Centroamérica
La izquierda ante las viejas y las nuevas derechas
La izquierda centroamericana no sale aún de la sorpresa de constatar que las revoluciones "socialistas" por las que tanto luchó se han transformado, en los mejores de los casos,
en "revoluciones democráticas".
Equipo Envío
El siglo XXI se inició políticamente para algunos en 1991, con los vertiginosos cambios ocurridos en Europa del Este y la desintegración de la Unión Soviética. Cuando esto ocurría, en Centroamérica, como en otras partes del mundo, perduraban vestigios del siglo anterior, a la vez que habían aparecido ya señales de transformaciones en las conciencias, en los paradigmas, en las formas de lucha y hasta en una redefinición de los sujetos sociales en pugna.
El neoliberalismo de cuerpo enteroEn 1991, el neoliberalismo se fortaleció en Centroamérica a pesar de que sus resultados en cuanto al incremento en los índices de producción y de reactivación económica continúan siendo tema de debate. Perderse en ese debate es ya aceptar la definición economista del modelo neoliberal. Y no se debe perder de vista que el neoliberalismo no equivale únicamente a la introducción del elogiado mercado libre, ni tampoco es una simple imposición de la política exterior norteamericana.
Constituye más bien una propuesta global de sociedad y de cultura exigida por el sistema capitalista mundial en esta nueva etapa de su desarrollo, y una respuesta a sus propias contradicciones y a los nuevos retos, oportunidades y necesidades que se le han impuesto y abierto con el colapso del bloque socialista y con la crisis de las fuerzas socialistas en el mundo. El advenimiento y consolidación del modelo neoliberal impone ya no sólo a la izquierda, sino a la derecha y a los mismos Estados Unidos, el hacer importantes ajustes en su pensamiento y en su acción.
En Centroamérica, estamos viendo cuestionarse a fondo, y desde perspectivas inusitadas, la conveniencia o efectividad de instrumentos tradicionales de poder y de influencia como son las fuerzas armadas y los partidos políticos, instrumentos como la lucha militar y la lucha parlamentaria, el recurso a la huelga y hasta el mismo nacionalismo y el papel de Estados Unidos. Esto abre nuevos espacios repentinamente, y repentinamente pasan a ser llenados por el neoliberalismo, ante la perplejidad de actores de la izquierda y de la derecha.
El impacto de la ideología y de los programas económicos neoliberales ha despertado también una nueva e impredecible efervescencia social que no logra o no quiere o no puede ser canalizada en las estructuras y formas tradicionales de hacer oposición. La protesta y la violencia se mantienen, pero ya no la dirigen únicamente los partidos, las guerrillas o los sindicatos. Se ponen también de manifiesto en proporciones sin precedente en todas las formas de la delincuencia y de la descomposición social.
En este río revuelto la ganancia parece ser de los pescadores neoliberales. Mediante sus tentáculos educativos, propagandísticos y culturales, el neoliberalismo logró en 1991 evitar en Centroamérica los "estallidos sociales" que de manera volcánica parecían inminentes y capaces de cambiar el panorama político como cuadros pre-insurreccionales. Este proceso de erupción de la protesta social también sufre de desgaste y se ha vuelto más neutralizable o se ha ido transformando, en el peor de los casos, en un instrumento que apunta contra los viejos esquemas y estructuras de la izquierda, atribuyéndosele a ésta y a otras fuerzas "polarizantes" de la sociedad la responsabilidad de la crisis.
En la nueva batalla por la conciencia de la gente, la nueva derecha capitalista lleva la ventaja a pesar de la crisis, o precisamente a raíz de la crisis en la que se desgastaron las viejas derechas e izquierdas que lucharon, al igual que Estados Unidos, dentro del marco de los viejos paradigmas de la Guerra Fría. Los viejos capitalistas y los viejos socialistas que batallaron con sus instrumentos tradicionales de lucha -ejércitos de derecha y partidos verticales de izquierda- están desgastados.
Vieja y Nueva DerechaLas derechas primitivas en toda la región -especialmente en Panamá, El Salvador, Guatemala y Nicaragua-, vinculadas con los viejos regímenes dictatoriales están siendo desplazadas histórica y políticamente, al punto de convertirse en oposiciones formales e informales a las nuevas élites gobernantes. El mismo modelo neoliberal tiende a imponer nuevas pautas de conducta sobre el Estado, que no les permiten a estos grupos convertirlo en simple prebenda para sus intereses y fuente exclusiva para su enriquecimiento e influencia. Los militares y los grupos con los que tienen nexos políticos y económicos están siendo reducidos o al menos cuestionados en su influencia social.
