Centroamérica
Introducción: La irrupción de Esquipulas II
En Centroamérica, se ha producido un acontecimiento coyuntural de alcance tan notable que, por primera vez desde 1979, es preciso hablar de un cambio fundamental en el panorama centroamericano. Esquipulas II, el 7 de agosto de 1987, estableció las condiciones reales para que el horizonte del conflicto en Centroamérica deje de ser su "prolongación sin término incalculable".
Equipo Envío
Los acuerdos de paz que los cinco presidentes firmaron en agosto pasado, el "Procedimiento para establecer una paz firme y duradera en Centroamérica", abrieron una puerta, entrando por la cual se puede caminar hacia lo que en enero-febrero de 1986 envío llamó la "paz revolucionaria,... la paz con justicia económica, participación política popular y liberación y reconstrucción de la cultura" .
Hoy se nos impone una pregunta honesta: ¿El análisis que hicimos en 1986 y que intentamos refinar autocríticamente en 1987, daba elementos para poder comprender Esquipulas II y sus consecuencias?
Hay una imprevisibilidad de la historia que desafía siempre a todo análisis. Con esa imprevisiblidad es preciso contar para que los análisis no se conciben como camisas de fuerza impuestas a la realidad y también para que la practica social esté siempre alerta y conserve la flexibilidad sin la cual la teoría y la estrategia no se influyen dialécticamente. Con Esquipulas II se hace patente hasta cierto punto ese carácter imprevisible de la historia, que pone en su modesta ubicación instrumental a todo análisis social. Dicho esto, pensamos también que nuestro análisis de 1986 y 87 contiene los elementos capaces para enmarcar, con racionalidad analítica a posteriori, el acontecimiento histórico de Esquipulas II. Naturalmente, si no solo tenemos en cuenta los nuevos especiales anuales de envió sino nuestros análisis de coyuntura mensuales, entonces es claro que los análisis anuales han ido siendo puestos al día con periodicidad, y han dado elementos suficientes para entender Esquipulas II, sobre todo en lo tocante a Nicaragua.
Hay que dejar de calificar a Esquipulas II como, en primer lugar, la obra de cinco presidentes centroamericanos. En ese acontecimiento los cinco presidentes tienen su parte. Pero, para decirlo provocativamente, no es al Presidente Oscar Arias, de Costa Rica, a quien el Parlamento Noruego debió haber entregado el Premio Nobel de la Paz para 1987. Quien lo ha merecido durante años, quien ha forjado Esquipulas II, no en su texto jurídico formal sino en su dinamismo profundo, es una parte notable de los pueblos de Centroamérica, una parte que durante años se ha organizado, ha reclamado por todos los medios sus derechos, ha sufrido indeciblemente en el largo proceso de sostener las exigencias de su dignidad y ha actuado con la paciencia indomable y la decisión coyuntural suficientes para catapultar a esta pequeña porción del mundo a un primer plano de importancia histórica.
Sin duda que hay grupos no pequeños de estos pueblos centroamericanos que hayan vivido pasivamente la progresión de cambios radicales que ha sacudido a toda la región por varias décadas y que en 1979 llevó a Nicaragua a instaurar el primer proceso revolucionario triunfante en el área. No se puede minimizar el desconcierto de esas masas que han visto a los acontecimientos precipitarse sobre sí mismas y arrastrarlas en una avalancha destructiva del mundo estable al que estaban acostumbradas. Esas masas existen y han reaccionado ante el caos emigrando fuera de la región, esforzándose por mantener una neutralidad inerte en un conflicto que poco a poco ha ido obligando a tomar partido a la gente, aferrándose a seguridades trascendentes en formas de religiosidad tradicional o innovadora, o tratando de esperar los desenlaces para volver a encontrar sentido al mundo y a la vida.
Tal vez se nos acuse de cínicos, sin embargo, si añadimos que, incluso cuando se desencadenen procesos revolucionarios, la inercia cultural lleva las de ganar en porciones significativas de la población. No es eso lo que tienen capacidad de despertar asombro. Lo que en Centroamérica asombra es que hay una parte notable de sus pueblos que se han convertido en un nuevo sujeto histórico. Esas masa activas, forjadoras de una nueva historia, son las que ya han hecho parte de Esquipulas II una nueva realidad históricas, una puerta abierta hacia una paz revolucionaria.
Esquipulas II es una acontecimiento dialéctico. Los gobiernos centroamericanos llegaron a estos acuerdos de paz para legitimar los estados que gobiernan. Ya en este intento hay una dialéctica importante, porque uno de esos cinco gobiernos quiere reforzar la legitimidad de un tipo de democracia inusitado en Centroamérica y edificado pacíficamente durante décadas y darle carácter de modelo para toda la región. Otros tres gobiernos intentan legitimar máscaras democráticas recién estrenadas, incapaces de encubrir la realidad antidemocrática de sus métodos políticos brutalmente contrainsurgentes o vergonzosamente antinacionales. Y el quinto de estos gobiernos pretende legitimar un procesos revolucionario con creciente poder popular y con un proyecto intransigente de liberación nacional, amenazado por la erosión económica que la guerra de agresión en parte causa y en parte sólo profundiza.
El imperio, a su vez, en una coyuntura en que la administración Reagan está a punto de terminar sin haber logrado el éxito de "pacificar" la región centroamericana con su alternativa estratégica de guerra de baja intensidad y en que esa misma administración ha visto disminuido su poder en el Congreso y minada su honorabilidad por el escándalo Irán/Contragate, necesita de un nuevo marco estratégico para su política de dominación. Esquipulas II ofrece por primera vez, al partido demócrata o incluso a una nueva administración republicana más pragmática, la posibilidad de no tener que cargar en enero de 1989 con una estrategia para la región centroamericana desprestigiada y sin salida, salvo con la intervención directa de sus tropas.
