Centroamérica
La exitosa desobediencia civil de migrantes indocumentados, informales y cuentapropistas
La desobediencia civil de cada día de trabajo ha dado a los migrantes indocumentados
un espacio donde las licencias de sus propias empresas,
el reconocimiento de sus destrezas y calificaciones,
el trabajo personalizado, sus avances financieros
y sus camionetas, que les sirven de pasaportes
los hacen cada vez más imprescindibles.
Y en esa medida, menos excluibles por las leyes migratorias y por el racismo.
Conocí cuatro casos:
Reynaldo el jardinero, Eladio el sastre, Kelvin el constructor y Benjamín el empresario.
José Luis Rocha
Las caravanas de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos se han convertido en el evento más mediático de la movilidad poblacional. Desafían a un sistema que excluye a los pueblos aquí y allá: en los países de origen y en los de destino.
Pero las caravanas no son los mayores actos de desafío de los migrantes. Ni siquiera los más numerosos. La migración al goteo, esa migración que no ocurre en bloque, ha sido mucho más voluminosa y también más desafiante.
Su reto al sistema no ocurre en el camino y en el cruce de la frontera. Ocurre al interior de Estados Unidos, donde los migrantes trabajan en el cuentapropismo y en la informalidad, sobreponiéndose a su triple marginalidad, forzando su inclusión como fuerza laboral y, convirtiéndose así en ciudadanos de facto, y tras cierto tiempo, en ciudadanos por derecho.
¿LOS INDOCUMENTADOS
ESTÁN TODOS EN LA ECONOMÍA INFORMAL?
Según datos de la encuesta de empleo del US Census Bureau, los centroamericanos se dedican más al autoempleo (9.7%) que el conjunto de los latinos (8.4%) y que el total de la población estadounidense (7.7%).
Desde la perspectiva del “requiem por la clase trabajadora”, que entonó el sociólogo Jeremy Rifkin, este dato podría ser un indicio de la vulnerabilidad laboral que la condición de indocumentados lleva aparejada. Rifkin menciona el recurso de los empleadores a las subcontrataciones para evitar pagar por la cobertura de salud, reducir la estructura de costos fijos, eliminar trabajadores rápidamente en respuesta a las tendencias estacionales y mensuales del mercado, y evadir a los sindicatos. El filósofo André Gorz añade a estas condiciones negativas que la empresa que actúa así mantiene a los subcontratados como empleados periféricos de cuyos servicios la empresa puede prescindir en cualquier momento y cuya carga laboral fluctúa sin límites.
La realidad no es tan así. Algunas de las empresas de los inmigrantes indocumentados, en donde para todos los efectos son ellos sus propios empleadores, están legalmente inscritas y otras no tienen más “formalización” que una tarjeta de presentación y enormes anuncios en los vehículos que su propietario usa para desplazarse.
Todas caen fuera de la formalidad, si las concebimos con salarios, pagos mensuales, temor al fisco, comidas en tiempos rutinarios, buena cobertura de salud, cotizaciones a la seguridad social y vacaciones anuales. Sus propietarios forman parte de ese subproletariado urbano al que el antropólogo Keith Hart se refirió en 1973 cuando acuñó el concepto de “economía informal”.
Hasta no hace mucho la teoría asociaba la “informalidad” a las características de las economías menos desarrolladas, incapaces de alcanzar una plena modernización, de frenar el exceso de migración a las ciudades y de implementar la educación universal y los programas de alfabetización.
Y cuando la informalidad se presentaba en los países desarrollados se asociaba a la inmigración procedente del “tercer mundo”. Sin embargo, contra quienes atribuyen a los migrantes la creciente informalización de la economía estadounidense y proponen controlar la actividad de los inmigrantes para erradicar la economía informal, la socióloga Saskia Sassen vincula el crecimiento de la informalidad a la naturaleza de la fase actual de las economías avanzadas, en particular al declive del complejo industrial manufacturero en la era de postguerra y a la emergencia de una economía dominada por el sector servicios.
UNA INVASIÓN SILENCIOSA
EN LAS CALLES DE LAS CIUDADES
La informalidad no es una recién llegada a la economía estadounidense. En 1985 estas actividades ya generaban actividades económicas por 300-600 mil millones de dólares. En gran medida, esas actividades eran prácticas socialmente aceptadas: las ventas de garaje, el paseo de perros y los servicios de baby sitters eran modalidades muy frecuentes y ya institucionalizadas al margen del control estatal.
Fue a partir de los años 80 cuando empezaron los cambios que Sassen señala y esas actividades dejaron ser relativamente marginales para convertirse en la principal fuente de ingresos de un número creciente de hogares. Y como afirma Aviva Chomsky, incluso los trabajos que solían estar ubicados en el sector formal, como los de las fábricas, se sumergieron en el sector informal mediante un elaborado sistema de subcontrataciones. Hart lo consigna lapidariamente: “En la medida en que el neoliberalismo ha sido exitoso en reducir los controles estatales, la economía mundial se ha convertido en una extensa zona informal”. En Estados Unidos, en 2011 la economía informal era responsable del 18-19% del ingreso nacional.
El sociólogo iraní Asef Bayat se refiere al sector informal como la más acabada encarnación de la “invasión silenciosa”. Uno de los ejemplos que más desarrolla es el de los vendedores ambulantes que se toman las calles. Sólo en Los Ángeles las ventas de calle son una industria de 504 millones de dólares con 50 mil microempresas. En su acelerado desarrollo se dan la mano las dinámicas que Sassen menciona y la urbanización a pasos agigantados.
Hart observa que el enorme crecimiento que en los dos últimos siglos han experimentado las ciudades no puede ser organizado tan rápidamente como las élites gobernantes quisieran. La economía informal es una vía que encuentra la gente para generar sus propios medios de sobrevivencia y, algunas veces, de prosperidad en los mercados urbanos, con las consecuencias que visualizó Bayat: “Crean una tendencia a intensificar el crecimiento de subjetividades, del espacio social y del terreno de luchas políticas que vienen a caracterizar a las ciudades del mundo en desarrollo”. También a las ciudades de Estados Unidos y de otros países industrializados.
Gran parte de los inmigrantes encuentran trabajo en ese sector. Los inmigrantes construyen sus posibilidades de integración y sobrevivencia con los materiales que las condiciones socioeconómicas les han legado, toman las oportunidades que les salen al paso y se insertan en los sectores donde pueden hacerlo con mayor facilidad porque son los más dinámicos y con mayor demanda de trabajadores con sus características.
