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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 214 | Enero 2000

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América Latina

No habrá cambio social sin revisar el poder desde el feminismo

En la incapacidad de los hombres para escuchar a las mujeres y compartir con ellas el poder hay que buscar también la razón de los fracasos de los movimientos revolucionarios. Esto es obvio en el caso de Nicaragua. Ya es hora de reflexión y rectificación.

Margaret Randall

A fines de los años 60 y principio de los 70, una renovada conciencia feminista empezó a arder entre activistas y académicos por igual. Estalló rápida- mente, primero en las grandes mecas culturales industrializadas como Nueva York, Londres y París; después en algunos centros urbanos de América Latina. Ernesto Che Guevara se había convertido en un símbolo de la época. Unos dos años antes de su asesinato en Bolivia, había escrito su famoso libro El Socialismo y el Hombre en Cuba, un texto conmovedor que abordaba la necesidad de cambiar a los seres humanos y no solamente la sociedad en que vivían. Guevara hablaba de un hombre nuevo: libre de avaricia, franco y generoso de espíritu, lleno de solidaridad hacia los menos afortunados y capaz de generar valores humanos y de vivir de acuerdo a ellos. Aquel fue un documento de ruptura para todos nosotros, que anhelábamos la justicia social y éramos demasiado jóvenes para haber experimentado la mística comunista de los primeros años del bolchevismo; para nosotros que nos oponíamos al status quo, pero no nos sentíamos representados por el marxismo estrecho de los partidos ortodoxos de izquierda.


El "hombre nuevo" y las mujeres

Yo nací en 1936. Los jóvenes de mi generación cabalgamos sobre los sofocantes años 50 y los explosivos 60. Estábamos listos para un modelo diferente, cuyos mentores alimentaran una visión más integral. Por fin alguien, el Che, hablaba en un lenguaje que podíamos entender, por fin alguien vinculaba aspectos de la conciencia humana con una estrategia económica más equitativa. "A riesgo de parecer ridículo, déjeme decirle que los verdaderos revolucionarios están motivados por grandes sentimientos de amor". Recuerdo que fue ésta una de las declaraciones del Che que nos conmovió profundamente. No ha dejado de conmoverme. Guevara hablaba de pintar las universidades de negro, café y amarillo, como una primera referencia para la educación multicultural. Defendía el uso de los incentivos morales por encima de los materiales. Y nosotras nos apropiamos de esa diafanidad. Nos sentimos representadas por ideas que abordaban lo espiritual y lo estético dentro de la lucha del proletariado, a pesar de que, como mujeres, apenas se nos mencionaba como protagonistas.

¿Podíamos ser mencionadas? ¿Es justo culpar a los hombres visionarios de aquella época, cuando nosotras aún no empezábamos a ascender en la búsqueda y el reconocimiento de nuestra plena identidad? En cualquier caso, hay que estar claros de que nuestra arena de lucha política -y la de la sociedad en su conjunto- estaba controlada absolutamente por los hombres. Las mujeres participaban en los levantamientos revolucionarios del continente, pero no en roles dirigentes ni en grandes números. Las que participaron tuvieron que romper con muchas tradiciones y, aunque no cuestionaron específicamente el liderazgo masculino, abrieron las puertas para importantes discusiones sobre el papel de la mujer en la lucha y en la sociedad.

En aquel tiempo, cuando algunas de nosotras cuestionábamos el término hombre nuevo y nos preguntábamos si las mujeres estaban incluídas en ese concepto, recibíamos la típica respuesta del momento: Por supuesto que sí, las mujeres están incluidas. ¿Es que acaso no comprendíamos que hombre era un término genérico que significa ser humano? Y además, ¿no veíamos que esas distinciones eran producto del feminismo burgués, de moda en los países industrializados avanzados, pero que no tenía nada que ver con los problemas del Tercer Mundo? Estas preocupaciones -se nos decía- sólo servían para meter una cuña entre hombres y mujeres que debían estar peleando juntos contra el enemigo real. ¿Estábamos peleando juntos?


Revoluciones sin agenda feminista

En América Latina los partidos comunistas pro-Moscú se casaron con una línea ideológica que establecía que la igualdad económica entre los sexos -igual oportunidad en la educación, igual salario por igual trabajo, leyes y servicios que incorporarían a las mujeres a la fuerza de trabajo- pondría fin a la discriminación de género. Primero había que unir a la clase trabajadora. Sólo entonces podríamos derrocar a los dictadores. Después habría tiempo para atender "puntos más delicados" de la igualdad social, incluyendo el sexismo residual, el racismo y, mucho más tarde, el heterosexismo. Esta palabra, residual, era un adjetivo usado con frecuencia, que trivializaba nuestras preocupaciones en la misma medida en que nos avergonzaba por sacarlas a la luz.