Por último, los pueblos centroamericanos, esa parte de ellos organizada en grados diferentes de poder popular, obligó a los presidentes, con la terquedad de su lucha a diseñar Esquipulas II o a plegarse a los acuerdos. Además, con la quiebra que su dignidad ha ido imprimiendo a todos los plazos elaborados estratégicamente para rendirla por hambre o por terror esas parte del pueblo forzoso al imperio a considerar en serio el nuevo marco surgido del acuerdo de los cinco presidentes.
Para el nuevo sujeto histórico centroamericano, Esquipulas II, en esta dialéctica, es el desafío a utilizar este nuevo instrumento de paz revolucionaria aumentando sin cesar la articulación entre sus propios componentes.
El desafío es articular las concepciones y la acción de estos componentes: a) un sujeto político organizado en la sociedad civil en forma masiva; b) un sujeto político de vanguardia que, mientras aspira al liderazgo del poder, es un movimiento político o político-militar y además es como un esbozo o embrión del Estado y, cuando está en el poder, es la combinación dialéctica entre partido revolucionario de vanguardia y estado revolucionario en transición; y, por último, c) un sujeto cultural que, en múltiples convergencias y a diversos niveles, elabora el sustentamiento ideológico (teórico, religioso, mítico-histórico, artístico y ético) para la propuesta de una nueva sociedad.
Esta articulación, en ninguno de los cinco países de Centroamérica ya perfeccionada, se halla en diversas etapas de construcción revolucionaria en Nicaragua, en El Salvador y Guatemala, en Honduras carece aún de liderazgo unido y en Costa Rica ha decrecido su incipiente grado de articulación. Como ya escribíamos en el análisis sobre el año 1986, esta articulación ha configurado además en los cinco países cinco experiencias culturales diversas y han dado origen, precisamente por eso, a cinco perspectivas u horizontes desde los que se diversifica nacionalmente el surgimiento del nuevo sujeto austeras en la región centroamericana.
Existen varios factores que inciden en las posibilidades reales que el nuevo sujeto austeras centroamericano tiene a su disposición en cada país para terminar de hacer de la herramienta de Esquipulas II un instrumento hacia la paz revolucionaria. Veamos algunos de ellos: a) diferentes grados de imaginación política de los movimientos que aspiran a ser vanguardia revolucionaria, b) la historia de mayor o menor presión sobre las condiciones de sobrevivencia de las masas populares, c) los diferentes puntos de partida en el desarrollo económico, d) la mayor o menor consolidación de los estados y sobre todo la mayor o menor participación de los ejércitos en los proceso nacionalizadores de nuestros países, e) el diverso grado de dependencia estatal respecto de los Estados Unidos, f) la diversidad de la influencia de esta superpotencia a la hora de presionar a los gobiernos, y g) el éxito variable en la proyección de una imagen favorable o desfavorable de cada uno de los países centroamericanos a nivel mundial.
Esquipulas II es una irrupción de novedad en la historia centroamericana reciente. Su carácter -repitásmolo- no es ambiguo, es dialéctico. La lucha de una parte de los pueblos centroamericanos ha obligado a los gobiernos a plantear el futuro jurídicamente en términos de una paz que no es ya la paz de los cementerios, sino la paz de muchos de los proyectos populares. Así como el Acta de Independencia, en 1821, se anticipó jurídicamente con mucho al surgimiento de nuevas condiciones reales para procesos de autentica liberación nacional, también los acuerdos de Esquipulas II, embrión de una Constitución regional de Centroamérica, pueden tardar en encontrar en varios de los cinco países centroamericanos las condiciones reales para su puesta en practica consecuente. Con todo, su misma formulación jurídica es ya la confesión de cuatro gobiernos no revolucionarios y la proclamación de un gobierno revolucionario de que los pueblos centroamericanos reclaman un proyecto de sociedad radicalmente diferente del que la alianza entre oligarquía tradicional, burguesía emergente, fuerzas armadas y geopolítica de los Estados Unidos diseñaron para esta región del mundo.
Que Esquipulas II llegue a ser mucho más que un nuevo discurso social sin base en condiciones reales depende, en primer lugar, de como las fuerzas populares centroamericanas enfrenten el desafío y, en segundo lugar, de cuan eficaz sea el aporte político y económico a este nuevo proyecto centroamericano de parte del resto de América Latina (Contadora y Grupo de apoyo sobre todo), de parte de Europa, de Canadá, de los países socialistas y del resto del Tercer Mundo. Es una lástima que resulte difícil pensar en un protagonismo de Japón respecto de la región centroamericana, dada la exigua autonomía en la esfera política de este gigante económico.
La importancia de Centroamérica en la coyuntura internacionalEn el apartado anterior hemos reiterado nuestra apreciación de que el protagonista principal de lo que se está jugando en la región centroamericana, el nuevo sujeto histórico emergente, ha logrado catapultar a Centroamérica a un papel de gran importancia histórica, principalmente porque nuestra región se encuentra ubicada en lo que Estados Unidos reivindica como "zona de influencia" de su política imperial. En nuestro análisis del año pasado revisábamos autocríticamente nuestra hipótesis de que la política de los Estados Unidos se hallaba en un "callejón sin salida" en el Tercer Mundo, en parte por la tendencia a la pérdida de su apuesta en Centroamérica. La situación inestable en Filipinas, Haití, Pakistán, Sudáfrica y el Medio Oriente (sobre todo el Golfo Pérsico), constituía, en nuestra revisión, un primer factor que, reclamando la atención del Imperio hacia zonas de importancia estratégica mayor -en su conjunto- que la de Centroamérica, se añadía al costo de su política centroamericana para incidir en un probable cambio de esta política hacia planteamientos menos intransigentes. Señalábamos, como otro segundo factor, la novedosa agilidad de la política exterior soviética en 1986. La cumbre de Rejkiavik había demostrado tanto la audacia de Mijail Gorbachov como la falta de preparación y la ligereza inconsulta de Ronald Reagan (con sus aliados y con sus mismos principales colaboradores de política exterior). La necesaria mayor atención a esta nueva flexibilidad y creatividad soviéticas significaba la probabilidad de un intento de reacomodo más pragmático en la política estadounidense hacia nuestra región centroamericana.