Prueba de ello son las negociaciones y los procesos de concertación social practicados y defendidos como necesarios por las nuevas derechas. Tampoco han podido evitar éstas el hacer ajustes que, en última instancia, buscan lograr por la vía política lo que la vieja derecha no puso por la vía militar.
La nueva derecha procura sacar beneficios de la negociación, mientras que las demandas planteadas en la negociación por la izquierda en armas o por la izquierda cívica están enfocadas sobre los privilegios, regímenes agrarios y prácticas sanguinarias de las viejas y extremas derechas. Por esto, las ganancias de las izquierdas en las negociaciones son también ganancias de las derechas neoliberales, pues recortan el espacio político de la extrema derecha, que hoy pretende ser llenado por el neoliberalismo. Más significativo aún: el esquema neoliberal no está en discusión en ninguna negociación o ninguna concertación de ningún país, lo que viene a indicar el grado de afianzamiento de ese modelo y el reflejo histórico que sufre la izquierda, arrastrada hoy en su expresión partidaria y en las etapas post-negociación, a construirse en co-responsable de la estabilidad neoliberal.
En el nuevo modelo, el Estado debe ser instrumento y patrimonio democrático de la gran empresa privada en su conjunto, dentro de ciertas normas fiscales y también políticas que son controladas por la AID y la banca multilateral. El desplazamiento de los antiguos grupos y concepciones tiene distintos ritmos en los distintos países, disputándose aún la vieja derecha cuotas de poder en Panamá o asumiendo los nuevos tecnócratas nicaragüenses las prácticas de nepotismo de antaño. En cualquiera de los casos, el poder de la derecha neoliberal no se puede medir por su mayor o menor necesidad de negociar o concertar con la izquierda o por la falta de coherencia que existe entre poderes legislativos, ejecutivos o militares. Nada de esto se traduce en una "crisis" del régimen porque las formas de control son ahora más indirectas y más eficaces para asegurar su hegemonía.
Han surgido en Centroamérica nuevas agrupaciones de tecnócratas-políticos, y hasta gobiernos como el de Nicaragua, que tienen nuevas cuotas de poder y de maniobra frente a los militares y a los viejos políticos y también frente a las debilitadas izquierdas. Esta nueva derecha pregona nuevos entendidos no sólo con la guerrilla mediante la negociación (El Salvador, Guatemala), sino también con las fuerzas políticas y sindicales de izquierda mediante esquemas de Concertación o Pacto Social (Nicaragua, Honduras, Costa Rica, Panamá), en los que pretenden conjugar, amigable y negociadamente, los intereses de las empresas privadas y de los trabajadores jugando en ellos el gobierno el papel de mediador con una flexibilidad que logra atraer a los sectores vacilantes hacia sus posiciones de "centro" y que es a veces superior a la de la misma izquierda. Es un hecho que los gobiernos neoliberales requieren del consenso de una izquierda subordinada para consolidar su modelo y para mejorar su presentación ante el capital extranjero.
El modelo neoliberal, muy influido por el del actual régimen mexicano, relega teóricamente al Estado al papel de "facilitador". La realidad es que el Estado continúa siendo un instrumento fundamental de poder y de enriquecimiento ahora en las manos de a gran empresa privada. En este contexto, la privatización del Estado no es otra cosa que conceder a la empresa privada y al gran capital nacional y extranjero todas las facilidades que requiere para operar, a la vez que se alega la necesidad ideológica y presupuestaria de prescindir de la función reguladora del Estado y por tanto, la imposibilidad de sostener los programas sociales.
No es nada despreciable el poder del nuevo contrincante derechista, particularmente en momentos en que la izquierda latinoamericana se autodescalifica políticamente frente a los acontecimientos de Europa y la URSS. La propaganda neoliberal no cesa de vincular a las izquierdas con posiciones confrontativas y militaristas a las puertas de contiendas electorales en las que la derecha empresarial se proclama como parte de las nuevas corrientes democráticas del mundo que procuran dejar atrás los "extremismos" del pasado.
En representación de estas corrientes, las élites gobernantes centroamericanas no se cansan de repetir que Estados Unidos ha cambiado y que Centroamérica se desarrollará formando parte de un área de libre comercio con América del Norte. Con un discurso centrista, conciliador y hasta populista en ocasiones, prometen la estabilidad y el desarrollo y su sello pacifista lo expresan en el recorte de presupuestos militares. Recurren con gran eficacia a los medios de comunicación cultivando a través de ellos la imagen del bienestar, la paz y la modernización cultivando a través de ellos la imagen del bienestar, la paz y la modernización profetizado avalanchas de nuevas inversiones privadas cuando el país pueda garantizar estabilidad y leyes confiables. Para el momento de la contienda electoral con la izquierda contarán con toda la asesoría y el apoyo organizativo de las fundaciones "democráticas" y privadas norteamericanas subvencionadas por el gobierno norteamericano.
