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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 182 | Mayo 1997

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Internacional

Ecología - Teología: no hay Cielo sin Tierra

Todos hablan hoy de Ecología. Pero, ¿de cuál línea de la Ecología? La Ecología técnica sólo le lima los dientes al lobo. La Ecología política no pone en tela de juicio el "desarrollo". La Ecología ética se centra en la compasión universal. La Ecología holística es una visión más total.

Leonardo Boff

Quizás el discurso ecológico sea en estos momentos el más universal, porque su objeto interesa a todos: el destino colectivo no ya de un sistema de vida, sino el del propio planeta. Si en 1972 el gran lema de la Reunión de Estocolmo fue el de Un solo Planeta, hoy podríamos hablar de Un solo Cosmos, al considerar la inmensa cadena de relaciones mediante la cual el caracol de jardín y la flor silvestre se relacionan con la Luna, con la Galaxia, con los quásares o con la gran explosión que se produjo hace 15 mil millones de años.

Ni lujo de ricos ni exclusiva de "verdes"

Para muchos, la Ecología es un tema que provoca conflictos y objeciones desde el mismo inicio: "¿Por qué la Ecología?" "¿Qué tiene que ver la Teología de la Liberación con la Ecología?" Algunos afirman que la Ecología es un lujo de los ricos, especialmente de los ricos del hemisferio Norte, que ya conquistaron toda la Tierra, alcanzaron los más altos niveles posibles de bienestar, y ahora se preocupan por los animalitos, por el mono dorado, por los pandas, por las ballenas. Muchos relacionan a la Ecología con el discurso de los ricos del "Norte" o de los "Verdes", que se limita a defender la preservación de la selva y de los animales. También se considera a la Ecología como una ciencia nueva. Tanto es así que una institución brasileña de nivel superior, la UNICAMP, diseñó un curso de postgrado sobre esta materia, curso que engloba diversas disciplinas académicas: Botánica, Oceanografía y una infinidad de ciencias que tienen que ver con la Naturaleza.

Todo lo anterior es verdad, pero es sólo una parte de la verdad. Hoy la Ecología ha alcanzado tal nivel de profundidad que se ha tornado demasiado importante para quedar sólo en manos de los Verdes, los habitantes del Norte o los científicos. La Ecología tiene que ver con nuestra vida cotidiana y no puede ser utilizada como una categoría o un instrumento para desmovilizar nuestras luchas sociales, políticas y económicas. En su nombre no se puede renunciar a llevar a cabo huelgas, a luchar por mejores salarios, a sustentar la utopía socialista y a criticar el paradigma de la acumulación capitalista.

La Ecología nos obliga a incorporar elementos nuevos a todas esas luchas, de modo que hoy en día la lucha ecológica se ha transformado también en un movimiento popular, que se manifiesta no sólo a favor de las especies animales y vegetales, sino que constituye un movimiento social articulado con los demás movimientos, y que los desafía a incorporar nuevas dimensiones presentes en el discurso ecológico.

La revolucionaria teoría de Darwin

¿De qué se ocupa fundamentalmente la Ecología? Como se trata de una ciencia compleja, que es fundamentalmente un discurso interdisciplinario que conjuga una serie de saberes, el acceso a ella, con un cierto nivel de crítica y profundidad, exige la apropiación de ciertos conocimientos básicos de la nueva Cosmología, o sea, de la Física cuántica; de la nueva Biología, en especial de la Biología molecular y de la Biogenética; y de la nueva Antropología, que considera al ser humano como parte de una cadena formada por los seres vivos, inmerso en la totalidad del Universo. Lo que nos interesa, fundamentalmente, es la Ecología social, que se vincula con las cuestiones de la sociedad, especialmente las planteadas por los pobres, razón por la cual la cuestión ecológica es también un momento de reflexión subversiva, contestaria, liberadora.

El término ecología fue creado en 1869 por el biólogo alemán Ernest Haeckel, gran admirador y colaborador de Darwin, que en cierta forma completó la visión del autor de El origen de las especies. La tesis de Darwin produjo una conmoción enorme en las cosmovisiones de la época, especialmente en las religiosas. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, creado por Dios, descubre de repente que sus antepasados son los primates, los animales herbívoros, los peces; se descubre fruto de la evolución de esos animales.

Ecología: ciencia de la relaciones

A partir de la visión darwiniana, Haeckel inventó la palabra ecología, a partir de la concepción de que las especies, los seres vivos, no habían caído de las nubes, sino que conformaban una gran cadena de relaciones con el mundo no vivo, es decir, con el mundo abiótico, y con los seres vivos, o sea, con el mundo biótico. Los elementos químicos y físicos, el medio ambiente y la relación entre todo ello resulta en una gran simbiosis, en un intercambio de energía, y es imposible entender al ser vivo si se le desliga de todos estos elementos.

La Ecología, por tanto, es la relación que guardan entre sí todos los seres vivos y la relación de todos los seres vivos con el medio no vivo. Es, fundamentalmente, la ciencia de las relaciones. Para entender la Ecología tenemos que comprender la vasta red de relaciones que entretejen todos los ecosistemas. En otras palabras, el sistema de habitat de todos los seres de la Creación.

Por su etimología, el término Ecología se relaciona con los de Ecumenismo y Economía. Todos se derivan de la palabra griega oikos, que significa casa. La Economía es el arte de administrar la casa y el Ecumenismo es la forma en que los seres que habitan la Tierra se relacionan con Dios. Por tanto, Ecumenismo, Economía y Ecología tienen la misma raíz: el hábitat humano.

La esencia de la Ecología es el juego de las relaciones. Vivimos con materiales, comemos, nos vestimos, vemos las nubes y las estrellas... Todo es un conjunto de relaciones que pasa por nosotros, del cual recibimos influencia y al cual influimos. Estamos en medio de esa inmensa trama que constituye el destino concreto de nuestra existencia. Por eso el holismo también está asociado a la Ecología. El holismo, término creado en los años 60, se deriva de la palabra griega holos, que significa totalidad. El holismo es una perspectiva de convergencia que intenta considerar a la realidad como un todo. Por tanto, se refiere más a la síntesis que al análisis; más a la totalidad de las cosas que a sus partes. La primera afirmación del holismo es que el Universo es un todo, trátese del planeta Tierra, en el que habitamos, o del Sistema Solar, o de nuestra galaxia, la Vía Láctea. El Universo forma un todo al que los griegos denominaron Cosmos.