Nos surge entonces una pregunta fundamental: ¿Por cuánto tiempo puede contar Centroamérica con esta coyuntura internacional favorable, debida tanto al dinamismo de su propio protagonismo revolucionario como a los otros factores que pesan sobre el imperio y contribuyen a una nueva correlación de fuerzas mundial y a la apertura de nuevos espacios políticos internacionales?
Para no equivocarnos extremando el optimismo, para no creer que los Estados Unidos respondan fácilmente a la urgente solicitud contenida en el discurso de Oscar Arias en Oslo y dirigida, al recibir el Nobel de la Paz, a las superpotencias ,no podemos olvidar que los objetivos de la política exterior imperialista de los Estados Unidos no han cambiado. Walter LaFeber, lúcido historiador de esta política, afirma que "después de la guerra (la Segunda Guerra Mundial) los Estados Unidos requerían un mercado mundial abierto... En agosto de 1941, en la Conferencia Atlántica... con Churchill, Rooselvet procedió a poner en practica esta política... El Artículo IV (de la Carta del Atlántico declaraba que) todos los estados deberían gozar de 'acceso, en términos de igualdad al comercio y a las materias primas del mundo necesarias para su prosperidad económica'". Sin embargo, los "términos de igualdad" los definió pocos años más tarde, en 1948, George Kennan, ex-embajador de los Estados Unidos en la URSS y "jefe de grupo de planeamiento del Departamento de Estado en los años inmediatos a la postguerra", y los definió así:
... Poseemos alrededor del 50% de la riqueza mundial, aunque sólo el 6.3% de su población... En esta situación no podemos dejar de ser objeto de envidia y rencor. Nuestra verdadera tarde en el período que se avecina es diseñar un padrón de relaciones que nos permita mantener esta posición de disparidad sin daño positivo a nuestra seguridad nacional. Para lograrlo tenemos que prescindir de sentimentalismos y de ilusiones y concentrar nuestra atención dondequiera en nuestros intereses nacionales. No podemos engañarnos y pensar que podemos permitirnos hoy altruismos y beneficencia mundial. Deberíamos dejar de hablar de objetivos vagos y -por lo que toca al Lejano Oriente- irreales, como derechos humanos, ascenso del nivel de vida y democratización. No está lejos el día en que tendremos que negociar con concepciones de poder intransigente. Cuanto menos nos permitamos ser obstaculizados por consignas idealistas, tanto mejor.
Si, en lugar del "Lejano Oriente" (eran los años del enfrentamiento final en China entre Ching-Kai-Shek y Mao-Tse-Tung), leemos "Centroamérica", también nosotros podemos prescindir realisticamente de cualquier tipo de "ilusiones". 38 años más tarde, Reagan pretendió devolver a los Estados Unidos los objetivos de política exterior que los diseñadores de la postguerra perfilaron tan nítidamente. "Devolver" es, por supuesto, lenguaje electoral de 1980 (America is back).
Es cierto que la presencia de Jimmy Carter significo "hablar de objetivos vagos irreales, como derechos humanos...", pero no es menos cierto que, tras ver los resultados de ese cambio de métodos -por lo que a nosotros toca, el triunfo sandinista en Nicaragua-, fue el mismo Carter quien dejó en herencia a Reagan, pocos días antes de abandonar la presidencia, la política de ayuda militar al gobierno de El Salvador y su complemento de envió de asesores militares. Podría haberse ahorrado tal política si, un año antes, hubiera escuchado un llamado bastante dramático que el hecho recientemente por Oscar Arias, el grito del Arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, en su carta del 17 de febrero de 1980, poco mas de un mes antes de morir asesinado: "Prohiba se dé esta ayuda militar al gobierno salvadoreño. Garantice que su gobierno no intervenga directa o indirectamente con presiones militares, económicas, diplomáticas, etc., en determinar el destino del pueblo salvadoreño".
Tras Carter, los ideólogos de la administración Reagan únicamente trataron de refinar la crudeza del lenguaje de George Kennan. La señora Kirkpatrick popularizó, siendo ya embajadora en la ONU, sus distinciones académicas entre regímenes "autoritarios" y "totalitarios", preparando así la justificación para tolerar violaciones brutales a los derechos humanos en los primeros (generalmente favorecedores de los intereses nacionales de los Estados Unidos) y para denunciar su violación -o inventarla- en los segundos (habitualmente retadoras de esos mismos intereses).
Los objetivos de la política exterior de los Estados Unidos no cambiaron entre 1941 y 1980. Cambió -eso sí- el mundo en que esos objetivos pretendieron ser puestos en practica. El gran diseño de la presidencia reaganiana consistió en tratar de hacer reversibles (política del roll back) los retrocesos que le causaron a los Estados Unidos precisamente esos cambios reales en el mundo. Reagan lo ha intentado por dos medios: con el enorme aumento del presupuesto militar y del papel de la CIA y con la resurrección del mas virulento lenguaje "satanizante" de la época de la guerra fría, disparado, sin ahorro de munición, contra la URSS y contra los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo. El objetivo era no permitir un retroceso más y volver a consolidar la "esfera de influencia" de los Estados Unidos como superpotencia, para demostrar al mundo occidental que los vaivenes en la hegemonía de los Estados Unidos, provocados sobre todo a raíz de la derrota en Vietnam, no significaban una tendencia permanente. El campo especifico de la demostración iba a constituirlo Centroamérica, lo que ellos llamaron su "patio trasero".