LA INFORMALIDAD:
MUCHOS ANÁLISIS NO SON CIERTOS
Es necesario corregir el sesgo peyorativo que la mayor parte de los análisis han vertido sobre la informalidad. En su más reciente libro, el economista laboral británico Guy Standing habla de “economía en la sombra, gris o mercado negro, donde muchos de los precaristas sobreviven, enfrentando explotación y opresión”. Pero las fronteras entre economía informal y economía formal no son tan nítidas.
Tampoco es cierto que de un lado esté todo el bien y del otro todo el mal. Ni la explotación ni la evasión fiscal son atributos que las distingan. También hay explotación y evasión fiscal en el sector formal. Los inmigrantes inscriben a veces sus empresas y pagan sus impuestos, pero no llevan una contabilidad en regla ni necesariamente reportan al fisco todo lo que facturaron. Nadan en dos aguas: en las dulces y acotadas de la formalidad y en las inmensas y saladas de la informalidad. Lo mismo ocurre con su legalidad: tienen una fuerte relación con algunas instituciones y eluden otras. La informalidad no significa un bajo lucro: su volumen de ingresos puede superar los 6 mil dólares semanales durante largos períodos, aunque sí es muy irregular. La explotación no siempre se cumple, pero sí la precariedad: pueden ganar 4 mil dólares en ocho horas por reemplazar un techo y después pasar días sin ingresos. Pero esa precariedad no es mayor que la de un consultor de Naciones Unidas o la de una periodista freelance.
Tampoco es cierto que la informalidad sea siempre ilegal y para el consumo de pobres. Muchos servicios que se prestan en la informalidad eran los que antaño caían en la categoría del “hágalo usted mismo”, actualmente poco practicado por padres y madres sobrecargados de trabajo y con mucha presión para dedicar tiempo a sus hijos.
Algunos de estos servicios son requeridos con urgencia y resulta más rápido obtenerlos en la informalidad porque la solución llega hasta la casa: palear la nieve, remover una montaña de hojas, reparar una ducha… y no hay mucho re¬gateo: la paga es generosa porque el dueño de la casa agradece el tiempo liberado. La clase media se ha convertido en un gran puntal de las empresas informales que realizan estos trabajos.
Tampoco se cumple necesariamente, como supone Standing, que “pocos trabajadores se unen a la fuerza laboral informal de manera voluntaria y la vasta mayoría son reclutados primordialmente mediante la desesperación económica sin paliativos”. Y tampoco es cierto que ambos mundos estén separados. Muchos hogares tienen miembros en ambos sectores siguiendo la estrategia de “no poner todos los huevos en la misma canasta”. Y muchos indocumentados tienen -de manera temporal o permanente- un pie en una empresa regulada y otro en una no regulada. Un pie les sirve para garantizarse una base regular de ingresos y el otro para obtener ingresos más voluminosos.
CUATRO CASOS DE MIGRANTES INFORMALES EXITOSOS Y CON CÓMPLICES
La informalización está muy globalizada y los migrantes juegan un importante papel en ella. Quienes lo duden pueden echar una ojeada a la amplia literatura que canta las virtudes del emprendedurismo y el autoempleo. Obviamente, no to¬dos los cuentapropistas escapan a la regulación, pero sí o¬curre que los que están regulados y los no regulados ofrecen los mismos servicios, y ya sabemos quién ofrece más ventajas: si una pareja de clase media quiere remodelar su cocina, reparar el techo o reverdecer su jardín, la contratación de una empresa informal le ahorrará varios miles de dólares y no tendrá que sacrificar calidad… aunque sí tendrá que asumir algunos riesgos.
En conclusión: tenemos una economía con una marcada tendencia hacia la informalización y algunos migrantes que se insertan en ese nicho de mercado, satisfaciendo la necesidad de mano de obra que ofrecen. Muchos son los migrantes que esperan quién los contrate en los estacionamientos de los 7-Eleven y las ferreterías. Sus bajos salarios rondan el límite federal de la pobreza. Pero hay otro segmento relativamente opulento de la “invasión silenciosa”: sastres que van invadiendo Beverly Hills, indígenas que van apoderándose de las canchas de fútbol en el centro de Los Ángeles, jardineros sobrepasados por un aluvión de contratos y remodeladores de interiores que tratan con sus socios como si fueran magnates de la construcción.
Conocí cuatro casos así. Están contribuyendo a reestructurar las relaciones laborales de manera que su inclusión sea socialmente validada en el mercado laboral. Y todos encuentran apoyo y complicidades para su desobediencia civil en la práctica cotidiana.
EL LUCRATIVO OFICIO DE LA JARDINERÍA
Según la OIT, en el año 2000 en Estados Unidos el 58% de los trabajadores en servicios informales eran inmigrantes latinoamericanos. Muchos se dedican a la jardinería. En 2012 el 24%de los inmigrantes indocumentados vivían de ese oficio. La jardinería es una actividad de gran potencia económica y en continuo crecimiento desde los años 70.
Lo que los estadounidenses gastan en sus jardines saltó de 21 a 45 mil millones de dólares entre 2001 y 2006. Es un trabajo de alta de¬manda por dos factores, según Aviva Chomsky: “Por el crecimiento del rango de super-ricos que quieren mantener sus jardines palaciegos. Y porque las familias suburbanas de clase media y media alta, que una generación atrás se tomaban el trabajo de mantener sus propios patios, están ahora más ocupadas que nunca y contratan a quien haga el trabajo que solían hacer”. La dureza de este trabajo ahuyenta a muchos. La paga es variable: para un servicio regular de dos veces por semana, los propietarios suelen pagar 200-300 dólares al mes. Para quienes están empleados en una empresa el pago es de 10 a 25 dólares por hora.
El hondureño Reynaldo Campos de los 26,038 nacidos en Honduras que habitan en el estado de Virginia. Vive de la jardinería y eso lo convierte en trabajador de las cuatro estaciones del año: resiembra en primavera, poda en verano, recoge hojas en otoño y palea nieve en invierno.