Los viejos ejércitos cada vez más cuestionadosLos neoliberales y sus antecesores, las viejas derechas, coinciden con los sectores democráticos al insistir públicamente en la subordinación de los militares a la sociedad civil. En este coro de voces también está la de Estados Unidos. Todos pregonan la necesidad de desmilitarizar los conflictos sociales y llevar las contiendas al terreno de la lucha político-electoral, pasando por una etapa previa de negociaciones, y otra etapa posterior de concertación o pacto social. Se defiende unánimemente la noción de la primacía de la sociedad civil sobre los aparatos políticos, ideológicos o de seguridad que la oprimían.
En Nicaragua, El Salvador y Guatemala, y también en Costa Rica, Honduras y Panamá, los ejércitos están en un dilema, aunque importantes sectores de los mismos -como sucede en el ejército nicaragüense- ya están convencidos de las bondades del modelo neoliberal, o al menos de la futilidad de luchar contra el mismo.
Del gran vecino del Norte se comienza a escuchar el mismo mensaje, el que cobra todavía más peso a partir de la firma de los acuerdos en El Salvador y del papel clave desarrollado por el gobierno norteamericano para obligar a los sectores salvadoreños más reaccionarios a firmarlos. Estados Unidos se propone continuar asegurando su hegemonía en Centroamérica apropiándose de los nuevos mecanismos y los nuevos discursos y desechando los viejos, que le fueron útiles en el momento en que se disputaba militarmente el poder.
Al FMLN, como al FSLN, se les quiso extirpar de la sociedad durante la década pasada. Estados Unidos no lo logró a pesar la inversión de miles de millones de dólares, de la intervención directa, del financiamiento de ejércitos represivos y de fuerzas contrarrevolucionarias y de la muerte violenta de unos 200 mil jóvenes centroamericanos. Hoy los Estados Unidos pretende distanciarse del ejército salvadoreño, como lo hizo de los contras nicaragüenses y, desde hace un tiempo, del ejército de Guatemala, por no mencionar al ejército de Noriega. También se han incrementado las tensiones con el aparato militar de Honduras, hasta hace poco el gran mimado del Pentágono en función de la guerra sucia contra Nicaragua.
Existen varias razones para tomar esta distancia. Los militares de estos países están involucrados en el narcotráfico y en el asesinato de civiles, incluyendo norteamericanos y existen presiones internas en Estados Unidos para reducir el presupuesto de defensa ante el colapso del comunismo europeo. La salida del gobierno de los sandinistas y ahora la firma del acuerdo de paz en El Salvador reducen la necesidad de mantener intacto los viejos nexos con los militares de Centroamérica.
Pero todos estos factores no bastan para explicar una variación en la relación histórica con los ejércitos dependientes, y también con aparatos más independientes, como es el ejército nicaragüense, porque el planteamiento económico y político de los neoliberales no hace mayores distensiones entre los ejércitos. En lo económico, los planes de ajuste -como lo indican los documentos de la AID- exigen la reducción de los presupuestos militares precisamente cuando Estados Unidos reduce sus subsidios directos a los militares y los indirectos a nuestras economías en general.
Ese imperativo económico presupuestario es una espada que tiene doble filo. Por un lado, perjudica a los sectores políticos de la derecha a los sectores políticos de la derecha tradicional, subordinados a los militares por razones económicas y de ambición política durante tantos años en los que el visto bueno de las Fuerzas Armadas era condición indispensable si se quería llegar a ser Presidente o Ministro. Por otro lado, la disminución del peso geopolítico, económico y estratégico de los militares es capitalizable no precisamente por la izquierda sino por la nueva derecha, la nueva apadrinada de los Estados Unidos. Los neoliberales se pueden dar el lujo de abrir negociaciones y firmar acuerdos con las guerrillas, plantear ellos la reducción de los ejércitos y hacer todo eso en nombre del neoliberalismo, de la sociedad civil y de la necesidad de "despolarizar" el país.
Pero, como le sucedía a la vieja derecha y a la anterior versión del capitalismo, el modelo neoliberal no puede prescindir de un poder coercitivo que resguarde los intereses comunes de los empresarios y de los Estados Unidos. Lo que sucede es que este aparato coercitivo ya no puede ser el mismo. No lo permitiría la izquierda, sería incompatible con la modernización del esquema político y daría pie a una militarización de la empresa privada, que en determinados momentos y en cada país centroamericano -a excepción de Nicaragua-, se ha visto ahogada por la competencia desleal de las empresas militares.