En aquel tiempo, nuevos movimientos políticos comenzaban a desafiar la rigidez de esta visión. El Movimiento 26 de Julio en Cuba, el MIR en Chile, los sandinistas nicaragüenses, y otros movimientos de liberación nacional, luchaban por formas innovadoras de librar la guerra revolucionaria, tomar el poder y diseñar una sociedad más justa. Un creciente número de mujeres latinoamericanas participaba en estos movimientos. Muchas fueron influenciadas por sus estudios en el extranjero o por la lectura de materiales traducidos de libros publicados en Estados Unidos y Europa. Lucharon con sus camaradas masculinos por una mayor participación en la toma de decisiones, con la esperanza de forjar actitudes y acciones basadas en una concepción de poder más feminista que asegurara una sociedad realmente diferente.

Aunque no hay duda que los dos experimentos de democracia popular que vivió América Latina en estos años -Chile, Nicaragua- fueron derrotados "desde fuera" y que el que queda -Cuba- está siendo minado por el capital internacional, es hora de analizar que el fracaso de estas revoluciones al abordar algunos de los llamados "asuntos secundarios" también puede haber contribuido a debilitarlos. Hoy, en retrospectiva, podemos apreciar que la incapacidad de casi todos los movimientos revolucionarios para desarrollar una agenda feminista contribuyó a que fracasaran en establecer nuevas y más justas formas de compartir el poder, que podían haberles ayudado a mantenerlo.


No nos atrevíamos aún

Al contrario de lo que estaba ocurriendo ya en los Estados Unidos, pocas de nosotras en América Latina, durante los años 60 y 70, nos atrevíamos a hablar de cómo la política también tiene que ver con las relaciones interpersonales. No presionamos por una renovación del poder ni establecimos la conexión que hacemos ahora entre una visión feminista y temas como la ecología, el abuso sexual, la salud integral y la espiritualidad. Aún no podíamos ver que las desigualdades de género habían sesgado todo nuestro sentido de la historia y el sentido de nosotras mismas.

En América Latina, que era mi hogar en aquel tiempo, nuestras demandas generalmente estaban enfocadas hacia la igualdad en la defensa, el acceso a la educación y al trabajo, mayor libertad sexual e intelectual, una distribución más justa del trabajo en la casa, y el control sobre nuestras opciones reproductivas.

Sin poder darse el lujo de detenerse a considerar todas las implicaciones teóricas de su situación práctica, las mujeres revolucionarias latinoamericanas, cargando con siglos de opresión, tenían que trabajar no sólo por la revolución que soñaban, sino para resolver todos los problemas básicos de su vida cotidiana. En este contexto, eran los hombres quienes elaboraban los programas, quienes tomaban las decisiones e imponían las tareas, y era frecuente que para las mujeres esas tareas fueran casi exclusivamente las tradicionales de su género. Cuidaban las casas de seguridad, lavaban y cocinaban para los combatientes, llevaban mensajes, cuidaban a los enfermos y hacían uso de sus "ardides femeninos" en el transporte de camaradas o armamento. Salvo raras excepciones, las mujeres de los movimientos revolucionarios continuaron haciendo todo "lo que las mujeres saben hacer mejor".


También en el FSLN

Este fue también el caso del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua. Las primeras mujeres se unieron al FSLN en 1963. Al principio, estas jóvenes mujeres -a menudo hermanas o novias de revolucionarios- hicieron todas estas tareas y no cuestionaron la autoridad masculina. La situación era tan dura que no es extraño que hubiera tan poca inclinación de parte de las mujeres o de paciencia de parte de los hombres para debatir sobre el papel de las mujeres en la lucha. Las mujeres tuvieron que enfrentar rupturas con las normas familiares, sociales y religiosas para involucrarse en el activismo revolucionario. Y el sexismo, profundamente inmerso en el tejido social, que también era responsable del status quo que combatían, quedó a un lado. Sin embargo, a medida que la determinación y el valor de las mujeres las llevaba a comprometerse más en la lucha, empezaron a cuestionar los estereotipos.

Las mujeres sandinistas cuentan cómo fueron influenciadas por libros y fotocopias de libros que entraban al país clandestinamente y circulaban de mano en mano. Pero sería un error creer que estos materiales plantaron la semilla en la conciencia de las mujeres de Nicaragua, o sugerir que las mujeres nicaragüenses aprendieron su feminismo del extranjero. Estas ideas echaban raíces en tierra fértil. Alimentaban experiencias que habían estado vivas durante siglos en la memoria colectiva, desde la época de las mujeres indígenas, descritas por algunos cronistas como las nativas más bellas del nuevo mundo, afirmando el antropólogo franco-mexicano Laurette Sèjournè que era "su feroz sentido de independencia lo que las hacía parecer más bellas".