El discurso ecológico resulta incómodo

Se trata, en lo fundamental, de una comprensión de la transversalidad, de las cosas transversas, vinculadas unas con otras. Es una perspectiva que consiste en la suma de todas las otras, una síntesis de los diversos saberes. La Matemática tiene que ver con la Física, la Física con la Química, la Química con la Biología, la Biología con la Filosofía, la Filosofía con la Geografía, la Geografía con la Biología.

En resumen, tiene que ver con todo lo que, en nuestra tradición occidental transformamos en disciplinas, en compartimentos de saberes, en especializaciones (las personas saben cada vez más sobre cada vez menos). La división está en nuestras cabezas, no en la realidad: en ésta todo está junto y convive en un enorme equilibrio que es, al mismo tiempo, frágil, que puede quebrarse en cualquier momento, pero cuya propiedad es autorregularse y rehacerse continuamente. De ahí el carácter temporal e histórico del conocimiento, abierto siempre a nuevas síntesis.

La Ecología no trata sólo de los seres vivos. No está biocentrada, sino cosmocentrada. Por eso resulta un discurso incómodo para los habituados a las especializaciones, sea en la lucha sindical, en la lucha de clases, en la pastoral. Esas personas se preguntan qué tiene que ver la Ecología con "nuestra" lucha concreta. Tratar de lograr la totalidad y el juego de las relaciones en esa lucha es pensar ecológicamente.

El crecimiento tiene límites

La lucha ecológica surgió de una crisis. En realidad, todas las grandes cuestiones surgen precisamente de crisis, sean éstas personales, sociales o de los organismos vivos. La realidad sólo emerge como conciencia, como problema, cuando nos presenta una reacción para la cual no encontramos respuesta. El primer grito de advertencia sobre esa crisis se hizo sentir en 1972. Un grupo de sabios se reunió en Roma. Científicos, economistas, sociólogos, antropólogos, produjeron un texto que tuvo una gran repercusión y que se tituló La crisis del límite del crecimiento. Toda la ideología occidental nuestro paradigma industrial de la modernidad , sea capitalista o socialista, partía del presupuesto de la ausencia de límites. El crecimiento se movía entre dos infinitos: el infinito de los recursos naturales de la Tierra y el infinito del desarrollo, del crecimiento.

A la afirmación de que podíamos crecer indefinidamente, producir el máximo posible de medios e instrumentos de vida, más tecnología, más bienestar, los sabios contestaron que "había límites para todo". Los recursos se están agotando e incluso podemos prever cuándo se acabarán algunos de ellos. De continuar con esa ideología, con ese paradigma y con esa visión del crecimiento ilimitado, vamos al encuentro de un abismo en el que todos caeremos.

Se acaba el petróleo, el agua, el ozono

Estamos acabando con los combustibles fósiles, es decir, con el petróleo residuos vegetales y animales depositados en lo hondo de la Tierra, resultado de una larga historia de cataclismos que eliminaron a los mastodontes, los grandes animales de las eras prehistóricas . Todo lo que estaba formado por carbono, toda la energía se cristalizó y hoy la extraemos en forma de petróleo. En el año 2015, aproximadamente, se acabará el petróleo, al menos al nivel del consumo industrial del tipo de cultura que desarrollamos, que está basada en petróleo: automóviles, termoeléctricas.

También disminuye, a nivel mundial, el agua potable, al tiempo que se extiende de manera alarmante la desertificación de la Tierra y la consecuente disminución de las áreas cultivables. Disminuye la proporción de oxígeno en la atmósfera y aumenta peligrosamente la de anhídrido carbónico, gas que podría crear una coraza que dificultara el paso de la luz solar, perjudicando así a las plantas y a toda la vida. Añádase que la producción de desechos químicos que van a parar al aire está destruyendo la capa de ozono, que no es más que una capa de oxígeno más rarificado que nos protege de los rayos infrarrojos, que producen el cáncer de la piel. En el mundo hay 2 mil 500 ciudades que cuentan con unos 6 a 12 millones de fábricas que producen una enorme contaminación del aire, de las aguas, de la atmósfera.

El crecimiento demográfico de la humanidad no guarda ninguna proporción con las posibilidades alimentarias. En 1950 éramos 2 mil 500 millones; en 1975, 4 mil millones; en 1989, 5 mil 200 millones; y en el 2000 seremos 6 mil 400 millones de seres humanos. La tasa global de crecimiento de la población es de 3 a 4% resultado, fundamentalmente, del crecimiento en el Tercer Mundo y la tasa de producción de alimentos es de 1.3%. Las reservas mundiales de alimentos bastan apenas para un mes y medio. Si ocurrieran grandes catástrofes en Pakistán o en la India podrían morir 70, 80 o hasta 100 millones de personas en un lapso de meses. No poseemos reservas estratégicas de alimentos.

Bosques tropicales: 42% destruidos

Ya ha sido destruido el 42% de la vegetación tropical. Algunos datos extraidos de la Revista Concilium, incluidos en un número dedicado a la Biología y titulado No hay Cielo sin Tierra, muestran el ritmo de destrucción que estamos alcanzando:

- Entre 1500 y 1850 se extinguió una especie de seres vivos cada 10 años.

- Entre 1850 y 1950, época en que tuvo lugar el proceso de industrialización, desapareció una especie cada año.

- De 1950 a 1990 se extinguieron 10 especies por día.

- Se calcula que hacia el año 2000 desaparecerá una especie por hora.

- Entre 1975 y el año 2000 habrá desaparecido el 20% de las especies animales.