Es en este diseño de la política exterior de los Estados Unidos, hasta ahora inconmovible, donde hay que ubicar la pregunta por la importancia histórica de Centroamérica y por la duración de una coyuntura favorable a los pueblos centroamericanos en proceso revolucionario. Se trata de algo inconmovible para los demócratas, para los republicanos y para la cultura dominante en el pueblo estadounidense. En este contexto Centroamérica continuará probablemente teniendo importancia histórica en el futuro inmediato porque es la punta del iceberg latinoamericano de la autodeterminación, que atenta contra la política de la esfera de influencia estadounidense.
En la reunión de la OEA de junio de 1979, Vance, entonces Secretario de Estado de Carter, no consiguió los votos para liquidar la crisis nicaragüense con una "fuerza de paz" hemisférica; dos años antes del General Torrijos había logrado un nuevo tratado con Estados Unidos sobre el Canal de Panamá, que llevaba latente -aun en su forma enmendada por el Senado estadounidense- el germen de un rescate de mayor soberanía; en 1982, también en la OEA, Reagan apenas pudo alinear , en su política anti-latinoamericana respecto de las Malvinas, a algunos países caribeños de la Mancomunidad británica; un año mas tarde, la iniciativa de Contadora (seguida por el Grupo de Apoyo en 1985) puso en crisis precisamente la preeminencia de los intereses estadounidenses en cualquier conflicto hemisferio e hizo valer, en forma bolivariana, el desafío de los intereses latinoamericanos; y -sin ánimo de agotar los signos de la tendencia que reseñamos- en 1987 han confluido la incapacidad estadounidense de introducir en la agenda de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU el caso de Cuba, la moratoria temporal de Brasil -unilateral- en el pago de los intereses de su deuda externa, los acuerdos de Esquipulas II el 7 de agosto y -en noviembre- la reunión de Contadora y Apoyo en Acapulco, en donde se propuso considerar el regreso a Cuba a la OEA.
Probablemente, la sentencia de la Corte Internacional de La Haya, en 1986, constituyó, sin embargo, el mayor golpe jurídico -con fuerte influjo político- a l vigencia del "derecho" a las "esferas de influencia" por encima de los principios crecientemente igualitarias del Derechos Internacional. Antes y después de esa sentencia la administración Reagan ha tenido que vetar varias resoluciones sobre Nicaragua en el Consejo de Seguridad de la ONU. Por otro lado, hace tiempos que la URSS afronta también desafíos continuos a la misma vigencia de las "esferas de influencia". Los casos de Polonia (1980-81) y Afganistan (desde 1979) han sido sólo los más recientes. Es el mundo el que esta cambiando.
Los Estados Unidos no aceptaron nunca durante la administración Reagan, los esfuerzos de paz llevados a cabo por el Grupo de Contadora y secundados luego por el Grupo de Apoyo; continuamente supo Reagan encontrar los argumentos contundentes que mantuvieron a El Salvador, Honduras y Costa Rica eficazmente presionados para bloquear cualquier acuerdo. Hoy Reagan afirma que es la presión militar de la contrarrevolución la que ha llevado a Nicaragua a la mesa de las negociaciones.
Puede mentir tan fácilmente porque la memoria de los detalles políticos es de corta duración y cuenta con que pocos recordarán que fue Nicaragua la que en octubre de 1983 ofreció los primeros borradores de cuatro tratados para la aplicación del "Documento de Objetivos" pesentando en septiembre de 1983 por Contadora (entre Nicaragua y los Estados Unidos, entre Nicaragua y Honduras, para ayudar a resolver pacíficamente el conflicto salvadoreño, y de amistad y cooperación entre los cinco países centroamericanos). En diciembre de 1983 Nicaragua añadió al paquete anterior los borradores de otros cuatro acuerdos o declaraciones (sobre asuntos militares, para concretar otros puntos del "Documento de Objetivos", para promover el desarrollo económico y social de Centroamerica y sobre un plan de acción inmediato para 1984).
Cuenta Reagan también con que no se recordará que Nicaragua el 21 de septiembre de 1984, fue el primer estado centroamericano que aceptó "en su totalidad" y propuso "suscribir de inmediato, sin modificación alguna" el Acta Revisada de Contadora del 7 de septiembre de ese año. Ni en 1983 ni en 1984 había sufrido Nicaragua los resultados de una guerra de 6 años ni se encontraba su economía en la profunda crisis que hoy la aqueja. El mismo Reagan que, con más dinero para la contrarrevolución, después de Esquipulas II y III, dice querer "promover la paz", es quien entonces, obligó a varios de los estados centroamericanos a objetar la firma inmediata del "Acta Revisada de Contadora", por supuesto también para "promover la paz" en Centroamérica.
La Resolución de Caraballeda (Venezuela) "para la paz, la seguridad y la democracia de América Central" (12 de enero de 1986), firmada por los cancilleres de Contadora y Apoyo y ratificada enseguida por los centroamericanos, dejó bien claros los principios de que el conflicto centroamericano requería una "solución latinoamericana", de la "autodeterminación" de los países de América Latina y de la "no injerencia" de terceros en la situación política de los Estados latinoamericanos. Además "Caraballeda" tradujo tan nítidamente los principios en la urgencia de tomar acciones como el "cese del apoyo exterior a lasa fuerzas irregulares...", la "suspensión de las maniobras militares internacionales", los "pasos efectivos... (para) la reconciliación nacional y la plena vigencia de los Derechos Humanos y las libertades individuales", etc., que, cuando los ocho cancilleres la presentaron al Secretario de Estado Shultz en Washington, éste no pudo andarse con rodeos y tuvo que rechazarla sin más. Unos meses mas tarde, comienzos de junio de 1986, la iniciativa de Contadora parecía derrotada frente a un proyecto final de Acta que nadie quiso firmar, a pesar de Nicaragua presentó -otra vez la primera- borradores para avanzar concretamente en los problemas pendientes, militares y de seguridad.