Las mujeres indígenas resistieron con tenacidad y creatividad la invasión española de sus tierras, de sus cuerpos y de sus mentes, y en cierto momento de la terrible historia de la conquista se negaron a tener relaciones con sus esposos porque no querían seguir dando a luz a niños que sabían serían esclavizados. En un discurso pronunciado en La Habana el 8 de marzo de 1980, en la sesión de clausura del III Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas, el dirigente sandinista Humberto Ortega rozó este tema cuando elogió a las mujeres nicaragüenses contemporáneas porque "cuando se acercaba la victoria, querían producir más hijos para que hubiera más combatientes para la causa". Su sesgada interpretación ha sido la habitual entre los hombres revolucionarios. En vez de valorar aquel primer ejemplo de las mujeres, organizándose contra la esclavitud, Ortega aplaude el hecho de que pongan sus poderes reproductivos al servicio de una causa que, en gran medida, ignoraba la realidad de las mujeres. Como tantos otros, Ortega falló al no entender cómo un proyecto de cambio social debe abordar la condición de las mujeres si realmente pretende hacer justicia a todos.


Derrocar a Samoza: prioridad feminista

Desde 1963, el FSLN volcó su atención a la captación de distintos sectores sociales. Se hicieron entonces los primeros intentos para organizar a las mujeres. En 1969, Michele Najlis describe así la primera "reunión nacional" de la Alianza Patriótica de Mujeres Nicaragüenses, que trataba de organizar la dirigencia del FSLN desde 1966: "En esos días nuestras reuniones eran clandestinas y no se daban con tanta frecuencia porque las mujeres tenían que arreglárselas para dejar a los hijos con familiares, desafiar el terror de los métodos represivos de la dictadura y enfrentar también las amenazas de los maridos. La primera gran reunión nacional se realizó en Juigalpa, en 1969. Estaban presentes Gladys Báez y dos mujeres que habían llegado de Managua. Tres de nosotras, eso era todo, ¡nadie más se apareció! Gladys insistió en seguir adelante con el acto, porque dijo que si no lo hacíamos nos íbamos a desmoralizar. Recuerdo que entramos en ese gran corredor, y Gladys caminó hasta el podio y procedió a dar uno de los discursos políticos más hermosos que he escuchado: lleno de una fe inquebrantable en el futuro. Se tomó todo su tiempo. Y despacio, muy claramente, nos dijo que ése era un día memorable en la historia del movimiento femenino nicaragüense, porque era la primera vez que nosotras mujeres nos habíamos reunido para hablar de nuestros problemas, nuestras limitaciones, la discriminación que sufríamos y nuestra futura liberación".

Cuando Najlis habla de las mujeres reuniéndose por primera vez dice una verdad relativa. Por supuesto que estas mujeres se reunieron, desarrollaron estrategias y tomaron decisiones, y que haberse juntado en condiciones tan adversas fue notable. Pero la Alianza, como fueron AMPRONAC y AMNLAE en los años siguientes, era todavía parte de un plan general de lucha que respondía a decisiones tomadas por el liderazgo de más alto nivel del FSLN, netamente masculino.

En 1977 la lucha revolucionaria se había vuelto irreversible. Fue entonces que el FSLN, a través de la Asociación de Mujeres ante la Problemática Nacional (AMPRONAC) logró finalmente organizar a las mujeres de todas las clases, edades y actividades. Como en los casos anteriores, fue una organización concebida por un liderazgo mayo-ritariamente masculino. Una de las ideas que repetían las mujeres que participaban era que, en Nicaragua, librarse de la dictadura se había convertido en un asunto feminista, y en aquel momento en el más urgente de todos.


AMNLAE y sus prioridades

Los años de la guerra contra la dictadura somocista vieron a una cantidad de mujeres extraordinarias asumiendo roles de liderazgo y realizando con éxito tareas nunca vistas hasta ese momento en la historia de la participación revolucionaria femenina. No hay un libro suficientemente grande para contar el heroísmo de las mujeres nicaragüenses en esos años.

Derrocada la dictadura, los líderes masculinos del FSLN -aún el más comprensivo apenas había cuestionado vagamente los roles de género- se dieron a la tarea de reorganizar la sociedad. Uno de los primeros decretos del nuevo Gobierno de Reconstrucción Nacional prohibió la utilización de la mujer con fines publicitarios comerciales. Las mujeres estaban encantadas. El decreto permanecería vigente durante toda una década, aunque se cumplió cada vez menos y menos. Otros decretos abordaron aspectos de equidad y protección social. Pero cuando los distintos sectores sociales se organizaron para apoyar el proyecto revolucionario, cuando trabajadores, vecinos, obreros agrícolas, jóvenes, niños, artistas, profesionales y mujeres crearon los sindicatos y las asociaciones a través de las cuales canalizarían su contribución al cambio revolucionario y al mejoramiento de sus vidas, fue una visión esencialmente masculina la que convirtió AMPRONAC en AMNLAE.