En lo que respecta al año 2100 no nos atrevemos a adelantar estimados, dado el nivel probable de desertificación y de contaminación de la Tierra. Un libro sobre la Amazonia brasileña, publicado recientemente por la editorial Vozes, que fuera escrito por Emilio Morán un cubano que vive en los Estados Unidos y que trabajó más de 20 años en la Amazonia como especialista en Ecología humana y es considerado uno de los mayores especialistas en selvas tropicales incluye datos del Instituto Brasileño de Estadísticas de 1989, según los cuales en ese año se deforestó un 5% de la selva amazónica. Según otros organismos vinculados al Museo Goeldi, de Belém, la deforestación fue de un 12%.

A pesar de que tanto el gobierno de Sarney como el actual han considerado francamente tolerante ese 5%, el autor señala que un 1% de la Amazonia equivale a 4 mil metros cuadrados, o lo que es lo mismo, a 4 millones de hectáreas. Por tanto, en los últimos años se han deforestado 20 millones de kilómetros cuadrados. El ritmo es creciente. A la altura de 1970 se habían deforestado 5 millones de hectáreas. De 1970 a 1988, 20 millones de hectáreas. El área absoluta es mayor que la de cualquier país europeo.

¡La Tierra se está muriendo!

"El crecimiento tiene límites, la Tierra se está muriendo" ése fue el grito que se oyó proferir en 1972 al Club de Roma, el Club de los Sabios. Allí se acuñó la expresión de que el ser humano es el Satán de la Tierra, el principal agresor de la Tierra. Y de no retroceder en el camino emprendido, podría llegar al apocalipsis nuclear.

En los últimos 400 años, desde 1500 hasta la actualidad, vivimos inmersos en el mito y la obsesión del desarrollo sin límites. El propio Marx elogió al capitalismo al afirmar que nunca en la historia un sistema social había movilizado todas las fuerzas productivas posibles de la Tierra. Ni Marx ni los teóricos capitalistas como Adam Smith o Keynes pusieron en tela de juicio la naturaleza de ese desarrollo. Uno de los límites de la propia comprensión marxista es olvidar a la Naturaleza al hablar de la acumulación capitalista. Esa concepción no ve a la explotación de la Naturaleza, a la Naturaleza, como un componente generador de capital, al ofrecer la llamada "materia prima". El presupuesto es que la Naturaleza es ilimitada.

El paradigma de los últimos 400 años ha consistido en la agresión y el pillaje sistemático, planificado y organizado de la Naturaleza para extraerle todo lo posible en nuestro beneficio, mediante un proyecto científico técnico y mediante la operativización del saber, que nos produce frutos en términos de bienes y servicios. Ese modelo no fue puesto en tela de juicio hasta 1972. A partir de esa fecha se incorporaron a nuestro discurso palabras como biocidio, es decir, la eliminación de la vida, de las especies; o geocidio, que significa matar la tierra, haciéndola incultivable, estéril, desértica. Hoy se habla también de ecocidio, o sea, de la destrucción de los sistemas de hábitat humano, animal y vegetal. Se desarrolla, por tanto, un inmenso proceso de muerte del que todos somos víctimas y al mismo tiempo causantes de su mecánica. Es esto exactamente lo que quiere debatir la Ecología.

20 mil accidentes nucleares

En la actualidad contamos con la capacidad para destruir todos los ecosistemas. Según el Instituto de Massachusetts, de los Estados Unidos, el más avanzado en investigaciones de astrofísica y energía nuclear, las armas atómicas y bacteriológicas almacenadas bastan para destruir varias veces todo el ecosistema mundial. Se discute qué especies sobrevivirán. Se dice que quizás algunas cucarachas, algunos animales muy pequeños que consiguieran escapar a ese proceso de muerte que se nos viene encima. La máquina sigue andando con enfermedades como el cáncer, resultantes de la desestructuración del sistema de vida, de las aguas, de la atmósfera. Esto significa que el Apocalipsis podría ser obra del ser humano. El ser humano tiene poder para poner fin a su planeta, y no falta la voluntad política para ello, como testimonian la carrera nuclear y la carrera armamentista.

Estadísticas recientes sobre la Comunidad Europea, dadas a conocer por Enzo Tiezzi, un científico italiano, muestran que por más seguras que sean las centrales nucleares, en un radio de 30 kms. a su alrededor, en Alemania, Francia e Italia aumentaron en un 58% los casos de cáncer en los últimos 10 años. Según datos que eran secretos hasta hace dos años, ya han ocurrido 20 mil desastres nucleares en esas centrales atómicas. El desconocimiento sobre esos accidentes se debe al juramento que se exige a los funcionarios de dichas centrales para conseguir su silencio so pena de procesos judiciales, desempleo, multas y expulsión del país.

En peligro: la especie humana pobre

Nos estamos enfrentando a realidades que provocan la crisis. Y la crisis hace pensar. La cuestión ecológica se nos convierte en asunto de vida o muerte a los habitantes de la Tierra. En lo que respecta al Cristianismo, nuestra indagación hoy en día consiste en saber en qué medida ayuda a salvaguardar la Tierra y la Humanidad, cómo cada Iglesia, cada religión, cada vertiente espiritual, con el bagaje acumulado durante millares de años de domesticación del ser humano, de su interioridad, puede contribuir a ese fin, dado que domesticar el deseo es la clave de la superación de la crisis ecológica; cómo puede cada una de esas instancias ayudar al ser humano a enfrentar esa crisis monumental.
Ya no existe un Arca de Noé para salvar algunos animales, algunas culturas. No habrá Arca de Noé para nadie. No habrá un arcoiris como el de Noé, que indicó la alianza de Dios con los seres vivos, que es la alianza fundamental de Dios con la Humanidad: salvaguardar a todos los seres vivos. Todos están amenazados, y la especie más amenazada no es el uirapuru ni el mono dorado ni el panda. La más amenazada es la especie humana pobre, porque es ésa la que está muriendo de forma más acelerada y hasta planificada.

Para nosotros, los que estamos en ese lado del mundo donde vive el 83% de la humanidad, gran parte de ella pobre, oprimida, donde están los que han de morir antes de tiempo debido al hambre y a la superexplotación, para nosotros, la Ecología tiene que partir de la cuestión de cómo salvar la vida del ser humano pobre, explotado. Se trata, en lo fundamental, de una Ecología que parte de lo social, y de lo social visto desde la óptica de sus víctimas.

