no funcionaba
En el primer momento, yo vi mi participación en la Comisión de Ética como un estímulo muy grande. En la práctica, aquella fue una de las etapas más dolorosas de mi vida partidaria, al sentir tanta impotencia para poder actuar de acuerdo a los principios y a los estatutos del partido y al reglamento de la Comisión. Por eso, en el segundo Congreso del FSLN en 1994 no quise aceptar ya ningún cargo en la Comisión. Lo dije públicamente: había sido mi mayor frustración en el partido. En aquella ocasión fui electa miembro de la Asamblea Sandinista, encabezando la lista por los votos que obtuve.
Al empezar a participar en la Asamblea Sandinista -teóricamente la máxima autoridad del partido- me fui dando cuenta de que este órgano de dirección no funcionaba. Sólo recibíamos información sobre lo que ya estaba decidido. No decidíamos nada, sólo avalábamos y apoyábamos lo que decidían otros. En algunas oportunidades nos escuchaban y creíamos que nuestra opinión iba a ser tenida en cuenta. Pero era una ilusión. Esta situación se fue consolidando más y más, y muchas veces Daniel Ortega informaba sobre sus decisiones en una manifestación o en los medios y después reunía a la Asamblea Sandinista para decirle lo que ya era del dominio público. Entre muchos asambleístas que aspirábamos a un sistema democrático y de participación real en las estructuras del partido este estilo de conducción fue generando una decepción cada vez más profunda.
Disputé a Daniel Ortega la candidatura a la Presidencia de la República en 1996 para probar la democratización que el FSLN proclamaba
Al llegar las elecciones de 1996, yo estaba convencida de que con Daniel Ortega como candidato el FSLN no ganaría. Estaba convencida también de que, a pesar de mi credibilidad dentro y fuera del FSLN, yo no tenía posibilidades de ganar si tenía en contra el poder del partido, pero decidí aceptar la propuesta de muchos militantes, hombres y mujeres, y lancé mi candidatura en la Consulta interna del FSLN, una experiencia novedosa que podía haber sido un ejercicio democrático. Tomé esta decisión tan convencida de que no iba a ganar, como segura de que era un desafío interesante para probar si era verdad la democratización de la que hablaba la dirigencia del FSLN. Aposté a la democratización del FSLN y no a la victoria, aposté a reivindicar derechos y espacios para las mujeres.
Daniel Ortega jamás asimiló mi candidatura como un esfuerzo para democratizar al FSLN sino como una irreverencia imperdonable, como el mayor irrespeto que se le pudo haber infligido a él como dirigente. Lo ocurrido en la Consulta me hizo adquirir conciencia de que era necesario impulsar nuevas luchas para democratizar al FSLN.
Lo que nos demostró la derrota electoral del FSLN en 1996
La segunda derrota electoral del FSLN, la de 1996, nos trajo nuevas pruebas de que el FSLN no creía realmente en las instituciones jurídicas. Daniel Ortega denunció ardientemente el fraude, pero el FSLN no hizo uso de todos los recursos que la Ley Electoral ponía a su disposición para impugnar las elecciones, al menos parcialmente. No hicieron más que usar, y abusar, del discurso sobre el fraude electoral.
Fue el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos quien llevó la denuncia de las anomalías electorales a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en Washington, que un año después dio trámite a nuestra denuncia y tiene abierto el caso con el número 11,878. Cuando en aquellos meses buscamos en las estructuras del FSLN información y elementos probatorios que nos permitieran demostrar ante la CIDH las anomalías electorales, jamás las encontramos, y no porque nos las quisieran ocultar, sino porque no las tenían. Actuaron en las elecciones de 1996 de manera desorganizada, sólo preocupados por la bulla y las imágenes de la campaña electoral. Creo que ésa fue una de las razones de que el FSLN perdiera las elecciones de 1996.
Esta derrota -inesperada para las estructuras del FSLN, aunque eran responsables de ella- y el análisis hecho por la cúpula del FSLN sobre las ventajas obtenidas con el protocolo de transición suscrito en 1990 como gobierno saliente con el nuevo gobierno de doña Violeta, tras una derrota electoral mucho más inesperada, condujo al actual pacto. La cúpula encontró que el camino más fácil para mantener espacios y cuotas de poder con el nuevo gobierno de Arnoldo Alemán, de signo muy distinto al de doña Violeta, era el mismo: pactar. Y hoy sabemos que ya el 12 de enero de 1997, dos días después de la llegada al poder de Alemán, cuando aún se escuchaban los furibundos discursos que denunciaban el fraude, se dio la primera reunión privada entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán. Siguieron más reuniones. Ese día empezó a gestarse el pacto que hoy se ha consumado.
El pacto del FSLN con Alemán expresa la descomposición ética y política del FSLN
El pacto de la cúpula sandinista con el gobierno de Arnoldo Alemán es uno de los últimos actos que expresan la descomposición política y ética de la dirigencia del FSLN. Divorciados desde hacía años de la causa del pueblo, de las bases del sandinismo, han renunciado a hacer oposición y se han aliado con un gobierno de pensamiento y actuaciones somocistas para mantener sus cuotas de poder y acceder a otras.
El pacto no consiste únicamente en las transformaciones legales e institucionales acordadas entre la cúpula liberal y la cúpula sandinista. Más importante que todo esto es el pacto subterráneo, todos los arreglos orientados a garantizar cuotas de poder económico a los Ortega y sus allegados. No se trata de una especulación. La verdadera motivación del pacto es garantizarle a la cúpula del FSLN, entre otras cosas, propiedades muy valiosas que hoy están en manos de cooperativas o son parte del Área Propiedad de los Trabajadores.