La nueva asociación creció rápidamente. La línea era muy clara: construyendo la patria nueva forjamos la mujer nueva. La teoría de la inserción social de la mujer estaba muy viva en el concepto que tenía AMNLAE de su prioridad: integrar a la mujer en el proceso revolucionario era el camino para alcanzar los cambios deseados en su condición social.

Durante sus primeros dos años, AMNLAE puso toda su energía en movilizar a las mujeres hacia las tareas más urgentes de la reconstrucción y luego, crecientemente, hacia la defensa militar. A las mujeres se les animó a participar en la alfabetización -como educadoras y como educandas- y en las milicias. Gravitaban en la educación, la salud preventiva y la distribución equitativa de bienes de consumo básico. Surgieron un buen número de proyectos agrícolas femeninos. Las mujeres de los mercados empezaron a luchar por sus derechos. En algunos pocos proyectos piloto las prostitutas aprendían otros oficios. Y el sector de servicio doméstico, mayoritariamente femenino, se organizó alrededor de demandas como la jornada laboral de diez horas.

AMNLAE apoyó todos estos esfuerzos. En muchos casos demandando de las mujeres jornadas de trabajo voluntario, lo que se supone las mujeres hacemos siempre y bien. Porque sabemos hacer malabarismos con nuestro día laboral de 18-24 horas. Porque muchos de nuestros trabajos no se pagan. Porque estamos menos sujetas a los rigores de un horario formal. Y porque cuando nos entusiasma participar en un proyecto que creemos va a mejorar nuestras vidas y la vida de nuestros hijos, lo damos todo. AMNLAE capitalizó esta predilección por el trabajo voluntario que comparten tantas mujeres, y sus movilizaciones masivas contaron con la tradicional respuesta femenina, en nombre de una revolución que había prometido cambiarles la vida a ellas y construir una vida mejor para todos.


Marginadas por feministas

Los Estados Unidos no estaban dispuestos a permitir que la revolución nicaragüense sobreviviera. La guerra de los contras comenzó a exigir más y más tropas para la defensa. En 1984 el FSLN introdujo la ley de servicio militar obligatorio. Algunas miembras de AMNLAE sintieron que negarles a las mujeres la participación en el servicio podría conducir a otras formas de discriminación y sentaría un precedente negativo para la liberación femenina. El FSLN argumentó que, objetivamente hablando, las mujeres seguían siendo responsables del hogar y de los hijos, ya que la revolución no había sido capaz de crear los servicios necesarios para aliviar esta carga. Por primera y única vez AMNLAE disintió del pensamiento oficial. Al final, sólo los hombres quedaron obligados al servicio militar.

El desarrollo de AMNLAE definió su membresía. La clase de problemas que empezó a abordar y el tipo de actividades que patrocinaba atrajeron mayormente a amas de casa, a mujeres de los mercados y, en menor grado, a maestras y enfermeras. Las mujeres campesinas también participaron. Pero la guerra lo distorsionó todo. Las madres y esposas de los soldados sandinistas gravitaban hacia la organización por el apoyo que les ofrecía para mantener vínculos con sus hijos y maridos en los frentes de guerra, mientras que muchas trabajadoras encontraban mejores respuestas a sus demandas participando en los sindicatos. Las profesionales, más abiertas a las ideas feministas y generalmente con ideas más avanzadas, querían empezar a confrontar el sexismo, que es parte tan importante del tejido social nicaragüense y del latinoamericano, pero AMNLAE no era suficientemente feminista. Las que trataron de llevar a la organización una visión más centrada en la mujer pronto fueron marginadas, acusadas de ser lo que eran: feministas.


¿Cerrar filas?

Las primeras consultas hechas por AMNLAE demostraron que muchas mujeres no entendían por qué era necesaria una asociación específica. ¿Por qué debemos unirnos a una organización sólo de mujeres, si ya pertenecemos al comité de defensa del barrio, a un sindicato, o al mismo partido?, preguntaban. El marco ideológico para una respuesta adecuada no existía ni entre la mayoría de la población femenina ni entre el liderazgo sandinista.