Solidarios con los que vendrán

Nuestro estilo de desarrollo no sólo favorece la explotación de la clase obrera actual, sino también de la futura, porque es probable que las futuras generaciones hereden un aire mucho más contaminado, un mundo sin selvas, sin animales, sin agua potable. Por tanto, ahora estamos explotando a las clases que aún no han nacido y tenemos que desarrollar una solidaridad generacional, es decir, una solidaridad con las generaciones que vendrán después de la nuestra. Ellas, como nosotros, tienen derecho a vivir en esta Tierra, a respirar el aire, a beber agua, a tener relaciones humanas. Necesitamos desarrollar toda una nueva conciencia, que no invalida nuestras luchas actuales, sino que las enriquece: hacer una huelga, una lucha sindical que incorpore también una ecología de la mente, una ecología del discurso, un tipo de relaciones en el cual no sólo se procure el bien de la clase obrera, sino también el bien social o el bien natural, el bien colectivo, no sólo de los humanos.

¿Qué sería de nuestra ciudad si no existieran la vegetación, las plantas, los pajaritos, las piedras, los árboles? ¿Cómo sería nuestro imaginario, nuestra relación con las cosas? ¿Qué ocurriría si, como sucede en México durante varios meses seguidos, no tuviéramos la posibilidad de ver una estrella, la Luna, a causa de la contaminación?

El ser humano forma parte de esa totalidad que es mayor que nosotros y de la que dependemos: del aire que respiramos, del arroz con frijoles que comemos, del suelo para nuestros pies, sobre el que podamos caminar descalzos sin contraer parásitos, ácidos tóxicos que nos transmiten enfermedades. Es necesario que podamos respirar tranquilamente sin riesgo de enfermarnos, que podamos comer nuestras ensaladas, nuestras verduras, sin contraer cólera u otros males.

Tenemos ese derecho, pero las cosas también tienen su autonomía. La piedra tiene derecho a existir y el animal, que llevó millones de años para formarse, tiene derecho a continuar existiendo. Y nosotros, casi instintivamente, al ver cualquier animalito. vamos pisando y matando.

Los animales tienen derechos

El descubrimiento de que el derecho no está sólo del lado del ser humano y de que todos los seres tienen una subjetividad significa que se les debe respeto y una legislación más avanzada que la nuestra. Y no se puede torturar a los animales: es un crimen. El aguijón contra el buey es ilegal, porque el animal tiene derechos que hay que proteger.

¿Qué derecho, qué relativa autonomía debe concedérseles a todos los seres de la Creación, fundamentalmente a los seres humanos? Es una relación de respeto, de veneración. Todo lo que existe y coexiste preexiste, viene de antes. Y todo subsistirá junto. Por ello, es necesario prestar atención a lo que nuestra sociedad occidental deja a un lado: la diferencia entre el tiempo biológico y el tiempo tecnológico. Para hacer un pino grande se necesita entre 30 y 40 años: ése es el tiempo de la Naturaleza. Para derribarlo con una sierra eléctrica basta con un minuto y medio. Hasta nuestro lenguaje está contaminado. Si hablamos de recursos naturales, de materias primas, es porque entendemos que las cosas están a nuestra disposición. Reducimos las cosas a recursos naturales y los seres humanos a recursos humanos.

"La montaña está sangrando"

En mayo de 1991 hice un viaje en compañía del cacique Aniceto por la ruta Río Petrópolis. Durante el recorrido Aniceto me hizo las siguientes preguntas: "¿Quién tiene derecho a martirizar así a la montaña? Hasta hoy sigue sangrando. ¿Por qué la cortaron así? ¿Por qué no la respetaron e hicieron las curvas que ella sugiere?"

Es otra perspectiva, otro sentido de convivencia, de confraternidad con la Naturaleza. Entonces, ¿quién es el bárbaro y quién es el civilizado? Bárbaros somos nosotros, que hemos echado a andar la máquina de la barbarie, que primero agredimos al ser humano al explotarlo y esclavizarlo. Agredimos a la mujer y después a las clases, a las razas, y no contentos todavía, con la misma lógica, agredimos a la Naturaleza, sometimos a la Naturaleza. Ha llegado el momento de hacer un balance para ver lo que es posible salvar; cómo cambiar el curso del camino y cómo elaborar en la conciencia colectiva una cultura ecológica, un nivel de conciencia tal que no se traduzca en ideas, porque las ideas no cambian la realidad, lo que cambia la realidad son las actitudes, que se transforman en actos y prácticas.

Tenemos que escuchar a las estrellas

¿Qué actitudes debemos desarrollar, qué tipo de lectura del mundo, que pronunciamiento sobre la realidad debemos incorporar para no ser el Satán de la Tierra, sino, como sugiere el Génesis, el ser que está en el jardín, cuida de la tierra y la cultiva? Y cultivar es hacer el culto, la liturgia de la tierra, como lo hacen, por ejemplo, las culturas andinas. Para ellas, trabajar no es agredir la tierra, sino ayudar a la tierra a producir, porque ella es tan generosa como la Gran Madre que le da todo al ser humano. Todos los frutos, todos los alimentos. Con nuestro trabajo ayudamos a la Gran Madre Tierra a producir. Por eso a veces trabajamos diez horas, a veces dos horas, y otras veces no trabajamos, porque estamos integrados a ese proceso y tenemos una relación de veneración y respeto por ella.

El pueblo indígena aymara al igual que nuestros tupíguaraníes, los yanomamis y otros cada vez que va a derribar un árbol realiza todo un ritual en que pide disculpas por hacerlo. No les gusta derribarlo, pero necesitan el terreno, necesitan la madera. Nosotros no. Nosotros devastamos la Naturaleza, la agredimos, con un potencial fantástico de pillaje y destrucción, que no conoce límites. La Naturaleza, con su grito, nos está imponiendo un cambio. Tal vez el imperativo fundamental de nuestros días sea escuchar a nuestra conciencia, a nuestros corazones, a la Naturaleza, a las estrellas, al Cosmos. Los científicos han desarrollado hasta tal punto la capacidad de escuchar que descubrieron el eco del Big Bang, la gran explosión, que aún se hace oir, y cuya luz está llegando ahora hasta nosotros trayendo consigo el eco del comienzo de la Creación. Tenemos que escuchar al Universo.