Había tenido lugar ya, en mayo, el encuentro de los cinco presidentes en Esquipulas I, mantenido -no debe olvidarse- en el nivel casi exclusivamente económico (aparte del acuerdo en principio de considerar la creación de un Parlamento Centroamericano) por la orgullosa negativa del Presidente Arias de conceder al Presidente Ortega la misma legitimidad democrática (proveniente de resultados electorales libres) que él ostentaba. Desde entonces y frente a la alternativa de una prolongación sine die del conflicto en Centroamérica -en junio la Cámara de Representantes votaba 100 millones de dólares para la contrarrevolución-, empieza l gestación de lo que primero se llamó el Plan Arias y luego desembocó, más de un año después, en Esquipulas II.
El "Plan Arias" es un nombre genérico, que encierra tres contenidos concretos. Una primera versión de un "Plan Arias", bastante coherente con los objetivos de la política exterior de los Estados Unidos, fue consultada incluso por el canciller Madrigal Nieto de Costa Rica en Miami, el 7 de enero de 1987, con Abrams, su ayudante Wiliam Walker y Philip Habib (si bien parece que Abrams no la consideró aún aceptable). Su núcleo consistía en presionar a Nicaragua desde Centroamérica para obligarla a "negociaciones sustanciales", es decir políticas, con los contrarrevolucionarios para desembocar en nuevas elecciones nacionales a cambio de la suspensión de la ayuda militar a aquéllos. Esta primera versión fracasó estrepitosamente por la firme reacción de Nicaragua, por la imposibilidad de alinear a Guatemala con dicha versión y -probablemente por las sugerencias modificadoras del senador Christopher Dodd.
Sigue luego la segunda versión del "Plan Arias", declarada "constructiva" por Nicaragua pero tan sorpresiva para El Salvador y Honduras que de la reunión de San José, en febrero de 1987, no pudo salir ninguna firma, ni siquiera en principio, sobre esta segunda versión. Lo que quedó en firme la convocatoria, hecha al comienzo para el 15 de mayo y trasladada más tarde a la última semana de junio, para otro encuentro de los presidentes centroamericanos en Guatemala, incluyendo en el de nuevo a Nicaragua.
Los Estados Unidos mostraron desde el primer momento sus divergencias con varios de los puntos esbozados en la segunda versión del "Plan Arias". A pesar de que Oscar Arias viajó por Europa promocionando su plan en el mes de mayo, las presiones del embajador itinerante para Centroamérica, Philip Habib, lograron un último intento de bloqueo de Esquipulas II por parte del Presidente Duarte -"posposición" simplemente, lo llamó él-. La inmediata intervención del Presidente Cerezo permitió una posterior reunión en julio entre uno de los presidentes de Contadora, Eric del Valle, de Panamá y el presidente nicaragüense Daniel Ortega, de la que salió la flexibilización de la postura nicaragüense para aceptar una posposición de Esquipulas II con fecha definitiva para el 6-7 de Agosto y la reintroducción del Grupo de Contadora y de los principios de Caraballeda en l inminente reunión de cancilleres que en Tegucigalpa prepararía el encuentro de los cinco presidentes. Más de año y medio de maniobras estadounidenses para aislar a Nicaragua de Centroamérica y a Centroamerica de América Latina habían sido en vano.
Cuando en vísperas del encuentro presidencial en Esquipulas II, Reagan quiso interferir en el con su plan "Reagan-Wright", esta última maniobra se convirtió en un bumerán. No fue sólo que se firmo un acuerdo histórico, reconociendo las raíces estructurales de la crisis y del conflicto centroamericano -injusticia, miseria, desigualdad social, ausencia de democracia real, no sólo formalmente representativa sino también participativa, y falta de independencia nacional-; fue sobre todo que se constituyó una Comisión Internacional de Verificación y Seguimiento (CIVS) en la que además de los cinco cancilleres centroamericanos, se incluía al Secretario General de la ONU, al de la OEA y a los cancilleres de los 8 países de Contadora y Apoyo.
Eficazmente la verificación del plan de paz de Esquipulas II quedaba fuera del alcance de las maniobras presionantes de la administración Reagan. Por primera vez en la historia, Estados Unidos dejaba de ser juez y parte a la vez en los conflictos latinoamericanos. Se había impuesto la tesis bolivariana de Contadora y Apoyo. El desafío a todo el sistema de ejercicio del poder imperial de los Estados Unidos en su "esfera de influencia" hemisférica estaba planteado con crudez. Es ésta la tercera versión del "Plan Arias". En realidad ya un nuevo plan, tan fuertemente modificado respecto de como fue concebido que no es raro que, para tratar de restarle originalidad y mordiente, en Estados Unidos tanto los medios de comunicación como los políticos de ambos partidos hayan seguido llamando a Esquipulas II el "Plan Arias".
Detrás del desafío que los acuerdos de paz para Centroamérica representaban, se cernía un reto aun mayor: el reto de un nuevo orden económico internacional y -dentro de él- el inconformismo con el Plan Baker y las propuestas de reajustes hechas por el Fondo Monetario Internacional para afrontar el problema de la deuda externa y los profundos resentimientos provocados por las amenazas de proteccionismo revanchista de los Estados Unidos contra el Brasil, por ejemplo. Además, en el campo político y ideológico, el reto de un nuevo orden internacional que reestructure el derecho intencional en términos de igualdad entre las naciones y que pudiera llegar cuestionar el estatuto del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con su arcaico derecho al veto concedido a "los cinco grandes".