AMNLAE dirigió varias campañas en favor de leyes que beneficiaran a las mujeres y a los niños. Algunas fueron más exitosas que otras, porque fueron llevadas del papel a la práctica. Se estableció la paternidad responsable y se creó una Oficina de Protección a la Familia, donde podían acudir las madres abandonadas para obtener ayuda financiera de los padres de sus hijos. La unión libre fue reconocida para garantizar a la mujer una serie de derechos. La Ley de Adopciones eliminó la fácil compra y venta de niños. Un nuevo Código Familiar eliminó el concepto de hijos ilegítimos.

Asuntos de género específicos -la violencia doméstica, la violación sexual o el derecho al aborto- fueron obviados o desdeñados. Proyectos de educación, de salud pública, de capacitación laboral, jornadas de trabajo voluntario y nuevas leyes para atender a los familiares de los combatientes fueron las tareas prioritarias. Y todo lo que tuviera que ver con demandas de las mujeres, similares a las que ya existían en los países desarrollados, era automáticamente descartado como "feminista". La Federación de Mujeres Cubanas servía de modelo.

Los asuntos de la mujer y las necesidades de la revolución fueron puestos con demasiada frecuencia en contradicción. El feminismo continuó siendo visto como "algo extranjero", una "moda importada" capaz de dividir a hombres y mujeres, en vez de ser visto como una perspectiva necesaria para la salud general de la revolución, y también para su sobrevivencia. Y como los años revolucionarios estuvieron marcados por el propósito de Estados Unidos de minar y destruir la revolución sandinista por todos los medios, para las mujeres nicaragüenses -como para todos los nicaragüenses- la paz y el mejoramiento de la economía eran las prioridades. Luchar por el derecho al aborto o luchar contra la violencia doméstica no podían ser esfuerzos prioritarios en aquellos años.

En Nicaragua, al igual que en otros países, la embestida del capital mundial fue feroz y en muchos frentes. David peleaba contra un Goliat poderoso. En ese contexto, llegó a ser cada vez más fácil para el liderazgo del FSLN, esencialmente misógino, el desatender los reclamos que surgían de un análisis feminista. Está claro que los momentos de peligro exigen siempre cerrar filas contra el enemigo común. Es mucho más difícil ver que, a menos que cada grupo social esté plenamente representado en las filas que se cierran, la lucha de David contra Goliat está condenada al fracaso.


El error de Freud y los traumas de la guerra

En una contribución que ha abierto brecha en nuestra comprensión de cómo el patriarcado ha hecho daño a las mujeres y a los hombres en forma similar, y de cómo el interés de la sociedad sobre por qué y cómo eso sucede sigue un patrón cíclico de avance y retirada, Judith Lewis Herman establece unas conexiones esenciales entre la esfera privada -la de la mujer- y la esfera pública -la política-. Ella demuestra cómo la sociedad se ha abstenido periódicamente de examinar y tratar de enfrentar la realidad de la violencia contra la mujer, precisamente porque hacerlo significaría desafiar el modelo patriarcal. De forma similar, los llamados "expertos" se han resistido a examinar el estado de los llamados "traumatizados de guerra", porque eso significaría cuestionar las virtudes masculinas de virilidad, hombría y honor.

Como otras estudiosas antes que ella, Herman examina los descubrimientos de Freud sobre el incesto y otros abusos hechos a niñas y niños o sobre la violencia doméstica contra la mujer. Revisa la gran contribución de Freud y su subsecuente renuncia a sus descubrimientos, señalando: "Los estudios sobre la histeria de finales del siglo diecinueve se fundaron en la cuestión del trauma sexual. En el tiempo en que se hicieron esas investigaciones no se tenía conciencia de que la violencia es parte de la rutina en la vida sexual y doméstica de la mujer. Freud vislumbró esa verdad y se retiró horrorizado".

Herman hace una conexión que resulta muy importante cuando observamos lo que pasa en Nicaragua: "Durante casi todo el siglo XX, fue el estudio de veteranos combatientes el que condujo al desarrollo de un cuerpo de conocimientos sobre los desórdenes traumáticos. Pero no fue sino hasta el movimiento de liberación femenina de los años 70 que se reconoció que los desórdenes post-traumáticos más frecuentes no son los de los hombres en la guerra, sino los de las mujeres en la vida civil".

Herman demuestra cómo "solamente la legitimación moral del movimiento anti-bélico y la experiencia nacional de la derrota en una guerra desacreditada (la de Vietnam) hizo posible que se reconociera el trauma psicológico como un legado perdurable e inevitable de la guerra. En 1980, por primera vez, el síndrome característico del trauma psicológico se convirtió en un diagnóstico "real". Ese año, la Asociación Americana de Psiquiatría incluyó en su manual oficial de desórdenes mentales una nueva categoría, llamada estrés por desorden post-traumático".