Ecología técnica: no ataca las causas

En la actualidad existen cuatro grandes líneas en la discusión ecológica. La primera, la Ecología técnica, que es una respuesta que data de hace unos 50 años y que, en lo fundamental, mantiene el paradigma del progreso tecnológico y material ilimitado cada vez más acelerado e informatizado, y ahora integrado mundialmente debido al establecimiento del mercado total, victoria del modo de producción capitalista en confrontación con el socialista. Ese paradigma es presentado como la gran propuesta para toda la Humanidad.

¿Cuál es la respuesta técnica a esa crisis cuyo dramatismo nos toca tan de cerca? La respuesta es mantener ese paradigma y, al mismo tiempo, desarrollar procedimientos que traten de preservar el medio ambiente o que aminoren los efectos no deseados del desarrollo sobre las poblaciones y sobre la Naturaleza. Por ejemplo, cuando una fábrica es muy contaminante, se deben colocar filtros. O se debe hacer una agricultura con menos productos tóxicos, aunque se mantenga en los campos la misma agresión capitalista. En la respuesta técnica sólo se atacan las consecuencias, pero no las causas. El modo de pensar en la relación con la Naturaleza sigue siendo el mismo: el del pillaje, el de la dominación. Se le liman los dientes al lobo, pero se conserva toda su ferocidad.

Ecología política: no cambia la dirección

Hay una segunda línea, importante en la actualidad, que es la Ecología política. Tras las agresiones a la naturaleza, a las clases sociales, a las minorías, al cuerpo, a la mujer, existe un poder político y económico que es sustentado bien por el Estado con su política de desarrollo industrial, agrícola, vial, urbano, energético o bien por las grandes compañías nacionales o transnacionales, que llevan a cabo planes sectoriales y globales dentro de ese paradigma de desarrollo acelerado, cuantitativo, ilimitado.

Son cuestiones políticas las que inciden cada vez que se instala una fábrica o se lleva a la práctica cualquier proyecto: es preciso tomar en cuenta si el proyecto agrede al medio ambiente, a la Naturaleza, si afecta a las poblaciones humanas, si tiene implicaciones para la devastación forestal, la eliminación de animales o de microorganismos y el desequilibrio ecológico de la región.

Todas estas cuestiones se toman en consideración. El Banco Mundial y los grandes centros financieros han incluido en sus políticas la dimensión ecológica. Se intenta buscar un cierto equilibrio entre las ventajas del desarrollo y sus costos ecológicos. Se trata de una tentativa de conseguir un equilibrio. Sin embargo, siempre que se produce un conflicto básico, la cuerda revienta por el lado de la ecología. O sea, se preserva el desarrollo, aun conociendo el daño ecológico, la desestructuración, la desarticulación que éste puede causar. En resumen, se intenta lograr un desarrollo más o menos adecuado a la ecología y a la población del lugar en cuestión.

Esa fue la gran lucha política del brasileño Chico Mendes frente al Banco Mundial y otros centros financieros. Decía: "Queremos, claro, que se desarrolle la Amazonia. No somos ni oscurantistas ni retrógrados. Pero queremos un tipo de desarrollo adecuado a la región amazónica". No un desarrollo contra la naturaleza, sino con la naturaleza. La suya era una propuesta sabia. Consistía en extraer de la selva amazónica lo que la propia selva renueva, y no extraer lo que no es renovable, lo que se destruye. Se pronunciaba contra la deforestación, que es la base de la creación de grandes proyectos, como el de Jari, el de las grandes hidroeléctricas, que diezman los peces, envenenan las aguas, producen un inmenso desequilibrio ecológico y ni siquiera siguen produciendo electricidad, por que la descomposición de las plantas y de los seres vivos acuáticos llega a impedir el funcionamiento de las máquinas.

Culturas comunitarias: cuál "desarrollo"

La Ecología política le incorpora al proyecto de desarrollo la consideración por el medio ambiente natural y humano. Es un paso importante, pero el límite de esa visión consiste en que no pone en tela de juicio el tipo de desarrollo. Normalmente, busca una forma más colectiva de llegar a las decisiones políticas, para aminorar los efectos dañinos de los proyectos. Esto se torna importante hoy en día, especialmente porque tenemos cada vez más conciencia de las singularidades regionales. Una cosa es el tipo de desarrollo adecuado al sur de Brasil, otro al de la zona montañosa del país, otro a las selvas tropicales y subtropicales. Significa, en suma, trabajar con varios tipos de desarrollo, y no con un modelo único, a partir de la comprensión de la naturaleza humanamente integrada, culturalmente relacionada.

No todas las culturas aspiran al mismo tipo de desarrollo. Las culturas andinas latinoamericanas, que son culturas más comunitarias, no se inclinan a la aceleración del desarrollo, ni están interesadas en ese tipo de desarrollo tecnológico. Su relación con la naturaleza es más integradora, y está más vinculada a las necesidades de la vida que a los requerimientos del mercado.

Clave ecológica: domesticar los deseos

Cuando recibe el impacto del desarrollo capitalista, occidental, blanco, europeo, la cultura comunitaria tiende a desestructurarse completamente. Ninguna reforma agraria tiene éxito en Perú, en Bolivia, en Ecuador, porque el indio tiene otra concepción de la tierra. En Perú, el gobierno de Velasco Alvarado hizo una gran reforma agraria, lo dividió todo con helicópteros, con tecnología norteamericana. Los indios lo acompañaron hasta cierto punto y después desistieron, porque para ellos los límites de la tierra son sagrados.