REYNALDO CAMPOS,
JARDINERO DE TODO EL AÑO
Reynaldo es el propietario, gerente, administrador y con frecuencia único trabajador de Campos Landscaping Ser¬vi¬ces, una empresa sin personería jurídica ni seguros, pero con todo el equipo necesario para la jardinería y, si se ofrece, también con equipo para labores de albañilería y carpintería. Sus tres vehículos (dos pick ups y un automóvil) están a nombre de una congregación religiosa.
Reynaldo creó un logo que estampó como trasfondo del nombre de su empresa en su tarjeta de presentación y en sus vehículos. Mimetizarse con la publicidad que emplean las grandes compañías ha tenido efecto en sus ingresos. Reynaldo ha comprobado lo que de este oficio dijo la socióloga Pierrette Hondagneu-Sotelo: “La jardinería es una ocupación muy estratificada, en la que algunos jardineros permanecen confinados en empleos de salario mínimo, mientras los jardineros que tienen camionetas y herramientas obtienen mejores ingresos combinando emprendedurismo y trabajo manual”.
A las herramientas y vehículos, Reynaldo añadió elementos publicitarios (logo, rótulos), el trato afable y el conocimiento de cómo funciona este mercado: cuánto es razonable cobrar, qué servicios ofrecer, cómo abordar a los clientes. En este nicho de mercado los inmigrantes no son “mano de obra no calificada”: quien se atreve a imprimir una tarjeta que dice Landscaping Services es porque ha adquirido experiencia en el sector en donde ofrece sus servicios.
De los jardines de Virginia, donde Reynaldo trabaja, se puede decir lo mismo que Hondagneu-Sotelo dijo de los californianos: “La invisibilidad de la labor de jardinería es reproducida en libros y revistas y puesta de relieve en el sur de California, donde miles de jardines son primorosamente cuidados por inmigrantes latinos”.
“NOS BUSCAN A NOSOTROS
PORQUE NO LOS VAMOS A SANGRAR”
Unas jornadas acompañando a Reynaldo me permitieron saber algo más de su oficio. Una mañana fuimos a un barrio de clase media y entramos a la espaciosa vivienda de una pareja pakistaní-estadounidense. Apenas entramos nos ofrecieron algo de beber y tuvieron todas las deferencias que ayudan a crear cierto grado de horizontalidad en la relación.
Aunque Reynaldo hizo todo lo posible por disimular su elemental inglés aplicándose inmediatamente a medir el terreno del jardín, como respondía con monosílabos no siempre pertinentes la pareja se dio cuenta enseguida de su situación, con la que ya debían estar familiarizados, pero eso no hizo que cambiaran su actitud amable y su deseo de cerrar un trato por varios miles de dólares. No conocían previamente a Reynaldo, pero tenían muy buenas referencias sobre su trabajo. El ambiente fue muy relajado y eso ayudó a que Reynaldo aventurara más frases en inglés. “Dependiendo de cómo es el ambiente, me arriesgo un poco”, me dijo después.
Otras visitas fueron muy parecidas. Hay rituales para empezar a crear la confianza. El trabajo informal carece de contratos y depende casi exclusivamente de la palabra de ambas partes. Quienes piensan que estos acuerdos sólo tienen ventajas para las clases medias, olvidan que la ilegalidad comporta innumerables riesgos, mayores si se trata de un indocumentado que podría ser deportado en cualquier momento o que puede retornar voluntariamente. En el contrato oral cualquier posibilidad de reclamo legal es nula. Sin embargo, es muy frecuente y hasta ha sido encomiado por los economistas como un mecanismo que reduce los costos de transacción y descansa sobre obligaciones informales. El problema es que la relación entre un jardinero indocumentado y un estadounidense de clase media no permite muchas obligaciones informales simétricas con efectividad suficiente para eliminar el alto nivel de exposición a un embuste.
Ambas partes arriesgan mucho. A pesar de todo, ¿cuál es la ventaja? Reynaldo me lo explica: “Si viene una compañía con todo lo reglamentario, se comen vivo al cliente. Cobran lo que es, a rajatabla. Por eso nos buscan a nosotros, que no los vamos a sangrar. Algunos clientes quieren pagar una babosada porque piden los tres seguros: el seguro de propiedad por si uno les rompe algo, el seguro del carro, y el seguro del trabajador, para no responder si yo me golpeo. Esos tres seguros cubren daños por dos millones de dólares”. Las compañías informales no tienen todos esos seguros. Reynaldo ya tiene dos: el del vehículo y el de propiedad.
¿MEJOR CON PAPELES
O SIN PAPELES?
Las familias estadounidenses que contratan las empresas informales de los indocumentados deben superar prejuicios étnicos, de clase y de estatus legal. De otra forma no podrían fiar¬se de la palabra del que les hace el trabajo.
Los arreglos que observé no eran un aprovechamiento leonino por ninguna de las partes, eran convenios de mutuo beneficio, cuyo punto de partida es el reconocimiento del derecho de Reynaldo a trabajar y no la voluntad de expoliarlo. La doble ilegalidad de Reynaldo -empresarial y migratoria- supone un alto nivel de complicidad de parte de sus clientes. Esa complicidad valida la inclusión de Reynaldo en la sociedad estadounidense, a despecho de las políticas estatales.
Sobre esa complicidad y con un itinerario de mucho esfuerzo, Reynaldo ha reunido un respetable capital: “Empecé en un supermercado de coreanos ganando 6.25 dólares la hora, el salario mínimo de entonces. Pero de overtime me daban 10.50 dólares. Eso fue en Maryland. Viví siete años ahí. Después estuve un año en la construcción. Ahí se ganaba bien porque me daban viáticos. Me daban 1,300 dólares al mes para comer y para la renta. Mi sueldo era aparte: 11 dólares la hora y el overtime a 16.50 dólares”.
“Yo hacía un chingo de overtime, no crea. A veces sacaba hasta 20 horas de overtime a la semana. Me salían cheques de 700 dólares cada semana. Ahora en el landscaping hago muchísimo más dinero. Me aviento a trabajar con lo que salga: corto árboles, boto leña, grameo… Ahora quiero sacar mi licencia de negocio para que me vaya mejor. Así me pueden salir trabajos grandes y mejor pagados. Para mi proyecto de hacer una compañía es mejor tener papeles o un socio que los tenga”.