Un desafío importante y tan complejo -es notorio que América Latina plantea la cuestión de la deuda externa, por ejemplo, con mucha mayor combatividad que Africa- no puede dejara indiferente a ninguna administración estadounidense. El intento de neotrilateralismo que los gigantescos déficits fiscal y comercial de los Estados Unidos, así como su conversión en el país más endeudado del globo, provocan, no permite olvidar que los teóricos del primer trilateralismo imprimieron en sus aportes académicos su convicción de que el saneamiento del sistema capitalista mundial reclama menos, no más democracia, porque el exceso de democracia, en el funcionamiento tecnocrático cada vez mas complejo del capitalismo transnacional, vuelve ingobernables a las sociedades occidentales. Esta tesis del politólogo de Harvard, Samuel Huntington, no despertó mayor escándalo en los círculos trilaterales de los años 70. Naturalmente, el auténtico proceso de democratización, propugnado por el nuevo sujeto histórico centroamericano para las sociedades del istmo, y el proceso de democratización internacional implicando en los principios que sustentan a Esquipulas II, constituyen un reclamo mas, no menos democracia.
En tanto en cuanto esta bandera, tradicionalmente en manso de los países mas industrializados del sistema capitalistas mundial, es enarbolada por la mayoría negra de Sudáfrica injustamente sometida al apartheid, por el pueblo palestino despojo del estado al que tienen derecho, por los estados centroamericanas y por los grupos de Contadora y Apoyo (cuyos pueblos son el 90% de la población de América Latina), nadie puede extrañarse de que la Administración Reagan, con una concepción tan anacrónica y tan desfasada con los cambios en el mundo, de lo que significan las relaciones entre el Primero, el Segundo y el Tercer Mundo, reaccione con la virulencia con que ha actuado hacia Nicaragua revolucionaria y hacia los pueblos centroamericanos.
Sería de desear que una administración posterior -demócrata o republicana- se pusiera al menos al día y adoptar el nivel de complejidad política y económica europea de la CEE, Canadá o -mucho más- países como Suecia y Australia, enfocan el mundo de hoy. Fuera de algunos de los candidatos demócratas, sin embargo, que menos posibilidades tienen de ganar la candidatura o la presidencia (Jackson, Babbit, Simon), no ser mira tal sofistificación en el abanico de candidaturas demócrata y republicana. Tampoco se observan tendencias a aceptar este reacomodo del mundo en los gobiernos de algunos de los países mas poderosos económicamente dentro del sistema capitalista mundial (el de la Sra. Thatcher en Gran Bretaña, el de Helmut Kohl en Alemania Federal, el de Japón).
La conclusión de nuestro análisis nos lleva, por lo tanto, considerar que Centroamérica seguirá ocupando un lugar importante y conflictivo en el panorama mundial, mientras mantenga su actual postura, por frágil que parezca, de exigir que sus problemas sean solucionados en el marco de una diversificación de su inevitable dependencia -económica y política- y sobre todo mientras enfatice que el punto de vista latinoamericano es el que más vigencia debe tener a la hora de enfocar sus problemas. La probabilidad de que está conclusión sea correcta ser mayor si los gobiernos centroamericanos juegan inteligentemente con las diferencias que existen en el seno del sistema capitalista mundial, siguen involucrando en sus planteamientos a los organismos internacionales y regionales y van abriendo sus fronteras a otros países del Tercer Mundo y los países socialistas. También aquí, el que los estados sigan esta política y el que lo hagan en el marco del respeto por el pluralismo actual de sus sistemas económicos, políticos y culturales, dependerá de la presión que sigan sintiendo desde las fuerzas sociales que constituyen -en sus diversos grados de articulación nacional- el nuevo sujeto austeras centroamericano.
Esquipulas II: ¿proceso de desmilitarización en Centroamérica?En nuestro análisis de 1986 afirmábamos que el factor económico es, en la coyuntura centroamericana abierta con el triunfo sandinista de 1979, determinante a largo plazo, el factor militar es el dominante, por englobar y modificara a todos los demás y la conjunción de los factores políticos (organización para el poder y su articulación) e ideológico (el tipo y grado de identidad cultural y las opciones consecuentes con ellos) es decisivo. El factor internacional sin embargo (el papel jugado por los Estados Unidos, América Latina, los países socialistas, Europa, los No-Alineados, etc.) es condicionante en su carácter de apoyo, aporte, presión, etc. a los protagonistas políticos del conflicto. En 1987 matizábamos el peso decisivo que habíamos otorgado a la conjunción de los factores político e ideológico, es decir a los factores llamados "subjetivos".
Lo matizábamos según una ponderación diversa en cada país, reafirmando su peso decisivo en El Salvador y Honduras, analizando el acoso que el desgaste critica de la economía y su deficiente articulación con la defensa provoca en el peso de esa conjunción de factores "subjetivos" en Nicaragua, y tomando nota de que en Guatemala se presentaba entonces como más decisiva la pendiente por la que la que parecía precipitarse la economía. De su peso, en Costa Rica nos era imposible escribir, por la carencia el año pasado, en nuestro colectivo de investigación, de un análisis detallado sobre ese país.
La pregunta fundamental que Esquipulas II plantea a este influjo dialéctico de los factores atañe sobre todo a la dominancia del factor militar. Los acuerdos de paz parecen imprimir a los métodos de solución del conflicto centroamericano un giro importante de énfasis. El enfrentamiento militar se balancea con la búsqueda de soluciones político-económicas basadas en un nuevo ascenso de la identidad nacionalizadora que pretende para la región centroamericana un mayor margen de independencia, apoyándose para ello en un creciente latinoamericanismo y en un mayor recurso a los organismos internacionales y hemisféricos. Por primera vez, después de bastantes años, la voluntad de paz de los pueblos centroamericanos (aquí confluyen tanto las fuerzas sociales del nuevo sujeto histórico como las masas desmovilizadas), en dialéctica con la presión que las condiciones de guerra ejercen en los gobiernos al limitar fuertemente sus posibilidades de conducir la economía, han hecho surgir una confrontación dialéctica entre dos métodos para resolver el conflicto centroamericano: el militar y el político-económico.