Nosotros tenemos una tradición individualista, occidental, excluyente de los otros, y que trata a la naturaleza como un objeto para ser explotado. Transformamos la tierra en capital. En todo el Oriente existe otra concepción, mucho más colectiva, comunitaria, que trata de adecuarse a los ciclos biológicos. Ella respeta, por tanto, aquello que la propia naturaleza puede renovar. Hablo en especial de las cultura china y japonesa, influidas por el Budismo, que es una inmensa escuela de ecología, porque la tesis básica del budismo reza que se deben domesticar limitar colectivamente los deseos.

Nosotros, por el contrario, exasperamos los deseos al máximo, hasta lo insaciable, hasta el deseo infinito e insaciable. Nos volvemos neuróticos y sufrimos al tratar de satisfacer todas nuestras posibilidades de consumo ante una producción cada vez más diversificada de productos absolutamente inútiles para el sentido de la vida humana. Son importantes para las demandas del mercado, pero no para las demandas de la vida. Nuestra cultura carece, entonces, de cualquier basamento comunitario.

Capitalismo japonés y capitalismo de Estados Unidos

Las culturas autóctonas de América y las culturas asiáticas son más comunitarias, más colectivas. Por eso el propio capitalismo japonés no es comparable con el alemán, el inglés o el norteamericano. Por ejemplo, el japonés no sale de vacaciones, porque su relación con el trabajo es otra. Para el japonés la elección de su trabajo la hicieron los ancestros cuyas cenizas guarda cada familia durante cuatro o cinco siglos. Hasta los inmigrantes japoneses son así. Una forma de responder y de ser leal a los ancestros es trabajar siempre en ésta o aquella profesión. De ahí se deriva también la lealtad a la fábrica, al lugar en que se trabaja, con un profundo sentido comunitario.

Para nosotros no existe lo ancestral, todo el mundo lo olvida. Allá, sin embargo, está presente. El capitalismo explota esa tendencia cultural para acumular más, para producir más. En un análisis más exhaustivo del capitalismo japonés u oriental no se pueden utilizar las categorías que le aplicamos al capitalismo norteamericano o al capitalismo nuestro, salvaje, del Tercer Mundo, que es un capitalismo dependiente, sin frenos, asociado al gran capital, y que tiene una tradición esclavista y colonial.

Esas idiosincrasias nos hacen cuestionar los modelos de desarrollo. Todos somos víctimas de un tipo de desarrollo que el Atlántico Norte le impuso al mundo entero, con un inmenso sacrificio político de las poblaciones, las tradiciones, los valores humanos y familiares. Ese desarrollo perturbó todo nuestro imaginario, toda nuestra capacidad simbólica asociada al trabajo, que fue degradado al convertirse en fuerza de trabajo, en venta de fuerza productiva. La dimensión política en la ecología es importante, pero no suficiente. Ella revela el medio, la situación: es preciso respetar lo ecológico, desarrollar tecnologías que sean menos dañinas. Pero con ella no cambia la dirección del tipo occidental de desarrollo.

Ecología ética: más unitaria y global

Hay una tercera línea ecológica, que yo denominaría la Ecología ética, y que es más avanzada que las anteriores. Ya no parte de una visión utilitarista que coloque al ser humano como centro, como si todo se diera en función de él, sino que asume una visión holística, más unitaria y global. Afirma que todos los seres vivos están vinculados unos a otros, que dependen unos de otros, y que todos dependen de la Naturaleza, de las reacciones químicas, de los virus y bacterias, del intercambio de elementos que hacen simbiosis en formas de vida; y que la vida es una unidad de nacimiento y de muerte.

El Budismo y el Hinduismo nos parecen cosas distantes. Sin embargo, cuando hablamos de Budismo e Hinduismo estamos hablando de China, de la India, de todo el Oriente, prácticamente de dos tercios de la humanidad. Ese mundo tiene otra relación con el Universo, marcada por lo que Buda primero y después en Occidente Schopenhauer y Albert Schweitzer desarrollaron: la compasión universal.

Compasión universal, veneración

Tener compasión significa sufrir con el Universo, estar junto a la realidad más sufriente del Universo, respetarlo. La compasión universal busca la felicidad de todos los seres vivos, no sólo la del ser humano. De ahí surge la ética de la veneración. Su principio ético básico es el siguiente: es bueno todo lo que conserva y promueve la vida, y es malo todo lo que mata y disminuye la vida.

Albert Schweitzer era un médico alemán, un gran teólogo especializado en investigaciones sobre Jesús, y un gran concertista. Renunció a todo y se fue al Africa, donde abrió un hospital para el tratamiento de la enfermedad de Hansen, la lepra. Y dedicó la vida a esos ol vidados debido a la compasión que sentía por ellos. En 1960 escribió el famoso libro Cultura y Etica, en el que expone un visión ecológica y ética del ser humano vinculado a los otros seres vivos. Conservar y alentar la vida, tener compasión de quien sufre. Consolar, defender, estar junto a quien sufre: ésa es la gran tarea humana.

Responsables y encantados

Otro aserto de la Ecología Etica es el de la responsabilidad ilimitada por todo lo que vive, por aquello que la naturaleza demoró miles de años en producir. El sistema de la vida comenzó hace 4 mil millones de años con los virus y las bacterias primordiales y los seres humanos somos un conglomerado articulado de miles de millones de bacterias y virus que están dentro de nosotros y que permiten que funcione todo el sistema genético. De ahí la ilimitada responsabilidad por todo lo que vive, sea visible a nuestros ojos o al ojo del científico ése que se usa hoy en día para ver lo infinitamente pequeño. Responsabilidad aun por los elementos subátomicos, que son los elementos primordiales de la vida.

Es preciso trazar un límite a la voracidad del ser humano y rescatar el encanto de la Naturaleza. El gran Max Weber, uno de los fundadores de la Sociología, afirmó: la primera agresión que hizo el proyecto científico, técnico y burocrático consistió en desencantar el mundo. Hoy por hoy la Luna es sólo el satélite de la Tierra, un desierto, no hay en ella nada de encantamiento. Lo que quiso decir es que se perdió la dimensión antropológica, el carácter simbólico de la Luna, del Sol. La Ecología ética propone que se recupere esa dimensión de la veneración, del misterio de las cosas. Y que se recupere la validez de otros acercamientos a lo real que no sean el que comenzamos a desarrollar hace 400 años: el acceso científico, que surgió en conflicto con la religión y persiguiendo a los alquimistas, los brujos y los magos.