No obstante esa aspiración, Reynaldo afirma: “Con eso de los papeles mucha gente cree que ya teniéndolos se les solucionó la vida y que ya no van a trabajar duro. Pero no es así. Sobre todo hay que saber trabajar. El papel sirve, pero sabiendo trabajar. Y si uno no tiene papeles, se la rebusca y encuentra un buen trabajo. A mí no me falta trabajo todo el año. Antes, las nevadas me dejaban sin trabajo y me parecían un desastre. Ahora puedo hacer cientos de dólares en un día con una buena nevada”.
LA COMPLICIDAD DE LAS EMPRESAS
CON LOS “SIN PAPELES”
La complicidad de los clientes de las empresas informales la comparten empresas formales que dependen de la mano de obra indocumentada. The California Landscape Contractors Association (CLCA), que agrupa a 2 mil contratistas autorizados, se queja de falta de mano de obra, lo que podría solucionarse legalizando a los indocumentados, lo que también les garantizaría a los trabajadores un mínimo de 15-20 dólares por hora más beneficios.
La CLCA es una decidida abanderada de una reforma migratoria que incluya una amnistía general. Sus argumentos tienen peso: “La industria de la jardinería descansa enormemente sobre la mano de obra de los inmigrantes. La jardinería es un trabajo físicamente exigente. Es realizado en clima caliente, helado y a veces lluvioso. Algunos trabajos de jardinería son estacionales. A los nativos estadounidenses no les atraen esos trabajos. Debido a que la jardinería implica trabajo manual en exteriores, es hasta cierto punto un trabajo para jóvenes y Estados Unidos tiene una fuerza laboral que envejece. La jardinería es también una industria en crecimiento y necesita más trabajadores. Los inmigrantes, que tienden a ser jóvenes, satisfacen la necesidad de la industria de la jardinería”.
La CLCA aclara así su posición de desobediencia: seguirá contratando indocumentados, no renuncia a la legalidad, pero sólo admite la aplicación “razonable” de la ley si se alcanza el cambio, por el que, aunque no lo confiese, lucha día a día con sus masivas contrataciones de indocumentados.
Si una industria que experimenta una escasez de trabajadores está amenazada de perder casi la cuarta parte de su mano de obra, tiene un fuerte estímulo para desobedecer y dar a conocer su posición.
Los contratistas están actuando como voceros de los inmigrantes. Y aunque la coincidencia de sus intereses sea sólo parcial, hay coincidencia, y complicidad en el apoyo a la desobediencia de los indocumentados de los empresarios de landscaping. Uno de ellos lamenta el efecto negativo de las deportaciones sobre su empresa: “Perdí a un hombre clave, a una piedra angular que no podrá regresar al país”. Su argumento para desobedecer no está basado en la justicia o en la integridad. Se basa en el reconocimiento de un trabajador calificado que no podrá reformar.
ELADIO IXCOTEYAC,
EL SASTRE DE BEVERLY HILLS
La población de origen guatemalteco en el condado de Los Ángeles va en acelerado aumento. En el año 2000 eran 100,341. En 2010 ya eran 214,939. Y en 2013 llegaron a 261,603.
Entre los nacidos en Guatemala, el 35.5% llegó en el año 2000 o más tarde y el 64.5% antes. El 17.4% son cuentapropistas. Sólo en la ciudad de Los Ángeles hay 121,255 inmigrantes guatemaltecos, el 21.3% son cuentrapropistas. Uno de ellos es Eladio Ixcoteyac, de 35 años, sastre de oficio y miembro de una familia de sastres, oriundo de San Antonio de Sija, Totonicapán.
Eladio llegó a Los Ángeles en 1995 cuando tenía 15 años. Pagó mil dólares al coyote que lo hizo entrar por Nogales, después de atravesar durante tres días el desierto de Arizona. “Después tomé un avión de Arizona a Los Ángeles. Entonces era fácil, no como ahora, después de los ataques del 9/11”.
Eladio tiene cuatro hijos: una en Guatemala y tres nacidos y crecidos en Los Ángeles. Reúne tres precariedades: informal, cuentapropista e indocumentado. Es uno de los sastres indocumentados que en 2012 representaron el 20% de toda la fuerza laboral en la manufactura del vestuario, otra industria que no puede prescindir de los indocumentados so pena de perecer, dependencia que no sólo la tiene esa industria, sino toda la boyante economía informal de Los Ángeles, que en 2005 absorbía al 15% de la fuerza laboral, compuesta por un 60% de indocumentados.
LA SEGUNDA INDUSTRIA
MÁS IMPORTANTE DE LOS ÁNGELES
La industria del vestuario ha crecido rápidamente en Los Ángeles. Lamentablemente, la mayoría de datos proviene del sector formal. En 1944 había 900 manufacturas de ropa en la ciudad, empleando a 28 mil personas. En 1975 ya eran 2,269 talleres con 66 mil empleadas, una mayoría mujeres e hispanas. En 1984 el sector generó 81,400 empleos.
En los años 90 se calculó un total de 94,634 trabajadores formales e informales en esta industria. El 47% eran inmigrantes indocumentados. En 2011 las 30 mayores industrias contrataron a 45,540 empleados y la manufactura del vestuario se convirtió en la segunda industria más competitiva en el condado de Los Ángeles.
Se trata de una industria importante, que nutre tanto el consumo masivo como el distinguido. Hay inmigrantes en la economía formal y en la informal. Los hay en la industria del vestuario masivo y en la del vestuario elitista. Confeccionan para las masas que ellos mismos ensanchan y también para la opulenta clientela de una ciudad siempre sometida a nuevas oleadas de riqueza y de millonarios.
No encontré correlación entre formalidad y lujo ni entre informalidad y sectores populares. Existen todas las combinaciones: las pequeñas fábricas del centro de Los Ángeles abastecen a las ventas formales y a las informales. Y la informalidad de Eladio Ixcoteyac no le veda el acceso al mercado de alto coturno.
EN EL TALLER DE ELADIO,
EL SACO DE SYLVESTER STALLONE
Una mañana Eladio me invitó a su taller. Por esa fuerza de la imaginación que anticipa escenarios pensé en un humilde cuchitril al fondo de un angosto pasillo, con ventilación insuficiente y una luz mortecina.
Eladio pasó a recogerme en una enorme camioneta que está a su nombre, aunque su licencia de conducir es de Guatemala y puede perder el vehículo si la policía lo detiene. Ya perdió por eso tres camionetas en los 19 años que lleva viviendo en Los Ángeles, lo que no es un mal récord. Una de las ve¬ces intentó escapar y para su sorpresa la policía lo ubicó mediante un helicóptero.