A estas alturas, y el pacto así lo demuestra, el proyecto del APT, bandera de algunos ideólogos sandinistas como el nuevo proyecto socialista, está casi enterrado y descalificado por la cúpula del FSLN, que no sólo lo considera fracasado, sino que se empeñó a fondo en que fracasara. Las propiedades "de los trabajadores" las ha negociado la cúpula del FSLN en el pacto. En un segundo lugar de los objetivos, el FSLN busca, con las reformas constitucionales y electorales derivadas del pacto, la posibilidad de volver al poder.
El pacto atenta contra la democracia y contra el pluralismo político, que fue uno de los principios de la revolución, proclamado ya en el Estatuto Fundamental con el que los muchachos llegaron al poder, en una mano el fusil y en otra una ley que instauraría la democracia. El pacto es un atentado contra las instituciones de la democracia. Busca organizar un Estado que garantice los intereses turbios de los dos grupos que han pactado. Va a politizar el Poder Judicial, acomodándolo a estos intereses y haciéndolo proclive a fallar de determinadas formas. Va a profundizar la politización que ya existía en el Poder Electoral. Y lo más grave, acaba con la Contraloría General de la República, la única institución gubernamental que había ganado credibilidad en este país por su lucha contra la corrupción.
Es difícil aceptar todas estas realidades, es doloroso asumirlas, y también es peligroso decirlas. Pero si en Nicaragua, cada uno, cada una, no asume sus propias responsabilidades no vamos a salir adelante. Si nos dejamos seguir irrespetando por quienes han pactado, no vamos a salir adelante.
La denuncia de Zoilamérica contra Daniel Ortega ha profundizado la crisis en el FSLN
El pacto ha llevado la crisis dentro del FSLN a un nivel nunca antes visto. La cúpula está en una crisis terminal. Desde 1998 esta crisis tiene un nuevo componente. Además de los cuestionamientos éticos surgidos de "la piñata", que ya tenían un reflejo en el alejamiento entre dirigencia y bases, en la instrumentalización de las luchas de los sectores populares, y en la gran desconfianza creada hacia la dirigencia, un hecho que no se puede dejar de mencionar vino a profundizar la crisis. Se trata de la denuncia de Zoilamérica contra Daniel Ortega.
Esta denuncia no sólo demeritó la figura de Daniel Ortega como dirigente político, sino que ha afectado a todo el partido, lo que es responsabilidad de Daniel Ortega. El debió haber asumido este hecho como lo que era, una denuncia en contra de él como persona, él debía haber actuado con responsabilidad para aclarar la verdad: si eran ciertos o no los hechos denunciados. Pero él se calló y ordenó a todo el Frente Sandinista que se callara. La orden era no hablar de eso. Y todo el mundo a obedecer, a no creer a Zoilamérica aunque la creyera y aunque las evidencias se comentaran por todas partes. Resulta increíble que mujeres sandinistas, abanderadas de la lucha de la mujer, guardaran silencio por miedo o se plegaran a la orden y al discurso oficial que buscó interpretar todo como una conspiración política.
Daniel Ortega no sólo se escudó en su inmunidad, eludiendo su responsabilidad como persona y como dirigente ante todo el país, sino que irrespetó a toda la militancia. En estos dos años no hubo siquiera una reunión para explicarle privadamente a la militancia lo que en verdad había ocurrido. Dentro de toda la debacle moral de la dirigencia del FSLN, un hecho tan notorio no puede ser considerado marginal al pacto. Hay quienes afirman que la precipitación para consumarlo tiene que ver con el miedo de Daniel Ortega a ser despojado por los liberales de su inmunidad como diputado. Y realmente, aunque el pacto se venía gestando desde mucho antes de la denuncia, no se puede negar que la irresponsabilidad de Daniel Ortega convirtió este caso en un elemento más dentro de las maniobras del pacto.
La lucha por rescatar al FSLN hay que darla dentro del FSLN
Entre la militancia del FSLN hay actualmente mucha inquietud, mucha inconformidad y mucha incertidumbre. Pero, después de la dolorosa experiencia de la separación del FSLN de muchos valiosos compañeros y compañeras que salieron del Frente para formar el MRS en 1994, es unánime el convencimiento de los grupos que hoy critican públicamente la actual conducción del partido -Izquierda del FSLN, Iniciativa
Sandinista, Sandinistas por la Dignidad, Foro Sandinista y otros más- que la lucha para rescatar al FSLN, para transformarlo y volver a hacer de él un instrumento de lucha popular, hay que darla dentro del FSLN. Son muchos los obstáculos que hay que superar. Entre los grupos y corrientes críticas que han surgido o se han afianzado después del pacto, existe todavía una lucha por la hegemonía de unos o de otros y existen diferentes concepciones acerca de la unidad. Está claro que hay mucho trabajo por hacer y mucho camino por recorrer. Creo que en estos momentos, lo principal es perder el miedo, porque uno de los factores que obra en contra de la transformación del FSLN es el miedo que se ha apoderado de la militancia. Miedo a quebrar mitos. Miedo a ser silenciados con represalias. Y miedo también a perder los medios materiales que la revolución le dio a muchos. Lo que nos une es la convicción de que el FSLN no pertenece a la cúpula de dirigentes que hoy lo tiene secuestrado, sino que es de todos los sandinistas. Y ni siquiera sólo de los sandinistas. Es de todo el pueblo de Nicaragua, porque de allí nació. Y por eso, es urgente que el sandinismo reaccione y elabore el proyecto adecuado para este momento de la historia de Nicaragua y del mundo.
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