Sobrevivientes empoderadas

Las mujeres nicaragüenses han sido severamente victimizadas por la violencia doméstica, por el abuso sexual y por la guerra. En el terreno de la violencia doméstica y del abuso sexual no son tan diferentes del resto de sus hermanas en cualquier parte del mundo. Añaden a estos traumas los síntomas de estrés que normalmente están reservados a los hombres que soportan situaciones bélicas prolongadas. Durante la dictadura somocista la represión alcanzó una intensidad que saturó a la población, y con especial brutalidad a las mujeres. Durante la guerra de liberación los horrores estuvieron a la orden del día. Y si los años iniciales del gobierno sandinista liberaron la psique popular, no fue por mucho tiempo, ni tampoco de forma suficientemente radical como para reducir significativamente el nivel de estrés colectivo. Casi inmediatamente después del derrocamiento de la dictadura somocista, las presiones económicas de los Estados Unidos se combinaron con la guerra de los contras para renovar las tensiones.

La derrota electoral de 1990 trajo consigo -especialmente para los sandinistas- una crisis de identidad que aún no ha sido completamente enfrentada. Sin embargo, a pesar de tanto estrés acumulado, y quizás por la intensidad implacable que las caracteriza, las mujeres nicaragüenses reaccionaron a la derrota electoral de manera notable. Como la gran mayoría de las feministas nicaragüenses llegaron al feminismo a través de años de lucha política, la otra cara de tan larga cadena de traumas resulta positiva. Paradójicamente, aunque la victoria electoral de doña Violeta de Chamorro en 1990 puso fin a la revolución formal, el movimiento de mujeres despertó y floreció en esa hora. Las mujeres sandinistas se repusieron de la pérdida electoral más eficazmente que sus hermanos. En una atmósfera general de incredulidad paralizante, se reunieron para analizar lo que había ido mal y para formar nuevas alianzas. Y en eso están.

Herman insiste en que "el primer principio de recuperación es el empoderamiento del sobreviviente". Una comunidad en la que el empoderamiento colectivo es la meta, no sólo nutre la recuperación sino que también estimula una ruptura filosófica. Y eso es lo que ha pasado en Nicaragua. ¿Qué mayor empoderamiento que el experimentado por las mujeres nicaragüenses, sobrevivientes de la dictadura, de la guerra, de la victoria, de la derrota y de la continua capacidad de revisualizar su propia realidad?


Hasta ahora lo entendemos

En la sociedad patriarcal, donde cada factor familiar, educativo, cultural y social conspira para mantener a la mujer en un estado de servidumbre, ¿qué elementos hacen posible que una mujer que quiere realizar su potencial pueda labrarse una vida plena? ¿Qué modelos, mentores, factores culturales o ideológicos o accidentes del destino le ayudan a superarse y le indican la dirección correcta? ¿Qué momentos clave pueden hacer la diferencia entre una mujer que se rinde y una que surge? En períodos de tranquilidad social, el cambio se da lentamente. Pero en el torbellino de la lucha, la interacción humana es como una película que avanza rápidamente. Nos movemos con mayor urgencia, amamos más a fondo, nos arriesgamos y nos superamos más apasionadamente. Creemos o esperamos que lo mejor que hayamos logrado sobrevivirá.

Influyen las formas en que el poder se ubica con respecto al género, las formas en que generaciones consecutivas de mujeres han reclamado espacio o se han visto forzadas a retirarse y a reagruparse. Desde 1989-90, cuando tantos experimentos de cambio social comenzaron a desmoronarse alrededor del mundo, estos reclamos y reagrupamientos han ocupado mi pensamiento. He llegado a creer que la incapacidad de los movimientos revolucionarios para escuchar a todos los grupos sociales, analizar su potencialidad y asegurar su plena gestión, ha sido en gran parte responsable del fracaso de estos movimientos para permanecer en el poder. El enemigo externo era ciertamente abrumador. Pero el enemigo interno ha contribuido a la defunción revolucionaria en formas que hasta ahora estamos empezando a comprender.

¿Cómo se hubiese desarrollado la revolución sandinista si hubiese examinado críticamente su estructura de poder? Si el FSLN hubiese sido capaz de cuestionar el patriarcado, de incorporar a las mujeres y a los representantes de otros grupos sociales a posiciones de toma de decisión -en vez de "actuar en su nombre"- y de construir una verdadera relación democrática entre dirigentes y bases, Nicaragua podría tener hoy un gobierno popular en el poder. Puesto que en todas partes del mundo las mujeres son aproximadamente la mitad de la población, y sin duda también por otras muchas razones, la igualdad de género debería ser un asunto que concierne a todos.