Las nuevas Policías ¿para reprimir a la sociedad hambrienta y desempleada?Comienzan así a aparecer en el escenario las Nuevas Policías: son los indispensables instrumentos de coerción adecuados a los nuevos tiempos. Nuevas policías que no van a disputarle el poder político o económico a los empresarios gobernantes, como tampoco les van a imponer modelos contrainsurgentes o de seguridad nacional. Nuevas policías que no desafiarán la hegemonía de la sociedad civil empresarial y neoliberal, aunque en el fondo tendrán que entrar en contradicción con la sociedad civil popular, hambrienta y desempleada.
Nuevas policías, promovidas por Estados Unidos para combatir todas las amenazas a la estabilidad neoliberal y en particular el narcotráfico. Nuevas policías -como dijo el Secretario de Estado James Baker en Managua el 17 de enero- "no partidarias, independientes y profesionales", que garanticen la estabilidad y la seguridad que exigen los inversionistas y la banca internacional. Nuevas policías que mantengan estrechos lazos de coordinación en materia de inteligencia, comunicaciones y espionaje a nivel regional y con Estados Unidos, desde el renovado Comando Sur en Panamá.
Este nuevo modelo contrainsurgente neoliberal no está totalmente implantado. Tampoco está exento de contradicciones y de los ajustes que se le hacen en cada país según sus condiciones específicas. Sin embargo, llama la atención la congruencia en los discursos de las Embajadas estadounidenses de cada país: a la vez que formulan críticas veladas o abiertas a los ejércitos e insisten en su reducción, los funcionarios norteamericanos se declaran a favor del fortalecimiento orgánico, tecnológico y de personal para las unidades especiales de policía, ofreciendo para ellas cursos de capacitación especializados. Con el apoyo de Estados Unidos, los aparatos de seguridad de otros países -principalmente España y Venezuela- están incrementando su participación en el proceso de "modernización" de los nuevos cuerpos de seguridad centroamericanos.
Bajo el manto de la lucha contra las drogasEn Nicaragua, Guatemala, El Salvador y Panamá está claro que la política norteamericana privilegia la transformación de cuerpos especiales, a los que asignaría tareas de inteligencia bajo el manto de la guerra contra las drogas. A diferencia de algunos países andinos, donde Estados Unidos ha tenido que recurrir nuevamente a los ejércitos para librar las batallas anti-subversivas, en nuestros países la tendencia es a restarle atribuciones al aparato militar tradicional. Y en contraste con las "nuevas democracias" del Cono Sur, donde las fuerzas populares y civiles no tuvieron la fuerza suficiente para reducir en términos efectivos el poder de los militares, produciéndose solamente un cambio de administradores, en varios países de Centroamérica la resistencia popular logró incidir en la correlación de fuerzas, lo que no pudo ser desconocido por Estados Unidos.
En el caso de Nicaragua la lógica es clarísima: se busca encontrar en la Policía un contrapeso político e ideológico al Ejército Popular Sandinista. El reto es similar en El Salvador, donde está planteada la integración de combatientes del FMLN a la nueva Policía Nacional Civil, desde la que Estados Unidos indudablemente, y bajo el escudo de apoyo a los acuerdos, buscará subordinar al nuevo cuerpo -con todo y presencia del FMLN, con el que tiene sólo una coincidencia momentánea- para con él restar influencia política al Ejército. Así, el nuevo modelo político tendrá para ellos mayor aceptabilidad social y la "neutralidad" del cuerpo policial estará asegurada.
Si efectivamente se llegara a asegurar una plena neutralidad política de las fuerzas coercitivas, estaríamos en presencia de una verdadera revolución pluralista en la que la fuerza de la mayoría es la predominante en la sociedad, sin que ello signifique la represión de las minorías. Pero esta "revolución" no cabe en el marco del neoliberalismo, un esquema económico donde "sobran las mayorías", un esquema que es intrínsecamente anti-democrático y que por esto requiere de la coerción y la represión para mantenerse a flote, no sólo contra las demostraciones cívicas o las insurgencias armadas, sino también ante las "nuevas delincuencias sociales" -incluyendo el narcotráfico-, que ofrecen a sectores empobrecidos y manipulables la organización, el ascenso social y la sobrevivencia que se les niega en el esquema neoliberal.
Estados Unidos ante las nuevas IzquierdasLa transición de la lucha armada a la lucha política en El Salvador abre también una nueva etapa en las relaciones de Estados Unidos con la región centroamericana afectando con esto la correlación de fuerzas internas de cada país. Tanto en Nicaragua como en El Salvador, la política norteamericana -impulsada por la necesidad y también por el cálculo estratégico- busca, coincidentemente con la misma izquierda, lograr por la vía política-electoral lo que no pudo lograr por la vía militar.