No es sólo que aquella parte de los pueblos centroamericanos, dispuesta a luchar por sus derechos y por su dignidad incluso militarmente, ha conocido a fondo el horror de la guerra y anhela profundamente la paz. Es mucho mas que eso. Esta parte del pueblo de Centroamérica y, más aún, a aquellas organizaciones político-militares que plantearon ponerse a la vanguardia de la lucha, se las ha querido satanizar como "terroristas". Esta distorsión propagandística no corresponde a la verdad. Antes de adoptar el recurso de la lucha armada, como último proceso disponible para conseguir la evolución necesaria en las estructuras sociales de Centroamérica, muchos de quienes hoy llevan o apoyan la defensa de Nicaragua o las luchas político-militares de El Salvador y Guatemala lucharon largos años por la justicia con medios pacíficos que fueron respondidos con terribles métodos represivos.
La voluntad de paz, pero de una paz en un contexto que siembre las semillas para eliminar lo que los obispos latinoamericanos en Medellín en 1968 consagraron como "violencia institucionalizada", es muy profundo en el nuevo sujeto austeras centroamericano. Naturalmente, el deseo de paz es la máxima aspiración de las masas política y culturalmente desmovilizadas. La consigna de "¡queremos la paz!" hace años que resuena tumultosamente en aquella parte del pueblo centroamericano que puede gritarla sin temor a represión.
Es esta fuerza popular en favor de la paz, sin renunciar a conseguir con ella los cambios estructurales profundos hacia la justicia, la que se ha enfrentado con las estrategias fundamentalmente militares del gobierno de Reagan para Centroamerica. Por otro lado, los gobiernos centroamericanos han visto añadirse acumulativamente al desorden, irresponsabilidad y carencia de reformas profundas con que han conducido la economía, otra serie de elementos agravantes:
- la inexorable tendencia al descenso en los términos de intercambio de su comercio internacional;
- el torniquete de la deuda externa;
- la sordera del sistema capitalista mundial frente a sus reclamos (se trata de pequeños países de la periferia capitalista);
- el desplome de los organismos y mecanismos de integración económica que habían hecho crecer el comercio regional;
- la fuga de capitales;
- la negativa tenaz de las burguesías a bombear mas inversiones y mas impuestos hacia los procesos productivos;
- los costos enormes del conflicto militar.
Conjugadas, en sus diversas intenciones, estas fuerzas reales han llevado a hacer de Esquipulas II un cuestionamiento de la estrategia militar estadounidense para solucionar el conflicto centroamericano y un cuestionamiento del predominio de los enfoques que -desde la triple alianza de las clases oligárquico- burguesas con los militares y las Embajadas de los Estados Unidos o (en el caso nicaragüense) desde un planteamiento de las necesidades de la defensa no suficientemente conectado con la lucha por la justicia y la sobrevivencia económica- han acentuado, también dentro de nuestros países, el predominio de lo militar.
La sobrevivencia de pueblos y gobiernos -amenazada por la prolongación indefinida del conflicto militar- ha puesto en el centro de la coyuntura centroamericana el factor económico. Antes de entrar en los análisis nacionales, no podemos soslayar esta pregunta: ¿No se ha convertido en Centroamérica la economía de factor determinante a largo plazo en factor también dominante? Hablábamos en 1986 de que la prolongación "sin termino calculable" del conflicto centroamericano había agudizado cruelmente la crisis de necesidades básicas que las injustas estructuras sociales de Centroamérica habían impuesto al pueblo.
En los dos últimos años esta agudización se ha exacerbado brutalmente. Investigadores internacionales de reconocido prestigio afirma que, en Honduras, uno de los países de la región en que la guerra no se ha desarrollado como conflicto interno, tanto la desigualdad de los ingresos como el número de hogares por debajo de la línea de la pobreza absoluta han aumentado considerablemente; entre 10 países de América Latina analizados, la "brecha de la pobreza", concebida como el porcentaje del PIB que habría que invertir para cerrarla, sólo sobrepasa el 10% en tres y uno de ellos es Honduras (21.8% del PIB); la producción nacional de alimentos per cápita disminuyó entre 1981 y 83 en 2.7% en Honduras y en 4.7% en Costa Rica, los dos países de la región menos afectados por la guerra y notablemente ayudados económicamente por los Estados Unidos (AID).
Es la base de la vida de las mayorías populares la que esta hundiéndose. Las "necesidades básicas", concepto social en el que no entran sólo elementos materiales (alimentación, salud, vivienda) ni sólo elementos de relaciones de producción o intercambio (salario) o de bienestar social (educación y recreación o descanso) ni únicamente la fuente digna para conseguirlos (un empleo productivo en cualquier sector del trabajo humano), sino también elementos políticos (la participación popular necesaria para que esas mismas necesidades básicas mencionadas ya se determinen democráticamente). En el caso de nuestros países centroamericanos, con mas relieve tal vez que en otros por el papel que ocupan en la cultura popular, hay que incluir en el concepto incluso los elementos éticos y religiosos (los símbolos, la fe y los valores que sustentan el sentido de la vida y los sacrificios necesarios para dignificarla). Todas esas necesidades básicas son las que están entrando en una crisis catastrófica para las mayorías populares.
La guerra y los desplazamientos de población, que son su secuela, provocan el paso de miles de familias de productoras agrícolas a consumidoras y han reducido así la producción de alimentos. La escasez consiguiente es el caldo de cultivo de un mercado negro inescrupolosamente especulativo que devora los ingresos reales. Las condiciones represivas con que la contrainsurgencia ha llevado la guerra incluso entre la población civil no combatiente en El Salvador y en Guatemala y los ataques -esos si terroristas- de la contrarrevolución en Nicaragua contra la población civil, además del fomento directo de las sectas "entusiastas", fundamentalistas o del profetismo de catástrofes, inducen una "religiosidad de evasión", un milagrerismo o -en el caso menos dañino- una "religiosidad de seguridades" y restringen -por terror o por presuntas eficacias de la defensa- la participación popular.