Nos necesitamos unas a otras

Hoy, cuando me pregunto a mí misma qué elementos se necesitan para que las mujeres comiencen a deshacerse de siglos de construcción patriarcal, el primero que me viene a la mente es la comunidad. La historia se ha visto ampliada con nombres de mujeres únicas, que han sido capaces de actuar más allá de las restricciones de su tiempo y espacio. Pero para que las mujeres puedan romper el control masculino, nos necesitamos unas a otras. Y solamente las comunidades de mujeres, los grupos de mujeres, pueden hacer realidad un cambio social duradero.

En sus inicios el FSLN fue una comunidad que potenció la capacidad y el coraje de las mujeres. Otras comunidades también acunaron y facilitaron el potencial de las mujeres para el cambio: las comunidades cristianas de base, las comunidades creadas por mujeres que trabajaron juntas en educación y salud, las secciones de mujeres en los sindicatos y entre los trabajadores del campo, y la totalidad de esa comunidad que constituyeron los habitantes de un país tan pequeño como Nicaragua, que surgía con tanta exuberancia y esperanza en los años de la revolución.

¿Fue el FSLN en el poder una "comunidad" que nutrió la toma de conciencia de las mujeres nicaragüenses? Ciertamente que sí. Las mujeres lo confirman. A lo largo de la historia del FSLN y de la lucha por la liberación nacional que tan valientemente libró, las mujeres alcanzaron poder, actuaron con dignidad y coraje y afirmaron su lugar en la historia. Nada puede borrar esos logros. Pero el FSLN perdió una oportunidad histórica. Se demostró incapaz de considerar a las mujeres como seres humanos plenos, y en los momentos clave sus dirigentes rehusaron someter sus privilegios masculinos a un escrutinio que pudo haberles ayudado a conservar el poder. A inicios de los años 90 publiqué Gathering Rage: The failure of twentieth century revolutions to develop a feminist agenda. El libro era una crítica a la "política tradicional" dominada por los hombres, especialmente dentro de la izquierda. Estaba desilusionada al ver que en la experiencia cubana y en la nicaragüense, dos revoluciones que conocí íntimamente y respeté profundamente, el temor a un análisis de género serio limitó el progreso social.


Ignoradas, usadas y abusadasEl tema de la raíz del poder nunca fue explorado por el FSLN de manera significativa. El movimiento revolucionario, controlado por hombres, estaba dispuesto a trabajar para mejorar la vida de las mujeres, pero no estaba dispuesto a compartir el poder con las mujeres, y menos aún a embarcarse en un análisis de género de la sociedad o a considerar seriamente el poder como una categoría política que debía ser revisada.

Desde el más alto liderazgo masculino las mujeres fueron ignoradas, usadas y frecuentemente abusadas. Las mujeres protestaban pero por sus tradicionales condicionamientos, generalmente terminaban cediendo. Los hombres continuaron ejerciendo el control y la dominación, que han sido bases de las relaciones de género durante milenios. Para poder hacerlo, no tenían que sentarse alrededor de una mesa a diseñar una conspiración contra las mujeres. Sus actos eran el resultado lógico de una visión androcéntrica de lo que debía ser el cambio social. Como el discurso oficial desmentía esto, muchas mujeres siguieron viendo el machismo como algo que no podía cambiarse y no como la epidemia estructural subyacente que es.

En el siglo XIX, los grandes revolucionarios reconocieron que el nivel de progreso de una sociedad se refleja en la la condición de sus mujeres. Sin embargo, ningún movimiento para el cambio social, ni entonces ni desde entonces, ha querido explorar el tema del poder de forma total: quién lo tiene y cómo se usa y abusa de ese poder, y qué consecuencias resultan del poder así usado en la sociedad en su totalidad. Todos sabemos que quien restringe la humanidad de otra persona disminuye su propia humanidad, pero aún no hemos sido capaces de extrapolar de esta simple verdad un análisis que abogue por un cambio profundo y duradero.


La denuncia de Zoilamérica

Un hecho ocurrido en Nicaragua ha ejemplificado tanto el abuso que rutinaria y diariamente enfrentan las mujeres como su creciente capacidad para "devolver el golpe". En marzo de 1998, la hija adoptiva de Daniel Ortega, Zoilamérica Narváez, acusó públicamente al líder del FSLN de incesto, declarando que había abusado de ella sexualmente, insistente y continuamente, durante diecinueve años. Fue una acusación que sacudió profundamente al país.

Considero urgente pensar sobre el prolongado y aparentemente "aceptable" error que finalmente impulsó a una joven mujer a contar su historia, a romper su silencio y a exponer su dolor más íntimo. Es también urgente pensar en la suprema arrogancia de un hombre que, en vez de responder honestamente a la acusación de una joven mujer, se ocultó primero detrás de la voluntad de su esposa para proteger su "honor", para después esconderse tras un poder político neofascista con el que ha hecho un pacto.