Esto no quiere decir que Estados Unidos ha ya descartado totalmente la opción de recurrir a la fuerza para imponer sus intereses. Lo que ocurre es que los intereses de su seguridad han sido re-definidos y re-adecuados a los nuevos tiempos, al igual que en el Comando Sur de Panamá se ha dado una reconversión de la presencia militar norteamericana, manteniéndose las bases como parte de un sistema más amplio de intercepción de comunicaciones y de transporte que abarca todo el Caribe y que supuestamente está destinado a luchar contra el narcotráfico. Hoy los aparatos policiales de seguridad centroamericanos acuden a Panamá para su adiestramiento, de la misma manera que hace 30 años los viejos ejércitos enviaban allí a sus oficiales para prepararlos en las luchas contrainsurgentes de la época.
Ahora es la DEA quien le disputa el control al Pentágono y a la CIA, montando sus propias redes de inteligencia y de penetración de los gobiernos y hasta creando sus propias unidades especiales en los diversos países, agudizando de esta manera la pugna interna que existe en varios países de la región por el control de los aparatos de seguridad. Esto a la par que produce fricciones, despierta el nacionalismo que queda en los propios gobiernos neoliberales. El descaro con que la DEA y sus agencias locales operan en la región, obviando procedimientos judiciales elementales, es humillante y está creando nuevas contradicciones.
A partir de la proclamada desmilitarización de los conflictos, la lógica neoliberal se convierte en la nueva base de la contrainsurgencia. Tal como había señalado privadamente el Subsecretario de Estado para América Latina, Bernard Aronson a los líderes del FMLN reunidos en Nueva York, Estados Unidos apoyó al Ejército salvadoreño sólo para que el FMLN no ganara la guerra. Esa misma lógica se practicó hacia Nicaragua, donde las relaciones estadounidenses con el Ejército Sandinista y el FSLN se mantuvieron tensas por la continuación de la guerra en El Salvador, pues Estados Unidos sospechaba de una activa colaboración de los sandinistas con el FMLN en armas. Esto trajo también una relación más estrecha de los norteamericanos con los sectores de ultraderecha en Nicaragua y hasta cierto punto en El Salvador y en Honduras, como parte de una estrategia integral y militar de contrainsurgencia a nivel regional.
Indudablemente, el fin de la guerra en El Salvador hace perder espacio a la extrema derecha y fortalece a las nuevas derechas. Queda por ver si en 1992 se materializará una nueva ofensiva política norteamericana para forzar una negociación en Guatemala, lo que reforzaría aún más las "nuevas democracias" neoliberales y las nuevas modalidades de dependencia que a mediano plazo irán surgiendo al reducirse drásticamente los subsidios económicos de Estados Unidos hacia la región, que también figuran como aberraciones dentro del marco de la ortodoxia neoliberal.
Estados Unidos confía en el debilitamiento de las izquierdasSigue siendo premisa de los norteamericanos que las izquierdas de Nicaragua, El Salvador y Guatemala se irán debilitando como las del resto de América Latina o más exactamente, como las de Europa del Este. Suponen que el FMLN no podrá dar el salto organizativo y conceptual que necesita para transformar su poderío militar en poderío político-electoral, y que si bien recibió una cuota de poder con las negociaciones, esa cuota y su propia opción revolucionaria se verán disminuidas y hasta anuladas en la contienda electoral de 1994. Suponen también que las nuevas circunstancias políticas y la presión de la nueva competencia provoquen fisuras al interior del FMLN y el abandono a largo plazo de sus opciones socialistas, asegurando así el triunfo definitivo del capitalismo y de la burguesía neoliberal: domesticar irreversiblemente a la izquierda, no eliminándola como organización, sino -lo que es peor- como opción viable que asegura una hegemonía popular en la sociedad.
Lamentablemente para las nuevas derechas, la ideología neoliberal no viene acompañada de los compromisos financieros necesarios que aseguren la consolidación del modelo a largo plazo, pues se insiste en que es el capital privado y no el estadounidense oficial el que debe asumir la responsabilidad primordial en cada país. Pero los mismos analistas financieros indican que es mínima la repatriación de los capitales centroamericanos depositados en cuentas bancarias en el exterior y tampoco se materializan las grandes inversiones extranjeras que llevarán a nuestros países al anunciado desarrollo. La banca internacional exige en pago más de lo que concede en préstamos y los Estados Unidos, a juzgar por la mínima asistencia hoy prestada a Panamá y la curva descendente en su ayuda a Nicaragua, tampoco es garantía de financiamiento del modelo. Dentro de esta lógica los compromisos asumidos con respecto a El Salvador no pasarán de medidas de muy corto plazo.