Después de invitarme a desayunar, enfilamos hacia su taller: dos cuartos en un segundo piso con una vista espléndida a la calle más turística de Beverly Hills. Conversamos mientras reajustaba un saco a una velocidad impresionante. Desguazó el saco y le dio otras dimensiones haciendo ligeras incisiones con una cuchilla de afeitar y reubicando las costuras y unos cojincillos que forman parte de las entrañas de las mangas. Colocó el saco en una percha, lo cubrió con una funda, se vistió con exquisita formalidad y bajamos a dejar la pren¬da en una tienda de Burberry a sólo 150 metros del taller. El personal recibió a Eladio con la deferencia reservada a un viejo conocido, a un experto. Mientras Eladio entregaba el saco, me entretuve mirando las bufandas de 450 dólares que nunca compraré.
Lo que acababa de entregar era un saco de Sylvester Stallone, el actor de Hollywood que tiene una de las más grandes mansiones en Beverly Hills. El negocio había sido éste: Stallone llegó al taller de Eladio con un saco que compró en Italia, que no le tallaba como anillo al dedo.
Ahí interviene Eladio. Cada vez que lo necesitan, Eladio acude y toma las medidas. Algunas veces va a las casas de los clientes: “He estado en la casa de William Barron Hilton, el de los hoteles, en la de Orlando Bloom, en la de Aaron Paul, en la de productores de cine y en la del protagonista de una película donde le sacan los ojos y el corazón a los niños en la India. Ellos no me encargan trajes a mí, los compran en Italia, donde están los mejores sastres. A mí me encargan puras alteraciones. Ellos llaman a las grandes marcas, que son las que me llaman a mí. Aprecian el trabajo bien hecho. Y saben que es más difícil reparar un traje que hacer uno nuevo”. Eladio es el sastre comodín de varias empresas. Le pagan muy bien y ellas cobran mejor.
“EN UN DÍA MUY MALO,
LO MENOS QUE GANO SON 80 DÓLARES”
La situación de Eladio Ixcoteyac no es excepcional. No es el único proveedor en esa industria de lujosos bienes y servicios. Y el vestuario no es la única industria que demanda productores especializados como Eladio.
Sassen observa que la oleada de yuppies a las ciudades ha generado una demanda de bienes y servicios que la producción en masa no les provee. Un ejemplo del efecto de esa demanda son los mercaditos de lujo a los que acuden clientes insatisfechos con la venta estandarizada de los supermercados. En ese consumo con que las élites dibujan la frontera que las separa del consumidor promedio, que también incluye el vestuario, el calzado, la cocina “étnica” y otros servicios, se insertan los inmigrantes indocumentados.
Es un segmento cada vez más amplio, que busca en un consumo personalizado al extremo lo que los distinga no sólo como grupo, sino como individuos: buscan ropas que calcen con su personalidad. Por eso Burberry y otras firmas de lujo con¬tratan a Eladio, cuyos arreglos personalizan la ropa hasta que les talle a los famosos como anillo al dedo.
Por eso la paga es jugosa, en marcado contraste con lo que ganaba en Guatemala: “Lo que ganamos en un día en Guatemala, lo ganamos en una hora aquí. En un día muy malo, lo menos que ganamos son 80 dólares. Por eso nos vinimos. Si un abogado y un campesino tienen que decidir dónde vivir, el abogado no quiere dejar su puesto. Pero el campesino sí. No tiene nada que perder. Porque allá sólo está ganando el plato de comida. No puede mantener otras dos bocas. Y si las mantiene, los tres se están desnutriendo. Viene aquí y empieza a ganar más que el abogado. Lo de trabajar duro no nos cuesta. Somos gente acostumbrada al trabajo duro y muy trabajadora. Aquí siempre ganamos, y allá trabajamos mucho sin salario halando agua, cortando leña… Y todo eso es tiempo y no se cuenta. Sólo por no tener todo ese trabajo no remunerado ya ganamos”.
UN TRABAJO QUE LO DISTINGUE
Y QUE OFRECE DISTINCIÓN
Eladio es consciente de que al venir a Los Ángeles dio un salto cuantitativo (de un salario deprimido a uno más elevado) y un salto cualitativo (del trabajo no remunerado al trabajo pagado). También dio otro salto cualitativo: del trabajo abstracto a un trabajo donde la obra y el artesano son visibles y tenidos en alta estima.
El carácter personalizado de su trabajo tiene unas implicaciones que nos remiten a la crítica marxista del sistema capitalista. Marx denunció que el trabajo era “abstraído de los productores”, una idea que tomó de William Thompson, economista y reformador social irlandés. La producción personalizada de Eladio rompe con lo que Thompson entendió -y Marx cita- como “lo anualmente producido y consumido por las masas, como las eternas e incalculables olas de un río poderoso, que ruedan y se pierden en el océano olvidado del consumo”.
La personalización no permite la “total abstracción del valor de uso” que caracteriza el acto de intercambio de mercancías. Marx agrega que “si hacemos abstracción de su valor de uso, hacemos abstracción al mismo tiempo de los elementos materiales y formas que confieren a ese producto un valor de uso; ya no vemos más una mesa, una casa, un hilo o cualquier otra cosa útil. Su existencia como cosa material cae fuera de la vista. Tampoco puede ser nunca más visto como el producto de la labor de un carpintero, un albañil, un tejedor o cualquier otra clase específica de trabajo”.
A menudo, Eladio permanece en las sombras, pero muchas veces -y cada vez con más frecuencia- no sólo son visibles sus arreglos, sino él mismo, que a través de esos contactos di¬rectos va cosechando más clientes: “Ya tengo mi propia clientela. Le hago la ropa al boxeador mexicano Canelo Álvarez y a Ryan Seacrest, el presentador de American Idol. Tengo clientes que vienen de Europa, de España, Italia y Suiza. Muchos son escritores y actores”. Eladio puede presentar su trabajo como propio y hacerse de una clientela propia.
André Gorz sostiene que las ventajas del cuentapropismo están reservadas a la que Rifkin llama “la élite de los trabajadores del conocimiento”: consultores, abogados mercantiles y expertos en computadoras o a otros trabajos de alto nivel que representan menos del 1% de la fuerza de trabajo. Para el resto, a no ser que estén muy organizados, “la era del post-trabajo significa que las compañías son libres de pescarte en una bien abastecida piscina de proveedores de servicios de todo tipo que ofrecen los mejores servicios a los precios más bajos”.