El FSLN de Daniel Ortega ha sido incapaz de ponerse a la altura del desafío planteado por la acusación de una sola mujer. Los miembros del partido que osaron pedir una discusión abierta de la denuncia de Zoilamérica fueron o expulsados o de alguna forma castigados. Los dirigentes del FSLN, entre ellos mujeres que se consideran feministas, rehusaron comprometerse a fondo con la acusación, mientras el llamado a "la unidad" fue usado de nuevo para encubrir el abuso de poder.

Inicialmente, el FSLN utilizó la vieja excusa de que "este tipo de asuntos" es de orden privado y debe ser abordado en la familia. Cuando Zoilamérica insistió en que ella acusaba a un hombre y no a la cabeza de un partido político, le respondieron con el silencio y con una campaña de difamación que todavía continúa. Al inicio, Zoilamérica dijo que no quería llevar a juicio a Ortega, pero que, para comenzar a sanar y a vivir su propia vida, tuvo que hablar del abuso. Lo único que quería era no usar más el apellido de su abusador. Como tantas otras víctimas de abuso sexual, quería que le creyeran y esperaba el apoyo de su madre, hermanos, colegas y amigos. Quizás esperaba incluso que sus palabras tuvieran un efecto positivo sobre el hombre que la había usado durante tanto tiempo. Quizás él tendría la decencia de reconocer su abuso y el coraje para admitirlo y entrar en un proceso de reconciliación.


Un brutal abuso de poder

Si el FSLN, en la persona de Daniel Ortega o en la de cualquiera de sus dirigentes, hubiera tomado en serio la acusación de Zoilamérica, entendiéndola como un ejemplo del pandémico mal uso del poder y abordándola públicamente, creo que se habría ganado un respeto más allá de lo imaginable. Pero el partido, predominantemente masculino, mostró una vez más su ideología torcida. Como dijo tan elocuentemente la poetisa nicaragüense Gioconda Belli: "Si el FSLN se muestra incapaz de escuchar a Zoilamérica, como militante del partido que ella es, habrá llegado a ser un partido al servicio de la carrera política de un hombre".

Cuando Zoilamérica decidió que no tenía más opción que pedirle a la Asamblea Nacional nicaragüense que le retirara a Daniel Ortega su inmunidad parlamentaria para poder llevarlo a juicio, los hombres de todos los partidos, indudablemente temerosos de que sus propias historias de abuso pudieran darse a conocer, rehusaron responder a su pedido. Leer las cuarenta páginas del Testimonio de Zoilamérica es un ejercicio de sumersión en el horror, y es también una lección sobre ese lado insidioso de la naturaleza masculina que supone que ellos son dueños de todas las mujeres: esposas, hijas, amigas, subordinadas, también las colegas políticas y profesionales.

El caso de Zoilamérica es un caso extremo de abuso, por la perversidad particular de su historia, por el número de años que duró, y por el hecho de que Ortega no solamente era la figura paterna y el apoyo económico de su hijastra desde la edad de diez años, sino también el líder máximo del partido político del que ella era miembro activo, y durante años el Presidente de Nicaragua. Zoilamérica señala que Ortega llegó tan lejos que le explicaba que el hecho de que ella cediera a su voluntad, cuando y donde quiera que fuera, era para ella "un deber revolucionario", una tarea a la que estaba destinada para aliviar las tensiones del alto cargo que Ortega desempeñaba. Si hubiéramos escrito el guión, no hubiéramos podido inventar un caso más dramático de objetivación patriarcal de la mujer, de brutal abuso de poder, de ejemplo de esa arrogancia que proviene de la creencia tradicional de que los hombres son los dueños del mundo.


Quizá era demasiado pronto

El caso de Zoilamérica Narváez ejemplifica el abuso del que rutinariamente son víctimas las mujeres y la creciente capacidad que ellas van teniendo de recuperar su identidad personal. También representa un hito en las luchas de liberación. Ha trazado una línea indeleble entre el viejo estilo de la "política tradicional" y otra concepción del poder. Mientras el FSLN o cualquiera otra organización que tenga la justicia como su meta no esté dispuesta a tomar en serio una denuncia como la de Zoilamérica, estará condenada a la irrelevancia.

Zoilamérica Narváez salió de su prisión cuando su propia madurez y coraje le permitieron hacerlo. Quizás era demasiado pronto para que un partido político como el FSLN -o para que el pueblo nicaragüense- saliera de su prisión conjuntamente con ella. Pero su gesto crecerá en importancia, estoy segura de ello. Dentro de dos, diez, veinte años, cuando más mujeres se hayan puesto en pie y dicho basta ya, la valentía de esta mujer habrá sido central para cualquier comunidad capaz de exigir un cambio.

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