Nuevas y Viejas IzquierdasDesde hace años se viene hablando de una crisis de las estructuras políticas tradicionales. En contraste con las viejas crisis, las nuevas crisis abarcan la modalidad con la que la izquierda, fuera por medio de las armas o por medio de partidos políticos o sindicatos, determinó enfrentarse a la crisis. Ante el colapso del paradigma clásico de la izquierda y la crisis del orden capitalista dependiente, aparece ahora triunfante el modelo neoliberal, como nueva expresión de un capitalismo con capacidad de hacer los ajustes y de suministrar respuestas en el orden económico, cultural y político, ante lo que ni la vieja derecha ni la vieja izquierda ofrecen respuestas actualizadas o coherentes.
La crisis de las oposiciones de izquierda estriba en la necesidad sentida por partidos, frentes, sindicatos y gremios de redefinir su papel y los términos de sus alianzas ante sí y ante el Estado. Esta reconversión y renovación reflejan el avance del nuevo modelo pero son también oportunidades abiertas por las contradicciones que genera ese modelo.
Emergen así nuevas concepciones del quehacer político, acompañadas de nuevos tipos de liderazgos. Son consecuencia del desbordado crecimiento de la sociedad civil, que muchas veces rebasa y rechaza los cauces tradicionalmente ofrecidos por los partidos, obligando a los partidos y a los viejos organismos sindicales a entrar en procesos de renovación para acoplarse a los nuevos momentos nacionales y a los nuevos espacios, peligros y oportunidades abiertas por el proceso de negociación y por el ingreso a la oposición legal.
Careciendo muchas veces de capacitación política, electoral y jurídica, toca a los nuevos movimientos de izquierda emprender una batalla desigual, en la que luchan en ocasiones contra sí mismos al luchar contra la desconfianza en la "política" y en las vías tradicionales de la lucha política. Desconfianza que es también aglutinante y forjador de nuevas formas de organización y conciencia, pero que podría ser manipulable por cantos de sirena o por simples juegos de imágenes (candidatura de Rubén Blades en Panamá o proyectos políticos a través de sectas protestantes en toda la región), en los que se simbolizarían pero no hallarían viabilidad las esperanzas de cambio individual y colectivo.
Se inicia una etapa de lucha desde la sociedad civilA la par de los neoliberales, algunos movimientos de base y gremiales plantean la modernización de los sistemas políticos y la oposición a la continuación de las viejas "políticas', pero la realidad es que en estos tiempos cada uno entiende la "modernización" según sus propios intereses.
La etapa de la lucha desde la sociedad civil que se inicia en El Salvador, que no acaba de nacer en Guatemala, que se retrasa tanto en Honduras, que emerge en formas espontáneas en Panamá, pero que ya se vive en Nicaragua, cuenta con un futuro más prometedor que en otros países latinoamericanos donde el modelo neoliberal pudo asentarse más rápidamente. El FMLN estudia de cerca la experiencia sandinista en la oposición y el uso que ha hecho de las importantes cuotas de poder que logró tras tantos años de lucha y organización. Pero tampoco en Nicaragua hay lecciones claras, y actualmente existen tantas interpretaciones como intérpretes sandinistas. Para la mayoría de esos intérpretes, los espacios políticos de la izquierda no se están ampliando en Nicaragua, a pesar de las enormes ventajas gozadas por el FSLN en términos de unidad orgánica e influencia sobre las fuerzas armadas, características de las que no goza el FMLN.
Algunos creen que en estos tiempos de reflujo revolucionario no retroceder es avanzar, a la espera de mejores momentos históricos. Otros plantean que no avanzar es retroceder, porque el proyecto neoliberal sí está avanzando y arrollando oposiciones tradicionales ya debilitadas y atrapadas en profundas crisis de introspección.
En todo caso, existe el reconocimiento generalizado de que las antiguas concepciones, programas y formas de organización de la izquierda requieren de una revisión, aún cuando "leninistas" y "basistas" debaten formulaciones nuevas y discuten si los movimientos deben estar subordinados a los partidos o debe ser a la inversa. Las formas de organización tradicional -tanto militares como políticas- no han sido hasta ahora las más efectivas para contener el avance del modelo neoliberal y pueden llevar las de ganar los sectores que levanten las banderas de la paz y de la estabilidad con modernización política y económica.