No es así. Reynaldo y, aún más, Eladio, consiguen situarse muy bien en el autoempleo, Reynaldo en un estrato de clase media y Eladio con las élites de altos ingresos y con un trabajo que lo distingue a él y que ofrece distinción.
“AQUÍ LE DAN SU LUGAR A UNO,
AQUÍ ME HE HECHO DE UN NOMBRE”
Eladio Ixoteyac me reiteró en varias ocasiones una queja que revela la importancia de que el trabajo lo distinga: “A todos, los americanos nos dicen mexican peoplewelfare, de la ayuda social. No es cierto. Los que vienen quieren trabajar y ni siquiera saben cuáles son sus derechos. Sólo los que hablan inglés y tienen mucho tiempo aquí pueden solicitar ayuda del Estado. Pero nos juzgan. En Beverly Hills hay discriminación, pero no es tan fuerte. Lo único que quieren ellos es que uno sea aseado y tenga respeto. Le dan su lugar a uno. Y aquí me he hecho de un nombre”.
Las ventajas que las grandes empresas obtienen de la informalidad y de la subcontratación han sido consignadas -con profusión y acierto- por Gorz y Rifkin, entre muchos otros. Esto no significa que del lado de la mano de obra sólo se a¬cumulen desventajas. Al principio Eladio prefería un empleo formal que le diera estabilidad e ingresos regulares. Ahí fue donde dio sus primeros pasos cuando era un recién llegado a Los Ángeles. Trabajó en una gran cadena de vestuario y a¬sis¬tía a pasarelas donde “no había ninguna latina, sólo modelos blancas y costureros blancos y alguna vez los de seguridad me dijeron ‘Disculpe la pregunta, ¿qué hace aquí?’”.
MEJOR, SIN DOCUMENTOS
Después, Eladio decidió construir su futuro con los materiales que la historia puso a su disposición. Ha rechazado ofertas en el sector formal. En su condición de indocumentado, “casarse” con una de esas grandes empresas sería una operación muy complicada porque los peces gordos huyen como de la peste de aparecer como contratistas de indocumentados. Sería la peor publicidad en un contexto hipócrita donde muchos fingen que el rey no está desnudo.
Sin embargo, no sería una operación imposible: Burberry podría pedirle a Eladio un número de seguro social y fingir que desconoce que es un número “chueco”. Eso dejaría a Eladio en una posición mucho peor que la que tiene hoy: con más peligro y menos ingresos. Además del riesgo de ser pescado cometiendo una “felonía” -frente a la que la indocumentación es un pecado venial-, Eladio tendría que ver reducidos sus ingresos netos, porque ya no podría trabajar para otras empresas y porque su empleador calcularía los costos para incluir sus prestaciones sociales.
Para más inri, jamás podría hacer uso de sus cotizaciones a la seguridad social, que sería dinero perdido -para Eladio, aunque no para los fondos públicos-, que sólo estaría engrosando el creciente fondo del acumulado por errores (cotizaciones a números que no existen o que no concuerdan con el número de identificador fiscal). Así que la solución mutuamente conveniente es la desobediencia por ambas partes, una complicidad en redoblar la irregularidad migratoria con una irregularidad laboral.
Así que Eladio sigue vistiendo a los reyezuelos de Hollywood que no saben -o hacen como si no supieran- que su distinguido sastre está desnudo de documentos.
“LOS QUE MALTRATAN
SON LOS CHINOS Y LOS COREANOS”
Como muchos otros guatemaltecos, Benjamín Lux llegó a Los Ángeles a trabajar en las fábricas de ropa. Ahora es socio de su hermano, pequeño propietario de un taller e inversionista en espectáculos deportivos. Conoce los tres mundos: Guatemala, las fábricas de Los Ángeles y la autonomía del autoempleo.
Benjamín es un abanderado de la informalidad y del cuentapropismo. Sus razones tiene y las expone: “Allá en Guatemala desde pequeños nos hicieron creer que como somos indios somos inútiles y no servimos para nada. Yo estudiaba en un lugar que se llamaba San Carlos. Los que viven ahí tienen raíces europeas, españolas. Son altos, güeros. Mi papá me decía: ‘Allá te van a maltratar, vas a sufrir. Mejor quédate acá.’ Pero fui. Y sí, todo el tiempo me trataban de indio. Lo hacían para humillarme. Por eso muchos quichés dicen de su lengua: ‘Yo no hablo ese dialecto, yo ni sé qué es eso.’ Pero en cuanto hablan se les nota el acento. Aquí en Estados Unidos sí existe el racismo, pero no tanto como en otros países. Si comparamos a Estados Unidos con Europa, hay más racismo en Europa. Yo me doy cuenta: si trabajas con un gringo, te paga mejor, te da buen sueldo, te trata bien. Aquí los que maltratan a la gente son los asiáticos, los chinos o los coreanos. Explotan a la gente”.
“Si hablamos de la industria de la costura ahí está la mayoría del guatemalteco indígena. De cada diez indígenas, ocho están en costura, también muchos mexicanos. Ahí vamos todos al llegar. Son trabajos mal pagados. Pagan centavos por piezas. Para que puedas sacar 80-90 dólares al día tienes que hacer 3 mil piezas. Es bien matado. Y si denunciamos eso a la Labor Comission, cierran la fábrica y nos quedamos sin trabajo o perdemos varios días de trabajo. Pero es mejor trabajo que otros. El costurero gana más que el que trabaja en un McDonald. Y el sastre gana más si es independiente. El costurero trabaja por cantidad. Uno se encarga de la bastilla, otro de pegar cuellos, otro de pegar botones… El sastre sabe hacer de todo y su trabajo es mejor pagado. Porque un sastre, cuando le va mal, gana 180, 200, 250 dólares al día, más que si es un obrero. Y si es el dueño, como Eladio, gana mucho más”.
EMPRESARIOS QUICHÉS
EN LA COSTURA Y EN EL FÚTBOL
Benjamín y su hermano han sabido abrirse paso con empresas informales pero sólidas: “Mi hermano tiene un taller en Hollywood con cinco trabajadores. Él no tiene papeles, pero tiene su número con el que paga impuestos y seguro social.