La ciencia no acepta ningún misterio. Descifra el código genético, descubre las leyes químicas, la composición atómica y subatómica, y liquida el misterio. Y sin embargo, cualquier científico mínimamente serio se pregunta cuál es la energía que todo lo penetra, que todo lo sustenta, y de dónde viene todo. Por tanto, se encuentra ante un gran misterio. La magia es importante porque es un diálogo que capta esa dimensión misteriosa de la Naturaleza.

Los seres humanos somos la Naturaleza

En su obra Cómo veo el mundo, Einstein, el mayor genio de la ciencia moderna, hizo un rescate del discurso lírico, de la importancia de la religión, y se confesó una persona profundamente religiosa, de una religiosidad cósmica, ni judía tradicional ni cristiana. La Naturaleza no es lo que está fuera de nosotros, sino lo que está adentro, en cada uno de nosotros. Cuando se pregunta "¿dónde está la Naturaleza?" todo el mundo apunta hacia afuera, hacia los árboles, hacia los pajaritos. Debíamos apuntar hacia adentro, porque la naturaleza está en el ser humano. El ser humano es piedra, es planta, es animal, es autoconciencia, es divinidad. Por eso llegamos tan tarde a la Creación y lo unimos todo en nosotros mismos.

Tenemos una dimensión shamántica

Con la recuperación del alquimista, el ser humano no se limita a sufrir el impacto de la naturaleza la Luna que encanta, el Sol que ilumina , sino que establece un diálogo con la realidad, habla con la naturaleza. Lo que en lenguaje popular se expresa como "tengamos un pensamiento positivo" es en realidad una formulación profundamente alquimista, tan verdadera como la formulación "hagamos una superposición de ondas" en el lenguaje de la Física cuántica.

Los psicoanalistas hablan de la recuperación de la dimensión shamántica de nuestra psique. El shamán, el pajé brasileño, el curandero, es el que tiene la fuerza del Cosmos, el que sostiene un diálogo con las energías escondidas de la naturaleza, de las plantas, de los astros, de la Luna. Es un intermediario y un articulador de esas energías, y sana. Las culturas autóctonas desarrollaron la medicina shamántica. Cada persona tiene su dimensión shamántica, está en contacto e interrelacionada con la totalidad. Los seres humanos habitamos las estrellas, pues nuestro cuerpo está hecho de elementos físicos y químicos más antiguos que el Sol y la Tierra, que vienen del Cosmos y que componen nuestra realidad. La veneración del Universo es importante porque le devuelve al ser humano la compañía de los demás seres.

La muerte: el otro lado de la vida

Sin embargo, la dimensión ética por sí sola no resulta suficiente, pues tanto en Schopenhauer como en Buda como en Schweitzer condujo a un profundo pesimismo frente a la vida. Yo diría que es una perspectiva biocéntrica, centrada en la vida, cuando en realidad la naturaleza no está centrada en la vida, sino en el equilibrio entre la vida y la muerte. La naturaleza asimila a la propia muerte, que es importante en la naturaleza. Nosotros huimos de la muerte, no la aceptamos. Hasta que no se produzca esa aceptación no estaremos integrados ecológicamente. La muerte pertenece al Universo, porque es temporal; hace siglos que viene avanzando, y mi muerte es importante para que otros vivan, hasta físicamente, para dejar mi lugar.

Para los tupí guaraníes la muerte no contiene ningún elemento trágico. Ellos se suicidan el año pasado fueron 70 los que lo hicieron , actitud que para nosotros constituye un desastre. Para ellos, en cambio, la muerte es el otro lado de la vida. Mueren, pero continúan en el grupo, en el pensamiento, en el imaginario de los suyos. Nos hemos distanciado tanto de la naturaleza que no vemos que la muerte le pertenece, que no llega al final, sino que está al comienzo. Nos vamos muriendo poco a poco hasta acabar de morir, porque nuestra vida es mortal. La muerte no viene de afuera: comenzamos a morir desde que nacemos, y un pequeño feto es suficientemente viejo como para morir. Su potencial energético se va desgastando. Los glóbulos rojos tienen una hegemonía soberana sobre los blancos, pero lentamente los blancos se van equilibrando y ganando hegemonía hasta comerse a todos los glóbulos rojos. Se trata de un proceso ecológico normal.

La comprensión que queremos desarrollar es la de que la vida pasa por la muerte, no se estanca en ella. Todo el Universo es así. La ley universal está regida por la entropía, o sea, por la segunda ley de la Termodinámica. La primera ley establece que la energía del Universo es constante, son sus formas las que cambian. La segunda, que la energía, para producir trabajo, se va desgastando hasta no producir ningún trabajo. Y el Universo marcha lentamente en dirección a la muerte térmica.

¿El fin de la especie humana?

Ilya Prigione, premio Nobel de Biología y Química, y uno de los grandes científicos de nuestros días, escribió un libro titulado La Nueva Alianza, en el que afirma que cuanto más ascendemos en la evolución, más complicados se hacen los mecanismos de la vida, más energía consumen y, por tanto, más organización crean internamente y más caos en el exterior.

Nos encontramos inmersos en una aceleración cada vez más creciente. Hay una ley cósmica que se percibe en las plantas, en las estrellas. Las estrellas, cuando llegan a su final, consumen todo el hidrógeno y dejan el helio, que es mucho más brillante. Entonces, el helio brilla extraordinariamente y, de repente, la estrella se apaga, va perdiendo su color rojo hasta terminar oscura y apagarse. Lo mismo le sucede a un naranjo: antes de morir se cubre de una enorme floración.