Una sociedad cansada y desgastada por la guerraUna sociedad mayoritariamente cansada de conflictos, desgastada por una cruel represión organizada durante años y después por la guerra de baja intensidad, ha terminado asociando a las izquierdas con la guerra y la hostilidad del gobierno norteamericano y a las derechas con la explotación feudal. Para esa mayoría el discurso neoliberal puede resultar atractivo. Tan atractivo, que ya va penetrando incluso a sectores de la misma izquierda.
De esta manera, el nuevo modelo juega con sus propias víctimas y las puede convertir en cómplices indirectos para la consolidación del mismo. En la medida en que las armas van paulatinamente pesando menos como factor de poder, la acción de masas asume mayor importancia, pero el neoliberalismo y sus programas de ajuste han corroído la sociedad y han descompuesto los instrumentos y formas de expresión tradicional de los sectores pobres, como han sido los sindicatos y los partidos de izquierda.
Las fórmulas indiscriminadas de libre comercio dividen a los productores de los consumidores y a los sectores urbanos de los sectores rurales, y ponen a competir a los sectores marginados. El incremento en el desempleo por la disminución del sector público y el crecimiento del sector informal a expensas del formal debilita la acción y la representatividad de los sindicatos y de los partidos que los apoyan. Así, las viejas correas de transmisión sindicales y partidarias van dejando de cumplir con su papel representativo y ya no son el cauce de las aspiraciones mayoritarias.
A ello hay que agregar que la izquierda, a diferencia de la derecha -que cuenta con su programa neoliberal, que receta más capitalismo para componer las fallas del capitalismo- no cuenta con una propuesta propia y alternativa, diferenciada claramente tanto de las nuevas y viejas formas del capitalismo, como también de los modelos socialistas clásicos. La izquierda centroamericana no sale aún de la sorpresa de constatar que las revoluciones "socialistas" por las que tanto ha luchado, se han transformado, de hecho y en los mejores de los casos, en "revoluciones democráticas".
Los Movimientos Sociales y los Nuevos PartidosSe multiplican así las protestas sin propuestas, como también las protestas sin partido. Ni académicos ni políticos se muestran capaces de conducir adecuadamente las diversas manifestaciones de rebelión que se dan en las calles y en los campos de nuestros países. Pero el neoliberalismo contiene también las semillas de su propia destrucción, semillas que tendrán que germinar apartando el peso muerto de los viejos esquemas de pensamiento y de acción. Precisamente a partir de la naturaleza y de la pretensión global del modelo neoliberal, comienzan a manifestarse también en Centroamérica, como en el resto del Sur y también en el Norte, crecientes manifestaciones sectoriales de rebelión.
Surgen así las protestas como respuestas específicas, focalizadas e inmediatas a los impactos destructivos, también específicos y focalizados, del modelo neoliberal. Es la sociedad civil popular la que dirige y la que se hace escuchar por vez primera ante los partidos y los organismos. Y las convergencias que fueron imposibles de lograr o mantener desde una perspectiva partidaria o sindical se van forjando en la práctica, forzadas por el mismo globalizante fenómeno neoliberal. El reto actual consiste en reagrupar a los múltiples sectores disgregados por el neoliberalismo de forma que le hagan una mejor y mayor resistencia.
Con la transición de la lucha militar a la lucha política, los movimientos sociales comienzan a dar enormes pasos disputando los nuevos espacios, abiertos precisamente por la lucha militar, pero que a las organizaciones en armas como tales -con sus necesarios verticalismos- se les hace difícil llenar. Nuevos sujetos sociales, campesinos, propietarios, comerciantes, burocracias, movimientos comunales y de barrios, mujeres organizadas, ecologistas y otros grupos que por razones de esquematismos o de insuficiencias en su desarrollo socio-organizativo propio, no fueron lo suficientemente reconocidos por las izquierdas tradicionales, están ahora surgiendo y uniendo fuerzas.
A diferencia de las luchas localistas del pasado, las del presente cuentan con niveles nuevos de conciencia así como con la rica experiencia que ha significado la anterior lucha en la clandestinidad y la vinculación con los partidos, desde el poder en el caso de Nicaragua o en la vivencia de un doble poder en el caso de El Salvador. Pero si ayer esa vinculación tomaba la característica de sujeción orgánica a los imperativos de la lucha política tal como fuera interpretada ésta por los organismos políticos se abre hoy un nuevo debate sobre la naturaleza del compromiso con la instancia política superior, sea estatal o partidaria.
Las viejas concepciones izquierdistas de tutelajes han entrado en crisis a medida que se multiplican las demostraciones de autonomía de parte de los movimientos sociales, que aunque crecieron al amparo de la lucha militar, llegan hoy a niveles de adolescencia exigiendo nuevas relaciones con sus "padres". A medida que se transita a la lucha política, el protagonismo efectivo en materia de movilización y organización de base lo asumen los movimientos sociales, lo que lleva a reclamar y a hacer necesarios mayores márgenes de autonomía en materia de dirección política.