También tiene dos tiendas de deportes, ocho canchas y una liga de fútbol con cuatro divisiones registrada a su nombre: mayor, súper mayor, premier y profesional. En cada división hay como 40 equipos.
Tiene más de 100 equipos y en cada equipo 20-25 jugadores. Cada jugador tiene que pagar como 15 dólares. Por eso en cada partido se hacen 300 dólares. Y cada partido dura una hora y media. El primer partido empieza a las 6 de la mañana y el último a las 9 de la noche. Son varios partidos al día en cada una de las ocho canchas. Le entra mucho dinero. Él paga el mantenimiento de las canchas y el alquiler. Si los equipos no llegan, hay multas. Si le sacan la tarjeta roja a un jugador, el dueño del equipo puede pagar 40 dólares para que le permitan jugar en el siguiente partido”.
El éxito de este tipo de ligas se debe a que el fútbol es parte esencial de lo que significa ser latino en Estados Unidos. Las ligas de Los Ángeles han dado frutos tan notorios como el salvadoreño Mauricio Cienfuegos, que ahora juega para Los Ángeles Galaxi. Para valorar mejor las dimensiones de una liga con más de 100 equipos y 4 mil jugadores, como la que maneja el hermano de Benjamín, consideremos que la Liga Hispana de Seattle, con sus 36 equipos y 600 jugadores -algunos son nicaragüenses- es digna de mención.
Cuando salieron de Guatemala, lo más lejos que Benjamín y su hermano habían llegado era a Totonicapán, la cabecera de ese departamento. Ahora son propietarios de talleres, canchas y ligas en la cosmópolis de Los Ángeles. Son empresarios en la industria del vestuario y en la de los espectáculos deportivos. A diferencia de Eladio, trabajan para las masas: sus clientes son los inmigrantes, muchos de ellos indocumentados. Pero su provisión de bienes y servicios también está relativamente personalizada. Trabajan en unas industrias donde su irregularidad migratoria no ha sido óbice para que se hagan de un nombre, aunque sí fue un aliciente para que buscaran un terreno más favorable que el trabajo asalariado para prosperar e integrarse en un mercado y una sociedad.
KELVIN, CONSTRUCTOR FORMAL
Y EN TIEMPOS LIBRES INFORMAL
Kelvin Orellana nació en Honduras y hoy vive en el estado de Maryland. Otras 20,042 personas reúnen esas dos características. Kelvin forma parte del 26% de hondureños que en Maryland se dedican a la construcción, una industria donde los indocumentados eran el 12% de la mano de obra en 2012.
La construcción es un sector que en todo el mundo se caracteriza por escapar al control estatal. Incluso en Dinamarca es el sector que está a la cabeza de la informalidad con un 48% de trabajadores que no declararon ingresos en los 12 meses previos a una encuesta de 2012.
Kelvin no tenía la más mínima experiencia en este oficio. En Honduras ordeñaba vacas y conducía el camión de una quesera en Las Mojarras, en el departamento de Santa Bárbara. Ahora trabaja para un funcionario del Metro del D.C. que posee varios apartamentos y necesita quien les dé mantenimiento. Le ha encargado reemplazar techos, remodelar interiores y renovar el sistema de climatización.
Los apartamentos son numerosos y sus inquilinos pueden requerir servicios de emergencia cualquier día de la semana y a cualquier hora: un cielo raso que se desprende, una fuga de agua, una lavadora que colapsa… Kelvin es generosamente remunerado por cada servicio. Si el dueño de los apartamentos llegara a contratar a una gran empresa formal, “se lo comen vivo”, dice Reynaldo.
Su otra fuente de contratos es una gran compañía constructora, cuyo gerente le aconsejó registrar una empresa propia. Previa asesoría, Kelvin inscribió su empresa y los gastos corrieron por cuenta de su contratista. La licencia de constructor-la muestra con visible orgullo- le permite prestar servicios a varias de las mayores empresas contratistas en el ramo.
La suya es una de las 15,900 empresas de construcción que el Bureau of Labor Statistics reportó en 2015 como inscritas en el estado de Maryland y una de las 2,382 del condado de Montgomery. Entre todas dieron empleo en enero de 2015 a 143,745 trabajadores en Maryland y a 22,643 en Montgomery, lo que me hace barruntar que la de Kelvin, empresa unipersonal, puede ser un caso típico. Kelvin a veces usa el título y a veces no lo usa: a veces trabaja como empresa formal y a veces como empresa informal. Para el funcionario del metro, Kelvin es informal.
Kelvin realiza trabajos informales en su tiempo libre. En tiempo ordinario trabaja como albañil para una empresa que le paga por hora. Cuando tenga un flujo de contratos voluminoso se quedará trabajando sólo en su empresa.
KELVIN SALE DEL ANONIMATO
Y LE RECONOCEN DERECHOS
Por el momento la empresa de Kelvin no lo mantiene ocupado todos los días laborables, pero puede hacer algo más que mantenerlo a flote financieramente: en una tarde puede ganar varios miles de dólares. Los ingresos anuales de Kelvin superan los 53,450 dólares, cantidad que en 2012 era el ingreso medio de los inspectores de construcción, una ocupación que requiere un diploma de secundaria o su equivalente. Y que está muy por encima de los 35,210 dólares que reciben los “trabajadores de mantenimiento y reparación”, el segmento que realiza el tipo de labores que le vi realizar a Kelvin y en el que trabajan en todo el país 1 millón 325 mil 100 hombres.
Como muchos otros cuentapropistas que operan en la informalidad -y también en la formalidad, según convenga- Kelvin ha salido del anonimato del trabajo abstracto y ha establecido una relación muy personalizada con el funcionario para el que trabaja, con la gran empresa que apadrinó su licencia de constructor y con otros contratistas. La confianza que recibe compensa algunas limitaciones asociadas a su condición de indocumentado. Su contratista atiende sus sugerencias y hasta le deja una tarjeta de crédito, arriesgándose a que si Kelvin lo engaña y sale del país -por pie propio o deportado- no tendrá ningún chance de entablar una demanda por abuso de confianza o algo similar.
Tanto la gran empresa como el funcionario del metro no querrían que se publicitara su relación con un indocumentado, pero todos los días apoyan su desobediencia civil en la práctica cotidiana: su derecho a trabajar, a montar una empresa, a tener ingresos decentes, a sentirse incluido. Con sus contratos y el riesgo que asumen, todos los días están votando a favor de la inclusión de los indocumentados y negándole al Estado la potestad, el derecho y la capacidad de excluir a quienes ellos ya incluyeron. Han neutralizado los efectos excluyentes del principio de soberanía territorial.