La Biología ha adelantado la hipótesis de que podríamos encontrarnos ante un fenómeno semejante. ¿Será acaso que la aceleración del desarrollo tecnológico, antropológico, de la conciencia, de la evolución, y también el desgaste de la energía mediante la contaminación, puede significar el fin de la especie humana? Este ser humano, el homo sapiens, puede desaparecer, y la naturaleza podría seguir adelante, durante millones de años, hasta que de una rata cualquiera, o de una cucaracha, surgiera un ser humano nuevo, con otra forma. La muerte pertenece a esa dimensión. La ética es importante porque obliga al ser humano a trabajar su mortalidad, su temporalidad, su integración al Universo.

Ecología holística: el mundo es misterio

Además de los anteriores, hay otro discurso, el de la Ecología holística, reintegradora, vivida por las grandes religiones, incluso por el Cristianismo. Ella parte de otra plataforma básica: el redescubrimiento de la totalidad, de la integridad, de la organicidad, de la animación de todos los seres. Todos los seres vivos son portadores de mensajes, por eso debemos escucharlos a todos. Esa visión se denomina holística porque pretende captar todas las dimensiones de la vida real: la física, la estética, la ética, la profundidad psicológica, la mística, en el sentido de que esa realidad remite a un denominador común fundamental, que es el misterio.

La palabra místico viene de misterio. El mundo como un inmenso misterio. No se trata de que no lo conozcamos sino de que cuanto más lo conocemos, más abierto se muestra a nuevos conocimientos. El misterio, por tanto, no es lo que no conocemos, no es el límite de la razón, sino lo ilimitado de la razón. Cuanto más conocemos, más podemos conocer.

El ser humano es la expresión más compleja, más elaborada, de la red de relaciones que se da en el primer momento de la creación, en el momento de la primera explosión. La teoría más moderna es la inflacionaria. Según ella, en el primer momento en que el átomo primitivo, cargadísimo de energía y de materia condensada, se distendió como el globo de un niño al inflarlo, en ese primer momento, se produjo la primera estructuración del Universo. A continuación se produjo la explosión, cuyo eco se escucha hasta nuestros días.

Las religiones lo supieron siempre

Las religiones siempre captaron ese hecho, no por vía de la ciencia, sino de la intuición mística, religiosa, en profunda sintonía con lo real. Hemos quebrado la alianza con la creación y nos hemos plantado sobre ella. La tradición judeocristiana hizo que nos consideráramos dueños de la creación, dominadores de la Tierra. Y nos sentimos huérfanos y solitarios dentro de ese mundo, cuando en realidad, somos hermanos y hermanas en esa larga cadena.

Las religiones captan todo eso por connaturalización, como la madre, a quien le basta colocar su mano sobre la frente del hijo para saber si tiene o no fiebre. El llanto del hijo le indica cuándo tiene hambre, cuándo tiene dolor, cuándo está enfermo, por connaturalización. Mientras más inmerso está en ella el ser humano, más atento estará a los ciclos de la naturaleza.

La autoconciencia del ser humano es producto de la evolución. Cuanto más se asciende más autoconciencia se posee. Entonces, Dios no viene de afuera a infundir el alma humana, sino que está allí desde el comienzo, aunando todas las energías. Dios dentro de la realidad, la realidad dentro de Dios, haciendo surgir cada vez más esas formas de creación, de forma que la conciencia no es sólo una especificidad del ser humano, sino que lo es del Universo. La conciencia como autoconciencia es propia del ser humano, pero la ameba también tiene su nivel de conciencia, al igual que el animal o la piedra tienen sus formas de diálogo con la realidad. Y esto no sólo en el discurso de la Física cuántica, sino en los discursos religioso, psicológico, estético, ético. Como un desafío de una nueva alianza del ser humano en pro de la vida.

Le llamamos Dios, Buda, Jehová...

Esa visión no invalida la dimensión técnica, ya que tenemos que trabajar para minimizar lo más posible los desastres ecológicos, estar vigilantes para que las políticas oficiales y las familias contribuyan a la preservación ecológica tratando con sabiduría a los árboles, a los residuos, a la basura. Todo debe encaminarse en el sentido de que el ser humano se integre cada vez más en el respeto hacia todas las cosas, y no en su sacrificio o en el protagonismo de un proceso de victimación de la realidad.

El ser humano debe desarrollar y recuperar la dimensión de veneración, de respeto por todo lo existente. Ver la historia, la genealogía de cada realidad en el sentido de hermanarse con ella e involucrarse en ese proceso de vida y muerte, no como realidades que nos hacen salir del mundo, sino que, por el contrario, nos hacen estar más profundamente en el mundo.

Ver la muerte como la oportunidad de alcanzar formas más misteriosas, más radicales. Y, finalmente, alcanzar esa espiritualidad que trata de integrar toda la realidad, sea en el pasado, de donde venimos, sea en el futuro, no explotando a las generaciones que vendrán, desarrollando esa profunda solidaridad generacional, un sentimiento de fraternidad radical con toda la realidad, fraternidad y ternura con lo real, sabiendo que esa realidad está plagada de mensajes, de emociones, de valores. Es un alfabeto que tenemos que aprender a leer. Al articulador de ese discurso le llamamos Dios, Jehová, Buda, no importa cómo: es esa realidad que todo lo penetra y hace brillar, y que hace que todo sea uno y al mismo tiempo diverso.

Si no lo hacemos, nada podremos salvar

El ser humano que capta todo esto y puede transformarlo en un discurso de veneración, de cántico, de loor, de unidad, y también de lucha para preservar no la vida y la muerte, sino el equilibrio entre la vida y la muerte, ese ser humano es el sacerdote o la sacerdotisa. Y cuando ello se logre, la muerte ya no será un tragedia y el ser humano dejará de sentirse un huérfano en un mundo ajeno y alejado, y se sentirá parte de un todo que comenzó antes, pasa por él y sigue hacia adelante.

Esta es una propuesta urgente para una nueva humanidad. Si no la ponemos en práctica ahora nada podremos salvar. No es una propuesta de lo posible o no posible, de lo interesante o lo no interesante, sino que es una propuesta urgente: hay que rescatar a la Tierra, porque ella está cautiva. Hay que liberar no sólo a los oprimidos sino a todos los seres, para que convivan como hermanos y hermanas con veneración y respeto.

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