De esta manera, se ha puesto en duda la capacidad, ya no sólo de los gobiernos sino de los partidos, para dirigir y administrar la crisis generada por las políticas de ajuste y surgen paralelamente múltiples organizaciones de base, que sin obedecer muchas veces a consignas claras, logran, a pesar o a causa de ello, aglutinar a viejas y nuevas fuerzas que están siendo impactadas por esas políticas. Se plantea además que son estos mismos sectores de base, incluyendo los sindicales y comunales, los que a partir de su misma lucha, podrán ir generando las propuestas estratégicas que acompañen las protestas frente al proyecto neoliberal.
¿Buscar alternativas populares o dar la lucha dentro del marco neoliberal?El reto del neoliberalismo abarca a los sectores sindicales, cuyos recursos clásicos a la huelga y a los paros están siendo re-examinados ante el peligro de indisponer con ellos a otros sectores de la población, afectados por esas acciones, o ávidos de empleo. El neoliberalismo ha logrado poner en crisis los viejos métodos sindicales e introducir la disyuntiva entre lucha sindical, lucha popular y lucha partidaria, pues no siempre confluyen las tres nítidamente. La experiencia del sandinismo a lo largo de sus dos años en la oposición así lo muestra, y habría indicios de esto en la "dispersión democrática" que se abre con la nueva etapa de lucha política en El Salvador.
Para algunos, la discusión política se centra en si dar la lucha dentro del marco neoliberal corriendo el riesgo de legitimar sus reglas de juego al acudir a las concertaciones y a las negociaciones cupulares y parlamentarias, o en si centrarse en la búsqueda de alternativas cabales que no pretendan seguir poniendo parches a un modelo consustancialmente anti-popular sino que apunten a un futuro no capitalista. Los movimientos sociales responden que debe darse la lucha en los dos terrenos y que debe nuevamente la izquierda aprender a maniobrar tácticamente en un campo desconocido, sin perder su objetivo estratégico. En los nuevos marcos políticos en los que las elecciones son fuente de legitimidad y de poder, ningún sector popular puede menospreciar la necesidad de las alianzas y la búsqueda de comunes denominadores para lograr la mayor convergencia alrededor de una alternativa electoral que permita la apertura de nuevos espacios, aun cuando no sea la expresión pura del poder popular la que acceda el gobierno.
Como respuesta a la fragmentación del viejo bloque popular, el naciente movimiento social inicia en esta nueva etapa la búsqueda de mecanismos que reduzcan su dependencia política sobre los partidos y los paternalismos que aún persisten en la práctica y que hagan sentir su presencia e intereses en el marco legal y electoral. Esto supone importantes responsabilidades de capacitación global, en las que deben jugar un papel importante los organismos no gubernamentales internacionales. La aparición de nuevas demandas civiles, entre ellas la ecológica, están llamadas a complementar su no siempre operante base institucional con las bases de estos movimientos sociales si quieren ser de veras eficaces.
También es una responsabilidad de los movimientos sociales el que al volverse paulatinamente más "políticos", y exigir compromisos concretos de los partidos -búsqueda de alianzas, de votos y de los medios financieros para librar campañas efectivas y modernas-, no transformen la alternativa popular en una alternativa electorera. La tentación será ahora correr a legitimarse ante los Estados Unidos y ante las fuerzas que los cuestionan buscando la "bendición" que los transforme en una fuerza política "viable". Porque ser "viable" dentro del marco neoliberal se traduce en ser incapaz de modificar las estructuras del poder aun cuando se llegara a gobernar. Esta izquierda "viable" no haría sino confirmar el triunfo definitivo del capitalismo.
Si bien el colapso del Este socialista representó un golpe a las alternativas tradicionales de la izquierda, también está constituyendo una fuerza liberadora para las nuevas izquierdas, acelerando su proceso de maduración y de renovación política, no en el sentido de abandonar sus posiciones revolucionarias, sino promoviendo mayores niveles de democracia a lo interno de sus estructuras, lo que introduce nuevas valoraciones y apreciaciones del papel de los movimientos sociales.
De la reconversión política de la izquierda dependen las posibilidades de romper el modelo capitalista neoliberal, quizás por la misma vía electoral, siempre y cuando la movilización popular asegure los votos y el contenido de los programas. Siempre y cuando de la actual etapa, necesaria y lógica, surjan de la dispersión nuevas bases de cohesión organizativa popular y nacional. Ese es el reto y el horizonte.
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