Es obvio que quienes contratan a Kelvin extraen mucho provecho de la disciplina laboral de Kelvin y mayor ventaja de la constitución de su microempresa. Esta situación entraña riesgos para Kelvin, pues es muy probable que en caso de una crisis económica muy aguda no recibirá más contratos de la empresa o al menos disminuirán y serán peor remunerados.
Pero las crisis agudas no sólo afectan a los trabajadores periféricos. Pocos empleos son inmunes, ni siquiera los del sector público, como demostró el último ciclo depresivo en Estados Unidos. La última crisis relativamente leve tuvo para Kelvin y las empresitas del sector informal el efecto de asegurarles más contratos, porque las empresas se volcaron más hacia la flexibilización laboral: hacia quienes tienen una camioneta y bien desarrolladas destrezas.
EL SALTO DEL INDOCUMENTADO KELVIN
HACIA UNA FORMA DE LEGITIMIDAD
Aunque hay enormes ventajas para sus contratistas, la relación no es de suma cero y las ventajas no se miden sólo en metálico. Kelvin ha dado también un salto hacia una forma de legitimidad. Su empeño en no ser “un dejado” y el entrar a un mercado irregular después de su ingreso irregular al país, ha desatado un efecto multiplicador de influencia en actores clave cuya colaboración le es imprescindible para practicar su desobediencia civil en el día a día.
La inscripción de su empresa y los contratos que recibe le permiten a Kelvin comportarse como si fuera un miembro con plenos derechos de la sociedad en la que vive. Kelvin me mostró su licencia como quien muestra su Green card o su ID de ciudadano. Ya tiene papeles. Por eso dice: “Cuando ya tienes una van como ésta, vas adelante”.
Algo así señala Hondagneu-Sotelo de los jardineros: sus camionetas y herramientas les sirven como pasaportes. Kelvin no sólo tiene el pasaporte que es su van, también el ID de su compañía. Por eso puede decir: “Yo no tengo papeles, pero mi empresa sí los tienen”.
LA DESOBEDIENCIA CIVIL
DE LA PRÁCTICA COTIDIANA
Aunque los migrantes no causan la informalidad, sino que la toman como material para construir su futuro y hacer su historia, no es un material políticamente fortuito: informalidad e indocumentación guardan una relación similar con la burocracia estatal. La informalidad es el correlato económico de la irregularidad migratoria. Los indocumentados esquivan lo económico y la soberanía territorial y en esos dos aspectos no están siendo regulados por el Estado. Esto no significa que la mayoría de los migrantes estén en el sector in-formal, sino que el auto-empleo de la informalidad ofrece una independencia -una libertad de regulación- que casa bien con la irregularidad migratoria.
La flexibilización laboral es el material con el que los indocumentados han flexibilizado el rigor de las disposiciones migratorias. Sobre las fracturas de la regulación migratoria trabaja la desobediencia civil de la práctica cotidiana, a veces apoyada en las fracturas de la regulación económica.
De ahí resulta que el modelo legal para regular las migraciones no lleva la voz cantante en los procesos de integración. La lleva un modelo político en el cual la desobediencia civil de la práctica cotidiana y sus validaciones sociales han dado a los indocumentados un espacio donde las licencias de sus empresas, el reconocimiento de sus destrezas y calificaciones, el trabajo personalizado, sus avances financieros y sus camionetas que hacen de pasaportes los hacen más imprescindibles. Y en esa medida, menos excluibles.
SALIENDO DE “LAS SOMBRAS”
Es presumible que los casos de Reynaldo, Eladio, Benjamín y Kelvin no sean únicos, tal vez hasta ocurran masivamente. No hay que perder de vista que el 9.7% de la fuerza laboral centroamericana en Estados Unidos son más de 210 mil personas, capaces de una “invasión silenciosa” de cuentapropistas que va creciendo.
Quienes están en el sector informal hicieron del estigma un emblema: con la miseria del presente construyeron la riqueza de lo posible. Y si los indocumentados tienen el peso considerable en el sector informal que los distintos estudios les atribuyen, resultaría que el “mundo en las sombras” de la irregularidad laboral los saca de “las sombras” en que la irregularidad migratoria los sumerge, haciéndolos invisibles.
El escape del trabajo abstracto hacia el opus proprium es la oportunidad de brillar con sello personal. Paradójicamente, el mundo del cuentapropismo hace más visibles e imprescindibles a los migrantes.
En las empacadoras y ensambladoras, en los campos de fresas o incluso en los comedores donde fríen, embolsan y despachanfast food, los migrantes no son tan notorios como cuando son jardineros, fontaneros, electricistas, niñeras y afanadoras. En estos trabajos entran en contacto directo con una clientela de clase media que cada día es más consciente de que los migrantes abaratan una gran cantidad de bienes y servicios, y de que no son los trabajadores no calificados que dicen los informes y los medios de comunicación.
El cuentapropismo es visto como un desmantelamiento del potencial organizativo de los obreros de las fábricas. Y el cuentapropista, como un francotirador del proletariado. Pero también a él aplica lo que Marx estableció: “La dominación del capital ha creado para las masas una situación común, intereses comunes”. Y esa situación del cuentapropismo es -para bien y para mal- cada vez más común, como si la marea capitalista estuviera restituyendo el mundo de artesanos que desmanteló en sus orígenes.
SON 365 VICTORIAS AL AÑO
El cuentapropismo significa autonomía y la realización de un sueño de independencia que muchos inmigrantes comparten. En tanto común y masificada, esa situación va constituyendo a un actor no colectivo. En el caso de los migrantes indocumentados, ese actor no colectivo se ha construido en recíproca construcción con otro actor no colectivo: la clientela que los reconoce y les da legitimidad porque busca productos personalizados y productores y proveedores de servicios con los que tratar cara a cara.
No está claro si las acciones colectivas de este actor no colectivo serán anti-hegemónicas o simplemente laudatorias del emprendedurismo. Pero para los indocumentados, el hecho de ser incluidos neutraliza la exclusión de las políticas anti-inmigrantes. Eso es un logro mayúsculo. Son 365 victorias al año.
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