Hay un gran peligro de que la crisis de sobrevivencia mine en la imaginación popular los fundamentos auténticamente cristianos de la imagen de Dios. La guerra de baja intensidad no intenta sólo dar a las mayorías una demostración de que los intentos revolucionarios son improductivos sino que intenta derrumbar -con la capacidad de comer y de trabajar- también la capacidad de sentido de la vida, la fortaleza que a una parte importante de las mayorías populares centroamericanas le viene de una paciencia histórica sostenida por la religiosidad bíblica o por la memoria histórico-mítica de las etnias indígenas. Las expectativas de liberación están queriendo ser reemplazadas por expectativas inmediatas, milagreras, y por nostalgias de espacios culturales puramente espirituales. Con ello se intenta robarle las mayorías la unidad e identidad de su vida.
Como los análisis nacionales nos mostrarán, Esquipulas II, esa puerta abierta a la paz revolucionaria, ese primer reconocimiento regional -avalado incluso por el Arzobispo de Guatemala, Monseñor Próspero Penados, en su homilía con ocasión de la celebración de acción de gracias por la firma de los acuerdos de paz el 7 de agosto- de la posibilidad de coexistencia pluralista de proyectos democrático-reformistas con un proyecto revolucionario, en lugar de haber dado paso a un descenso de actividad militar, pareciera haber provocado a corto plazo una mayor intensidad en el carácter militar del conflicto, al menos en Guatemala y en Nicaragua.
Tampoco en El Salvador ha disminuido el conflicto militar, aunque desde agosto no haya habido golpes espectaculares de las fuerzas insurreccionales. El Presidente Reagan, por su parte, no ha hecho todo lo posible por mantener vigente las soluciones militares al conflicto. En tres ocasiones, después de agosto, logró en el Congreso estadounidense votaciones favorables a una continuación de la presión militar que la presión ejerce sobre la revolución popular sandinista. Parece, por tanto, que no se pueden sacar rápidas conclusiones sobre el carácter menos dominante del factor militar en la coyuntura centroamericana.
Tal vez, sin embargo, debemos dejar planteada la hipótesis de que Esquipulas II, por un lado, con la creación de una nueva opción política de solución al conflicto y con el reconocimiento de sus raíces estructurales de miseria masiva e injusta desigualdad, y la agudización de la crisis de las necesidades básicas, por otro, obligan a afirmar que el factor militar puede ir perdiendo centralidad si no se articula mucho mas estrechamente con la opción política, con la búsqueda de un modelo de desarrollo económico novedoso y con un espacio amplio para la participación popular y la movilización ideológica de las mayorías. Es este un desafío que no parecen poder soslayar ni los gobiernos ni los movimientos revolucionarios político-militares en el poder o en la disputa por el poder. Tampoco lo podrán soslayar a la larga las estrategas de la política centroamericana de Estados Unidos.
Esquipulas II ha sido firmado por gobiernos tan diversos porque todos ellos se dan cuenta que lo que en 1986 llamamos en envió democracias "de peaje" (otros la llaman "de fachada") producen dinamismo que se disparan mas lejos de lo que únicamente se pretendía conceder con ellas: espacios restringidos y controlados de alguna mayor actividad política. Pero también ha sido firmado porque todos los presidentes son conscientes de que ni los proyectos de modernización económica ni las economías de sobrevivencia pueden subsistir sin un clima de encaminamiento hacia la paz.
Finalmente, los miembros del partido demócrata que han querido empezar a convivir con el marco creado por Esquipulas II lo hacen también porque una política de intervención (a la que la guerra de baja intensidad mantenida side die puede conducir en cualquier momento) no tiene base suficiente de apoyo en el electorado estadounidense. Además se han percatado que para mantener la hegemonía necesaria para la dominación política es necesario, en el mundo latinoamericano ya irreversiblemente sensibilizado hacia la autodeterminación y la justicia social y política, una negociación política que les permita "domesticar" al proceso revolucionario nicaragüense y obligarlo a actuar muy cautamente -como mínimo- en sus relaciones con los otros movimientos revolucionarios al istmo.
El análisis que hemos intentando a partir de la pregunta sobre el peso del factor militar nos conduce entonces a la hipótesis de que en Centroamérica no se puede hoy avanzar hacia una solución del conflicto sin buscar una síntesis dialéctica mucho más creativa entre lo militar y lo político-ideológico. Pero también nos lleva a la hipótesis de que la tremenda agudización de la crisis de las necesidades básicas de las mayorías obliga a la búsqueda de conexiones mucho más imaginativas entre presiones militares y economía y entre los factores "subjetivos" y la base material de las necesidades básicas.
Mientras tanto, el reacomodo de fuerzas en la escena estadounidense presenta tres tramas alternativas probables. La primera sería el triunfo de la óptica de Reagan y la continuación de un intento de recuperar una dominación incondicional de Centroamérica por medios militares. La segunda supondría la introducción en la trama anterior de un elemento de negociaciones políticas mientras se mantiene el peso de la presión militar. La tercera implicaría un nuevo camino que intente recuperar la dominación de Centroamérica, retirando, al menos temporalmente, el factor de presión militar sobre Nicaragua y tratando de doblegar el alcances de su proceso revolucionario manteniendo como instrumento de presión la normalización o no de las relaciones entre los Estados Unidos y Nicaragua. Una cuarta trama -una política de respeto por la auténtica autodeterminación de Centroamérica, parecer ser un horizonte muy probable o al menos aun lejano.
Consideremos ahora los análisis nacionales y -en la conclusión de este número especial- intentaremos, a partir de ellos, caracterizara mejor Esquipulas II, abordar un balance de sus resultados y afinar las hipótesis planteadas en esta introducción todavía desde un primer momento de acentuación del ángulo regional de la cuestión centroamericana.
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